Avanzaba cautelosamente por el pinar hacia el poblado Dos Patas. La noche anterior había llovido mucho, de forma que se le pegaban a las patas ceniza mojada y despojos quemados. Todos sus sentidos estaban alerta, no por posibles presas, sino por cualquier señal de que la amenaza oscura del bosque fuera a aparecer para atacar al pequeño grupo de gatos, como había atacado a Zarpa Rauda y Cara Perdida.
La gata herida iba siguiendo a Corazón de Fuego, con Nimbo Blanco al lado, mientras Látigo Gris cerraba la marcha, vigilando cualquier cosa que pudiera saltar sobre ellos por detrás. Iban a visitar a Princesa, la madre de Nimbo Blanco. El joven guerrero había insistido en que los acompañara Cara Perdida.
—Tendrás que salir del campamento en algún momento —había maullado—. No vamos a acercarnos ni remotamente a las Rocas de las Serpientes. Yo me aseguraré de que estés a salvo.
A Corazón de Fuego lo asombraba cuánto confiaba Cara Perdida en Nimbo Blanco. Estaba obviamente aterrorizada por la idea de abandonar el refugio del campamento. Daba un salto por cada ruido, por cada crujido de hojas bajo sus patas, pero aun así seguía adelante. Corazón de Fuego creyó ver en ella el retorno del valor que había mostrado cuando era Centellina.
Cuando tuvieron a la vista la verja trasera de los jardines de Dos Patas, Corazón de Fuego hizo una señal con la cola para que sus compañeros se detuvieran. No podía ver a Princesa, pero al abrir la boca para saborear el aire captó su olor.
—Esperad aquí —ordenó a los demás—. Estad ojo avizor y llamadme si hay problemas.
Tras asegurarse de nuevo de que no había olores recientes de perros ni de Dos Patas, cruzó a la carrera el espacio de campo abierto y saltó a la valla de Princesa. Un destello blanco entre los arbustos lo alertó, y al cabo de un instante apareció su hermana, avanzando melindrosamente por el césped mojado.
—¡Princesa! —la llamó sin levantar mucho la voz.
Ella se detuvo y alzó la vista. En cuanto vio a Corazón de Fuego, corrió a la valla y subió de un salto.
—¡Corazón de Fuego! —ronroneó, restregándose contra él—. ¡Qué alegría verte! ¿Cómo estás?
—Estoy bien —respondió el lugarteniente—. Te he traído unas visitas… Mira.
Indicó con la cola hacia donde estaban los otros gatos, agazapados en el lindero del bosque.
—¡Ahí está Nimbo! —exclamó Princesa—. Pero ¿quiénes son los otros?
—El gato grande es mi amigo Látigo Gris —explicó Corazón de Fuego—. No tienes de qué preocuparte, es mucho más bonachón de lo que parece. Y la otra gata —añadió vacilante— se llama Cara Perdida.
—¡Cara Perdida! —repitió Princesa con los ojos como platos—. ¡Qué nombre tan horrible! ¿Por qué la han llamado así?
—Ya lo verás —maulló Corazón de Fuego muy serio—. Resultó gravemente herida, de modo que sé amable con ella.
Bajó de la valla de un salto, y, tras una breve vacilación, Princesa lo siguió hasta donde esperaban los otros tres gatos.
Nimbo Blanco corrió al encuentro de su madre, dejando a Látigo Gris con Cara Perdida, y tocó con la nariz la de ella.
—Nimbo, hacía años que no te veía —ronroneó Princesa, emocionada—. Tienes un aspecto maravilloso, y has crecido, ¿verdad?
—Ahora tienes que llamarme Nimbo Blanco —anunció su hijo—. Ya soy guerrero.
Princesa soltó un chillido de alegría.
—¿Ya eres guerrero? Nimbo Blanco, ¡qué orgullosa estoy de ti!
Mientras la gata atigrada interrogaba a su hijo sobre la vida en el clan, Corazón de Fuego no se olvidaba de que el peligro podía estar cerca.
—No podemos quedarnos mucho tiempo —maulló—. Princesa, ¿has oído algo sobre un perro suelto por el bosque?
