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27

Luchó desesperadamente por liberarse, sacudiendo las patas traseras para arañar la barriga de su enemigo. El líder del Clan de la Sombra apenas se movió. Su hedor colmaba la boca y la nariz de Corazón de Fuego, y sus ojos ámbar relucían de odio clavados en los del lugarteniente.

—Saluda al Clan Estelar de mi parte —gruñó Estrella de Tigre.

—¡Sólo después de ti! —replicó Corazón de Fuego sin aliento.

Para su asombro, el atigrado lo soltó. Al ponerse en pie, el lugarteniente vio que su enemigo daba media vuelta para saltar al árbol más cercano. Antes de entender qué estaba ocurriendo, oyó un aullido ensordecedor y notó que el suelo temblaba bajo sus patas. Al volverse, vio que el líder de la manada se abalanzaba sobre él con las fauces bien abiertas. No había tiempo para escapar. Corazón de Fuego cerró los ojos y se preparó para reunirse con el Clan Estelar.

Sintió que lo atravesaba el dolor cuando unos afilados dientes se cerraron sobre su pescuezo. Sus extremidades se agitaron impotentemente cuando el perro lo levantó del suelo para sacudirlo de un lado a otro. Se retorció en el aire tratando de arañar ojos, quijadas, lengua, pero sus frenéticas zarpas no daban en el blanco. El bosque giraba a su alrededor. Captó más ladridos; el hedor a perro estaba por todas partes.

—¡Clan Estelar, ayúdame! —suplicó Corazón de Fuego con un aullido de terror y desesperación. No se trataba sólo de su propia muerte, sino del fin de todo su clan. Su plan había fracasado—. Clan Estelar, ¿dónde estás?

De pronto, sonó un aullido cerca. Corazón de Fuego fue lanzado al suelo, y el golpe lo dejó sin resuello. La presión sobre su cuello había desaparecido. Aturdido, alzó la mirada y vio que una figura gris azulada chocaba contra el costado del perro líder.

—¡Estrella Azul! —chilló.

La fuerza del impacto de la gata mandó al perro trastabillando hasta el mismo borde del precipicio. Sus ladridos se transformaron en un agudo gañido de pavor, mientras sus enormes patas trataban de encontrar un asidero en la hierba. La blanda tierra se hundió bajo su peso, y el perro cayó, pero, mientras desaparecía, sus mandíbulas atraparon una pata de Estrella Azul, a la que el perro arrastró consigo.

Otros dos perros, que iban pisando los talones a su líder, tampoco pudieron frenar a tiempo. Se abalanzaron a ciegas al desfiladero y se esfumaron, aullando, mientras el resto de los perros paraban en seco, mudando sus ladridos en gemidos lastimeros. Antes de que Corazón de Fuego consiguiera ponerse en pie, lo que quedaba de la manada se apartó del precipicio y huyó al bosque.

Corazón de Fuego se acercó al borde tambaleándose y miró hacia abajo. El agua espumeaba a sus pies. Durante un segundo, entrevió la boca abierta del líder de la manada, luchando entre las olas, antes de desaparecer de nuevo.

—¡Estrella Azul! —gritó el lugarteniente.

¿Qué estaba haciendo allí su líder? Él la había mandado a las Rocas Soleadas junto con el resto del clan.

Demasiado impresionado para moverse, Corazón de Fuego observó el río. De repente, vio que en la superficie del agua aparecía una pequeña cabeza, y unas patas agitándose con fiereza. ¡Estrella Azul aún estaba viva! Pero la corriente la arrastraba río abajo, y Corazón de Fuego sabía que la gata estaba demasiado débil para nadar mucho tiempo.

Sólo había una cosa que pudiera hacer.

—¡Estrella Azul, aguanta! ¡Ya voy! —gritó, y descendió por la escarpada ladera del desfiladero para lanzarse al río.

El agua lo atenazó como si fuera una gigantesca zarpa y lo llevó de un lado a otro. El frío helador de la corriente lo dejó sin aliento. Intentó nadar pataleando furiosamente, pero la fuerza del río lo hundió. Había perdido de vista a Estrella Azul antes de entrar en el agua; ahora no podía ver nada excepto la espuma que burbujeaba a su alrededor.

En cuanto logró sacar la cabeza, luchó por tomar aire y consiguió mantenerse a flote mientras la veloz corriente lo arrastraba río abajo. Entonces volvió a ver a Estrella Azul, a unos zorros de distancia, con el pelo pegado al cuerpo y la boca abierta. Moviendo las patas con fuerza, Corazón de Fuego cubrió el espacio que los separaba, y cuando la líder empezó a hundirse de nuevo, él la agarró por el pescuezo.

