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El Perro se aposta a pocos metros del Besitos. Con un fuerte déjà vu, se ubica en la calle de enfrente, en diagonal al putero, entre dos árboles, a fin de reducir el riesgo de ser descubierto, y vigila la entrada. Aparece Cholo a la puerta barriendo basura hacia la vereda, vuelve a entrar, cierra. Un camión de reparto se estaciona; el chofer, con un papel en la mano, salta de su asiento y golpea la puerta. El acompañante baja, abre el portón trasero, saca una caja de cartón, la deposita en el suelo junto al chofer y regresa a su puesto. Cholo sale, conversa brevemente con el repartidor, firma el papel, empuja la caja hacia dentro con el pie y cierra. Con tres pasos, el chofer está de vuelta al volante y arranca dejando tras de sí una estela de humo negro. Durante las siguientes dos horas no sucede nada, no hay movimiento. Comienzan a llegar las chicas. Una viene sola, otras dos se reúnen en la esquina y van juntas hasta el local. Otro par se encuentra a la puerta, una más las alcanza justo antes de que Cholo vuelva a cerrar. Llega Yancar y entra. Lascano se parapeta tras el árbol más próximo. Yancar sale y se aleja hacia la esquina opuesta. Remera blanca con cuello rojo, pantalón azul. El Perro toma nota mental de su vestimenta y, en cuanto se aleja una docena de pasos, comienza a seguirlo por la otra vereda tratando de no perderlo de vista. Yancar dobla la esquina y camina decidido entre los turistas vacilantes. Vuelve a doblar y apura el paso. Esta calle está menos poblada. Lascano se detiene para dar tiempo a que se aleje. A casi cien metros de distancia lo ve cruzar la bocacalle en diagonal. En medio, tres generaciones de una familia conversan junto a la entrada de un edificio. Lascano trota hasta el grupo. Yancar se detiene. Su viejo instinto le advierte que alguien le sigue. Empieza a girar lentamente la cabeza para mirar atrás por encima de su hombro. El Perro le da la espalda velozmente y encara a la familia.

Perdón, ¿me podrían indicar la calle Güemes?

El más viejo de la familia comienza a explicarle cómo llegar, pero Lascano no lo oye ni lo mira. Sus ojos están atentos a Yancar, a quien puede ver reflejado en los cristales del edificio, mirando hacia ellos. Yancar se vuelve y reanuda la marcha. Veinte metros más allá entra en una casa de departamentos sin terminar. En la esquina hay un bar. Lascano se dirige allí y se sienta a una mesa alejada de la ventana, pero desde donde puede ver el lugar al que entró Yancar. Pide un café, lo paga en cuanto se lo sirven y no lo toca. Dirigiéndole una violenta gesticulación, Yancar aparece en la vereda con Marcelo. La escena dura unos minutos hasta que, a un gesto, Marcelo vuelve a entrar. Yancar enciende un cigarrillo y se pasea nervioso por la acera hasta que regresa Marcelo con Jazmín. Yancar la toma del brazo y comienza a desandar el camino. Lascano espera unos segundos y luego sale tras ellos con tranquilidad. Se imagina hacia dónde se dirigen, y una pareja es más fácil de seguir. Los ve entrar en el Besitos ya abierto, con el gorila montando guardia. El breve instante en que la cortina roja se abre proporciona a Lascano una instantánea del interior: el barman, las putas, la barra y los muebles, ordinarios y mullidos, iluminados por luces multicolores y recorridos por los destellos del globo de espejitos que gira en lo alto. Tres clientes de unos sesenta años se acercan a la puerta, el gorila descorre la cortina y entran, todo sonrisas.