Primera Parte

El conflicto

¿Regresaste a casa, tío Mather? Cuando te marchaste de Andur’Blough Inninness, de tu hogar élfico, ¿regresaste al lugar de tu infancia?

Creía que era un sueño que me había conducido por los Páramos hacia el norte, hasta un valle de rígidos pinos y musgo caribú que llegaba hasta la rodilla. Ahora me pregunto si fue un recuerdo recobrado, un volver atrás siguiendo el mismo rumbo que los elfos habían tomado el día en que me sacaron de Dundalis. Quizás ellos habían cubierto mi memoria con un velo para que no deseara escapar de Caer’alfar y regresar a mi tierra. Quizás el último Oráculo de Andur’Blough Inninness no había hecho más que alzar ese velo.

Ni siquiera me había parado a considerar tal hipótesis hasta que mi viaje hacia el norte me condujo a estas tierras familiares. Tenía miedo de haber errado el rumbo, tenía miedo de haber regresado a casa por medio del recuerdo, no de un sueño.

Ahora lo he entendido. Esta tierra es mi tierra, mi guarida de guardabosque. Está bajo mi protección, aunque la gente que la habita, orgullosa y dura, crea que no la necesitan y con seguridad la rechazarían si se la ofreciera.

Hay mucha más gente que cuando yo vivía aquí. Prado de Mala Hierba sigue siendo un pueblo de ochenta vecinos —los trasgos no lo atacaron después del saqueo de Dundalis— y a unos cincuenta kilómetros hacia el oeste, más allá del límite de las Tierras Agrestes, han construido un pueblo con casi el doble de habitantes. Lo han llamado Fin del Mundo, nombre que le va que ni pintado.

Y, ¿sabes, tío Mather?, han reconstruido Dundalis y han conservado el nombre. Todavía no sé qué siento al respecto. ¿Es la nueva Dundalis un homenaje o una burla a la antigua ciudad? Sentí dolor cuando, recorriendo el ancho camino de carros, fui a dar ante un poste de señalización —nuevo, desde luego, pues nosotros no tuvimos jamás cosa semejante— que indicaba los límites de Dundalis. Por un momento, he de admitirlo, me aferré a la absurda fantasía de que mis recuerdos de destrucción y matanza eran un error. Quizá, me atreví a pensar, los elfos me habían engañado haciéndome creer que Dundalis y su gente habían muerto para impedirme huir de su custodia, o para salvaguardarme del deseo de huir.

Bajo el nombre que indicaba el poste, habían escrito «Dundalis dan Dundalis», y también «McDundalis», indicando que el lugar era «el hijo de Dundalis». Debería haber comprendido lo que implicaba.

Con enorme prevención recorrí los últimos kilómetros hasta el pueblo… y vi un lugar que no conocía en absoluto.

Ahora hay una taberna, más grande que la vieja casa común y construida sobre los cimientos de mi antigua casa.

Construida por extraños.

Fue un momento difícil, tío Mather. Me sentí total y absolutamente fuera de lugar. Había llegado a casa y, sin embargo, aquella no era mi casa. La gente era la misma —fuertes y robustos, duros como una noche de invierno— y, no obstante, no eran los mismos. No eran ni Brody Amable, ni Bunker Crawyer, ni Shane McMichael, ni Thomas Ault, ni madre, ni padre, ni Pony. No era Dundalis.

Rehusé la invitación del dueño de la taberna, un hombre de aspecto risueño, y sin mediar palabra —supongo que había llegado el momento en que la gente del pueblo empezaba a sospechar que era un poco raro— me volví por donde había venido. Desahogué mis frustraciones con el letrero del poste, lo admito, arrancando la tabla inferior, los garabatos referidos al pueblo original.

Nunca me había sentido tan solo, ni siquiera aquella mañana después del desastre. El mundo había continuado sin mí. Entonces fui a hablar contigo, tío Mather, y atravesé la ciudad y subí por la pendiente del extremo norte. Hay varias cuevas pequeñas en lo alto de la pendiente, dominando el valle. En una de ellas, eso creía, encontraría al Oráculo. Encontraría al tío Mather. Encontraría la paz.

Nunca lo había hecho en esta sierra. Es una cosa divertida, la memoria. Para los elfos, es un camino para ir hacia atrás en el tiempo, para redescubrir viejas escenas con la perspectiva de una nueva luz.

Así ocurrió aquella mañana. La vi, tío Mather; vi a mi Pony, tan viva, tan maravillosa y bella como siempre. La recordé de forma tan vívida como si, de hecho, hubiera estado a mi lado de nuevo otra vez… durante unos pocos momentos efímeros.

No tengo amigos nuevos entre los actuales habitantes de Dundalis, y en realidad no espero tener ninguno. Pero he encontrado la paz, tío Mather. He vuelto a casa.

Elbryan Wyndon