El peso extra lo empujó hacia el fondo. Todos los instintos de Corazón de Fuego le gritaban que soltase a Estrella Azul y salvara su propia vida, pero se obligó a aguantar, mientras forzaba las patas para volver a sacar a la líder a la superficie. Estuvo a punto de perderla cuando algo chocó con ellos; vio a un perro girando en la corriente, con los ojos vidriosos de terror mientras manoteaba con impotencia hasta desaparecer de nuevo.

Una repentina sombra pasó sobre ellos y luego quedó atrás; la corriente los había arrastrado por debajo del puente de Dos Patas, alejándolos del peligroso desfiladero. Corazón de Fuego pudo ver ya las riberas del río e intentó ir hacia allí, pero le dolían las patas de agotamiento. Estrella Azul era como un peso muerto, incapaz de ayudarse a sí misma. El lugarteniente sabía que no podía soltarla para tomar más aire, y todos sus sentidos empezaron a difuminarse cuando se le hundió la cabeza de nuevo.

Apenas consciente, hizo un último y gran esfuerzo, pataleando en el agua. Pero, cuando volvió a asomar a la superficie, no pudo ver la orilla y perdió todo el sentido de la orientación. Se le agarrotaron las patas del pánico al saber que iba a ahogarse.

De pronto, el peso de Estrella Azul se aligeró. Parpadeando contra el agua que se le metía en los ojos, vio otra cabeza en el río, a su lado, aferrando con fuerza a su líder. Reconoció el pelaje gris azulado, y casi dejó de nadar de la sorpresa.

¡Era Vaharina!

En ese mismo momento, oyó la voz de Pedrizo al otro lado:

—Suéltala. Ya la tenemos nosotros.

Corazón de Fuego lo hizo y dejó que Pedrizo ocupara su lugar. Los dos gatos del Clan del Río impulsaron a Estrella Azul hacia la orilla. Sin la necesidad de sujetar a su líder, Corazón de Fuego pudo nadar tras ellos hasta notar el lecho del río bajo las zarpas. Ahora estaban en un terreno más llano, pues la corriente los había alejado del escarpado desfiladero, y el lugarteniente llegó chapoteando a la seguridad de la ribera, en el lado del Clan del Río.

Tosiendo y resollando, llevó aire a sus contraídos pulmones; luego se sacudió el agua de encima y miró alrededor para ver qué había pasado con Estrella Azul. Vaharina y Pedrizo la habían dejado tumbada de costado sobre los guijarros. Le goteaba agua de las mandíbulas abiertas, y no se movía.

—¡Estrella Azul! —exclamó Vaharina.

—¿Está muerta? —preguntó Corazón de Fuego con voz ronca, acercándose a trompicones.

—Creo que…

Un estridente aullido interrumpió a Pedrizo.

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego! ¡Cuidado!

Era la voz de Látigo Gris. Al darse la vuelta, el lugarteniente vio que Estrella de Tigre estaba cruzando a la carrera el puente de Dos Patas, con el guerrero gris pisándole los talones. Cuando el líder del Clan de la Sombra viró bruscamente hacia la ribera, Látigo Gris lo adelantó y giró en redondo para encararse a él.

—¡Quédate donde estás! —gruñó—. No los toques.

La rabia dio fuerzas a Corazón de Fuego. Su líder yacía en la orilla mientras su última vida se consumía. Daba igual lo que ella hubiera dicho o hecho: seguía siendo su líder, y él nunca había pretendido que muriera por el bien del clan. ¡Y todo aquello era culpa de Estrella de Tigre!

Corrió por la ribera hasta colocarse junto a Látigo Gris, y el líder del Clan de la Sombra se detuvo a un par de zorros de distancia. Era evidente que estaba pensando si debía enfrentarse a los dos al mismo tiempo.

A sus espaldas, el lugarteniente oyó que Vaharina exclamaba con voz ahogada:

—¡Corazón de Fuego! ¡Está viva!

Él le enseñó los dientes a Estrella de Tigre.

—Da un paso más, y te arrojaré al río con los perros —gruñó—. Látigo Gris, asegúrate de que no se acerca.

Su amigo asintió sacando las uñas, y Estrella de Tigre soltó un largo bufido de furia y frustración.

Corazón de Fuego volvió corriendo al lado de Estrella Azul. Seguía tumbada sobre los guijarros, aunque ahora el pecho le subía y le bajaba con respiraciones entrecortadas.

—¿Estrella Azul? —susurró—. Estrella Azul, soy Corazón de Fuego. Ahora ya estás bien. Estás a salvo.

