—No os acerquéis más —advirtió Fronde Dorado—. Este lugar es muy peligroso.
Él y Corazón de Fuego, junto con sus dos aprendices, se hallaban al borde del Sendero Atronador. Zarzo y Zarpa Trigueña arrugaron la nariz por el amargo olor.
—A mí no me parece peligroso —maulló Zarzo.
A modo de prueba, alargó una pata para posarla sobre la superficie oscura y pétrea.
En ese mismo instante, Corazón de Fuego notó que el suelo temblaba con el rugido de un monstruo.
—¡Atrás! —gruñó.
Zarzo retrocedió de un salto a la seguridad del arcén mientras el monstruo pasaba a toda prisa, agitando su pelaje con una ráfaga de aire caliente y apestoso.
A Zarpa Trigueña se le pusieron los ojos como platos del susto.
—¿Qué ha sido eso? —maulló.
—Un monstruo —explicó Corazón de Fuego—. Llevan Dos Patas en sus entrañas, pero nunca abandonan el Sendero Atronador, así que estáis bastante seguros… siempre que os mantengáis alejados de él. —Miró a Zarzo con severidad—. Cuando un guerrero te diga que hagas algo, obedece. Pregunta todo lo que quieras, pero después.
El aprendiz asintió arañando el suelo.
—Sí, Corazón de Fuego.
Ya estaba recuperándose de la impresión. El lugarteniente tuvo que admitir que muchos gatos más experimentados se habrían aterrorizado al encontrarse tan cerca de un monstruo. Desde que habían dejado el campamento por la mañana, Zarzo se había mostrado valiente, curioso y ansioso por aprender.
Tormenta de Arena, Látigo Gris y Tormenta Blanca habían salido en la patrulla del alba, mientras Corazón de Fuego y Fronde Dorado llevaban a sus aprendices a conocer el territorio del Clan del Trueno. El lugarteniente advirtió que se movía con un sigilo extraordinario por los senderos, antes tan familiares, obsesionado con las sombras y temeroso de que, en cualquier momento, pudiera encontrarse cara a cara con la oscura presencia que rondaba el bosque.
Se había mantenido bien lejos de las Rocas de las Serpientes, pues no quería correr riesgos en aquel maldito lugar con los dos aprendices. Sabía que pronto tendría que hacer algo con la amenaza que acechaba allí, pero esperaba a que Cara Perdida estuviera lo bastante bien para contarles exactamente qué la había atacado. En lo más profundo de su ser, Corazón de Fuego no podía evitar preguntarse si, cuando eso sucediera, sus guerreros serían capaces de enfrentarse al problema.
—¿Qué es eso de ahí? —preguntó Zarpa Trigueña, apuntando con la cola al bosque que había al otro lado del Sendero Atronador.
—Ése es el territorio del Clan de la Sombra —respondió Fronde Dorado—. ¿Puedes captar su olor?
Una fría brisa llevaba el olor del Clan de la Sombra hacia ellos. Zarzo y Zarpa Trigueña abrieron la boca para saborearlo.
—Sí, ya lo habíamos olido antes —anunció la aprendiza.
—¿Ah, sí? —Fronde Dorado lanzó una mirada de asombro a Corazón de Fuego.
—Cuando Cebrado nos llevó a la frontera para que conociéramos a nuestro padre —explicó Zarzo.
—Yo los vi. —Corazón de Fuego quería que Fronde Dorado supiera que aquello no era una novedad para él—. Supongo que no podemos culpar a Estrella de Tigre por querer ver a sus hijos —añadió, obligándose a ser comprensivo.
Fronde Dorado no respondió, pero pareció algo preocupado, como si compartiera los recelos de Corazón de Fuego por la relación de Estrella de Tigre con aquellos dos jóvenes del Clan del Trueno.
—¿Podemos ir ahora a ver a nuestro padre? —preguntó Zarpa Trigueña ilusionada.
—¡No! —Fronde Dorado pareció escandalizado—. Los gatos de un clan no entran sin más en el territorio de otro. Si nos sorprendiera una patrulla, sería un gran problema.
—No si les decimos que Estrella de Tigre es nuestro padre —replicó Zarzo—. La última vez tenía ganas de vernos.
