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25

Nimbo Blanco y Tormenta de Arena llevaron el cadáver de Pecas hasta el campamento, pero no había tiempo para el ritual de duelo. Al parecer, la gata había salido a cazar sola muy temprano, y los otros sólo habían notado que estaba tardando en volver. Su entierro fue un acto apresurado, del que se encargaron Nimbo Blanco y los dos hijos de Pecas, Frondina y Ceniciento, mientras Corazón de Fuego convocaba una reunión de clan.

Regresaron cuando Corazón de Fuego estaba al pie de la Peña Alta, esperando a que acudieran los demás gatos. Nimbo Blanco empezó a pasearse de un lado a otro, sacudiendo la cola con fiereza.

—¡Voy a despellejar a Estrella de Tigre! —juró—. Esparciré sus entrañas desde aquí hasta las Rocas Altas. Estrella de Tigre es mío, Corazón de Fuego; no lo olvides.

—Y tú no olvides que estás bajo mis órdenes. Ahora mismo tenemos que ocuparnos de la manada de perros. Ya nos preocuparemos después de Estrella de Tigre.

Nimbo Blanco enseñó los dientes en un bufido de frustración, pero no discutió.

Mientras tanto, el clan se iba congregando en una conmocionada y silenciosa multitud. Carbonilla apareció desde la guarida de Estrella Azul y se acercó a Corazón de Fuego cojeando con brío.

—Estrella Azul está durmiendo —maulló—. Será mejor contarle todo esto cuando ya tengamos un plan, ¿no te parece?

Corazón de Fuego asintió, preguntándose cómo reaccionaría la líder al descubrir que todos sus temores sobre Estrella de Tigre eran ciertos. ¿La espantosa confirmación la llevaría a la locura definitivamente? Dejando a un lado sus preocupaciones, Corazón de Fuego se dispuso a dirigirse al clan.

—Gatos del Clan del Trueno —empezó—. Esta mañana hemos descubierto que hay una manada de perros viviendo en nuestro territorio, en las cuevas de las Rocas de las Serpientes.

Se oyeron murmullos entre los gatos reunidos, junto con algunos maullidos desafiantes. El lugarteniente supuso que apenas lo creían, pero aún tenía que dar noticias peores. No pudo evitar mirar a Cebrado, pero la expresión del guerrero oscuro era indescifrable, y Corazón de Fuego ignoraba cuánto sabía ya.

—Estrella de Tigre ha estado alimentando a los perros —continuó, intentando mantener la voz tranquila— y ha dejado un rastro de conejos muertos para conducirlos directamente a nuestro campamento. Todos sabéis qué había al final de ese rastro.

Ladeó la cabeza hacia el lugar —fuera del campamento— en que habían enterrado a Pecas.

Cuando brotó un coro de aullidos, tuvo que pedir silencio con un movimiento de la cola. No pudo evitar reparar en Flor Dorada, que escuchaba cabizbaja lo que había hecho Estrella de Tigre, y luego miró instintivamente a sus hijos. Zarpa Trigueña lo miraba fijamente con expresión horrorizada, pero Zarzo escondía la cara. El lugarteniente se preguntó si estaría tan conmocionado como su hermana, o si una parte de él admiraría a su padre por haber tramado un plan tan audaz.

Cuando logró que lo escucharan de nuevo, prosiguió:

—Hemos intentado destruir el rastro, pero los conejos han estado ahí toda la noche, y la manada seguirá el olor que han dejado. Debemos irnos todos… veteranos, cachorros, todos. Si los perros llegan al campamento, no deben encontrarnos aquí.

Más sonidos de abatimiento, esta vez en un murmullo bajo y nervioso.

La veterana Cola Moteada, que de joven había sido una bonita gata leonada, preguntó:

—¿Adónde vamos a ir?

—A las Rocas Soleadas —contestó Corazón de Fuego—. Una vez allí, trepad a los árboles más altos que encontréis. Si los perros os siguen, creerán que han perdido la pista en las rocas y no os buscarán.

Para su alivio, el clan se tranquilizó un poco al darles las órdenes definitivas, aunque seguían rotos de dolor por Pecas. Sus hijos, los aprendices Frondina y Ceniciento, estaban apretados el uno contra el otro, con expresión aturdida. Corazón de Fuego agradeció al Clan Estelar que el día, aunque frío y gris, fuera seco y que no hubiese gatos enfermos o demasiado pequeños para el viaje.

