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Siempre de noche. Nunca lo vio a la luz del día. Alto, flaco y almidonado, la Momia se corporiza frente a Yancar y se sienta. Afuera está el Pardo Rocha, su sombra filosa. Vigila recostado contra el auto negro, con la manos cruzadas por delante, moviendo constantemente su cabeza de bulldog a izquierda y derecha. La Momia observa a Yancar sin decir una palabra, obligándolo a hablar primero.

¿Qué tal, cómo anda? ¿Cómo vas con la chica? La estoy ablandando. ¿Y? Todo bien. ¿No se retoba? Al principio un poquito, nada que no solucionen un par de bofetadas y unos gramos de merca. Bien. Mandala al Besitos de Mar del Plata. Ahí recogés a Irupé y la llevás para el Mimos de Azul. De allí sacás tres para reforzar la costa. ¿Irupé está dando problemas? Hay uno que la viene a buscar demasiado seguido. ¿Un Romeo? Nunca falta un imbécil que se enamora de una puta. Delo por hecho. Ah, estoy necesitando algo de guita.

La Momia le clava los ojos. No dice nada. Aprieta los labios. Mira alrededor. Con exasperante lentitud, mete la mano dentro de la chaqueta y saca su billetera. Observa el interior detenidamente. Cuenta varios billetes sin extraerlos. Vuelve a pasar revista al salón. Saca los billetes, los dobla en dos con parsimonia, los coloca sobre la mesa, los empuja suavemente con sus dedos manicurados y rápidamente desaparecen en manos de Yancar.

¿Algo más? Sí, hay otra chinita de La Carmela que se muere por venirse a la ciudad. ¿Qué tal está? Jamón del medio. Bien, cuando vuelvas lo arreglamos. Lo que usted mande. ¿Los cazadores tienen algo? Están en eso, ¿trajiste las fotos?

Yancar le entrega un pequeño sobre que la Momia abre para inspeccionar las fotografías de Lindaura. Hace un gesto breve de aprobación. Yancar se pone un cigarrillo en los labios. La Momia desaprueba con la cabeza.

Acá está prohibido fumar. Lo voy a encender cuando salga. Largá esa porquería, te va a matar. De algo hay que morir. Como quieras.

La Momia se reclina y hace otra de sus largas pausas.

Hay otro tema del que quería hablarte. Usted dirá. Quiero reemplazar a Gumer. ¿Se mandó alguna cagada? Me parece que se está quedando con los vueltos. Además, en lo que va de año se le escaparon dos. Eso está muy mal. Le perdí la confianza. ¿Con quién lo quiere reemplazar? Pensé en vos, ¿te animás? A mí lo de regente mucho no me va, soy un cazador, me gusta la calle. Sería sólo por un tiempo, hasta que consiga a alguien. ¿Puedo pensarlo? Pensalo tranquilo.

La Momia espera impasible. Yancar se inquieta.

¿Le tengo que contestar ahora? Lo estás pensando, ¿no? Sí, lo estoy pensando. Espero, tengo tiempo.

Los dos hombres se quedan en silencio. El camarero se acerca.

¿Va a tomar algo? Johnnie Walker negro, dos piedras. Enseguida, señor.

Afuera, la calle va quedándose vacía. Los faros de los automóviles se reflejan en el asfalto todavía húmedo por el chaparrón que cayó media hora antes. El camarero regresa y sirve la bebida. Con destreza de prestidigitador, la Momia hace aparecer un billete en su mano y se lo tiende. El mozo lo toma, lo mira a trasluz, lo guarda en su billetera y entrega el vuelto.

Gracias, señor.

La Momia inquiere a Yancar con un movimiento de cabeza.

¿Qué hay para mí? El veinte de lo que hagan las chicas del Besitos. ¿Y de la venta? El diez. Okey.

La Momia sonríe sin despegar los labios.

Sabía que podía contar con vos. Otra cosa, Gumer se tiene que ir, ¿eh?

La Momia le devuelve las fotos.

Apenas llegues a Mar del Plata, hablá con la Chancha para que le haga los documentos a la piba. No quiero quilombos, ¿entendido?

Se pone de pie, bebe su whisky, gira y sale. Desaparece como si nunca hubiese estado allí.