Hay que empezar de nuevo, desde abajo…
Le dijo la Momia, y aquí está. Otra vez en la ruta, en el campo, con los riñones que parecen haberse pegado al asiento del ómnibus, con la rabia de tener que volver a la provincia de la que huyó años atrás. Este negocio tiene esas cosas. Salir de la cárcel le costó todo lo que tenía, y más. Quedó en deuda, y en este negocio las deudas se pagan. De una forma o de otra, se pagan. Mira el reloj.
Entra al Angelitos, se sienta a una mesa junto a la ventana, pide una cerveza y espera, al acecho. Este es su coto de caza. Llega Chini, va hasta el mostrador, recoge un vaso del escurridor sobre el fregadero, le pide a Ramón otra botella y una picada de salame y queso. Se reúne con su socio.
¿Qué me tenés? Un paquete de primera. A ver. Quince años, pero pasa por dieciocho como si nada. ¿Está linda? Un primor. ¿Familia? La mayor de cuatro. Cuando puede, Braulio, el viejo, hace changas en la construcción. La madre, nada, no existe. Ajá. Hace unos días les cayó el hermano del padre con toda su parentela, son cuatro. Vinieron buscando refugio porque se les quemó el rancho. ¿Y? Ahora una familia se apiña en una habitación y los demás en la otra. ¿Cuándo la conozco?
Chini mira la hora entrecerrando los ojos, gesto que lo hace más chino aún.
En media hora estará por aquí. ¿Tiene trabajo? Ya no, cuidaba a una vieja enferma en la ciudad, pero se murió hace unos días. Fue a tratar de cobrarle a los hijos.
¿Cómo te llamás? Lindaura, patrón. Lindo nombre.
La chica baja los ojos avergonzada. Yancar aprovecha para inspeccionarla. Buenas tetitas, es blanca, no muy alta pero bien proporcionada. El pelo lacio, de india. Teñido de rubio le va a quedar fenómeno.
A ver, linda, mirame.
Lindaura levanta la vista. Sus ojos son del color de la miel.
«Buena mercadería», piensa Yancar, y le hace a Chini un gesto de aprobación.
Mirá, chiquita, acá el doctor Corona necesita una muchacha como vos, buena presencia y bien dispuesta, para trabajar. ¿Te interesa? Sí, don Chini. Pero el trabajo es en la capital, ¿qué decís? Tendría que preguntarle a mi papá. Vas a cobrar cuatrocientos pesos por mes. ¿Qué te parece?
Lindaura abre los ojos.
¿Cuatrocientos?
Yancar le toma la mano, está transpirada.
Cuatrocientos, casa y comida. Tendría que preguntarle a mi papá.
Chini gesticula con el palillo en el que ensartó un cubito de salame y otro de queso.
No te preocupes, vamos a ir a hablar con Braulio y va a estar todo bien. Ya vas a ver.
La chica baja los ojos nuevamente. Yancar le da un pequeño apretón a la mano.
¿Te gustaría ir a la capital? Ay, no sé, dotor, nunca salí de acá. Te va a gustar, tranquila, ¿eh?
A las seis de la mañana, vestidos con ropa de domingo, la familia entera aguarda en la terminal del ómnibus. Apoyada en la columna del andén 13, doña Eulalia no para de lagrimear. Braulio se impacienta.
Deje de llorar, mujer, que no se va a la guerra.
Eulalia responde con el gesto de dejame tranquila. Lindaura, con los pies juntos pegados a la valija de cartón, aferra la carterita negra que un par de horas atrás le regaló su mamá. Los hermanitos corren por la estación, se empujan y ríen con voz de pájaro. Braulio mira el reloj. Faltan quince minutos. Están ahí, sin moverse del lugar desde hace casi una hora. El ómnibus maniobra, se detiene en la dársena y abre la puerta. Bajan los choferes, encienden cigarrillos y conversan. Detrás se apean los pasajeros entumecidos y van en busca de sus equipajes. Brenda llega corriendo y abraza a Lindaura. Está muy excitada con la partida de su amiga. Entre la multitud se destaca la figura de Yancar, avanzando hacia ellos con sonrisa de magnate. Braulio se quita el sombrero.
Buen día, Braulio. Señora… Buen día, dotor.
Yancar repara en Brenda.
¿Y vos?
Brenda le sonríe.
Soy Brenda, dotor, amiga de Lindaura. Uy, si te hubiera conocido antes, te llevaba también. ¿Te gustaría? Ay, dotor, claro que me gustaría. ¿Lo conocés a don Chini? Claro que lo conozco, es el compadre de mi papá. Bueno, en mi próximo viaje hablaremos. Lo que usted diga, dotor.
Yancar mira a Lindaura.
¿Lista?, ¿estás contenta?
La chica asiente con la cabeza.
¿Esta es tu valija? Sí, dotor.
Yancar la levanta, la lleva hasta el chofer, se la entrega, toma el recibo, se lo mete en el bolsillo y regresa junto a Braulio.
Bueno, familia, ya tenemos que subir. Cuídemela, dotor. No se preocupe por nada, Eulalia, va a estar como en su casa, mejor que en su casa. Ya les voy a mandar la dirección de su trabajo.
Yancar mete la mano en la chaqueta, saca la billetera, extrae un fajo de billetes de veinte y se pone a contar en voz alta, sin mirar, observando el efecto que produce en la familia: en trance hipnótico, ven pasar uno tras otro los billetes en las ágiles manos de timbero de Yancar.
… siete, ocho, nueve y diez.
Sonríe y le ofrece los billetes a Braulio. El hombre se seca la transpiración de las manos en el fundillo del pantalón, los toma, hace un rollo y los embute en el bolsillo pequeño.
Gracias, dotor. No me agradezca, esto va a cuenta del sueldo de Lindaura. Sí, dotor, claro, dotor. Bueno, los dejo que se despidan. Lindaura, te espero arriba. Sí, dotor.
Yancar se acerca a los choferes, les entrega los pasajes, señala a Lindaura y sube. Busca su asiento y se acomoda del lado de la ventanilla, desde donde puede verlos. Eulalia abraza a su hija una y otra vez, le arregla el pelo, le da recomendaciones. Lindaura se agacha y abraza a sus hermanos. Yancar saca su teléfono móvil y envía un mensaje.
Lindaura se alza y con su madre se miran a los ojos. Eulalia se quita la cadena con la medalla milagrosa, se la pasa por la cabeza a su hija y se persigna.
Aquí tiene, m’hijita, para que la proteja.
Braulio muestra gestos de impaciencia, Brenda también larga el moco. Eulalia le aferra la mano a Lindaura. El chofer le hace señas para que suba. Tiene que hacer un esfuerzo para soltarse de la mano de su madre. Se vuelve y encara la entrada del vehículo. Sube. Mira hasta que localiza a Yancar y avanza por el pasillo. Mientras va acercándose, Yancar se pone de pie para cederle la ventanilla. Lindaura ve ahora un brillo en sus ojos que la inquieta. Se sienta y Yancar se ubica a su lado. En el andén, la familia saluda agitando las manos. El ómnibus retrocede a trancos hasta que sale de la dársena. Se detiene, da un brinco y arranca. Lindaura se vuelve para ver hasta último momento a su madre, su padre y sus hermanos. El vehículo gira por la explanada y desaparecen. Se vuelve. Se reclina en el asiento. Yancar es muy grande, le deja poco espacio, se siente apretada, le falta el aire, y tiene enormes deseos de llorar, pero se contiene. El paisaje se acelera.