En su suite del ático del hotel Sebastian, el agente Pendergast dejó a un lado el libro que estaba leyendo, apuró la tacita de expreso que tenía en la mesa auxiliar y, poniéndose de pie, se acercó al ventanal del fondo del salón. La suite estaba en absoluto silencio: a Pendergast le desagradaba el bullicio de vecinos anónimos y había reservado las habitaciones a ambos lados de la suya para asegurarse de que nada lo perturbaría. Permaneció de pie delante del ventanal, completamente inmóvil, observando East Main Street y la leve nieve que caía sobre las aceras, los edificios y los transeúntes, suavizando la escena nocturna y confiriendo un silencioso aire de ensueño a los millones de luces de Navidad que se extendían a lo largo de varias manzanas. Estuvo allí quizá diez minutos, contemplando la noche. Luego dio media vuelta y se dirigió al escritorio, donde había un sobre de FedEx, sin abrir. Se lo había enviado al hotel su factótum en Nueva York, Proctor.

Pendergast cogió el sobre, lo abrió con un movimiento suave y dejó que el contenido cayera sobre el escritorio. Eran varios sobres sellados de diversos tamaños junto con una tarjeta enorme, repujada y grabada, y una breve nota con la letra de Proctor. La nota decía simplemente que la pupila de Pendergast, Constance Greene, se había ido a Dharamsala, India, donde tenía pensado pasar dos semanas visitando a su enésimo rinpoche. La elegante tarjeta era una invitación a la boda del teniente Vincent D’Agosta y la capitana Laura Hayward, prevista para el 29 de mayo de la primavera siguiente.

La mirada de Pendergast se desplazó a los sobres sellados. Los miró por encima un instante, sin tocar ninguno; luego cogió uno de correo aéreo y le dio la vuelta en las manos, pensativo. Dejó los otros y volvió a la silla del salón, se sentó y abrió el sobre. En el interior, había una sola hoja de papel fino. Era una carta escrita con letra infantil. Empezó a leer.

6 de diciembre

École Mère-Église

St. Moritz, Suiza

Querido padre:

Parece que hace mucho que viniste a verme por última vez. He estado contando los días. Ya suman ciento doce. Espero que vuelvas pronto.

Aquí me tratan bien. La comida es muy buena. Los sábados por la noche nos dan tarta Linzer de postre. ¿Has comido alguna vez tarta Linzer? Está rica.

Muchos de los profesores de aquí hablan alemán, pero yo siempre procuro utilizar el inglés. Dicen que mi inglés está mejorando. Los profesores son muy simpáticos, salvo madame Montaine, que siempre huele a agua de rosas. Me gustan la historia y las ciencias, pero no las matemáticas. No se me dan bien las matemáticas.

Durante el otoño, he disfrutado paseando por las laderas después de clase, pero ahora hay demasiada nieve. Me han dicho que, en vacaciones de Navidad, me enseñarán a esquiar. Creo que me va a gustar.

Gracias por tu carta.

Por favor, mándame otra. Espero que volvamos a vernos pronto.

Con cariño, de tu hijo,

TRISTAM

Pendergast leyó la carta una segunda vez. Luego, muy despacio, volvió a plegarla y la metió en el sobre. Apagó la luz de lectura y se quedó sentado en la oscuridad, sumido en sus pensamientos, el libro olvidado, mientras pasaban los minutos. Se movió al fin, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número con el prefijo del norte de Virginia.

—Central de Vigilancia —dijo la voz nítida y sin acento.

—Soy el agente especial Pendergast. Póngame con Operaciones Sudamericanas, por favor, oficina 14-C.

—Muy bien.

Hubo un breve silencio, un clic y luego se oyó otra voz.

—Agente Wilkins.

—Habla Pendergast.

La voz se tensó un poco.

—Sí, señor.

—¿En qué estado se encuentra Wildfire?

—Estable pero negativo. No hay resultados.

—¿La vigilancia?

—Todos los puestos de escucha están activos. Estamos monitorizando los informes de la policía nacional y local y a los medios de comunicación veinticuatro horas al día y siete días a la semana y, además, estamos peinando electrónicamente los registros diarios de la Agencia de Seguridad Nacional. Por otra parte, seguimos interactuando con los agentes de campo de la CIA en Brasil y los países limítrofes en busca de cualquier… actividad anómala.

—¿Tiene mi ubicación actual?

—¿En Colorado? Sí.

—Muy bien, agente Wilkins. Como siempre, por favor, infórmeme inmediatamente si el estado de Wildfire cambia.

—Eso haremos, señor.

Pendergast puso fin a la llamada. Cogió el teléfono de la habitación y pidió otro expreso al servicio de habitaciones. Luego hizo otra llamada con su móvil, esta vez a un barrio residencial de Cleveland llamado River Pointe.

Atendieron la llamada al segundo tono. No se oyó ninguna voz, solo el sonido que indicaba que se había hecho una conexión.

—¿Mime? —dijo Pendergast al silencio.

Por un instante, nada. Luego sonó una voz fina y aguda.

—¿Es mi hombre de confianza? ¿Mi principal agente secreto especial?

—¿Alguna novedad, Mime, por favor?

—Todo está tranquilo por el Frente Occidental.

—¿Nada?

—Ni pío.

—Un momento. —Pendergast hizo una pausa mientras un empleado del servicio de habitaciones le entraba el expreso. Le dio una propina y esperó a que se marchara—. ¿Está seguro de haber lanzado la red con precisión y amplitud suficientes para detectar al… objetivo si aparece?

—Agente secreto, dispongo de una serie de algoritmos de IA y patrones de búsqueda heurística online con los que se sorprendería. Estoy monitorizando todo el tráfico web oficial, y una buena cantidad de tráfico no oficial, de entrada y salida de la zona objetivo. Ni se imagina el ancho de banda que estoy quemando. He tenido que engancharme a los servidores de al menos media docena de…

—Ni me lo imagino, ni me lo quiero imaginar.

—En cualquier caso, el objetivo está completamente desconectado, ni actualizaciones de Facebook tiene ese tipo. Pero si está tan enfermo como dice, en cuanto aparezca… ¡zas! —Se hizo un silencio repentino—. Huy, perdón. Siempre se me olvida que Alban es su hijo.

—Siga monitorizando las operaciones, por favor, Mime. Y manténgame informado en cuanto observe cualquier cambio.

—Hecho. —Y colgó.

Pendergast se quedó sentado en la habitación en penumbra, inmóvil, mucho rato.