—¿Y qué pasa con la manada de perros? —preguntó Manto Polvoroso—. ¿Qué vamos a hacer con ellos?

Corazón de Fuego vaciló. Sabía que la manada era demasiado fuerte para que sus guerreros la atacaran directamente. Estrella de Tigre jamás los habría atraído hasta el campamento si no hubiese estado seguro de eso. «Clan Estelar, ayúdame», suplicó en silencio. Y como si sus antepasados guerreros lo hubieran oído, se le ocurrió una idea.

—¡Ya está! —susurró—. Cambiaremos el rastro. —Cuando los gatos que tenía más cerca se quedaron mirándolo sin pestañear, él repitió en voz más alta—: ¡Cambiaremos el rastro!

—¿Qué quieres decir? —preguntó Tormenta de Arena, abriendo mucho sus ojos verdes.

—Justo lo que he dicho. Estrella de Tigre quiere conducir a los perros hasta nuestro campamento. Dejaremos que lo haga. Y cuando lleguen, estaremos esperándolos… para conducirlos hasta el desfiladero.

No muy lejos de los Cuatro Árboles, en el extremo más lejano del territorio del Clan del Trueno, el río espumeaba entre escarpados precipicios. Allí, la corriente era rápida y fuerte, y había afiladas rocas ocultas justo debajo de la superficie del agua. Si allí se habían ahogado gatos, ¿por qué no perros?

—Tendremos que atraer a los perros hasta el borde —continuó Corazón de Fuego. Los detalles del plan iban tomando forma en su cabeza mientras hablaba—. Necesitaré guerreros que corran muy deprisa. —Sus ojos verdes recorrieron a los gatos que lo rodeaban—. Látigo Gris, Tormenta de Arena, Musaraña y Rabo Largo. Manto Polvoroso. Y yo también. Con eso debería bastar. Los demás, reuníos en la entrada del campamento, preparados para partir.

Mientras los gatos que no había nombrado empezaban a obedecer sus órdenes, Corazón de Fuego vio que Frondina y Ceniciento se abrían paso hasta él.

—Corazón de Fuego, queremos ayudar —le dijo Frondina clavando en él sus ojos conmocionados y suplicantes.

—He dicho guerreros —le recordó él con dulzura.

—Pero Pecas era nuestra madre —protestó Ceniciento—. Por favor, Corazón de Fuego. Queremos hacerlo por ella.

—Sí. Llévatelos contigo —intervino Tormenta Blanca con voz grave—. Su furia los volverá temerarios.

Corazón de Fuego dudó, pero luego vio la vehemente mirada del guerrero blanco y asintió.

—De acuerdo.

—¿Y qué pasa conmigo? —quiso saber Nimbo Blanco, empezando a sacudir la cola de nuevo.

—Escúchame, Nimbo Blanco —maulló el lugarteniente—. No puedo llevarme a todos mis mejores guerreros para atraer a los perros. Algunos tenéis que quedaros a cuidar del resto del clan. —Al ver que el joven abría la boca para protestar, se apresuró a continuar—: No te estoy dando un trabajo fácil. Si fracasamos, es probable que te veas luchando con los perros… y puede que también con el Clan de la Sombra. Piensa, Nimbo Blanco —insistió, viendo que no parecía convencido—. ¿Qué mejor forma de vengarte de Estrella de Tigre que asegurándote de que su plan fracasa y el Clan del Trueno sobrevive?

Nimbo Blanco guardó silencio un momento, con el rostro crispado de dolor y rabia por Pecas.

—Y no te olvides de Cara Perdida —maulló Corazón de Fuego quedamente—. Ahora ella te necesita más que nunca.

El joven guerrero se irguió al oír el nombre de su amiga herida y miró al otro lado del claro. Cara Perdida se dirigía a la entrada cojeando, guiada por Cola Pintada y los demás veteranos. Su único ojo estaba desorbitado, y resollaba de terror.

—Muy bien. —Nimbo Blanco sonó absolutamente decidido—. Haré lo que me dices.

—Gracias —maulló el lugarteniente, y cuando el joven salió corriendo hacia Cara Perdida, exclamó—: ¡Confío en ti, Nimbo Blanco!