Su hermana se volvió hacia él con los ojos dilatados y temerosos.
—¿Un perro? No, no sé nada de eso.
—Creo que podría ser lo que los Dos Patas andaban buscando el día que Tormenta de Arena y yo te encontramos en el pinar —continuó Corazón de Fuego—. No deberías volver a salir sola al bosque, al menos de momento. Es demasiado peligroso.
—Pero entonces vosotros estaréis en peligro todo el tiempo —maulló Princesa, alzando la voz angustiada—. ¡Oh, Corazón de Fuego…!
—No tienes que preocuparte por nada. —El lugarteniente intentó sonar confiado—. Tan sólo quédate en tu jardín. El perro no te molestará allí.
—Pero me preocupo por ti y por Nimbo Blanco. Vosotros no tenéis una casa donde… ¡Oh!
Princesa acababa de ver el lado malherido de Cara Perdida, y no pudo contener un grito de espanto. Cara Perdida la oyó y se agazapó más, erizando el pelo con temor.
—Oh, por el Clan Estelar, ¿qué te ha pasado? —preguntó Princesa sin poder reprimirse, arañando el suelo con las zarpas.
—Cara Perdida salió a enfrentarse con el perro —respondió Nimbo Blanco—. Fue muy valiente.
—¿Y él te hizo eso? ¡Oh, pobrecilla! —Se le dilataron aún más los ojos al asimilar todo el horror de las heridas de la guerrera: el rostro destrozado, el ojo perdido y la oreja mutilada—. Y lo mismo podría pasaros a cualquiera de vosotros…
Corazón de Fuego apretó los dientes. Todo lo que decía su hermana era de lo más inapropiado, y Cara Perdida estaba mirándola con una profunda tristeza en su único ojo. Nimbo Blanco se restregó contra su costado y frotó su nariz contra ella para reconfortarla.
—Es hora de que nos vayamos —decidió Corazón de Fuego—. Nimbo Blanco sólo quería contarte sus novedades. Será mejor que regreses a tu jardín, Princesa.
—Sí… sí, lo haré. —Dio un paso atrás, con los ojos clavados todavía en Cara Perdida—. ¿Vendrás otro día a verme, Corazón de Fuego?
—En cuanto pueda —prometió él, y añadió para sus adentros: «Pero vendré solo».
Princesa retrocedió más, y luego dio media vuelta y corrió hacia la valla. Subió de un salto y se detuvo un instante para maullar:
—¡Adiós!
Y desapareció en la seguridad de su jardín.
Nimbo Blanco soltó un largo suspiro.
—Qué bien ha ido —maulló con amargura.
—No puedes culpar a Princesa —le dijo Corazón de Fuego—. Ella no entiende en realidad en qué consiste la vida de clan. Sólo ha visto algunos de sus peores aspectos, y no le gustan.
—¿Qué se puede esperar de una minina doméstica? —gruñó Látigo Gris—. Vámonos a casa.
Nimbo Blanco dio un empujoncito delicado a Cara Perdida. Cuando se levantó, la joven gata maulló con timidez:
—Corazón de Fuego, Princesa parecía asustada de mí. Quiero… —Se le quebró la voz. Tras tragar saliva, empezó de nuevo—. Quiero verme. ¿Hay cerca algún charco donde pueda mirarme?
Corazón de Fuego sintió una punzada de lástima por la gata, pero también admiración por su valor al querer enfrentarse a lo que era ahora. Se volvió hacia Nimbo Blanco, deseando que el joven lo guiara en qué hacer.
Nimbo Blanco miró un momento alrededor y luego apretó el hocico contra el omóplato de Cara Perdida.
—Ven conmigo —maulló.
La condujo hacia un árbol, entre cuyas raíces la lluvia de la noche anterior había formado un charco, y luego la acercó hasta el borde de la reluciente agua. Juntos miraron hacia abajo. Nimbo Blanco no retrocedió ante lo que veía reflejado, y Corazón de Fuego sintió una nueva oleada de calidez hacia su antiguo aprendiz.
Cara Perdida permaneció rígida varios segundos, contemplando la superficie del agua. Su cuerpo se puso tenso y su único ojo se dilató.
