3

Concentrados, los cuatro hombres comen emitiendo gruñidos alrededor del calentador donde se cocinó el guiso. Tras la reja, por el pasillo donde siempre es invierno, se pasea Morales el guardiacárcel, vigilante, con paso tranquilo. La puerta del pabellón permanecerá abierta la siguiente hora. Flaco, nervioso y desgarbado, Moñito regresa de la enfermería restregándose las manos y se une a la ranchada.

A que no adivinás quién acaba de caer.

Romero se mete una cucharada en la boca y levanta la vista del plato.

No me gustan las adivinanzas.

Moñito sonríe.

El Pescado. ¿Yancar? En cuerpo y alma.

Romero se pone de pie y le pasa su plato a Hueso.

Comelo vos, se me fue el hambre.

Dándoles la espalda, camina hasta la reja, se apoya en la puerta y mira el pasillo a izquierda y derecha. Hueso vuelca la comida que le dio Romero en su plato y habla sin dejar de masticar.

¿Qué hay? Hicieron un laburo juntos. El Pescado lo batió y se rajó con el toco. Va a haber baile.

Inmóvil, Romero observa a Morales alejándose. Se vuelve. Con un gesto apenas perceptible le pregunta a Moñito hacia qué lado está Yancar. Moñito se pasa la mano por la mejilla izquierda. El cabeceo de Romero es una orden. De a uno, los cuatro hombres se van poniendo en pie y caminan haciéndose los distraídos en la dirección indicada. Sigilosos como cazadores, se reúnen a las puertas del pabellón donde se aloja Yancar. Se cercioran de que no hay ningún guardia cerca y entran. Quince se queda en la puerta de campana. Los restantes recorren los últimos metros velozmente y sin ruido. Cuando Yancar advierte su presencia ya está rodeado. Los otros presos no necesitan más orden que una mirada de Moñito para salir de la sala de inmediato. Romero acerca su cara a la de Yancar.

Dichosos los ojos que te ven, Pescado. ¿Qué hace, Loco? Acá me ves, de vacaciones. Escuche, Loco. No, escuchame vos. Me batiste y me afanaste. Le juro…

En la mano de Romero aparece una faca. Una cuchara afilada con el mango envuelto en trapo. Yancar retrocede un paso, tropieza con el cuerpo de Hueso, quien le aferra los brazos. A Yancar le asoma una sonrisa estúpida, de miedo.

Escúcheme, Loco.

Con movimiento de mangosta, Romero le tajea la mejilla, le pone el filo al cuello y presiona.

Hasta matarte me da asco, buchón.

Yancar trata de alejar la yugular de la faca, pero Hueso lo empuja hacia el filo. Las palabras se atropellan para salir de la boca de Yancar.

Tengo guita fuera, Loco…

Romero se detiene, le mete la mirada muy adentro de los ojos. Yancar tiembla. La voz de Quince es un susurro brevísimo. Pero los hombres la oyen como si fuera un grito.

Isa.

Morales y dos verdugos se acercan por el corredor. La faca desaparece en la manga de Romero tan mágicamente como apareció. Hueso suelta a Yancar, pero no lo suelta la mirada de cólera contenida del Loco.

Ojalá que tengas mucha, alcahuete, porque me vas a tener que comprar tu vida todos los días.

Romero, Moñito y Menfis se vuelven y se alejan. Antes de seguirlos, Hueso le pone la mano en el culo a Yancar.

Este también lo vas a entregar, mamita.