Corrie entró en la sección de historia de la biblioteca de Roaring Fork. La hermosa sala revestida de paneles de madera estaba una vez más vacía, salvo por Ted Roman, que leía un libro sentado a su escritorio. Alzó la mirada cuando ella entró, y su rostro enjuto se iluminó.
—¡Vaya, vaya! —dijo levantándose—. ¡La chica más infame de Roaring Fork regresa triunfante!
—Por Dios, ¿qué clase de bienvenida es esa?
—Una sincera. Lo digo en serio. Entre ese agente del FBI y tú habéis conseguido desenmascarar a Kermode. Dios, ha sido una de las mejores cosas que he visto en esta ciudad.
—¿Estuviste en la sesión del consistorio?
—Por supuesto. Ya era hora de que alguien tumbara a esa… Espero que esta palabra no te parezca ofensiva… Bueno, ahí va: esa zorra.
—A mí no me ofende.
—Además, el hombre de negro no solo le paró los pies a Kermode, sino que también se enfrentó a ese pequeño triunvirato tan bien avenido que forman ella, el jefe de policía y el alcalde. Con la intervención de tu amigo, casi se lo hacen los tres encima, ¡y Montebello!
Se partía de risa, y sus carcajadas eran tan contagiosas que Corrie terminó riéndose también.
—Tengo que reconocer que me complació oír la historia —dijo Corrie—. Sobre todo después de pasar diez días en la cárcel por su culpa.
—En cuanto leí que te habían arrestado supe que era un montaje. —Ted trató de alisarse el tupé que le sobresalía de la frente—. Bueno, ¿qué buscas hoy?
—Me gustaría averiguar todo lo que pueda sobre la vida de Emmett Bowdree, y sobre su muerte.
—¿El minero al que has estado analizando? A ver qué podemos encontrar.
—¿Siempre está así de vacía la biblioteca? —preguntó ella mientras se acercaban a la zona de ordenadores.
—Sí. Alucinante, ¿verdad? La biblioteca más bonita del oeste y no viene nadie. Es que la gente de esta ciudad está demasiado ocupada luciendo pieles y diamantes por Main Street.
Imitó a una estrella de cine desfilando por una pasarela mientras ponía caras.
Corrie rio. Ted era un tipo divertido.
Se sentó a un ordenador e introdujo la clave de acceso. Inició varias búsquedas y le fue explicando lo que hacía mientras ella se asomaba por encima de su hombro.
—Vale, he encontrado algunas cosas interesantes sobre el señor Bowdree. —Corrie oyó que se activaba una impresora a su espalda—. Mira la lista y dime qué te interesa.
Ted fue a por las hojas impresas, y ella les echó un vistazo rápido, complacida —de hecho, casi abrumada— por la cantidad de información encontrada. Al parecer, había bastantes cosas sobre Emmett Bowdree: menciones en periódicos, registros de empleo y compra de oro, documentos de minas y concesiones, y otras referencias.
—Oye… —empezó Ted, pero luego se detuvo.
—Dime.
—Eh, como me dejaste plantado la otra vez que quedamos para tomar una cerveza…
—Lo siento. Estaba ocupada dejándome arrestar.
Ted rio.
—Bueno, aún me debes una. ¿Esta noche?
Corrie lo miró, de pronto ruborizada, incómoda, esperanzada.
—Me encantaría —se oyó decir.