Estaban sentadas en cómodos sillones en el Starbucks casi vacío. Corrie sostenía la taza con ambas manos, agradecida por el calor. Al otro lado de la mesa, Stacy Bowdree miraba fijamente su café. Estaba más callada, menos efusiva que esa mañana.
—¿Por qué dejaste las Fuerzas Aéreas? —quiso saber Corrie.
—Al principio, quería hacer carrera allí. Después del 11S, estaba en la universidad, mis padres habían muerto y no sabía muy bien hacia dónde ir, así que me pasé a la academia. En plan muy patriótico, totalmente idealista. Pero dos servicios en Irak y luego dos más en Afganistán me curaron de eso. Me di cuenta de que no estaba hecha para ser militar de carrera. Sigue siendo un juego de hombres, diga lo que diga la gente, sobre todo en las Fuerzas Aéreas.
—¿Cuatro misiones? Uau.
Bowdree se encogió de hombros.
—No es inusual. Necesitan mucha gente en tierra por allí.
—¿Y qué hacías?
—En el último servicio, era el oficial al mando del 382° Búnker Expedicionario del EOD, el cuerpo de artificieros. Estábamos emplazados en la base de Gardez, capital de la provincia de Paktiya.
—¿Desactivabas bombas?
—A veces. La mayor parte del tiempo limpiábamos el área de la base o llevábamos municiones al campo de tiro y nos deshacíamos de ellas. En realidad, cada vez que querían hincar una pala en la tierra, teníamos que limpiar la zona primero. De vez en cuando, teníamos que ir más allá de la alambrada a desactivar los IED, artefactos explosivos improvisados.
—¿Con esos trajes enormes para desactivar bombas?
—Sí, como en la película En tierra hostil. Aunque, sobre todo, usábamos robots. En cualquier caso, todo eso ya es pasado. Me licenciaron hace unos meses. He estado dando tumbos, sin saber qué hacer con mi vida, hasta que llegó la noticia de Pendergast.
—Y ahora estás en Roaring Fork.
—Sí, y probablemente te preguntes por qué.
—Bueno, un poco, sí.
Corrie rio nerviosa. No se había atrevido a preguntárselo.
—Cuando termines con mi tatarabuelo, me lo llevaré a Kentucky para enterrarlo en la finca familiar.
Corrie asintió.
—Genial.
—Mis padres ya no viven, no tengo hermanos. Me he estado interesando por el pasado de mi familia. Los Bowdree se remontan a muchísimos años atrás. Tenemos a los pioneros de Colorado, como Emmett; tenemos oficiales del ejército de la época de la Revolución; y luego está mi favorito, el capitán Thomas Bowdree Hicks, que luchó por el sur en el Ejército del Norte de Virginia, un auténtico héroe de guerra, y capitán, como yo.
Se le iluminó el rostro de orgullo.
—Me parece fenomenal.
—Me alegro. Porque no he venido aquí a meterte prisa con tu trabajo. No tengo una agenda apretada que cumplir. Solo quiero volver a conectar con mi pasado, con mis raíces, hacer una especie de viaje personal y, al final, llevarme a mi ancestro a Kentucky. Igual para entonces tengo más claro lo que quiero hacer.
Corrie se limitó a asentir con la cabeza.
Bowdree se terminó el café.
—Qué cosa tan rara que te devore un oso.
Corrie titubeó. Llevaba toda la tarde dándole vueltas y había decidido que, en conciencia, no podía ocultarle la verdad.
—Eh… creo que hay algo que deberías saber sobre tu antepasado.
Bowdree alzó la mirada.
—Esto es confidencial, por lo menos hasta que haya terminado mi trabajo.
—De acuerdo.
—A Emmett Bowdree no lo mató ni devoró un oso grizzly.
—¿No?
—Ni a los otros, al menos los que yo he examinado. —Inspiró hondo—. Fueron asesinados. Por una banda de asesinos en serie, parece. Los mataron y…
No pudo terminar la frase.
—¿Los mataron y…?
—Se los comieron.
—Me estás tomando el pelo.
Corrie negó con la cabeza.
—¿Y esto no lo sabe nadie?
—Solo Pendergast.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
Corrie hizo una pausa.
—Bueno, me gustaría quedarme aquí y resolver el caso.
Bowdree silbó.
—Cielo santo. ¿Tienes idea de quién pudo hacer algo semejante? ¿Y por qué?
—Aún no.
Se hizo un largo silencio.
—¿Necesitas ayuda?
—No. Bueno, puede. Tengo un montón de periódicos viejos que revisar; supongo que no me vendría mal una ayuda con eso. Pero el trabajo forense tengo que hacerlo yo sola. Es mi primera tesis de verdad y… bueno, quiero que sea mi trabajo. Pendergast cree que estoy loca y quiere que termine y me vuelva a Nueva York con lo que tenga, pero no estoy preparada para eso todavía.
Bowdree sonrió de oreja a oreja.
—Te entiendo perfectamente. Te pasa como a mí. Me gusta hacer mis cosas yo solita.
Corrie dio un sorbo a su bebida.
—¿Ha habido suerte con el alojamiento?
—Nada. En mi vida he visto una ciudad más cara que esta.
—¿Por qué no te vienes conmigo? Estoy cuidando una mansión vacía en Ravens Ravine Road, sola, con un perro abandonado. Y lo cierto es que la casa empieza a producirme escalofríos. Me encantaría tener compañía. —«Sobre todo si se trata de una exmilitar». Había estado toda la tarde pensando en esas huellas, en que estaría mucho más tranquila si compartiera la habitación con alguien—. Lo único que tienes que hacer es evitar unas cuantas cámaras de seguridad; el propietario, que no vive allí, es un entrometido. Pero me encantaría que vinieras.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad? —Bowdree sonrió feliz—. ¡Sería genial! Muchas gracias.
Corrie apuró su bebida y se levantó.
—Si estás lista, sígueme hasta allí arriba.
—Yo siempre estoy lista.
Y, dicho esto, cogió sus cosas y salió detrás de Corrie a la gélida noche.