El caballo amarillento que pasta entre bolsas de poliestireno y basura levanta la cabeza cuando el auto de Yancar se detiene junto a la casucha de chapa y toca dos veces la bocina. La cortina que hace las veces de puerta se abre y Correa asoma con el pecho de toro desnudo. Se acerca y sube.
¿Que hay, Pescado? Un laburo. ¿A ver? Necesito dos más. No hay problema. ¿Para? Tengo que enfriar a unos tipos. ¿Los conozco? La banda del Loco Romero. ¿No estaban guardados? Estaban, se fugaron. Vamos a necesitar fierros. Los tengo acá. ¿Cuándo? Ahora. Parece que hay apuro. ¿Podés o no? ¿Cuánto hay? Cinco mil, repartilos como quieras. ¿Y me quedo con los fierros? Está bien. Aguantame un momento.
Correa baja, entra en la choza y sale enseguida poniéndose una camisa. Le hace un gesto de espera y desaparece por un pasillo lateral. El caballo continúa pastando. Yancar enciende un cigarrillo y se acoda en la ventana.
Cuando el sol se oculta tras el montecito, límite de la Villa Paso, Correa regresa con Jacinto y Pelusa. Yancar baja y abre el maletero. Los hombres se reúnen para repartirse dos escopetas y cuatro 38. Se las calzan, suben al auto y arrancan. El caballo alza la cola y aporta cuatro tortas de bosta al basural.
La noche cayó entera sobre el barrio de Constitución. Las calles están vacías, los comerciantes de las discotecas terminan de asearlas a la espera de los clientes, bajo el tam-tam electrónico de su música de lavarropas. Yancar y sus secuaces vigilan la casa amarilla. Hay luz adentro y se percibe movimiento. Moñito sale, cruza la calle y entra al Little Love por la puerta trasera. Unos momentos después hace el camino inverso cargando una caja de botellas de cerveza. Yancar le da un codazo a Correa.
Andá a pispear.
Correa baja, cruza y camina distraídamente por la vereda, mirando la casa de reojo. Cuando llega junto a la ventana, se agazapa, se aproxima y espía. Romero está sentado en un sillón bebiendo. Detrás de él, Menfis habla y ríe. Moñito toma de la botella junto a un aparador. Armas, no ve. Retrocede y vuelve al auto.
En la azotea, oculto entre las alas de cemento del cisne que disfraza el tanque de agua, Bolita los está observando. Cuando Yancar y los suyos bajan del auto en silencio, da un salto hasta la escalera y, sosteniéndose en la baranda, vuela por encima de los escalones hasta la sala.
¡Ahí vienen!
Los hombres dejan las botellas, toman sus armas y se ocultan tras los muebles. Uno al lado del otro, Romero y Moñito aprietan las Micro Uzi en sus manos, la cabeza gacha.
Afuera, Jacinto y Pelusa se ubican a ambos costados de la puerta, Correa al frente y Yancar un poco más atrás, las armas cargadas y listas. Correa se impulsa, viola la puerta de una patada, entra con los dos cañones de la escopeta amartillados y el dedo tenso sobre el gatillo, Jacinto y Pelusa detrás de él, Yancar en medio de los tres. Vacilan un segundo al ver la sala desierta. Repentinamente, Romero y sus hombres aparecen disparando desde detrás del mobiliario. Las Uzis rocían de balas a los invasores con un sonido fuerte de máquina de coser. Brama la escopeta de Bolita y transforma la cara de Correa en una escupida sanguinolenta sobre la pared. Menfis dispara con las dos manos. Jacinto recibe cuatro impactos de 9 mm en el pecho y cae muerto antes de llegar al suelo. Pelusa patalea su agonía en el suelo a los pies de Yancar, que soltó la pistola, se agarra el estómago con las manos y se derrumba a cámara lenta. Bolita salta por encima de los cadáveres y sale a la vereda. Ladran algunos perros pero el barrio está desierto. Romero se aproxima a Yancar y lo mira apuntándole con su ametralladora. Ríe.
A estos boludos no les dimos tiempo ni para disparar un tiro.
Le hace una seña a Menfis.
El Pescado todavía está vivo, entralo.
Menfis se calza las pistolas a la cintura, toma a Yancar por las axilas y lo mete dentro de la casa. Romero cierra la puerta.
Aterrado, Yancar suplica.
No me matés, Loco, por Dios. ¿Dios, decís? No te preocupes, ya te arreglé una cita con él.
Romero le clava el cañón de la Uzi en la mejilla.
¿Sabés lo que te va a hacer esto cuando apriete el gatillo, Pescadito? Te va a dejar esa linda carita como un colador. Después nos vamos a hacer una raviolada con tus sesos, si es que queda algo.
Yancar se desvanece y afloja las manos. De su vientre comienza a manar sangre a borbotones. Romero hace una mueca de disgusto.
El hijo de puta se muere. Qué cagada, quería divertirme un rato con él antes de amasijarlo. Bolita, andá a buscar el auto del Pescado y metelo en el patio.