8

Suena el timbre, es ella. Lascano nunca está demasiado seguro de si lo alegra su llegada. Muchas veces tiene la sensación de que lo llaman para ir a hombrear bolsas. Habla demasiado rápido de cosas que no le interesan lo más mínimo. Pondrá cara de escuchar y pensará en otra cosa, principalmente en que preferiría estar solo. Sin embargo le agrada, le gusta, es más, lo calienta. Sólo en aras del buen sexo que tienen es que condesciende al sacrificio de soportar su cháchara.

Entra con una sonrisa. En la puerta, sin darle tiempo a que cierre, le da un abrazo más largo y apretado de lo que aconseja el pudor vecinal. Incómodo, la hace a un lado para cerrarle el telón al consorcio. Ella lo suelta, le da la espalda y avanza. Esto sí le gusta. La manera en que se mueve al caminar. Promesa de otros movimientos que ya imagina. La sigue. Ella se vuelve, lo abraza, lo besa en los labios y apoya su sexo en el de él. Huele bien, recién bañada y perfumada. Le pasa las manos por la cintura y la aprieta contra sí.

¿Tenemos hambre? Un poco. ¿Cocino o salimos, qué preferís? Como quieras. ¿Cómo estás de la gripe? Mejor.

Siempre siente frío. Deja la cartera, se quita el tapado, lo abandona sobre el sofá y se sienta en el brazo. La falda corta, las piernas un poco abiertas, los zapatos de taco alto con pulsera.

A ver qué tenemos para la señora.

El Perro se mete en la cocina, ella lo sigue, se apoya en el marco de la puerta y lo observa mientras él abre la heladera e inspecciona.

¿Interesante? Sos un caso raro. Veamos, tengo unas milanesas y algo de verdura. Prefiero no comer fritura. No las hago fritas.

Lascano coloca sobre la mesa la carne y un atado de espinacas. Abre el cajón, con un cuchillo libera las hojas de su atadura, las arroja a la pileta, abre la canilla y dirige el chorro sobre ellas.

¿Soy un caso? Cuando te conocí, me dije, es un asperger. ¿Un qué? Un asperger.

Lascano limpia meticulosamente las hojas y las deja en remojo.

¿Qué es eso? Un trastorno de la personalidad. O sea que me creés un trastornado. Hay varias indicaciones. ¿Como cuáles? No disfrutás mucho del contacto social, no te preocupa tu aspecto, sólo te interesás verdaderamente por tu trabajo, para el cual tenés un talento especial y lo desarrollás con una inteligencia superior a la media. No veo el trastorno.

Lila lo observa secar la verdura y distribuirla con esmero en la asadera.

Por supuesto que no lo ves, esa es otra indicación. ¿Continúa, doctora, o prefiere que me acueste en el diván? Sin embargo hay otras características tuyas que contradicen el diagnóstico. ¿Por ejemplo? Lo que acabás de hacer. ¿Cocinar? No, la ironía, el sentido del humor. Los asperger no los manejan, son muy literales. También sos intuitivo y hacés buena lectura del lenguaje no verbal.

Lascano echa un chorro de aceite sobre el colchón de hojas y lo cubre con las milanesas, que va seleccionando por forma y tamaño a fin de colocar la mayor cantidad posible.

¿Y entonces? Ya te lo dije, sos un caso raro. ¿Será eso lo que te atrae? Es posible, la gente normal me parece mortalmente aburrida.

Lascano abre la tapa del horno, enciende un fósforo y lo arrima al quemador, que empieza a despedir temblorosas llamas azules. Mantiene presionada la llave hasta que se estabilizan. La suelta, mete la asadera y cierra.

En unos minutos comemos.

Saca una botella de vino de la alacena y la alza en dirección a Lila.

¿Me acompañás? Por favor.

La abre y toma dos copas.

¿Pasamos a la biblioteca?

Lila ríe, van a la sala y se sientan en el sofá. Lascano sirve una copa, se la alcanza y llena otra para él mismo.

O sea que volvemos al principio, te gustan los bichos raros. Y a vos, ¿qué es lo que te gusta de mí?

El Perro maldice para sí.

¿Para qué me habré metido en esta conversación?

Ella bebe y espera que responda con aire de desafío. Lascano intenta su tono más seductor.

Todo. Enumerá, por favor. Tengo que controlar la cena.

Se levanta, deja la copa y se mete en la cocina. Lila sacude la cabeza, trata de relajarse y bebe.

¿Necesitás ayuda? Podés poner la mesa.

Lila busca la vajilla y los cubiertos, los lleva a la mesa y regresa hasta la puerta de la cocina.

¿Algo más? Allí adentro hay pan. Llevalo y ponete cómoda. Ya comemos.

Coloca las copas y la botella frente a los platos y se sienta. Lascano aparece sosteniendo la asadera con guantes de cocina y llevando en la boca un repasador. Lo deja caer sobre la mesa, acomoda la fuente encima, toma asiento y sirve, primero a ella.

Esto huele de maravilla.

Lascano emite un gruñido y comienza a comer.

Te noto un poco caído, ¿pasa algo?

El Perro levanta la mirada, traga el bocado. Reprime el impulso de comentarle el asunto de su jubilación. Daría lugar a interpretaciones y consejos que no tiene ganas de escuchar.

