A las nueve de la mañana siguiente, Corrie aparcó su coche de alquiler a la entrada de The Heights. Allí, el guardia, ni la mitad de amable que la otra vez que había ido con el jefe de policía, dedicó una cantidad de tiempo ofensiva a verificar su carnet de identidad y a llamar para comprobar su cita, sin dejar de lanzarle miradas despectivas a su coche.

Corrie se esforzó por ser educada y, al cabo de un buen rato, enfilaba al fin la carretera hacia el club y las oficinas de la promotora. No tardó mucho en ver un puñado de edificios en la base del valle: pintorescos, cubiertos de nieve y de carámbanos de hielo, con las chimeneas humeando. Al fondo, en la zona más elevada del valle nevado, divisó la inmensa franja de tierra de un solar en obras, sin duda el nuevo club balneario. Observó cómo las retroexcavadoras y los cargadores cavaban afanosamente los cimientos. No pudo evitar preguntarse para qué querrían un club nuevo cuando el antiguo ya era impresionante.

Dejó el vehículo en el aparcamiento de visitantes y entró en el club, donde la secretaria le indicó la ubicación de las oficinas de Town & Mount Real Estate.

La recepción de la inmobiliaria era suntuosa, toda de madera y piedra, con tapices navajo en las paredes, una espectacular lámpara de araña hecha de astas de ciervo, muebles de cuero y madera al estilo vaquero y una chimenea de piedra en la que ardían leños de verdad. Tomó asiento y se dispuso a esperar.

Una hora después la hicieron pasar por fin al despacho de la señora Kermode, presidenta de Town & Mount y directora de la Asociación de Vecinos de The Heights. Corrie se había vestido de mujer de negocios, con traje de chaqueta gris, blusa blanca y zapatos de tacón bajo. Estaba decidida a mantener la calma y ganarse a la señora Kermode con halagos, encanto y persuasión.

La tarde anterior había hecho lo indecible por desenterrar algún asunto turbio sobre Kermode, atendiendo a la máxima pendergastiana de que si quieres algo de alguien más te vale tener con qué chantajearlo. Pero Kermode parecía una mujer por encima de todo reproche: generosa colaboradora de las ONG locales, miembro veterano de la Iglesia presbiteriana, voluntaria en el comedor social (a Corrie le sorprendió que una ciudad como Roaring Fork tuviera siquiera comedor social) y mujer de negocios de reconocida integridad. Aunque no era precisamente amada, y de hecho muchos la detestaban, sí era respetada, y temida, por todos.

La señora Kermode sorprendió a Corrie. Lejos de ser la mujer rancia que inspiraba el nombre de Betty Brown Kermode, era una señora muy aparente, de sesenta y pocos años, esbelta y atlética, de pelo grisáceo muy bien peinado y maquillaje discreto. Iba vestida de vaquera elegante, con un chaleco indio bordado de cuentas, una camisa blanca, vaqueros ajustados y botas camperas. Un collar navajo de flores de calabaza completaba el conjunto. Las paredes de su despacho estaban forradas de fotos de ella montando un caballo de pelaje manchado en las montañas y compitiendo en un ruedo, arremetiendo contra un rebaño de vacas. En un rincón, había un dispensador de agua fría. Otro de los rincones del despacho estaba presidido por una magnífica silla del oeste, grabada toda ella en relieve y rematada en plata.

Con naturalidad y simpatía, la señora Kermode se adelantó y le estrechó la mano a Corrie, invitándola a sentarse. La irritación de Corrie por la hora de espera comenzó a disiparse con tan cálida acogida.

—Bueno, Corrie —empezó a hablar con pronunciado acento texano—, quiero agradecerle que haya venido. Así tengo ocasión de explicarle en persona por qué el jefe Morris y yo, lamentablemente, no podemos satisfacer su petición.

—Yo confiaba en poder explicarle…

Pero Kermode tenía prisa e hizo caso omiso al intento de Corrie de presentar sus argumentos.

—Corrie, le voy a ser franca. El examen científico de esos restos mortales para… una tesis universitaria es, a nuestro juicio, irrespetuoso con los difuntos.

Aquello no era lo que Corrie esperaba.

—¿En qué sentido?

Kermode soltó una risita maliciosa.