—Ahora ya lo veo —maulló al cabo en voz queda—. Lamento que los demás gatos se alteren cuando me ven.
Corazón de Fuego observó cómo Nimbo Blanco apartaba a la gata de la espantosa visión y le cubría el lado herido del rostro con lametones lentos y suaves.
—Para mí sigues siendo preciosa —le dijo—. Y siempre lo serás.
Corazón de Fuego se sintió embargado de pena por la joven gata y de orgullo por Nimbo Blanco, por ser tan fiel a ella. Tras acercarse, maulló:
—Cara Perdida, no importa qué aspecto tengas. Nosotros seguimos siendo tus amigos.
Ella inclinó la cabeza agradecida.
—¡Cara Perdida! —bufó Nimbo Blanco. El veneno de su voz sorprendió a Corazón de Fuego—. Odio ese nombre —siseó—. ¿Qué derecho tiene Estrella Azul a recordarle lo sucedido cada vez que un gato hable con ella? Bueno, pues yo no pienso volver a usarlo. Y si Estrella Azul protesta, ya puede… ¡puede irse a comer caracoles!
Corazón de Fuego sabía que debería reñir al joven guerrero por sus irrespetuosas palabras, pero no guardó silencio. Compartía el punto de vista de Nimbo Blanco. Cara Perdida era un nombre de lo más cruel, un símbolo de la continua guerra de Estrella Azul contra el Clan Estelar, y se había escogido sin la menor consideración a la gata que debía llevarlo. Pero la joven había recibido ese nombre en una ceremonia formal presenciada por el Clan Estelar, y no había nada que Corazón de Fuego pudiera hacer al respecto.
—¿Vamos a quedarnos aquí todo el día? —preguntó Látigo Gris.
Corazón de Fuego soltó un profundo suspiro.
—No. Vámonos.
Se acercaba el momento en que él y sus guerreros tendrían que enfrentarse a lo que los había convertido en presas en su propio territorio.
Corazón de Fuego soñó que estaba recorriendo un bosque durante la estación de la hoja nueva. El sol se colaba entre los árboles, formando motivos moteados de luz y sombra que variaban cuando la brisa agitaba las hojas. Él se detenía para olfatear el aire. Muy débilmente, distinguía un aroma dulce y familiar, y lo recorría un escalofrío de alegría.
—¿Jaspeada? —susurraba—. Jaspeada, ¿estás ahí?
Durante un momento le parecía ver unos relucientes ojos que lo miraban desde una mata de helechos. Un aliento cálido le acariciaba la oreja, y una voz murmuraba:
—Corazón de Fuego, acuérdate del enemigo que nunca duerme.
Entonces la visión se desvaneció, y el lugarteniente se encontró en la guarida de los guerreros, con la fría luz de la estación sin hojas que entraba a través de las ramas.
Aferrándose todavía a los últimos retazos del sueño, se estiró y se sacudió de encima restos de musgo. Habían pasado varias lunas desde la primera vez que Jaspeada le advirtió que tuviese cuidado con el enemigo que nunca dormía. Había sido poco después de que Estrella de Tigre atacara el campamento del Clan del Trueno con su banda de proscritos, cuando Corazón de Fuego esperaba que el destierro del traicionero lugarteniente lo hubiera mandado lejos de allí para siempre.
Pensar en Estrella de Tigre le hizo recordar la última Asamblea. No había duda de que el antiguo lugarteniente quería a Zarzo y Zarpa Trigueña, y, a pesar de lo que le había dicho a Estrella Azul, Corazón de Fuego estaba convencido de que no estaría dispuesto a esperar. Aunque no le sorprendía del todo la exigencia de Estrella de Tigre, el lugarteniente no se planteaba siquiera la posibilidad de entregarle a sus hijos. Una parte de él se sentiría aliviada de verlos marchar, de poner fin a sus propios sentimientos de desconfianza y culpabilidad, pero eran miembros del Clan del Trueno, y el código guerrero decía que el clan debería hacer cualquier cosa para conservarlos.
Un sonido en el lecho contiguo le indicó que Tormenta de Arena se estaba despertando. La miró intranquilo.
