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Rodríguez levanta el intercomunicador, escucha.

Hacé pasar a Marraco, Pedro que espere un momento.

Se pone de pie, coloca un CD en el equipo de música y presiona play. Golpes a la puerta.

Pase.

La secretaria abre e invita a Marraco a pasar. Rodríguez le señala el sillón frente a su escritorio.

Tenemos un problemita.

Marraco se ajusta el nudo de la corbata y carraspea.

Usted dirá. Supe que ordenaste unos allanamientos en Mar del Plata. ¿Cuándo? Hace poco, unos locales de copas. Ah, sí. ¿Por qué? Tengo el dato de que allí tienen trabajando a varias menores de edad. ¿Y cómo anduvo eso? No pasó nada, alguien les avisó. Entiendo. Bueno, quiero que los dejes tranquilos. ¿Cómo? Lo que oíste. Pero… Sin peros. No te metás más con ellos. Allí hay menores, pibas secuestradas… ¿Tenés pruebas? No, las estoy buscando. Entonces no tenés más que rumores. No, tengo informantes. No tenés nada. Quiero saber los nombres de los buchones. Ahora no los tengo. Me los mandás hoy sin falta, ¿de acuerdo? Lo que usted diga, pero yo quiero seguir detrás de estos tipos. No podés. ¿Por qué? Porque no podés.

Marraco no puede ocultar el disgusto.

¿Y si me niego?

Rodríguez sonríe, abre un cajón, saca una carpeta y la tira sobre el escritorio frente al juez.

Este es el caso Galván. ¿Te acordás? Perfectamente. Claro, si vos hiciste la instrucción. Esto no tiene nada que ver. Yo creo que sí. No entiendo. Ahora me vas a entender. El caso pasó a sentencia en el juzgado de Giménez. ¿Lo conocés a Giménez? Claro que lo conozco. Bueno, la obsesión que vos tenés con las menores, él la tiene con la droga. ¿Y? Giménez es muy hábil, lo quebró a Galván, lo convirtió en un arrepentido y el tipo volcó todo.

Rodríguez toma la carpeta, la abre, pasa las páginas hasta que encuentra la que busca y se la exhibe a Marraco.

Leé. Ocho condenas, confirmadas por la Cámara y por la Corte. Sigo sin entender. Ya va, no te impacientes. Con las sentencias firmes hizo lo que manda el procedimiento. Ordenó quemar la droga. ¿Y? Oh, sorpresa, de los veintiún kilos consignados en el acta sólo había cuatro de cocaína, el resto había sido reemplazado por ácido bórico. ¿Sabés dónde se hizo el cambiazo? En tu juzgado. ¿Te sorprende? Yo no sé nada de eso. ¿Seguro? Segurísimo. Qué extraño, sólo dos personas tienen llave de la caja fuerte. Vos y López, tu secretario. También hay una llave en la Cámara. Pero esa llave no se movió de allí. O sea que fue uno de ustedes dos. ¿Me está acusando? No, sólo te estoy contando los hechos. ¿Cuánto hace que López está enfermo? No sé. Yo sí, tres meses, y parece que de esta no sale. Eso te deja solo a vos con diecisiete kilos de cocaína.

Marraco cruza uno de sus brazos sobre el pecho y con la otra mano se cubre la boca. Rodríguez le sonríe.

Mirá, la cuestión es simple, si te dejás de joder con los locales de Mar del Plata, este expediente seguirá durmiendo en el cajón. Si continuás, vas a estar tan ocupado tratando de resolver tu situación que no vas a tener tiempo para otra cosa, con la posibilidad de que termines exonerado y en cana. ¿Está claro?

Ofuscado, Marraco se levanta y le tiende la mano a Rodríguez.

Otro tema. Diga. ¿Conocés a un tal Lascano? ¿El Perro? Ese. Lo conozco, sí, es un comisario de la Federal. Ya no, está retirado y trabajando por su cuenta. ¿Qué hay con él? Anda por Mar del Plata haciendo preguntas molestas. ¿Y entonces? Lo vamos a sacar del juego. Quiero que te ocupes del caso. ¿Qué hago? Dejalo morir. ¿Es todo? No, quiero que conozcas a alguien.

Rodríguez toma el teléfono y pulsa dos números.

Decile a Pedro que pase.

Impecable en su uniforme, el hombre se quita la gorra de plato de comisario mayor y saluda a Rodríguez.

Pedro, quiero que conozcas al juez Marraco.

Los hombres se estrechan la mano e intercambian formalidades de cortesía. Rodríguez los toma a ambos por los hombros.

Pedro es el nuevo jefe, quiero que trabajen juntos. El objetivo es que Mar del Plata sea de verdad la ciudad feliz. Ustedes dos me lo tienen que garantizar. ¿Puedo contar con su colaboración? De acuerdo. No hay problema.

Rodríguez sonríe, los palmea, y le da la mano a Marraco.

Su señoría, eso es todo por ahora. Pedro se va a poner en contacto con usted apenas asuma su cargo.

Marraco saluda a los dos y se va. Rodríguez espera en silencio a que cierre la puerta. Invita a Pedro a sentarse.

¿Contento? Una sorpresa, pensé que iba a nombrar a Laborda. No, Pedrito, en los tiempos que corren es mejor una mano inteligente que una mano dura. Este es tu momento. Me alegra. ¿Cuándo quiere que me haga cargo? Inmediatamente. Necesito unos días. No te los puedo dar, con la muerte de la Chancha hay que ir a controlar la ciudad antes de que se nos vaya de las manos. Bueno, lo que usted diga. ¿Conocés al Perro Lascano? De oídas. Anda por Mar del Plata buscando a una piba que desapareció hace un tiempo. ¿Qué quiere que haga? Alguien de afuera se va a ocupar de él. Vos dejale el campo libre y que el trámite sea limpio. Ya lo instruí a Marraco. No me gusta, pero esto no hay más remedio que hacerlo así. De ahí en más tu gestión debe ser tranquila, sin ruido y sin fiambres. Los muertos no le hacen bien ni a los negocios ni a la política. Me parece bien. Entendido. Pedile a mi secretaria lo que necesites. Mañana tenés que estar allá para hacerte cargo.

Rodríguez le da un papel.

Esta es la gente que trabaja con nosotros. Memorizá la lista.

Pedro lee y relee unos instantes moviendo apenas los labios, y le devuelve la hoja a Rodríguez.

¿Lo tenés? Lo tengo. Bien.

Rodríguez toma el papel y lo pasa por la destructora de documentos.

La Chancha me rendía cuentas el primer martes de cada mes, puntualmente, acá, a las once, en persona. Quiero que eso siga así. Comprendido. Cualquier problema que no sepas manejar, cualquier cosa que venga de la Federal, de la Nación o de la prensa, tenés línea abierta conmigo. Me lo comunicás de inmediato. ¿Entendido? Entendido. ¿Estás contento? Sí, señor. No es para menos, en tres años te jubilás con una medalla y más parado que Onassis.