—¿Vivirá? —preguntó Corazón de Fuego, angustiado.
Carbonilla soltó un suspiro de agotamiento. Había llegado a las Rocas de las Serpientes tan rápido como le permitían sus patas desiguales. Después había hecho todo lo posible por taponar con telarañas las peores heridas de Centellina para detener la hemorragia, y le había dado semillas de adormidera para el dolor. Al final, la aprendiza se había recuperado lo suficiente para que la arrastraran por el bosque hasta el campamento, y ahora yacía inconsciente en un hueco entre los helechos que había cerca de la guarida de Carbonilla.
—No lo sé —admitió la curandera—. He hecho todo lo que he podido. Ahora Centellina depende del Clan Estelar.
—Es una gata fuerte —maulló Corazón de Fuego, intentando tranquilizarse a sí mismo.
Al mirar ahora a Centellina, acurrucada entre los helechos, le parecía cualquier cosa menos fuerte. Parecía más pequeña que un cachorro, apenas un bultito peludo. Corazón de Fuego casi se esperaba que cada inhalación de la gata fuera la última.
—Incluso aunque se recupere —le advirtió Carbonilla—, quedará espantosamente marcada. No he podido salvarle una oreja y un ojo. No sé si podrá ser guerrera alguna vez.
Corazón de Fuego asintió. Tuvo náuseas al obligarse a mirar el lado herido del rostro, ahora cubierto de telarañas. Todo aquello le recordaba al accidente de Carbonilla, cuando Fauces Amarillas le comunicó que su joven aprendiza jamás llegaría a curarse del todo.
—Centellina ha dicho algo de la «manada» —murmuró—. Me pregunto qué es lo que vio en realidad.
Carbonilla negó con la cabeza.
—Es lo que he estado temiendo todo este tiempo. Hay algo acechándonos en el bosque. Lo he oído en mis sueños.
—Lo sé. —Al lugarteniente se le tensaron los músculos de arrepentimiento—. Debería haber hecho algo hace tiempo. El Clan Estelar también le mandó esa advertencia a Estrella Azul.
—Pero Estrella Azul ya no siente ningún respeto por nuestros antepasados guerreros. Me sorprende incluso que los escuchara.
—¿Tú crees que ésa es la razón de que haya pasado esto? —Corazón de Fuego se volvió hacia la curandera.
—No. El Clan Estelar no ha enviado este mal, estoy segura.
En ese instante, un ruido en el túnel de helechos anunció la llegada de Nimbo Blanco.
—Creo que te he dicho que descansaras —maulló Carbonilla.
—No podía dormir. —El joven guerrero fue a instalarse entre los helechos junto a su amiga—. Quiero estar con Centellina. —Inclinó la cabeza para darle un suave lametón—. Duerme bien, Centellina. Sigues siendo preciosa —murmuró—. Vuelve con nosotros. No sé dónde estás ahora, pero tienes que volver.
Siguió lamiéndola un rato más y luego levantó la cabeza para fulminar con la mirada a Corazón de Fuego.
—¡Todo esto es culpa tuya! —le espetó—. Centellina y Zarpa Rauda deberían haber sido nombrados guerreros, y así no habrían salido por su cuenta.
El lugarteniente le sostuvo la mirada.
—Sí, lo sé —maulló—. Y lo intenté; créeme.
Se interrumpió al oír unas leves pisadas de otro gato. Al darse la vuelta, vio que se acercaba Estrella Azul. Él había pedido a Tormenta de Arena que fuera en su busca; la guerrera melada llegó detrás de la líder al claro de Carbonilla.
Estrella Azul se detuvo junto a Centellina y se quedó mirándola en silencio. Nimbo Blanco levantó la cabeza desafiante, y durante unos segundos Corazón de Fuego pensó que iba a acusarla de las horribles heridas de la aprendiza, pero el joven no abrió la boca.
Estrella Azul parpadeó un par de veces antes de preguntar:
—¿Se está muriendo?
