Lindaura, ahora Jazmín, entra en el departamento seguida por Yancar. Magda la recibe en ropa interior. Yancar le entrega una hoja de papel. Magda inspecciona a la chica de arriba abajo.
Aquel es tu cuarto. Andá para allá.
Jazmín baja la mirada. Está cambiada, se siente más vieja, más cansada.
Sí, señora.
Magda la mira yéndose.
¡Ja!, me dijo señora. ¿De dónde la sacaste? Producto regional. Aguantame un segundo que la pongo en orden.
Entra en la habitación y cierra la puerta.
Escuchame, piba, acá las cosas son así: si te portás bien no vas a tener ningún problema; ahora, si me das trabajo, el hombre se va a ocupar de vos, ¿entendiste…? Sí, señora… No me digas señora, me llamo Magda. Me dijo el dotor Corona que en cuanto pague lo que debo me puedo ir. ¿Quién?…
Jazmín señala hacia la habitación donde espera Yancar.
El dotor Corona. Ah, sí. Bueno, no hay problema, en cuanto pagues lo que debés podrás irte. Ahora descansá, esta noche empezás. ¿Esta noche? Sí, ¿algún problema? No, ninguno, creí que iba a trabajar de día. No, piba, es de noche. ¿Qué tengo que hacer? Es en un bar, yo te voy a acompañar para decirte, ¿está bien? Lo que usted diga. Si lo necesitás, el baño está al lado, dejalo limpio, ¿oíste? Sí, señora Magda.
La habitación apesta. En las paredes se descascara el último intento que se hizo por pintarlas. Un colchón mugriento junto a una cama chueca constituyen todo el mobiliario. Jazmín va hasta la ventana. El vidrio está roto y el vano, tapiado con tablones. A través de sus rendijas mira el patio sombrío y húmedo, sembrado de papeles y restos de comida que los vecinos arrojan desde lo alto. Oye un click a través de la puerta, y la lámpara, decorada con miles de cagadas de mosca, se apaga. Camina en puntas de pie y espía por la cerradura. Sólo puede ver las cinturas de Magda y Corona.
Che, Yancar, ¿o debo llamarte doctor Corona? ¿Qué hay? ¿A qué hora llegan los pibes? Deben de estar al caer, traen un paquete nuevo. Mejor que no se retrasen, tengo que ir a laburar. Si llego tarde, el imbécil de Gumer me pone las orejas así. A Gumer dejalo de mi cuenta.
Corona se aleja para irse, ahora Jazmín puede verlo de cuerpo entero. Cuando alza la mano para tomar el picaporte, ve el revólver que carga. Se sobresalta y no puede evitar golpear la puerta con su zapato. Magda se vuelve hacia ella. Jazmín se despega y se acuesta en una de las camas. Expectante, siente el batir ansioso de su corazón. Una brisa helada se cuela entre los tablones. Se tapa. Las mantas despiden un hedor ácido y rancio. Silencio.
A la puerta, tres golpes rápidos, una pausa, y otro más. Terminando de vestirse, Magda abre.
Ya era hora.
Marcelo entra llevando del brazo a Dalma, ahora Iris. Detrás viene Corina escuchando música a través de los auriculares enchufados en sus orejas. Magda observa a Iris. Tiene los ojos entrecerrados y parece que va a desmayarse en cualquier momento.
¿Y a esta de dónde la trajeron, de la guerra?
Marcelo da un salto para dejarse caer en un sillón.
Chica dura, no sabés el trabajo que nos dio ablandarla.
Magda hace un gesto de disgusto.
Si la ablandaban un poco más iban a tener que llevarla a la morgue.
Marcelo se encoge de hombros. Corina sigue ausente con su música, dando pequeños saltos y sacudiendo la cabeza al ritmo. Magda hace girar a Iris. Le toma una mano y observa las quemaduras, frescas aún, en sus brazos.
¿Esto era necesario?
Marcelo se levanta, algo amenazador.
Yo no me meto en tu laburo, vos no te metas en el mío. Vos sí te metés, así no puedo hacerla trabajar, ¿no te das cuenta? No jodas, mañana va a estar bien. Bien jodida va a estar, recuperarse le va a llevar una semana.
Magda le pone la mano en la frente un instante y la retira fastidiada.
Encima esta piba está volando de fiebre. Se las van a tener que arreglar con Yancar.
Corina se quita los auriculares y se coloca junto a Marcelo.
Decime, ¿no tenés nada mejor que hacer que rompernos las bolas? Mirá, pendeja, hasta las putas tenemos sentimientos, pero ustedes son unos animales…, peor que los animales.
Divertido, Marcelo se pone a ladrar. Corina pone ojos tiernos y maúlla.
Magda les echa una mirada cargada de rencor. Camino del dormitorio, pulsa el interruptor y abre con violencia. El sobresalto sienta a Jazmín en la cama. Muda, sigue con la vista a Iris hasta que se derrumba en el colchón. Magda se apoya en el picaporte, le ordena que la cuide y cierra de un portazo. Se vuelve hacia Iris. Tiene la mirada vacía y fija en el cielo raso. Con la garganta anudada, se acerca a ella. Gime. Tiembla. La cubre con la manta hedionda. La luz se apaga. Mantiene los ojos abiertos tratando de habituarse a la penumbra. Oye leves pasitos. Algo anda por allí. Una alimaña que se detiene, husmea, vuelve a caminar, se acerca, respira. Jazmín trata de quedarse quieta, pero le parece que está subiéndose a la cama. Se incorpora y oye al bicho correr a ocultarse en su madriguera. Toma la medalla milagrosa que pende de su cuello, la besa y le pide, le ruega y le implora el regreso.