Ella entreabrió los ojos, que se desviaron a los dos guerreros del Clan del Río. En un primer momento no los reconoció, pero luego se le dilataron los ojos, enternecidos de orgullo.

—Vosotros me habéis salvado —murmuró.

—Chist. No intentes hablar —le aconsejó Vaharina.

Estrella Azul no pareció oírla.

—Quiero deciros algo… Quiero pediros perdón por haberos mandado lejos de mí. Corazón de Roble me prometió que Tabora sería una buena madre para vosotros.

—Y lo fue —maulló Pedrizo secamente.

Corazón de Fuego se puso tenso. La última vez que los dos hermanos habían hablado con Estrella Azul, le dirigieron palabras envenenadas, llenas de odio por lo que ella había hecho. ¿La emprenderían ahora con ella, indefensa como estaba?

—Le debo mucho a Tabora —continuó Estrella Azul. Su voz era débil e irregular—. Y también a Corazón de Roble, por educaros tan bien. Os he observado mientras crecíais y he visto cuánto tenéis que dar al clan que os adoptó. —La recorrió un escalofrío, y dejó de hablar un instante—. Si yo hubiese tomado una decisión distinta, le habríais dado toda vuestra fuerza al Clan del Trueno. Perdonadme —pidió con voz quebrada.

Vaharina y Pedrizo intercambiaron una mirada dubitativa.

—Estrella Azul ha sufrido mucho por su decisión. —Corazón de Fuego no pudo evitar intervenir—. Por favor, perdonadla.

Durante unos segundos, los hermanos siguieron dudando. Al cabo, Vaharina inclinó la cabeza para lamer el pelo de su verdadera madre, y Corazón de Fuego sintió que le temblaban las patas de alivio.

—Te perdonamos, Estrella Azul —murmuró la guerrera.

—Te perdonamos —repitió Pedrizo.

Pese a lo débil que estaba, Estrella Azul empezó a ronronear de felicidad. Corazón de Fuego notó un nudo en la garganta cuando los dos gatos del Clan del Río se agacharon junto a la líder del Clan del Trueno —su madre— para compartir lenguas con ella por primera vez.

Un bufido rabioso de Látigo Gris lo hizo volverse. Estrella de Tigre había avanzado un paso; el enorme atigrado tenía los ojos desorbitados de pasmo. Corazón de Fuego comprendió que, hasta ese mismo momento, Estrella de Tigre no había sabido quién era la madre de los cachorros que el Clan del Trueno había entregado al Clan del Río.

—No des ni un paso más, Estrella de Tigre —siseó—. Esto no tiene nada que ver contigo.

Al devolver su atención a Estrella Azul, vio que a la líder se le estaban cerrando los ojos y que su respiración se estaba volviendo más rápida y superficial.

—¿Qué podemos hacer? —le preguntó angustiado a Vaharina—. Ésta es su última vida, y ahora no lograría llegar al campamento del Clan del Trueno. ¿Alguno de vosotros podría ir a buscar a vuestro curandero?

—Es demasiado tarde para eso —respondió Pedrizo en voz baja y amable—. Estrella Azul ha emprendido el camino al Clan Estelar.

—¡No! —protestó Corazón de Fuego. Se agachó junto a su líder y apretó el hocico contra el de ella—. ¡Estrella Azul! ¡Estrella Azul… despierta! Iremos a buscar ayuda… Tú aguanta un poco más.

Ella abrió los ojos, pero no miraba al lugarteniente, sino a algo que estaba por encima de su omóplato. Su mirada era clara y rebosaba paz.

—Corazón de Roble —murmuró la gata—. ¿Has venido por mí? Estoy preparada.

—¡No! —volvió a protestar Corazón de Fuego.

Sus recientes problemas con Estrella Azul se esfumaron. Sólo recordaba a la noble líder que había sido, sabia y ejemplar, y a la mentora que le había enseñado cuando llegó al clan como gato doméstico. Y al final, el Clan Estelar había sido considerado con ella. Estrella Azul había abandonado las sombras para morir con la misma nobleza con que había vivido, salvando a su clan con el sacrificio de su propia vida.

—Estrella Azul, no nos dejes —le suplicó.

—Debo hacerlo —susurró ella—. He participado en mi última batalla. —Resollaba al esforzarse en hablar—. Cuando he visto al clan en las Rocas Soleadas, los fuertes ayudando a los débiles… sabiendo que tú y los demás habíais ido a enfrentaros a la manada… he sabido que mi clan era leal. He sabido que el Clan Estelar no nos había dado la espalda. He sabido… —Se le quebró la voz, y luchó por continuar—. He sabido que no podía dejarte solo frente al peligro.