—Eso depende del Clan Estelar —respondió Carbonilla, mirando de reojo a Corazón de Fuego.
—¿Y qué compasión podemos esperar del Clan Estelar? —gruñó la líder—. Si depende de nuestros antepasados, Centellina morirá.
—Sin haber llegado a ser guerrera —intervino Nimbo Blanco en voz baja y pesarosa; dicho esto, continuó lamiendo el omóplato de su amiga.
—No necesariamente —respondió Estrella Azul de mala gana—. Hay un ritual (por suerte, poco usado) mediante el cual, si un aprendiz valioso está agonizando, puede ser nombrado guerrero para que llegue al Clan Estelar con su nombre guerrero. —La gata vaciló.
Corazón de Fuego contuvo la respiración con incredulidad. ¿De verdad podría Estrella Azul dejar a un lado su rabia hacia sus antepasados para reconocer la importancia del Clan Estelar en la vida de un guerrero? ¿Estaba a punto de admitir que había negado a Centellina el estatus de guerrera que se merecía?
Nimbo Blanco volvió a mirar a la gata gris.
—Entonces, hazlo —gruñó.
Estrella Azul no reaccionó mal por el hecho de que el guerrero más joven le diera órdenes. Mientras Corazón de Fuego y Carbonilla contemplaban la escena, arrimándose para reconfortarse con el contacto, y Tormenta de Arena se acercaba como testigo silenciosa, la líder del clan inclinó la cabeza y empezó a hablar.
—Solicito a mis antepasados guerreros que observen a esta aprendiza. Ella ha aprendido el código guerrero y ha dado su vida al servicio de su clan. Que el Clan Estelar la reciba como guerrera. —Entonces hizo una pausa y sus ojos refulgieron de fría furia—. Será conocida como Cara Perdida, para que todos los gatos sepan qué hizo el Clan Estelar para arrebatárnosla —gruñó.
Corazón de Fuego se quedó mirándola horrorizado. ¿Cómo podía la líder utilizar a la malherida aprendiza en su guerra contra los espíritus de sus antepasados?
—Pero ¡es un nombre muy cruel! —protestó Nimbo Blanco—. ¿Y si Centellina sobrevive?
—Entonces tendremos más razones todavía para recordar lo que nos ha hecho el Clan Estelar —replicó Estrella Azul en apenas un susurro—. Tendrán a esta guerrera como Cara Perdida, o nada.
Nimbo Blanco le sostuvo la mirada un momento más, con desafío en los ojos, pero al cabo bajó la cabeza como si supiese que era inútil discutir.
—Que el Clan Estelar la reciba con el nombre de Cara Perdida —concluyó Estrella Azul, y se inclinó para tocarle levemente la cabeza con la nariz—. Bueno, ya está hecho —murmuró.
Como si el contacto la hubiera reanimado, Cara Perdida abrió su único ojo, que quedó anegado por un pavor horroroso. Durante un momento, la joven luchó por despertar del todo.
—¡Manada, manada! —exclamó con voz ahogada—. ¡Matar, matar!
Estrella Azul retrocedió con el pelo erizado.
—¿Qué? ¿Qué quiere decir? —preguntó.
Pero Cara Perdida cayó inconsciente de nuevo. La líder miró ansiosa a Carbonilla y Corazón de Fuego.
—¿Qué quería decir? —insistió.
—No lo sé —maulló la curandera, inquieta—. Eso es lo único que dice.
—Pero, Corazón de Fuego, yo te conté… —La gata gris estaba haciendo un gran esfuerzo por hablar—. Los antepasados del Clan Estelar me mostraron un peligro en el bosque, y lo llamaban «manada». ¿Es esa manada la que ha hecho esto?
Carbonilla evitó su mirada y se fue a examinar a Cara Perdida. Corazón de Fuego buscó una respuesta que satisficiera a su líder. No quería que Estrella Azul supiese que sus gatos estaban siendo cazados igual que presas por un enemigo sin nombre y sin rostro. Pero sabía que no se conformaría con palabras tranquilizadoras y vacías.