Mientras observaba a los gatos que se iban agrupando, captó un movimiento más allá de la multitud. Cebrado estaba colándose por un agujero del seto de espino, seguido de cerca por Zarpa Trigueña y Zarzo.

Corazón de Fuego corrió hacia allí y consiguió alcanzarlos mientras avanzaban entre los espinos.

—¡Cebrado! —espetó—. ¿Adónde crees que vas?

El guerrero oscuro se volvió. Hubo un destello de alarma en sus ojos, pero se enfrentó al lugarteniente con descaro.

—No creo que las Rocas Soleadas sean un lugar seguro —maulló—. Me llevaba a estos dos jóvenes a un sitio mejor. Ellos…

—¿Qué sitio mejor? —preguntó Corazón de Fuego desafiante—. Si conoces uno, ¿por qué no lo compartes con el resto del clan? A menos que quieras decir que estás llevándolos a Estrella de Tigre. —Invadido por la furia, habría querido saltar sobre Cebrado y clavarle las uñas, pero se obligó a mantener la calma—. Por supuesto, el líder del Clan de la Sombra no quiere que sus hijos sean devorados por los perros de la manada —maulló, dando voz a sus pensamientos—. Vas a llevarlos a su lado antes de que los perros lleguen aquí, ¿verdad? ¡Supongo que planeasteis todo esto en la última Asamblea!

Cebrado no contestó. Se le ensombreció la mirada, y no fue capaz de mirar a Corazón de Fuego a los ojos.

—Cebrado, me das asco —bufó el lugarteniente—. Sabías que Estrella de Tigre pretendía conducir la manada de perros hasta nosotros… ¡y no le dijiste ni una palabra a nadie! ¿No sientes ninguna lealtad hacia tu clan?

—¡Yo no lo sabía! —protestó Cebrado levantando la cabeza—. Estrella de Tigre me pidió que le llevara a sus hijos, pero no me dijo por qué. Yo no sabía nada de la manada. ¡Lo juro por el Clan Estelar!

Corazón de Fuego se preguntó qué valor tendría un juramento por el Clan Estelar en boca de aquel guerrero traicionero. Giró en redondo para encararse a los aprendices, que estaban mirándolo con ojos desorbitados y aterrados.

—¿Qué os ha dicho Cebrado?

—Na… nada, Corazón de Fuego —tartamudeó Zarpa Trigueña.

—Sólo que fuéramos con él —añadió su hermano—. Ha dicho que conocía un buen lugar para esconderse.

—¿Y vosotros lo habéis obedecido? —preguntó Corazón de Fuego con dureza—. ¿Es que Cebrado es ahora el líder del clan? ¿O es que alguien lo ha nombrado vuestro mentor sin que yo me enterara? Seguidme, todos.

Dio media vuelta y abrió la marcha hacia donde estaba el clan, agrupándose cerca de la entrada del campamento. Se sintió algo sorprendido al ver que Cebrado lo seguía, al igual que Zarzo y Zarpa Trigueña. Corazón de Fuego sabía que, antes o después, tendría que ajustar cuentas con el guerrero oscuro, pero en esos momentos no había tiempo.

Al llegar junto a los demás gatos, llamó a Fronde Dorado sacudiendo la cola.

—Fronde Dorado —maulló—. Te hago responsable de estos dos aprendices. No les quites los ojos de encima, pase lo que pase. Y si Cebrado se atreve tan sólo a olisquearlos, quiero saberlo.

—Sí, Corazón de Fuego —contestó el guerrero con expresión desconcertada.

Y, empujando con suavidad a los aprendices, los guió hacia delante, entre los demás gatos.

Al ver que Tormenta Blanca se acercaba, Corazón de Fuego fue hacia él señalando a Cebrado con la cabeza.

—Vigila a ése —le ordenó—. No me fío ni de un solo pelo de su pelaje.

Luego llamó a los guerreros que había escogido para correr delante de la manada.

—Si aún no habéis comido, os recomiendo que lo hagáis ahora —maulló—. Necesitaréis todas vuestras fuerzas. Saldremos enseguida, pero primero tengo que hablar con Estrella Azul.

Al volverse hacia la guarida de la líder, reparó en que Carbonilla estaba a su lado.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó la curandera.

Él negó con la cabeza.