—Fronde Dorado os ha dicho que no —espetó Corazón de Fuego—. Y si pillo a alguno de los dos poniendo una pata al otro lado de la frontera, ¡os cortaré la cola!
Zarpa Trigueña dio un salto atrás, como si pensara que iba a llevar a cabo la amenaza en ese mismo instante.
Los ojos ámbar de Zarzo se clavaron en los del lugarteniente varios segundos.
—Corazón de Fuego —maulló entonces, dubitativo—. Hay algo más, ¿verdad? ¿Por qué nadie nos habla de nuestro padre? ¿Por qué se marchó del Clan del Trueno?
El lugarteniente se quedó mirando a su aprendiz. No veía la manera de esquivar una pregunta tan directa. Tiempo atrás, le había prometido a Flor Dorada que les contaría a sus hijos la verdad, pero había esperado tener algo más de tiempo para pensar en qué decir exactamente.
Intercambió una rápida mirada con Fronde Dorado, el cual susurró:
—Si no se lo cuentas tú, lo hará otro.
El guerrero tenía razón. Había llegado el momento de cumplir la promesa hecha a Flor Dorada. Tras carraspear para aclararse la garganta, maulló:
—De acuerdo. Busquemos un sitio donde descansar y os lo contaré.
Se alejó varios saltos de conejo del Sendero Atronador, hasta una hondonada resguardada por matas de helechos, amarillos y quebradizos ya por las heladas de la estación sin hojas. Los aprendices lo siguieron con los ojos dilatados de curiosidad.
Corazón de Fuego comprobó que no hubiera olor a perro antes de acomodarse sobre la hierba seca, escondiendo las patas delanteras debajo del pecho. Fronde Dorado se quedó en la parte alta del terreno, haciendo guardia por los posibles peligros, del perro o del territorio del Clan de la Sombra, tan cercano.
—Antes de hablaros de vuestro padre —empezó—, quiero recordaros que el Clan del Trueno está orgulloso de vosotros. Los dos seréis unos guerreros estupendos. Lo que voy a contaros ahora no cambiará nada de eso.
La curiosidad de los aprendices se transformó en desazón al oír eso. Corazón de Fuego supo que estarían preguntándose qué iba a pasar.
—Estrella de Tigre es un gran guerrero —continuó—. Y siempre quiso ser líder de un clan. Antes de abandonar el Clan del Trueno, era nuestro lugarteniente.
Los ojos de Zarzo centellearon de emoción.
—Cuando sea guerrero, también me gustaría ser lugarteniente.
Corazón de Fuego sintió un hormigueo ante aquella evidencia de la ambición de su aprendiz, tan parecida a la de Estrella de Tigre.
—Guarda silencio y escucha.
Zarzo inclinó la cabeza obedientemente.
—Como estaba diciendo, Estrella de Tigre ha sido siempre un gran guerrero —prosiguió Corazón de Fuego, obligándose a lanzar las palabras al frío aire—. Pero un día hubo un combate contra el Clan del Río por las Rocas Soleadas, y Estrella de Tigre aprovechó la batalla para matar a Cola Roja, que entonces era el lugarteniente de nuestro clan. Echó la culpa a un guerrero del clan enemigo, pero nosotros descubrimos qué había sucedido en realidad.
Hizo una pausa. Los dos aprendices estaban mirándolo sin pestañear, con expresión incrédula y horrorizada.
—¿Quieres decir… que Estrella de Tigre mató a un gato de su propio clan? —preguntó Zarpa Trigueña a duras penas.
—¡No me lo creo! —exclamó Zarzo con un grito de angustia.
—Es cierto —maulló Corazón de Fuego, sintiéndose mareado por el esfuerzo de contarles la verdad sobre la traición de su padre, ajustándose a la insistencia de Flor Dorada sobre que el relato fuera imparcial y no alejara a los pequeños de su clan de nacimiento—. Estrella de Tigre esperaba ocupar el puesto de Cola Roja como lugarteniente, pero Estrella Azul escogió a un gato llamado Corazón de León.
