La luna llena cruzaba el cielo tras unas nubes deshilachadas mientras Estrella Azul guiaba a sus guerreros a la Asamblea. Corazón de Fuego se sentía inquieto. A pesar de su declaración de guerra al Clan Estelar, la líder había insistido en acudir.
—¿Cómo voy a fiarme de que tú guíes al clan? —había bufado Estrella Azul cuando el lugarteniente fue a preguntarle qué guerreros debía llevarse.
Corazón de Fuego se había limitado a inclinar la cabeza acatando su decisión, pero aún le dolía la idea de que su líder estuviera convencida de que era un traidor.
También tenía sus dudas por haber incluido a Látigo Gris, pero su amigo le había suplicado que le permitiera ir.
—¡Por favor, Corazón de Fuego! Podré pedir información sobre mis hijos —había maullado.
Corazón de Fuego sabía que Látigo Gris incitaría la hostilidad del Clan del Río al aparecer tan poco tiempo después de la batalla en las Rocas Soleadas, y casi había tenido la esperanza de que Estrella Azul se negara. Pero la líder del Clan del Trueno se limitó a sacudir la cola despectivamente.
—Déjalo venir. Todos vosotros sois traidores, así pues, ¿qué más da?
Ahora Corazón de Fuego estaba apretujado entre los demás guerreros del Clan del Trueno, siguiendo a Estrella Azul ladera abajo. Al llegar al claro, lo primero que vio fue a Estrella de Tigre y Estrella Leopardina sentados juntos, contemplando con aprobación cómo un grupo de sus aprendices peleaban en broma. Corazón de Fuego sintió un hormigueo al verlos uno al lado de otro. Aún no tenía pruebas de que Estrella de Tigre estuviera tramando una venganza contra su antiguo clan, pero desde luego Estrella Leopardina sentiría rencor tras la derrota de su clan en las Rocas Soleadas.
—Has hecho un buen trabajo —le dijo Estrella Leopardina a su colega—. Esos jóvenes aprendices son fuertes, y han aprendido muy bien los movimientos de lucha.
Estrella de Tigre ronroneó muy ufano.
—Hemos hecho algunos progresos —admitió—, pero todavía hay un largo camino por delante.
Un par de aprendices rodaron enzarzados hasta los pies de sus líderes, y Estrella Leopardina retrocedió un poco para darles más espacio. Era indudable que los miembros jóvenes del Clan de la Sombra estaban bien alimentados y en forma. Corazón de Fuego apenas podía creer que fueran las mismas criaturas escuálidas que estuvieron a punto de morir cuando la enfermedad asoló su clan. Intercambió una mirada de inquietud con Látigo Gris. Estaba seguro de que, más pronto o más tarde, el Clan del Trueno tendría que enfrentarse a aquellos hábiles luchadores en una batalla.
A una palabra de Estrella de Tigre, los aprendices dejaron su refriega fingida y se sentaron para lamerse el pelo alborotado. Los dos líderes se encaminaron a la Gran Roca. Corazón de Fuego reparó en que Estrella Azul ya estaba esperando al pie del peñasco, pero no vio a Estrella Alta, el líder del Clan del Viento.
Mientras los gatos del Clan del Trueno se dispersaban para reunirse con guerreros de otros clanes, Corazón de Fuego advirtió que Látigo Gris se acercaba corriendo a una rolliza gata parda, y captó en ella el olor del Clan del Río. Sintió una punzada de nerviosismo. Confiaba absolutamente en su amigo, aunque sabía que siempre tendría una pata en el clan vecino mientras sus hijos estuvieran allí. Pero algunos guerreros del Clan del Trueno dudarían de su lealtad si lo veían hablar tan animadamente con una gata del Clan del Río.
—Musgosa, ¿cómo estás? —saludó Látigo Gris a la gata—. ¿Cómo se encuentran mis hijos?
—Acaban de convertirse en aprendices —contestó Musgosa con orgullo—. Ahora se llaman Plumilla y Borrasquino.
—¡Eso es genial! —Sus ojos amarillos relucían cuando se volvió hacia Corazón de Fuego—. ¿Has oído lo que ha dicho Musgosa? Mis hijos ya son aprendices. —Miró alrededor—. No están aquí, ¿verdad?
Musgosa negó con la cabeza.
—Su nombramiento es demasiado reciente para eso. Quizá la próxima vez. Les diré que has preguntado por ellos, Látigo Gris.
—Gracias. —Su entusiasmo se desvaneció, reemplazado por angustia—. ¿Qué pensaron cuando no volví de la batalla?