—No. Ve a ayudar a que los demás se preparen para partir. Haz lo que puedas para tranquilizarlos.

—No te preocupes, Corazón de Fuego —contestó la gata—. Me llevaré unos cuantos remedios básicos, por si acaso.

—Buena idea. Dile a Espino que te ayude. Podréis marcharos en cuanto Estrella Azul esté lista para unirse a vosotros.

Cuando se asomó al interior de la guarida, la líder estaba despierta y atusándose el pelo.

—¿Sí, Corazón de Fuego? ¿Qué ocurre?

El lugarteniente entró en la guarida e inclinó la cabeza.

—Estrella Azul, hemos descubierto la verdad sobre el mal que habita en el bosque —empezó cuidadosamente—. Sabemos qué es la «manada».

Estrella Azul se incorporó y lo observó con mirada firme mientras él le contaba lo que la patrulla había visto esa mañana. Conforme avanzaba el relato, el rostro de la gata se transformó en una máscara de espanto, y Corazón de Fuego volvió a temer que el descubrimiento la llevara a la locura.

—Así que Pecas está muerta —murmuró cuando Corazón de Fuego hubo terminado. Con amargura, añadió—: Pronto, el resto del clan la seguirá. El Clan Estelar ha enviado a Estrella de Tigre a destruirnos. Nuestros antepasados no van a ayudarnos ahora.

—Quizá no, Estrella Azul, pero no vamos a darnos por vencidos —replicó Corazón de Fuego, intentando no ser presa del pánico—. Tú debes guiar al clan hasta las Rocas Soleadas.

Estrella Azul agitó las orejas.

—¿Y de qué servirá eso? No podemos vivir en las Rocas Soleadas, e incluso allí nos atrapará la manada.

—Si mi plan funciona, no estaréis allí mucho tiempo. Escucha.

Corazón de Fuego le contó cómo esperaba atraer a los perros a través del bosque para que se ahogaran en el desfiladero.

La mirada de la líder parecía distraída, fija en algo que Corazón de Fuego no podía ver.

—De modo que quieres que vaya a las Rocas Soleadas como una veterana —maulló.

El lugarteniente vaciló. Decirle a Estrella Azul lo que debería hacer era mucho más difícil que dar órdenes a Nimbo Blanco.

—Como una líder —la corrigió—. Sin ti allí, el clan será presa del pánico y se dispersará. Te necesitan para mantenerse unidos. Además, no olvides que ésta es tu última vida. Si la pierdes, ¿qué haría el clan sin ti?

La gata dudó.

—Muy bien —maulló al cabo.

—Entonces, deberíamos irnos ya.

Estrella Azul asintió y salió la primera de la guarida. El grueso del clan —todos los gatos que Corazón de Fuego no había escogido para que lo acompañaran— ya estaba apiñado cerca de la entrada del campamento. Mientras la líder iba a reunirse con ellos, Corazón de Fuego agitó la cola para llamar a Tormenta Blanca.

—Quédate al lado de Estrella Azul —maulló en voz baja—. Cuídala.

Tormenta Blanca inclinó la cabeza.

—Puedes confiar en mí, Corazón de Fuego.

La mirada que intercambió con el lugarteniente demostraba que comprendía perfectamente lo débil que era la mente de la líder. Después fue a colocarse junto a Estrella Azul, que ya estaba encabezando la salida del campamento.

Mientras observaba al guerrero, viejo pero todavía vigoroso, al lado de Estrella Azul, a Corazón de Fuego le impresionó lo frágil que parecía la líder. Pero su presencia tranquilizaría a los demás gatos al verla entre ellos, especialmente a los veteranos.

Cuando el último miembro del clan hubo salido al barranco, Corazón de Fuego se volvió hacia los guerreros que quedaban, agazapados junto a la carbonizada extensión de ortigas. Látigo Gris y Tormenta de Arena le sostuvieron la mirada, con los ojos llenos de determinación y miedo a partes iguales. Corazón de Fuego recordó la última vez que habían evacuado el campamento, cuando el incendio, y que tres gatos no habían regresado.

Pero sabía que esa clase de pensamientos sólo lo llevarían al pánico. Tenía que ser fuerte por el bien de su clan. Tras acercarse a los guerreros, maulló:

—¿Estáis preparados? Entonces, en marcha.