—¿Y Estrella de Tigre mató también a Corazón de León? —preguntó Zarzo con voz temblorosa.
—No, no lo hizo. Corazón de León murió en una batalla contra el Clan de la Sombra. Entonces, Estrella de Tigre sí se convirtió en lugarteniente, pero eso no era suficiente para él. Él quería ser líder.
Hizo una nueva pausa, preguntándose cuánto decir. Decidió que no hacía falta amargarlos con la historia de cómo Carbonilla había resultado herida en una trampa tendida por Estrella de Tigre para Estrella Azul, ni sus intentos de matar al propio Corazón de Fuego.
—Formó una banda de gatos proscritos en el bosque —continuó—. Juntos atacaron el Clan del Trueno, y Estrella de Tigre intentó asesinar a Estrella Azul.
—¡Asesinar a Estrella Azul! —exclamó Zarpa Trigueña sin aliento—. Pero ¡ella es nuestra líder!
—Estrella de Tigre pensó que podría ser líder en su lugar —explicó Corazón de Fuego, con voz cuidadosamente neutral—. El clan lo desterró, y fue entonces cuando se unió al Clan de la Sombra y llegó a convertirse en su líder.
Los dos hermanos se miraron el uno al otro.
—Entonces, ¿nuestro padre es un traidor? —maulló Zarzo quedamente.
—Bueno, sí. Y sé que es duro pensar en eso. Tan sólo recordad que podéis sentiros orgullosos de pertenecer al Clan del Trueno. Y el clan se siente orgulloso de vosotros, como ya os he dicho. No sois responsables de lo que hizo vuestro padre. Podéis ser grandes guerreros, leales al clan y al código guerrero.
—Pero nuestro padre no fue leal —maulló Zarpa Trigueña—. ¿Significa eso que ahora es nuestro enemigo? —preguntó con ojos aterrados.
Corazón de Fuego la miró.
—Todos los gatos de los demás clanes deben tener muy presentes sus propios intereses —respondió delicadamente—. Eso es lo que significa la lealtad al clan. Ahora vuestro padre es leal al Clan de la Sombra, al igual que vuestra obligación es ser leales al Clan del Trueno.
Hubo un silencio durante unos segundos, y al cabo Zarpa Trigueña se incorporó y se dio unos lametazos en el pecho.
—Gracias por contárnoslo, Corazón de Fuego. ¿Es… es cierto eso de que el resto del clan está orgulloso de nosotros?
—Por supuesto que sí —aseguró el lugarteniente—. No olvidéis que el clan descubrió todo esto cuando vosotros erais unos recién nacidos, y nadie ha querido castigaros jamás, ¿no?
Zarpa Trigueña le hizo un guiño de agradecimiento. Al mirar a Zarzo, Corazón de Fuego advirtió que tenía la vista clavada en el cielo, entre las arqueadas hojas de los helechos. No había forma de descifrar las emociones que reflejaban sus ojos ámbar.
—¿Zarzo? —preguntó Corazón de Fuego inquieto, pero el joven no reaccionó. Deseando tranquilizarlo, continuó—: Trabajad duro y sed leales a vuestro clan, y nadie os culpará por lo que hizo vuestro padre.
Zarzo bajó la cabeza de golpe y miró a su mentor con toda la hostilidad que Corazón de Fuego había visto en Estrella de Tigre. Nunca se había parecido más a su padre.
—Pero en realidad no es cierto, ¿verdad? —bufó el aprendiz—. Tú sí nos culpas. No me importa lo que digas ahora. He visto la forma en que me miras. Crees que seré un traidor como mi padre. ¡Tú nunca confiarás en mí, haga lo que haga!
Corazón de Fuego se quedó mirándolo fijamente, incapaz de negar sus acusaciones. Durante unos segundos, no tuvo ni idea de qué decir. Mientras vacilaba, Zarzo se levantó de un salto y atravesó los helechos hasta lo alto de la ladera, donde aguardaba Fronde Dorado. Zarpa Trigueña lanzó una mirada asustada a Corazón de Fuego y corrió tras su hermano.