—En cuanto supieron que no estabas muerto, lo llevaron bien —contestó la gata parda—. No fue exactamente una sorpresa. Todos los gatos del Clan del Río sabíamos que acabarías volviendo a tu clan.
Látigo Gris parpadeó sorprendido.
—¿De verdad?
—Claro. Con todo el tiempo que pasabas cerca de la frontera soñadoramente, o mirando al otro lado del río… Con todas las historias que les contabas a tus hijos sobre ti y Corazón de Fuego cuando erais aprendices… No costaba mucho ver que tu corazón jamás había abandonado el Clan del Trueno.
Látigo Gris parpadeó de nuevo.
—Lo lamento, Musgosa.
—No tienes por qué —replicó ella briosamente—. Y puedes estar seguro de que tus hijos estarán bien cuidados. Yo los vigilaré; además, Vaharina y Pedrizo son sus mentores.
—¿En serio? —A Látigo Gris se le iluminó la mirada de nuevo—. ¡Es estupendo!
Corazón de Fuego sintió una punzada de resquemor. Vaharina y Pedrizo eran grandes guerreros, pero se preguntó por qué habrían accedido a ser los mentores de los hijos de Látigo Gris. Vaharina había sido gran amiga de su madre, Corriente Plateada, así que podría sentir cierto interés. Pero tanto ella como su hermano habían reaccionado con tal animosidad al saber que Estrella Azul era su madre que a Corazón de Fuego lo sorprendía que quisiesen tener algo que ver con cachorros que eran medio del Clan del Trueno. ¿Sería posible que quisieran enseñarles a ser especialmente hostiles hacia el clan de su padre?
—Les dirás lo orgulloso que estoy de ellos, ¿verdad? —maulló Látigo Gris ansiosamente—. Y recuérdales que deben hacer todo lo que les digan sus mentores, ¿vale?
—Por supuesto que lo haré. —Musgosa soltó un ronroneo tranquilizador—. Sé que Vaharina te ayudará a estar en contacto con ellos. A Estrella Leopardina podría no gustarle, pero… bueno, si no se entera, no le hará daño.
Corazón de Fuego tenía sus dudas: tras rechazar a Estrella Azul, Vaharina podría no querer seguir relacionándose con el Clan del Trueno. El lugarteniente sospechaba que la guerrera se sentiría más leal que nunca al Clan del Río y a Tabora, la gata a la que siempre había querido como si fuera su madre.
—Gracias, Musgosa —maulló Látigo Gris—. No olvidaré lo que has hecho.
Miró alrededor al oír un aullido procedente de lo alto de la Gran Roca: la señal de que empezaba la reunión.
Al volverse, Corazón de Fuego vio que los cuatro líderes ya estaban juntos; sus pelajes brillaban a la luz de la luna mientras observaban a los gatos congregados a sus pies. Corazón de Fuego prestó poca atención mientras los líderes iniciaban formalmente la Asamblea. En vez de eso, se preguntó si Estrella Azul mencionaría el horrible asalto a Zarpa Rauda y Centellina, y si alguno de los otros líderes tendría noticias semejantes. Casi esperaba que sí, porque eso demostraría que la fuerza oscura del bosque no era una amenaza para el Clan del Trueno solamente y que, por tanto, no la había enviado el Clan Estelar para castigar a Estrella Azul por haber desafiado a sus antepasados. Corazón de Fuego no podía evitar pensar que era algo mayor incluso que eso, una sombra gigantesca que abarcaba el bosque entero, algo que no conocía el código guerrero y que veía a los gatos como simples presas.
Cuando Estrella Alta terminó de hablar, Estrella de Tigre dio un paso adelante. Explicó brevemente cómo progresaba el programa de entrenamiento del Clan de la Sombra, que había nacido una nueva camada y que tres aprendices habían ascendido a guerreros.
—El Clan de la Sombra vuelve a ser fuerte de nuevo —concluyó—. Ya estamos preparados para tomar parte activa en la vida del bosque.
Corazón de Fuego se preguntó si eso significaría «preparados para atacar a nuestros vecinos». Aguardó, con el alma en vilo, a que Estrella de Tigre diera razones para expandir su territorio. El líder del Clan de la Sombra había hecho una pausa y estaba mirando a los gatos reunidos como si tuviera algo particularmente importante que decir.
—Tengo una petición que hacer —anunció—. Muchos sabéis que cuando dejé el Clan del Trueno, en la maternidad había dos hijos míos. Eran demasiado pequeños para viajar, y estoy agradecido al Clan del Trueno por los cuidados que les han dado. Pero ya es hora de que se reúnan conmigo en el clan al que pertenecen legítimamente. Estrella Azul, te pido que me entregues a Zarzo y Zarpa Trigueña.