Nada, estoy un poco cansado.

Lascano come en silencio, Lila arranca con un relato pleno en detalles que no vienen al caso, pero sólidamente fundamentados con términos de la jerga lacaniana que el Perro no se preocupa en descifrar. En su discurso se mezclan los problemas de sus pacientes, los hijos, las relaciones con el exmarido, las tribulaciones de sus amigas, la enfermedad de su madre, la economía del país, la última catástrofe natural, la astrología, los conflictos bélicos en Oriente Medio, el evidente desgobierno de la nación y la alarmante noticia de que en veinte años se acabarán las reservas mundiales de petróleo. Para no alentarla, Lascano se abstiene de preguntar cómo se relacionan esos temas entre sí. Pero Lila parece adivinarlo.

Todo tiene que ver con todo, mi amor.

Ella come menos de la mitad del plato. Lascano deja los cubiertos sobre el suyo vacío.

Si usted lo dice.

Recogen la vajilla y la llevan a la cocina. Lila se coloca un repasador a modo de delantal y abre la canilla.

Yo lavo, vos descansá un poco porque en cuanto termine vas a tener que trabajar.

Lascano regresa al sofá, se quita los zapatos, se tumba, apoya los pies en el brazo y cierra los ojos. Oye la voz de Lila proclamando sus certezas, aquellas que rigen el universo. Es un rumor en segundo plano que se mezcla con el entrechocar de los platos que está limpiando y el sonido del agua. El Perro bromea para sí, sonríe.

Evidentemente, todo tiene que ver con todo.

La canilla se cierra. Lila sale de la cocina, abre su cartera, saca un pequeño pomo de plástico, vierte un poco de crema en sus manos y se las restriega mientras se sienta pegada al cuerpo de Lascano. Cuando inclina su cara sobre la de él, la caída de su camisa le brinda al Perro el panorama de sus tetas apretadas en el corpiño labrado con flores que está estrenando. Mientras acerca sus labios a los de él va surgiendo su lengua roja, estrecha, húmeda, vivaracha y penetrante. Con enérgicos movimientos de piernas, se quita los zapatos y se acuesta sobre él. Lascano se deshace del beso y la abraza. Las curvas y formas de Lila se inquietan contra su cuerpo. Aliento cálido en sus orejas. La mano del Perro baja lentamente por su espalda, patina por la cintura y se posa en los glúteos. Ella presiona su sexo contra el de él, preguntando sin obtener respuesta. Lo mira, sus ojos están distraídos.

¿Te sentís mal?

Lascano no contesta. Se siente frío, distante. Por bajo no pasa nada. Pájaro muerto, o al menos desmayado. Lila lo toma por la cara obligándolo a mirarla.

¡Te hice una pregunta! No, no me siento mal, sólo estoy un poco cansado. Permitime que te reviva.

Lila se pone de pie. Desabrocha su cinturón y lo deja caer. Con movimiento de caderas, hace deslizar su falda hasta el suelo y se desabrocha la camisa. Es delgada y firme, una vara de mimbre. Cimbreante, va hasta el interruptor, apaga la luz y regresa en la penumbra desnudándose completamente. Extrañado, Lascano piensa que esto debería provocar en él alguna reacción, pero una rápida revisión mental le informa de que el sistema no está respondiendo, y comienza a invadirlo una sensación de incomodidad. Lila se acuclilla junto a él y comienza a desvestirlo. Lascano, quieto, la deja hacer. Lila, descendiendo, va besándole el pecho. Su cabello cae y repta por el vientre. Algo ya debería estar ocurriéndole a Lascano, pero su sexo no devuelve las atenciones que le está prodigando. Sólo cuando ella se lo introduce en la boca y empieza a acariciarlo con aquella lengua parece despertar tímidamente, pero la reacción no dura y la flacidez se instala como una maldición. Ella insiste, echa mano de todos sus trucos, pero no obtiene ningún resultado. La sensación de incomodidad de Lascano llega al límite, la toma suavemente y la aparta. Ambos en silencio.

¿Ya no te gusto?

Él se incorpora y se sienta.

No es eso, ya te lo dije, estoy cansado. ¿Cansado de mí?, ¿ya está?, ¿pasó la novedad? Esto no tiene nada que ver con vos. ¿Ah, no? Yo no veo a nadie más aquí.

Fugazmente, Lascano mira el retrato de Eva.

No lo tome así. ¿Cómo querés que lo tome? Es un tema mío, estoy con algunas preocupaciones. Sí, que no te dignás a comentar. Mirá, si no estoy con ánimo de hacerte el amor, menos tengo para embarcarme en una discusión.

Lila se pone de pie, ofuscada, recoge su ropa y se viste.

Decime, ¿para qué vengo yo hasta aquí? Por favor, no discutamos. No discutimos, no hablamos, no cogemos.

Lascano comienza a sentirse cansado de verdad.

¿Qué es esto, cogemos o peleamos? ¿No hay otra posibilidad?

Lila lo mira callada, con furia contenida. Toma su tapado y su cartera.

Me voy.

Lascano se pone de pie, su sexo cuelga reducido a su mínima expresión.

¿Te parece?

Por toda respuesta, Lila se vuelve, abre la puerta, sale y cierra con un portazo. A Lascano lo invade una sensación de alivio con alegría y algo de preocupación.