—Tormenta de Arena… —empezó.
La gata melada lo fulminó con la mirada mientras se sacudía y se levantaba.
—Me voy a cazar —le espetó—. Eso es lo que tú quieres, ¿no? —Sin aguardar una respuesta, fue a despertar a Manto Polvoroso—. Venga, perezosa bola de pelo —maulló—. Todas las presas morirán de viejas antes de que salgas de aquí.
—Iré a buscar a Nimbo Blanco por ti —se ofreció Corazón de Fuego a toda prisa, y salió de la guarida.
Era evidente que Tormenta de Arena no iba a recibir con agrado ninguno de sus intentos de ser amable.
El día era gris y frío, y cuando se detuvo a saborear el aire, una gota de lluvia le cayó en la cara. En el extremo más alejado del claro estaban Zarzo y Zarpa Trigueña, sentados ante su guarida con los demás aprendices.
—Zarzo, ¡luego saldremos a cazar! —anunció Corazón de Fuego.
Su aprendiz se levantó, inclinó la cabeza dándose por enterado y volvió a sentarse de espaldas a él. Corazón de Fuego suspiró. A veces le daba la sensación de que todos los gatos del clan tenían alguna razón para estar disgustados con él.
Se encaminó a la guarida de los veteranos, suponiendo que Nimbo Blanco estaría con Cara Perdida. Aunque la gata ya llevaba unos días con los antiguos guerreros, Nimbo Blanco seguía pasando con ella todo el tiempo que le quedaba libre. Cuando Corazón de Fuego llegó al árbol caído y hueco —y ahora carbonizado— junto al que vivían los veteranos, vio al guerrero blanco sentado cerca de la entrada. Tenía la cola enroscada alrededor de las patas, y observaba a Cara Perdida, que estaba inspeccionando el pelo de Cola Moteada en busca de garrapatas.
—¿Cara Perdida está bien? —murmuró Corazón de Fuego para que la joven no pudiera oírlo.
—Por supuesto que está bien —espetó otra voz.
Corazón de Fuego se volvió y se encontró con Cola Pintada. La expresión desolada que reflejaba su rostro desde la muerte de Copito de Nieve había desaparecido. Su genio no se había dulcificado, pero sus ojos brillaban con afecto al mirar a Cara Perdida.
—Es una joven estupenda. ¿Has descubierto qué la dejó herida?
Corazón de Fuego negó con la cabeza y a continuación maulló:
—Es de gran ayuda que puedas cuidar de ella, Cola Pintada.
La veterana sorbió por la nariz.
—Hum. A veces tengo la sensación de que es ella la que cree que tiene que cuidar de mí.
Miró muy seria al lugarteniente, que se salvó de tener que responder gracias a Tuerta.
—¿Querías algo, Corazón de Fuego? —le preguntó la gata más anciana del clan, interrumpiendo su aseo.
—He venido a buscar a Nimbo Blanco. Tormenta de Arena ya está lista para salir a cazar.
—¿Qué? —Nimbo Blanco se levantó de un salto—. ¿Por qué no lo has dicho antes? ¡Tormenta de Arena me arrancará las orejas si la hago esperar!
Y se marchó corriendo.
—Cerebro de ratón —masculló Cola Pintada, pero Corazón de Fuego sospechaba que le tenía tanto afecto al joven guerrero como todos los demás veteranos.
Tras despedirse de Cara Perdida y Tuerta, Corazón de Fuego regresó al claro a tiempo de ver cómo Tormenta de Arena se disponía a salir a la cabeza de la partida de caza. Pecas estaba despidiéndose de ellos, contemplando con orgullo a su hijo adoptivo.
—Tendrás cuidado, ¿verdad, Nimbo Blanco? —maulló con inquietud—. Nadie sabe qué es lo que hay ahí fuera.
—No te preocupes. —Nimbo Blanco la tocó cariñosamente con la cola—. Si nos encontramos con el perro, lo traeré como carne fresca.
En la entrada del campamento, la patrulla se cruzó con Rabo Largo, que acababa de llegar. El guerrero claro temblaba como si tuviera frío y sus ojos estaban desorbitados. Alarmado, Corazón de Fuego cruzó el claro para reunirse con él.
