En un descampado de Santa Clara arde el auto donde se cocinan los cadáveres de Yancar y sus secuaces. La banda de Romero regresa a la casa amarilla. Las huellas del tiroteo dibujan ornamentos de sangre en las paredes. Los hombres entran y se quedan contemplando la escena. Ellos también están ensangrentados. Romero sale y vuelve a entrar con una manguera, acciona la llave y comienza a empapar a todos.
Vamos, muchachos, a desnudarse que los voy a bañar como a las bestias que son.
Pasada la sorpresa inicial, todos empiezan a quitarse la ropa y reciben los chorros que les prodiga el Loco.
Ja, los quiero bien limpitos, esta noche hay que festejar.
Luego de empaparlos, Romero dirige el pico hacia sí mismo, se quita la ropa y se limpia. Enseguida lanza el chorro contra las paredes y el suelo, forzando el agua a salir por la puerta. Cambiados, festivos y relucientes, cruzan al Little Love. Pocha está en la caja, las chicas conversan entre ellas, salvo dos que bailan con unos clientes. Con los brazos en jarra para descorrer la chaqueta y dejar a la vista las culatas de sus 38, Menfis se acerca a ellos.
A rajar, esta noche hay fiesta privada.
Los clientes no se demoran un segundo en salir por la puerta. Romero le grita a Pocha.
A ver, hermanita, tragos para todos que estamos de fiesta.
La mujer pone una fila de copas sobre el mostrador, toma una botella en cada mano y sirve sin preocuparse por el derrame. Los hombres se precipitan sobre ellas. El Loco toma a Bolita por el hombro y le da un empujón.
Vamos, abrí un paquete. ¡Chicas, vengan que hay frula para todas!
Pocha sube la música. Bolita esparce la cocaína sobre el mostrador, forma líneas con un cuchillo y corta media docena de pajitas en dos.
Jefe, a usted le toca el honor.
Romero se aproxima, toma una de las pajitas, se la mete en la nariz y aspira una generosa línea entera. Hace lo mismo con la otra narina. Los muchachos y las chicas aplauden. Todos inhalan el polvo blanco. Menfis aprieta a la rubia de tetas enormes al ritmo de la cumbia. Moñito manosea a la petiza culona. Bolita, sentado en un taburete, se concentra en beber y tomar droga. Romero agarra por el brazo a dos chicas y las sienta, una a cada lado en el sillón. Toma a una por la nuca y le hace bajar la cabeza hasta su sexo. A la otra la aferra por la cintura y la atrae hacia él.
A laburar, pibas, muéstrenles cómo se hace.
Bolita pone un CD de Loquillo en el reproductor, sube el volumen al máximo y presiona play.
Tenemos nuestros macarras
que nos cobran comisión,
promocionan nuestra imagen
para poder vender mejor,
si estás ahí pide una copa por mí.
Te ha de matar el mismo tiro que a mí.
Hay risas, gritos y aplausos. Se forma un corrillo alrededor de Romero, que aplaude rítmicamente mientras las dos chicas se turnan para la felación. Pocha rellena los vasos hasta vaciar las botellas, las arroja al tacho y va a la trastienda a por más. La puerta se abre y entra un hombre. Alto, elegante, el cabello renegrido anudado en una cola de caballo y los ojos de quien tiene el alma muerta. Camina con una pierna tiesa hasta el centro del salón, seguido por otros siete. Uno se adelanta, se acerca al Bolita y le pone una pistola en la cabeza.
Apaga la música.
El repentino silencio hace que los otros se percaten de la llegada. El rengo se adelanta y enfrenta a Romero.
¿Sabes quién soy?
Romero hace ademán de ponerse de pie y los extraños sacan a relucir sus Uzis.
No te conozco. Soy Gustavo Andrés Camacho Orijuela, muchos me conocen como el Patrón. ¿Qué querés?
Pocha se queda escuchando, inmóvil, en la trastienda. El Loco se pone en pie. Camacho pasea sus ojitos negros por sus hombres, siempre sonriendo.
Me encanta el modo de hablar de estos argentinos.
Lo remeda y su gente festeja la imitación. Vuelve a enfocar a Romero.
Quiero contarte algo que me sucedió. Hace unos días una banda me robó la mercadería, mató a tres de mis muchachos y a mi perro. Algo muy desagradable.
Romero se envalentona.
¿Y a mí qué me venís con ese cuento?
Camacho vuelve a sonreír.
Tranquilo, chico, no te enfades, horita mismo te lo aclaro. Pues fíjate que también me dejaron algo. A uno de ellos se lo comió el perro. ¿Qué me dices? Yo no sé nada de eso.