—Estrella Azul… —A Corazón de Fuego le tembló la voz por el dolor de la despedida, pero aun así lo alegraba saber que su líder no lo consideraba un traidor.

La gata clavó en él sus ojos azules. El lugarteniente pensó que ya podía ver en ellos el resplandor del Clan Estelar.

—El fuego salvará el clan —murmuró la líder, y él recordó la misteriosa profecía que había oído en sus primeros tiempos en el Clan del Trueno—. Tú nunca lo has entendido, ¿verdad? —continuó—. Ni siquiera cuando te di tu nombre de aprendiz, Zarpa de Fuego. Yo misma dudé cuando el incendio arrasó el campamento, pero ahora veo la verdad. Corazón de Fuego, tú eres el fuego que salvará al clan.

El lugarteniente no pudo hacer otra cosa que mirar fijamente a su adorada líder. Sentía como si todo su cuerpo se hubiera convertido en piedra. Por encima de su cabeza, el viento deshizo las nubes, dejando que un rayo de sol incidiera sobre su pelaje como una llama, al igual que había sucedido en el claro del campamento cuando llegó por primera vez al clan, hacía ya muchas lunas.

—Serás un gran líder. —La voz de Estrella Azul era apenas un susurro—. Uno de los más grandes que el bosque haya conocido jamás. Tendrás la calidez del fuego para proteger a tu clan, y la ferocidad del fuego para defenderlo. Serás Estrella de Fuego, la luz del Clan del Trueno.

—¡No! No puedo. No sin ti, Estrella Azul.

Pero era demasiado tarde. Estrella Azul suspiró levemente, y la luz de sus ojos se apagó. Vaharina musitó un quejido y hundió el hocico en el pelo de su madre. Pedrizo se agachó a su lado, cabizbajo.

—¡Estrella Azul! —maulló Corazón de Fuego desesperadamente, pero no hubo respuesta.

La líder del Clan del Trueno había consumido su última vida y se había ido a cazar con el Clan Estelar eternamente.

El joven lugarteniente se levantó con las patas entumecidas. Tuvo que hundir las garras en la tierra cuando la cabeza empezó a darle vueltas; por un momento temió que el cielo fuera a caérsele encima. Notaba un hormigueo en la piel, y le pareció que su desbocado corazón iba a estallarle en el pecho.

—Corazón de Fuego —murmuró Látigo Gris—. Oh, Corazón de Fuego.

El guerrero gris había dejado a Estrella de Tigre para acercarse silenciosamente a presenciar la muerte de su líder. Entonces, Corazón de Fuego vio que la mirada ámbar de su amigo estaba fija en él con expresión reverencial, y cuando sus ojos se encontraron, Látigo Gris inclinó la cabeza con el más profundo respeto. Corazón de Fuego se quedó rígido de espanto, deseando protestar; quería el consuelo de su viejo y despreocupado amigo, no aquel reconocimiento formal de un guerrero al líder de su clan.

Algo más allá, Estrella de Tigre observaba a los gatos apiñados en la orilla, con asombro y furia en los ojos. Antes de que Corazón de Fuego pudiera decir nada, el líder del Clan de la Sombra dio media vuelta y corrió al puente de Dos Patas, de regreso a su territorio.

Corazón de Fuego lo dejó marchar. Él tenía que ocuparse de los miembros de su propio clan, que estarían aterrorizados y angustiados, antes de ajustar viejas cuentas. Pero lo que Estrella de Tigre había hecho ese día no lo olvidaría fácilmente; ningún gato del Clan del Trueno lo olvidaría.

—Tenemos que ir por algunos gatos más —le dijo a Látigo Gris con voz ronca—. Debemos llevar el cuerpo de Estrella Azul al campamento.

Su amigo inclinó la cabeza de nuevo.

—Sí, Corazón de Fuego.

—Nosotros os ayudaremos —se ofreció Pedrizo, levantándose.

—Para nosotros sería un honor —añadió Vaharina con los ojos empañados de pena—. Nos gustaría ver cómo nuestra madre descansa en paz en su clan.

—Gracias a los dos —maulló Corazón de Fuego.

Luego respiró hondo, se irguió y se sacudió el pelo, que ya estaba secándose. Sintió como si todo el peso del clan hubiera descendido sobre sus hombros, y aun así, en apenas un segundo, empezó a parecerle posible aguantarlo.

Ahora era el líder del Clan del Trueno. Con la muerte del perro líder, la amenaza de la manada había desaparecido del bosque, y su clan estaba esperándolo, sano y salvo, en las Rocas Soleadas. Tormenta de Arena también estaría esperándolo.

—Vamos —le dijo a Látigo Gris—. Regresemos a casa.