Corrie Swanson vio la alta y hermosa figura de Stacy Bowdree emerger del torbellino de nieve, conduciendo a un hombre con las manos atadas y la cabeza greñuda agachada. Se preguntó vagamente si sería todo un espejismo. Desde luego que lo era. Stacy jamás habría subido allí.

Cuando se detuvo delante de ella, Corrie consiguió decir:

—Hola, espejismo.

Stacy se quedó pasmada.

—¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado?

Corrie intentó recordar todo lo que había sucedido, pero no lograba verlo con claridad. Cuanto más se esforzaba por recordar, más extraño se volvía todo.

—¿Eres real?

—¡Joder, claro! —Stacy se inclinó hacia delante, examinó a Corrie de cerca, y sus ojos azules se tiñeron de preocupación—. ¿Qué haces con estas esposas sujetas a la muñeca? Y tienes el pelo quemado. Cielo santo, ¿estabas tú en ese incendio?

Corrie intentó formar las palabras.

—Un hombre… ha intentado matarme en los túneles, pero…

—Sí. Es este.

Stacy empujó al hombre de bruces a la nieve delante de Corrie y le pisó con la bota el cuello. Corrie reparó en la pistola de calibre 45 que Stacy blandía. Procuró enfocar al hombre tirado en el suelo, pero le lloraban los ojos.

—Este es el tío al que han contratado para que te mate —prosiguió—. Lo he pillado cuando estaba a punto de apretar el gatillo. No quiere decirme cómo se llama, así que lo he llamado Basura.

—¿Cómo? ¿Cómo…?

Todo le parecía tan confuso.

—Escucha. Hay que llevarte al hospital, y a Basura, a la comisaría. Hay una quitanieves a menos de medio kilómetro, cerca del edificio de la bomba quemado.

«El edificio de la bomba».

—Quemado… Ha intentado quemarme viva.

—¿Quién? ¿Basura?

—No… Ted. Llevaba encima las ganzúas… He saltado la cerradura… justo a tiempo.

—Estás diciendo unas cosas muy raras —señaló Stacy—. Déjame que te ayude. ¿Puedes andar?

—Me he roto el tobillo. He perdido… un dedo.

—Mierda, deja que le eche un vistazo.

Notó que Stacy la examinaba, palpándole con cuidado el tobillo, haciéndole preguntas y explorándola en busca de heridas. Se sintió reconfortada. Unos minutos después, volvió a enfocar el rostro de Stacy, cerca del suyo.

—Vale, tienes algunas quemaduras de segundo grado. Y sí, te has roto el tobillo y has perdido el dedo meñique de la mano izquierda. No son buenas noticias, pero, por suerte, parece que eso es todo. Menos mal que ibas forrada de ropa de abrigo, si no te habrías quemado mucho más.

Corrie asintió con la cabeza. No acababa de entender lo que decía Stacy. Pero ¿era Stacy de verdad, no era un espejismo?

—Habías desaparecido…

—Lo siento. Cuando me tranquilicé, caí en la cuenta de que esos desgraciados habían pagado a un matón para que te echara de la ciudad, así que te estuve vigilando un tiempo y enseguida descubrí que Basura, aquí presente, andaba detrás de ti como un chucho detrás de la mierda. Lo seguí. Al final, robé una motonieve en el almacén de materiales, igual que vosotros dos, y seguí vuestras huellas hasta aquí arriba, justo a tiempo para ver a Basura meterse con sigilo en la mina. Te perdí en el interior de las minas, pero supuse que él también y conseguí desandar el camino a tiempo.

Corrie asintió con la cabeza. Nada tenía sentido para ella. Habían intentado matarla, eso lo tenía claro. Pero Stacy la había salvado. Era lo único que necesitaba saber. La cabeza le daba vueltas y no podía ni siquiera sostenerla. Se le formaban manchas negras delante de los ojos.

—Muy bien —prosiguió Stacy—, quédate aquí, llevaré a Basura hasta la quitanieves y luego vendremos a por ti. —Notó que la mano de Stacy le apretaba el hombro—. Aguanta un minuto más, guapa. Estás un poco tocada, pero te pondrás bien. Confía en mí, lo sé. He visto… —Hizo una pausa—. He visto cosas mucho peores.

Dio media vuelta.

—No —sollozó alargando la mano para retener a Stacy—. No te vayas.

—Tengo que irme. —Con delicadeza, se zafó de la mano de Corrie colocándola a un costado de ella—. No puedo tener controlado a Basura y ayudarte a la vez. Es preferible que no camines. Dame diez minutos, como mucho.

Le pareció mucho menos de diez minutos. Oyó el rugido de un motor diésel, luego vio un montón de faros que saeteaban la oscuridad, acercándose rápido y deteniéndose a la entrada de la mina en medio de un remolino de nieve. Apareció una extraña figura pálida —¿Pendergast?— y de pronto notó que la estrechaba en sus brazos, que la cogía como si volviera a ser una niña, con la cabeza recostada en su pecho. Sintió que los hombros de él se estremecían apenas, de forma regular, casi como si llorara. Pero eso, por supuesto, era imposible, porque Pendergast jamás lloraría.