Camacho le hace un gesto con la cabeza a su lugarteniente. El tipo va hasta el mostrador, mira atentamente el paquete destripado de cocaína y se vuelve hacia Camacho.
Es de la nuestra, Patrón.
Los hombres de Camacho apuntan con sus metralletas a la concurrencia. El lugarteniente alza la voz y señala dos puntos en el suelo.
Las mujeres acá, los hombres allá. Todos de rodillas.
Vigilados de cerca, obedecen. Camacho toma una silla y se la alcanza a Romero.
Siéntate.
Otro de los hombres se aproxima y lo ata con cinta de embalar. Camacho saca una navaja de su bolsillo y coloca la punta a un milímetro del ojo de Romero.
Horita me vas a decir dónde está mi mercadería.
Romero se envalentona.
Andate a la puta que te parió.
Camacho hunde la navaja en el ojo de Romero y se lo hace saltar con un movimiento de muñeca.
Te lavas bien la boca para hablar de mi madre, ¿comprendes?
Romero sacude la cabeza y gime.
Ahora bien, te lo voy a repetir y más te vale que me respondas o pierdes el otro. ¿Dónde está mi mercadería?
Pocha deja las botellas en silencio y se oculta dentro de una alacena. Bolita tiembla y tartamudea.
E-en la-la ca-casa q-que está at-trás.
Camacho se vuelve hacia él.
¿Dónde? La amarilla, enfrente, sa-saliendo por esa puerta.
Camacho mira a su lugarteniente y este sale por donde se indicó.
Gracias, muchacho, serás el último en morir.
Todos esperan en silencio. Camacho limpia la navaja en el pecho de Romero y aguarda. Regresa el lugarteniente. Hace un gesto y vuelve a salir seguido por uno de sus hombres. Vuelven al cabo cargando una bolsa de plástico negro.
La tenemos, Patrón. Está casi toda.
Camacho se vuelve, camina hasta la puerta y sale.
A poca distancia, en su auto, Lascano ve a Camacho, a su lugarteniente y al hombre con la bolsa. Se suben a uno de los 4x4 negros estacionados a la puerta y parten. Las ventanas de la casa relampaguean con los destellos de las Uzis. Los otros cuatro salen, abordan el otro vehículo y se van. El Perro anota los números de las placas en su libreta. Cuando las luces traseras desaparecen, baja y entra al Little Love. Romero está muerto, amarrado aún a la silla volteada. Menfis yace a poca distancia. Sus dos pistolas, simétricas a ambos lados de la cabeza, forman una especie de corona del hampa. Las piernas de Bolita asoman por detrás del mostrador. El local está sembrado con los cadáveres acribillados de las chicas. Oye un ruido en la trastienda. Toma una de las armas de Menfis y se cerciora de que esté cargada. La amartilla y, apuntando hacia delante, se encamina hacia el sonido. A través de la puerta trasera ve la casa amarilla, también abierta. Todo está en silencio a no ser por los grillos. Pocha no puede contener un gemido. Lascano se acerca a la alacena y abre apuntando hacia dentro. Hecha un ovillo contra el fondo, Pocha le vuelve su cara deformada por el miedo y enseguida se cubre los ojos con las manos.
No, por favor, no me haga nada, yo no sé nada, no tengo nada que ver. Yo no lo vi.
Lascano calza el arma en su cintura. Ella se sobresalta cuando El Perro le pone una mano en la cabeza.
Tranquila, no pasa nada.
La mujer rompe a llorar. Lascano la toma por un brazo y la ayuda a salir. Semidesvanecida, la conduce hasta el salón. A la vista de la masacre, suelta un grito de horror. El Perro toma una copa y le hace beber whisky. Pocha se lo traga. La sienta en un taburete.
Bueno, querida, ahora, si no querés que te entregue, vas a tener que responder algunas preguntas.
Pocha se vuelve para darle la espalda a los muertos y sorbe sus mocos.
Sacame de aquí.
Lascano la toma del brazo y la lleva hasta la calle. Pocha inspira profundamente y lo mira a los ojos.
¿Qué quiere saber? Lo que pasó con Amalia. Una noche Lobera y otros canas las trajeron a mi casa. Me dejaron a la nena y a ella se la llevaron. Después me enteré de que la habían matado. ¿Y con la nena qué pasó? Lobera tenía orden de matarla también, pero yo no lo dejé, era un bebé. Le dije que me tendría que matar a mí también. ¿Y? Me la dejó. ¿Dónde está?