—Mi querida señorita Swanson, ¿cómo puede preguntarme algo así? ¿Querría usted que un estudiante manoseara los restos de su abuelo?

—A mí no me importaría.

—Yo no estaría tan segura. Claro que no querría. Al menos de donde yo vengo tratamos a los muertos con respeto. Esos restos humanos son sagrados.

Corrie trató desesperadamente de retomar sus argumentos.

—Pero esta es una oportunidad única para la medicina forense. Permitirá a los cuerpos de seguridad…

—¿Una tesis universitaria? ¿Aportar algo a la medicina forense? ¿No le parece que está exagerando un poco la importancia de este proyecto, señorita Swanson?

Corrie inspiró hondo.

—En absoluto. Este podría ser un estudio muy importante y recabaría una destacada cantidad de datos sobre las lesiones perimortem producidas por un carnívoro de grandes dimensiones. Cuando se encuentra el esqueleto de una víctima de asesinato, el patólogo forense debe distinguir cualquier marca ocasionada por los dientes de un animal y otros daños postmortem de las marcas dejadas en los huesos por el autor del crimen. Es un asunto serio, y este estudio…

—¡Como si me hablara en chino! —dijo riendo la señora Kermode, con un gesto despectivo de la mano, como indicando que no entendía nada.

Corrie decidió cambiar de estrategia.

—Es importante para mí, personalmente, señora Kermode, pero también podría serlo para Roaring Fork. Se haría algo constructivo, algo positivo con esos restos humanos. Daría muy buena imagen de esta comunidad y del jefe…

—No es respetuoso —espetó Kermode con firmeza—. No es cristiano. Muchos de los habitantes de esta ciudad lo encontrarían ofensivo. Somos los guardianes de esos restos y nos tomamos muy en serio nuestra responsabilidad. No puedo permitirlo bajo ningún concepto.

—Pero… —Corrie notó que la rabia se le desataba, pese a su empeño en contenerla—. Pero… si han sido ustedes mismos quienes los han desenterrado.

Se hizo el silencio. Luego Kermode habló con suavidad:

—La decisión se tomó hace mucho tiempo. En 1978, de hecho. La ciudad lo aprobó. En The Heights, llevamos casi diez años planificando el nuevo club balneario.

—¿Y para qué lo quieren si ya tienen un club precioso?

—Precisaremos uno más grande para atender las demandas de la Fase III, cuando abramos West Mountain a un número selecto de viviendas personalizadas. Como ya le he dicho repetidas veces, llevamos años planificando esto. Nos debemos a nuestros propietarios e inversores.

«Nuestros propietarios e inversores».

—Lo único que quiero es examinar los huesos, con el máximo respeto y con válidos e importantes fines científicos. ¿Qué tiene eso de irrespetuoso?

Kermode se levantó, con una amplia sonrisa de plástico en los labios.

—La decisión ya está tomada, señorita Swanson, es terminante y yo soy una mujer muy ocupada. Le ruego que se marche.

Corrie se puso en pie. Tuvo aquella antigua y horrible sensación de que le hervía la sangre por dentro.

—Desentierran un cementerio entero para hacer dinero con un complejo urbanístico, meten los cadáveres en féretros de plástico y los guardan en un almacén de materiales ¿y se atreve a decirme que voy a deshonrar a los muertos por estudiar los huesos? ¡Es usted una hipócrita, así de simple!

Kermode palideció. Corrie vio que se le inflaba una vena del recio cuello. La voz se le puso muy grave, casi masculina.

—Mira, zorra —dijo—, te doy cinco minutos para que salgas del complejo. Como se te ocurra volver, te haré arrestar por allanamiento. ¡Largo!

Corrie de pronto se notó muy serena. Aquello era el fin. Se había acabado. Pero no iba a permitir que nadie la llamara «zorra». Miró a la señora Kermode con los ojos entrecerrados.

—¿Y usted se considera un miembro destacado de la Iglesia? Usted no es cristiana. No es más que una farsante. Una falsa, codiciosa y mentirosa.

En el camino de vuelta a Basalt, empezó a nevar. Mientras avanzaba a quince kilómetros por hora en su coche, con los limpiaparabrisas moviéndose en vano de un lado a otro, se le ocurrió una idea. Esas marcas anómalas que había detectado en los huesos… De pronto supo que quizá había otro modo de investigar aquel turbio asunto.