—Nadie lo sabe —contestó por fin—. Advertiré a las patrullas que estén alerta, pero…
—Pero si el Clan Estelar nos ha abandonado, las patrullas no nos ayudarán —terminó Estrella Azul despectivamente—. Quizá ha mandado esta manada para castigarme.
—¡No! —Carbonilla se encaró con su líder—. El Clan Estelar no ha mandado a la manada. Nuestros antepasados se preocupan por nosotros y jamás trastornarían la vida del bosque ni destruirían a todo un clan por una sola desavenencia. Estrella Azul, debes creer en eso.
La gata gris no le hizo caso. Se acercó a Cara Perdida y se quedó mirándola.
—Perdóname —maulló—. Yo he atraído la ira del Clan Estelar sobre ti.
Luego dio media vuelta y se marchó a su guarida.
Casi en el mismo instante en que desaparecía la líder, un aullido desgarrador inundó el claro principal. Corazón de Fuego atravesó los helechos a la carrera: Rabo Largo y Látigo Gris acababan de llegar con Zarpa Rauda para enterrarlo. Cuando el cuerpo blanco y negro quedó dispuesto en el centro del claro, su mentor se tumbó junto a él, tocándolo con el hocico en la posición ritual de duelo. Flor Dorada, madre de Zarpa Rauda, se sentó a su lado, mientras sus hermanastros, Pequeño Zarzo y Pequeña Trigueña, contemplaban la escena con ojos despavoridos.
Corazón de Fuego sintió una nueva oleada de pena. Rabo Largo había sido un buen mentor para Zarpa Rauda, y no se merecía el dolor que estaba sufriendo.
Tras regresar a la guarida de Carbonilla, vio que Tormenta de Arena se había acercado a la curandera, que estaba aplicando nuevas telarañas a las ya empapadas de sangre.
—A lo mejor se recupera —maulló la guerrera—. Si hay alguien que pueda ayudarla eres tú, Carbonilla.
La curandera alzó la vista y parpadeó.
—Gracias, Tormenta de Arena, pero las hierbas curativas tienen un efecto limitado. Y si Cara Perdida vive, puede que no me lo agradezca.
Se volvió hacia Corazón de Fuego, que captó su temor a que la gata herida no lograse sobreponerse a su aspecto, espantosamente cambiado. ¿Qué futuro le esperaba a una gata cuyas cicatrices le recordarían siempre la pesadilla que había vivido?
—Yo cuidaré de ella igualmente —juró Nimbo Blanco, que dejó de lamer a su amiga para mirarlos un instante.
Corazón de Fuego se sintió orgulloso. Si su antiguo aprendiz mostrara la misma lealtad incondicional al código guerrero, podría ser uno de los mejores guerreros del Clan del Trueno.
Tormenta de Arena restregó delicadamente el hocico contra Cara Perdida y luego retrocedió.
—Iré por algo de carne fresca para ti y Nimbo Blanco —le dijo a Carbonilla—. Y traeré también una pieza para Cara Perdida. A lo mejor le apetece algo si despierta. —Decididamente optimista, salió del claro de la curandera.
—Yo no quiero comer nada —maulló Nimbo Blanco con voz apagada—. Tengo el estómago revuelto.
—Necesitas dormir —repuso Carbonilla—. Te daré unas semillas de adormidera.
—Tampoco quiero semillas de adormidera. Quiero quedarme con Cara Perdida.
—No te estoy preguntando qué es lo que quieres; te estoy diciendo lo que necesitas. Ayer pasaste la noche en vela, ¿recuerdas? —Con más delicadeza, añadió—: Prometo que te despertaré si hay algún cambio.
Mientras la gata iba en busca de las semillas, Corazón de Fuego lanzó a Nimbo Blanco una mirada comprensiva.
—Carbonilla es la curandera —señaló—. Sabe qué es lo mejor.