Varios guerreros del Clan del Trueno elevaron aullidos de protesta antes de que Estrella de Tigre terminara de hablar. Corazón de Fuego estaba demasiado atónito para unirse a sus compañeros. Desde hacía tiempo, le preocupaba que a Estrella de Tigre no le bastase con ver a sus hijos en las Asambleas, pero jamás se habría esperado una petición pública para que se los entregaran.
Estrella Azul se incorporó y aguardó a que el ruido se apagara para responder.
—Por supuesto que no —maulló—. Son hijos del Clan del Trueno. Ahora son aprendices y se quedarán en el lugar al que pertenecen.
—¿El Clan del Trueno? —espetó Estrella de Tigre con voz desafiante—. Creo que no, Estrella Azul. Ellos me pertenecen, y serán mis guerreros quienes se hagan cargo de su entrenamiento.
Corazón de Fuego pensó que, según ese razonamiento, los hijos de Látigo Gris deberían volver al Clan del Trueno, aunque suponía que Estrella Azul no querría reabrir ese debate con el Clan del Río. Se sintió aliviado al ver que Estrella Azul no iba a amilanarse fácilmente.
—Tu preocupación es natural, Estrella de Tigre. Pero puedes estar seguro de que Zarpa Trigueña y Zarzo recibirán el mejor entrenamiento posible en el Clan del Trueno.
Estrella de Tigre hizo una nueva pausa, recorriendo el claro con la mirada, y cuando habló de nuevo no fue sólo para Estrella Azul, sino para toda la audiencia de gatos.
—La líder del Clan del Trueno me dice lo bien entrenados que estarán mis hijos bajo su guía… cuando el Clan del Trueno tiene un pésimo historial cuidando de sus miembros más jóvenes. Un cachorro cazado por un halcón. Un aprendiz muerto salvajemente y otro permanentemente mutilado cuando los mandaron a una misión sin ningún guerrero. ¿A alguien le extraña que me preocupe la seguridad de mis hijos?
Gritos horrorizados sonaron por todo el claro. Corazón de Fuego se quedó mirando al líder del Clan de la Sombra sin dar crédito. ¿Cómo sabía lo de Zarpa Rauda y Centellina? Era demasiado reciente para que hubiese llegado a oídos del Clan de la Sombra, excepto… «¡Cebrado!», pensó el lugarteniente, flexionando las garras de rabia. ¡Ese guerrero traicionero debía de haber ido directamente a Estrella de Tigre para contárselo todo!
Corazón de Fuego estaba tan furioso que se perdió la respuesta de Estrella Azul, y cuando volvió a concentrarse, Estrella de Tigre estaba hablando de nuevo.
—Yo no veo qué tiene de difícil —maulló suavemente—. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que el Clan del Trueno entregara cachorros a otro clan, ¿verdad que no, Estrella Azul?
Corazón de Fuego sintió que el miedo le atenazaba el estómago. Estrella de Tigre estaba refiriéndose indirectamente a Vaharina y Pedrizo, pues Tabora le había hablado de los cachorros nacidos en el Clan del Trueno. Agradeció al Clan Estelar que Estrella de Tigre no supiera el nombre de los cachorros ni quién era su madre. Pero lo poco que sabía el atigrado era mucho más de lo que sabía el resto del clan.
Miró de reojo a Pedrizo, que estaba sentado a sólo unas colas de distancia. El gato gris azulado se había incorporado, con la cabeza bien recta, y estaba mirando fijamente hacia la Gran Roca. Pero sus ojos no estaban clavados en Estrella de Tigre, según advirtió Corazón de Fuego, sino en Estrella Azul, y en ellos había un odio puro.
Hundiendo las garras en el suelo, el joven lugarteniente esperó la respuesta de su líder. Se dio cuenta de lo alterada que estaba. Cuando por fin consiguió contestar, parecía que las palabras se le clavaran en la garganta como espinas.
—El pasado es el pasado —declaró la gata—. Debemos juzgar cada situación individualmente. Pensaré con detenimiento en lo que has dicho, Estrella de Tigre, y te daré mi respuesta en la próxima Asamblea.
Corazón de Fuego dudaba que Estrella de Tigre consintiera en esperar una luna entera, pero, para su sorpresa, el líder del Clan de la Sombra inclinó la cabeza y retrocedió un paso.
—Muy bien —accedió—. Una luna más… pero sólo una.