—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó.
Rabo Largo se estremeció.
—Corazón de Fuego, hay algo que debo contarte.
—¿Cuál es el problema?
Al acercarse más, el lugarteniente captó un olor inesperado en el pelo de Rabo Largo: la pestilencia del Sendero Atronador. Aquel olor acre era inconfundible, y su alarma se transformó en recelo.
—¿Dónde has estado? —gruñó—. ¿En el Clan de la Sombra, tal vez, para ver a Estrella de Tigre? No intentes negarlo; ¡tu pelo apesta al Sendero Atronador!
—No es lo que crees. —Rabo Largo parecía preocupado—. De acuerdo, he tomado esa dirección, pero no me he acercado al Clan de la Sombra. He ido a las Rocas de las Serpientes.
—¿A las Rocas de las Serpientes? ¿Para qué? —Corazón de Fuego no estaba seguro de poder creer nada de lo que le dijera aquel gato.
—Allí he captado el olor de Estrella de Tigre. Dos o tres veces últimamente.
—¿Y no me habías informado de eso? —Notó que se le erizaba el pelo de furia—. Un gato de otro clan se adentra en nuestro territorio… aún más: un asesino y un traidor, ¿y tú no me informas?
—Yo… yo pensé… —tartamudeó Rabo Largo.
—Ya sé lo que pensaste —gruñó Corazón de Fuego—. Pensaste: «Se trata de Estrella de Tigre. Él puede hacer lo que le apetezca». No me mientas. Cebrado y tú erais sus aliados cuando estaba en el Clan del Trueno, y seguís siéndolo. O Cebrado o tú le contasteis lo de Zarpa Rauda y Cara Perdida… No intentes negarlo.
—Fue Cebrado. —Rabo Largo amasó la tierra seca con las zarpas.
—Para que ese traidor de Estrella de Tigre pudiera acusar a Estrella Azul de negligencia delante de toda la Asamblea —concluyó Corazón de Fuego ceñudo—. Y para que lo ayudarais a sacar a un par de aprendices de nuestro clan. Es eso, ¿verdad? Estáis conspirando junto con Estrella de Tigre para robarnos a sus hijos.
—No… no; te equivocas. Yo no sé nada de eso. Cebrado y Estrella de Tigre se reúnen a menudo al borde del Sendero Atronador, pero no me cuentan de qué hablan —explicó con expresión resentida—. En cualquier caso, esto no tiene nada que ver con Zarzo y Zarpa Trigueña. He ido a las Rocas de las Serpientes para averiguar qué estaba haciendo Estrella de Tigre allí. Y he descubierto algo que debes ver con tus propios ojos.
Corazón de Fuego se quedó mirándolo sin pestañear.
—¿Quieres que te acompañe a las Rocas de las Serpientes… donde admites haber captado el olor de Estrella de Tigre? ¿Es que crees que estoy loco?
—Pero…
—¡Silencio! —bufó el lugarteniente—. Cebrado y tú siempre habéis sido aliados de Estrella de Tigre. ¿Por qué debería fiarme de lo que me dices ahora?
Dio media vuelta y se alejó a grandes zancadas. Estaba convencido de que Rabo Largo y Cebrado pretendían tenderle una trampa, igual que la que Estrella de Tigre había preparado para Estrella Azul junto al Sendero Atronador. Si fuera un ratón descerebrado y acompañase a Rabo Largo hasta las Rocas de las Serpientes, tal vez no regresara nunca más.
Advirtió que sus patas lo habían llevado hasta el claro de Carbonilla. Al abrirse paso entre los helechos, la curandera asomó la cabeza por la grieta de la roca.
—¿Quién…? ¡Corazón de Fuego! ¿Qué ocurre?
El lugarteniente se detuvo, procurando mantener su rabia bajo control.
Los ojos azules de Carbonilla se dilataron consternados; la gata se le acercó para restregarse contra su costado.
—Tranquilo, Corazón de Fuego. ¿Qué te ha puesto en ese estado?