Nimbo Blanco no contestó, pero cuando Carbonilla regresó con una cabeza seca de adormidera y la sacudió delante de él, se tragó las semillas sin rechistar. Agotado, se ovilló muy cerca de Cara Perdida y cayó dormido al cabo de unos segundos.
—Jamás pensé que Nimbo Blanco se preocuparía tanto por otro miembro del clan —murmuró Corazón de Fuego.
—¿Es que no te habías dado cuenta? —A pesar de su desazón, en los ojos azules de Carbonilla apareció un brillo risueño—. Nimbo Blanco ya lleva una estación entera detrás de Centellina… La ama de verdad, ¿sabes?
Al ver a los dos jóvenes acurrucados juntos, Corazón de Fuego se lo creyó.
Se encaminó al montón de carne fresca. El sol ya estaba casi en su cénit, pero, aunque sus rayos descendían radiantes sobre el claro, apenas alcanzaban a calentar. La estación sin hojas había llegado al bosque.
Habían pasado días desde que Zarpa Rauda resultó muerto y Cara Perdida herida. Corazón de Fuego acababa de ir a visitarla, y la joven seguía aferrándose a la vida. Carbonilla empezaba a ser cautelosamente optimista; quizá lograría sobrevivir. Nimbo Blanco pasaba casi todo el tiempo con ella. El lugarteniente lo había liberado temporalmente de sus tareas como guerrero para que pudiese cuidar de la malherida.
Mientras cruzaba el claro, el lugarteniente vio que Látigo Gris salía de la guarida de los guerreros y se dirigía al montón de carne fresca. Cebrado lo adelantó y lo empujó a un lado para hacerse con un conejo. Manto Polvoroso, que ya estaba eligiendo su propia presa, miró con hostilidad a Látigo Gris; éste vaciló, sin querer acercarse hasta que los otros dos se marcharon a comer junto a la extensión de ortigas.
Corazón de Fuego apretó el paso para alcanzar a su amigo.
—No les hagas caso —masculló—. Esos dos tienen el cerebro en la cola.
Látigo Gris le lanzó una mirada agradecida antes de escoger una urraca del montón.
—Comamos juntos —propuso Corazón de Fuego. Tras elegir un campañol, fue hacia una zona soleada cerca de la guarida de los guerreros—. Y no te preocupes por ésos —añadió—. No pueden mostrarse hostiles eternamente.
Látigo Gris no pareció muy convencido, pero no dijo nada, y los dos amigos se pusieron cómodos para comer. Al otro extremo del claro, Pequeña Trigueña y Pequeño Zarzo estaban jugando con los tres hijos de Sauce. Corazón de Fuego sintió una punzada de pena al recordar que Cara Perdida jugaba a veces con ellos, como si estuviese deseando tener cachorros. ¿Alguna vez podría tener su propia camada?
—No me acostumbro a cómo se parece ese cachorro a su padre —maulló Látigo Gris después de observar un rato a los gatitos.
—Mientras no se comporte como él…
Corazón de Fuego se puso tenso cuando Pequeño Zarzo derribó a una hija de Sauce mucho más pequeña que él, pero se relajó de nuevo al ver que la cachorrita parda se levantaba de un salto y se abalanzaba juguetonamente sobre el atigrado.
—Ya debe de ser hora de hacerlo aprendiz —señaló Látigo Gris—. Él y Pequeña Trigueña son mayores que… —Enmudeció, y sus ojos ámbar se empañaron de tristeza.
Su amigo supo que estaba pensando en sus hijos, que se habían quedado en el Clan del Río.
—Sí, ya es hora de que piense en sus mentores —coincidió, esperando distraerlo de sus recuerdos agridulces—. Le preguntaré a Estrella Azul si puedo ser el mentor de Pequeño Zarzo. ¿Quién crees que…?
—¿Tú serás el mentor de Pequeño Zarzo? —Látigo Gris se quedó mirándolo sin pestañear—. ¿Te parece una buena idea?
