ÉSTA es, pues, la historia de los tres impostores. En cuanto a mí, ya ustedes saben que me vi obligado a abandonar la escena, abruptamente, en el techo del galpón, más precisamente en el momento de la fuga, cuando Zheng intentaba conducirnos hacia el segundo edificio. Dos disparos en la espalda que hicieron trizas mis pulmones me impidieron continuar y, de algún modo, permitieron a mi cuerpo relajar los músculos. No puedo decir, como quisiera, desde dónde narro todo esto, ni por qué sé tantos detalles. Diré sólo una cosa sencilla: veo. De algún modo sigo escondido, aunque ya no hay nada que proteger. No estoy en un galpón, sino en un lugar lleno de luz y de silencio. Esta historia es lo único que tengo, y ahora que ya la conté puedo desaparecer, unirme a la nada. A fin de cuentas no soy más que un simple escribano, un soldado de Dios que hizo poco por Él y que recibió su gracia, o creyó recibirla. Pero ahora, mientras me alejo, debo callarme.