—Es sólo… —Señaló con la cola el claro principal—. Rabo Largo. Estoy convencido de que él y Cebrado están conspirando contra el clan.
Carbonilla entornó los ojos.
—¿Y por qué piensas eso?
—Rabo Largo quiere atraerme hasta las Rocas de las Serpientes. Dice que ha captado el olor de Estrella de Tigre allí. Creo que están tendiéndome una trampa.
La cara de la curandera reflejó desolación, pero cuando habló sus palabras no fueron las que él esperaba:
—¿Sabes que suenas casi como Estrella Azul?
El lugarteniente abrió la boca para replicar, pero no pudo. Pero ¿qué quería decir Carbonilla? Él no se parecía ni remotamente a Estrella Azul, con su miedo irracional a que todos los gatos del clan estuvieran intentando traicionarla. ¿O quizá sí se le parecía? El joven se obligó a relajarse, permitiendo que el pelo de sus omóplatos se alisara de nuevo.
—Vamos, Corazón de Fuego —maulló Carbonilla—. Si Rabo Largo pretendiera atraerte a una trampa urdida por Estrella de Tigre, ¿te habría dicho que había captado su olor? ¡Ni siquiera Rabo Largo es tan descerebrado!
—Yo… supongo que no —admitió de mala gana.
—Entonces, ¿por qué no vas a preguntarle de qué se trata? —Al ver que él vacilaba, añadió—: Sé que Rabo Largo y Cebrado eran amigos de Estrella de Tigre cuando él estaba aquí, pero ahora Rabo Largo sí parece ser leal al Clan del Trueno. Además, si se siente tentado de traicionar al clan, tú no ayudarás negándote a escucharlo cuando intenta contarte algo. Eso es casi como empujarlo hacia Estrella de Tigre.
—Lo sé —dijo Corazón de Fuego con un suspiro—. Lo lamento, Carbonilla.
La curandera soltó un leve ronroneo y le tocó la nariz con la suya.
—Ve a hablar con él. Yo te acompaño.
Preparándose, Corazón de Fuego regresó al claro principal mirando alrededor. Lo recorrió un escalofrío al pensar que ya podría haber empujado a Rabo Largo a salir en busca de Estrella de Tigre, pero cuando miró en la guarida de los guerreros lo encontró allí, acurrucado junto a Tormenta Blanca.
—Tormenta Blanca, tienes que escucharme —estaba maullando Rabo Largo cuando entraron el lugarteniente y Carbonilla. En su voz había un miedo real—. Corazón de Fuego cree que soy un traidor y no querrá tener nada que ver conmigo.
—Bueno, parece que has estado reuniéndote con Estrella de Tigre y contándole nuestras novedades —señaló el viejo guerrero.
—No he sido yo, sino Cebrado —protestó Rabo Largo.
Tormenta Blanca se encogió de hombros, como si no le interesara discutir.
—De acuerdo, adelante. ¿Cuál es el problema?
—Hay perros viviendo en las Rocas de las Serpientes —anunció Rabo Largo.
—¿Perros? —lo interrumpió Corazón de Fuego—. ¿Los has visto?
Los dos guerreros alzaron la vista cuando el lugarteniente se les acercó, seguido de Carbonilla.
—¿Seguro que quieres oírlo? —preguntó Rabo Largo con tono acusador—. No irás a soltarme otra vez que estoy conspirando, ¿verdad?
—Te pido perdón por eso. Cuéntame lo del perro.
—Perros —puntualizó el guerrero—. Toda una manada de perros.
Al lugarteniente se le heló la sangre, pero no dijo nada, y Rabo Largo continuó.
—Ya te he dicho que había captado el olor de Estrella de Tigre en las Rocas de las Serpientes. Pensé que debía avisarle del peligro que corría allí… y quería saber qué estaba haciendo al internarse tanto en el territorio del Clan del Trueno. Bueno, pues ya lo he descubierto. —Se estremeció.
—Continúa —lo instó Corazón de Fuego. Comprendió cuánto se había equivocado: Rabo Largo sí tenía noticias importantes que dar.