El lugarteniente oyó que Fronde Dorado maullaba:
—¿Listos para partir? Seguiremos la frontera hasta los Cuatro Árboles. —Hizo una pausa antes de gritar—: ¡Corazón de Fuego!, ¿estás listo?
—Ya voy —contestó él.
Al ir tras los aprendices, notó un gran peso en el corazón. No sabía si había logrado explicarles el verdadero significado de la lealtad, o si sólo había conseguido alejarlos más del Clan del Trueno y de él mismo.
Mientras guiaban a los aprendices a través de su territorio, Corazón de Fuego no dejaba de buscar señales del misterioso mal que habitaba en el bosque. No vio nada; no había olores insólitos ni rastro de presas despedazadas. La amenaza, fuera cual fuese, se había escondido de nuevo, y eso aún le daba más miedo. ¿Qué sería aquello que podía provocar daños tan horribles y luego desvanecerse en las profundidades del bosque como si nunca hubiera existido?
«Debo hablar con Cara Perdida en cuanto pueda», decidió. Estaba convencido de que los gatos todavía eran posibles presas, y sólo era cuestión de tiempo que otro resultara cazado.
Al salir al claro la mañana siguiente temprano, Corazón de Fuego vio que la patrulla del alba ya estaba preparándose para partir. Látigo Gris y Tormenta de Arena esperaban junto a la entrada del túnel de aulagas, mientras Manto Polvoroso llamaba a Ceniciento ante la guarida de los aprendices.
Corazón de Fuego corrió hacia la entrada, pero antes de llegar oyó que Tormenta de Arena le decía a Látigo Gris en voz bien alta:
—Estoy harta de esperar. Nos vemos en lo alto del barranco. —Y sin mirar a Corazón de Fuego, dio media vuelta y desapareció.
El lugarteniente sintió que lo inundaba la tristeza y se detuvo ante el túnel, saboreando el olor de Tormenta de Arena, que ya se había ido.
—Dale tiempo —maulló Látigo Gris, tocándole el omóplato con la nariz—. Ya se le pasará.
—No lo sé. Desde aquella reunión con el Clan del Viento…
Se interrumpió al ver que llegaban Manto Polvoroso y Ceniciento, y se apartó para que el resto de la patrulla siguiera a Tormenta de Arena. Por lo menos, Manto Polvoroso parecía haber aceptado el regreso de Látigo Gris, hasta el punto de salir a patrullar con él. A lo mejor, lo único que necesitaba su amigo para volver a formar parte del clan era tiempo.
Corazón de Fuego cruzó el claro hasta la guarida de Carbonilla. Cara Perdida estaba sentada en una zona soleada, y Nimbo Blanco se hallaba a su lado, limpiándola con delicadeza. Las heridas de sus costados estaban sanando limpiamente, y su pelaje canela y blanco estaba creciendo de nuevo. Mientras se acercaba, Corazón de Fuego pensó durante un segundo que casi volvía a ser la misma de siempre. Pero entonces la gata levantó la cabeza, y, por primera vez, el lugarteniente vio la parte herida de su rostro sin la protección de las telarañas.
A lo largo de la mejilla de Cara Perdida había unos cortes recién cicatrizados, donde el pelo no crecería nunca más. El ojo había desaparecido, y la oreja había quedado reducida a unos jirones. Corazón de Fuego descubrió lo espantosamente apropiado que era su nuevo nombre, y la recordó como era antes, alegre y vivaracha. Sintió una furia ardiente en el estómago. ¡Debía expulsar a aquella amenaza del bosque!
Al acercarse a Cara Perdida, ésta soltó un débil quejido y se encogió contra Nimbo Blanco.
—Tranquila —maulló Nimbo Blanco dulcemente—. Sólo es Corazón de Fuego. —Tras alzar la vista hacia su antiguo mentor, le explicó—: Has llegado por su lado ciego. Se asusta cuando alguien hace eso, pero está cada día mejor.
—Así es —confirmó Carbonilla, saliendo de su guarida. Tras acercarse cojeando a Corazón de Fuego para que Cara Perdida no pudiera oírlos, añadió—: Para ser sincera, no hay mucho más que pueda hacer por ella. Sólo necesita tiempo para recuperar las fuerzas.