—¿Conoces las cuevas? Yo estaba acercándome cuando vi a Estrella de Tigre, pero él no me vio a mí. Creía que había ido a robar presas, porque arrastraba un conejo muerto, pero lo dejó justo delante de la entrada de la cueva. —Enmudeció, y los ojos se le empañaron de terror, como si estuviera viendo algo invisible para los demás gatos.
—¿Y entonces? —inquirió Tormenta Blanca.
—Entonces, una… criatura salió de la cueva. Juro que era el perro más grande que he visto en mi vida. Olvidaos de esos estúpidos chuchos que acompañan a los Dos Patas. Éste era gigantesco. Sólo le vi las patas delanteras y la cabeza… con unas enormes mandíbulas babeantes, y unos colmillos que no podéis ni imaginar. —Se le desorbitaron los ojos de pavor al recordarlo—. Agarró el conejo y se lo llevó al interior de la cueva. Sonaba como si allí hubiera más perros, todos peleando por el conejo. Costaba entender lo que decían, pero creo que era: «manada, manada» y «matar, matar».
Corazón de Fuego se quedó paralizado de terror, y Carbonilla maulló quedamente:
—Ésas eran las palabras de mi sueño.
—Y lo que decía Cara Perdida —añadió Corazón de Fuego.
Por lo menos ya sabía qué terribles criaturas habían atacado a la joven gata. Recordó que el Clan Estelar había advertido a Estrella Azul de una manada. Rabo Largo había descubierto la verdadera naturaleza del mal que habitaba en el bosque, la fuerza que había convertido a los gatos en presas; a los cazadores, en cazados. No era un solo perro, separado de sus Dos Patas, sino toda una manada de bestias salvajes. Corazón de Fuego no podía imaginar de dónde procedían, pero sabía que el Clan Estelar jamás habría desatado tal destrucción ni habría puesto en peligro el equilibrio vital en todo el bosque.
—¿Y dices que Estrella de Tigre dio de comer a esos perros? —le preguntó a Rabo Largo—. ¿Qué cree que está haciendo?
—No lo sé —admitió el guerrero—. Después de dejar el conejo, saltó a lo alto de la roca. No creo que el perro lo haya visto. Y luego se marchó.
—¿Has hablado con él?
—No, Corazón de Fuego, claro que no. Él ni se enteró de que yo estaba allí. Te lo juro por lo que prefieras… por el Clan Estelar, por la vida de Estrella Azul… no entiendo qué se propone Estrella de Tigre.
Su miedo convenció a Corazón de Fuego. Él esperaba que Estrella de Tigre intentara llevarse a sus hijos, pero aquello era algo mucho más complicado. ¿Cómo había llegado a pensar que el líder del Clan de la Sombra había olvidado su rencor hacia el Clan del Trueno? Comprendió que debería haber temido más a Estrella de Tigre. De algún modo, su viejo enemigo estaba ligado a la fuerza oscura del bosque. Aun así, Corazón de Fuego ignoraba qué quería Estrella de Tigre de los perros o qué podía ganar alimentándolos.
—¿Tú qué piensas? —le preguntó a Tormenta Blanca.
—Creo que deberíamos investigar —respondió el viejo guerrero, ceñudo—. Y me pregunto cuánto sabrá Cebrado de todo esto.
—Yo también —coincidió Corazón de Fuego—. Pero no voy a preguntárselo. Si está conchabado con Estrella de Tigre, no nos contará nada de provecho. —Volviéndose hacia Rabo Largo, añadió—: No te atrevas a decir una sola palabra de esto a Cebrado. Mantente lejos de él.
—Lo… lo haré —tartamudeó el atigrado.
—Necesitamos saber por qué Estrella de Tigre está arriesgándose a alimentar a esos perros con carne fresca —continuó Tormenta Blanca—. Si quieres organizar una patrulla para ir a las Rocas de las Serpientes, te acompañaré.
Corazón de Fuego miró a lo alto, observando la luz.
—Hoy ya es demasiado tarde —decidió—. Cuando llegáramos a las Rocas de las Serpientes, estaría anocheciendo. Pero saldremos mañana al amanecer. Averiguaré qué se trae Estrella de Tigre entre manos, aunque sea lo último que haga.