—¿Cuánto? —preguntó el lugarteniente—. Necesito hablar con ella… y ya es hora de que Nimbo Blanco retome sus obligaciones como guerrero. Sé que Tormenta de Arena lo quiere para su grupo de caza. —Miró al joven compasivamente, admirado todavía por su lealtad hacia Cara Perdida.
Carbonilla se encogió de hombros.
—Dejaré que Cara Perdida decida cuándo está preparada para abandonar mi guarida. ¿Has pensado en lo que pasará ahora con ella?
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—Oficialmente es guerrera…
—¿Y tú crees que sería feliz en la guarida de los guerreros, entre brutos como vosotros? —maulló Carbonilla exasperada—. Todavía necesita que cuiden de ella.
—Creo que podría ir a vivir con los veteranos, al menos mientras se pone fuerte de nuevo —dijo la voz de Nimbo Blanco. El joven se había unido a Corazón de Fuego y la curandera—. Cola Pintada sigue lamentándose de la muerte de Copito de Nieve en la guarida de los veteranos. Le haría bien tener a alguien a quien cuidar.
—¡Es una idea brillante! —exclamó Corazón de Fuego.
—Yo no estoy segura —objetó Carbonilla—. ¿Qué va a pensar Cola Pintada? Ya sabes lo quisquillosa y orgullosa que es. No le gustará la idea de que estés haciéndole un favor al intentar distraerla por la muerte de Copito de Nieve.
—Déjame a mí a Cola Pintada —repuso el lugarteniente—. Le diré que es ella la que está haciéndome un favor a mí al cuidar de Cara Perdida.
—Eso podría funcionar —aprobó la curandera—. Y cuando Cara Perdida esté un poco mejor, podría ayudar a los veteranos y así dejar libres a los aprendices para otras tareas.
—Vamos a preguntárselo —propuso Nimbo Blanco, que corrió al lado de la joven gata y se apretó contra ella—. Cara Perdida, Corazón de Fuego quiere hablar contigo.
—Cara Perdida, soy Corazón de Fuego. —El destrozado rostro de la gata se volvió hacia él—. ¿Te gustaría vivir una temporada con los veteranos? Me quitarías una gran preocupación de encima si pudieras echarles una mano… Los aprendices ya tienen mucho trabajo.
Cara Perdida se sacudió nerviosamente y miró a Nimbo Blanco con su único ojo.
—No tengo que hacerlo, ¿verdad? Yo no soy una veterana.
Nimbo Blanco restregó el hocico contra su rostro herido.
—Nadie te obligará a hacer nada que tú no quieras.
—Pero estarías haciéndome un gran favor —se apresuró a añadir Corazón de Fuego—. Cola Pintada sigue llorando la pérdida de Copito de Nieve, y le beneficiaría mucho tener cerca a una gata joven y enérgica. —Al ver que Cara Perdida vacilaba, continuó—: Es sólo hasta que recuperes todas tus fuerzas.
—Y cuando vuelvas a estar en forma, yo te ayudaré a entrenar —intervino Nimbo Blanco—. Estoy seguro de que podrás cazar con tu ojo y tu oreja buenos. Sólo hará falta un poco de práctica.
El rostro de la gata se iluminó esperanzado, y al cabo asintió despacio.
—De acuerdo, Corazón de Fuego. Si ésa es la manera de poder ser útil…
—Lo es, te lo prometo. Y, Cara Perdida… —añadió, tras agacharse a su lado y darle un lametón—, ¿hay algo que puedas contarme de aquel día en el bosque? ¿Viste qué te atacó?
La confianza de la joven se esfumó de golpe, y volvió a encogerse contra Nimbo Blanco.
—No me acuerdo —gimoteó—. Lo lamento, Corazón de Fuego, no me acuerdo.
Nimbo Blanco le lamió la cabeza para reconfortarla.
—No pasa nada. No tienes que pensar en eso ahora mismo.
El lugarteniente intentó disimular su decepción.
—No importa. Si se te ocurre algo, dímelo enseguida.
—Yo sí voy a decirte algo ahora —gruñó Nimbo Blanco—: cuando descubramos quién le hizo esto, lo haré picadillo. Prometido.