—¿Y por qué no? —repuso Corazón de Fuego, sintiendo un hormigueo—. Ahora que Nimbo Blanco es guerrero, ya no tengo ningún aprendiz.
—Porque Pequeño Zarzo no te cae bien. No te culpo por eso, pero ¿no estaría mejor con un mentor que se fiara de él?
El lugarteniente dudó. Había algo de verdad en las palabras de su amigo, pero no podía encargarle esa tarea a ningún otro gato. Él debía tener a Pequeño Zarzo bajo su guía, para asegurarse de que mantendría su lealtad al Clan del Trueno.
—La decisión está tomada —maulló secamente—. Quería preguntarte quién sería adecuado para Pequeña Trigueña.
Látigo Gris hizo una pausa, como si quisiera seguir discutiendo, pero luego se encogió de hombros.
—Me sorprende que tengas que preguntármelo. Hay una candidata obvia —contestó. Al ver que su amigo no decía nada, aclaró—: ¡Tormenta de Arena, ratón descerebrado!
Corazón de Fuego tomó un bocado de campañol para darse tiempo de pensar una respuesta. Tormenta de Arena era una guerrera experimentada. Había sido aprendiza al mismo tiempo que, Látigo Gris, Manto Polvoroso y él, y era la única de los cuatro que jamás había tenido un aprendiz a su cargo. Aun así, por alguna razón se sentía reacio a encomendarle a Pequeña Trigueña.
Tras engullir el campañol, maulló:
—Es que le medio prometí a Fronde Dorado que sería el mentor de Copito de Nieve. Lo justo es que le pregunte a Estrella Azul si él puede ser el mentor de Pequeña Trigueña, por la desilusión tan grande que se llevó hace poco. Además, es un guerrero estupendo y hará un buen trabajo.
A Látigo Gris le brillaron los ojos de orgullo; Fronde Dorado había sido su aprendiz, y estaba encantado de oír lo bien que le iba al joven guerrero. Pero luego agitó las orejas con incredulidad.
—Venga, Corazón de Fuego. Ésa no es la verdadera razón, y lo sabes.
—¿Qué quieres decir?
—No quieres confiarle Pequeña Trigueña a Tormenta de Arena por temor a lo que podría hacerle Estrella de Tigre.
Mirando al guerrero gris, Corazón de Fuego supo que estaba en lo cierto. Esa razón había estado en su mente, pero él se había negado a admitirla, incluso ante sí mismo.
—Tú quieres protegerla —continuó Látigo Gris.
—¿Y qué tiene eso de malo? Estrella de Tigre ya ha conseguido que Cebrado saque a los cachorros del campamento para que lo conozcan. ¿Crees que la cosa terminará ahí? ¿Crees que se contentará con verlos en las Asambleas?
—No, no lo creo. —Látigo Gris soltó un resoplido exasperado—. Pero ¿qué pensará Tormenta de Arena? Ella no es una bonita y frágil minina doméstica, no es de las que se esconden detrás de guerreros grandes y fuertes. Tormenta de Arena sabe cuidar de sí misma.
Corazón de Fuego se encogió de hombros, incómodo.
—Tendrá que aceptar la decisión. Estoy seguro de que Estrella Azul accederá a que Fronde Dorado se ocupe de Pequeña Trigueña.
Los ojos ámbar de Látigo Gris relucieron previendo problemas.
—Tú eres el lugarteniente. Pero a Tormenta de Arena no le gustará nada —predijo.
—¿Tú quieres ser el mentor de Pequeño Zarzo? —preguntó Estrella Azul.
Corazón de Fuego se hallaba en la guarida de la líder. Acababa de abordar el tema de los nuevos aprendices, sugiriendo que deberían celebrar la ceremonia de nombramiento a la puesta de sol.
—Sí —contestó—. Y que Fronde Dorado sea el mentor de Pequeña Trigueña.
Estrella Azul lo observó entornando los ojos.
—Un traidor como mentor del hijo de un traidor —dijo con voz ronca. Era evidente que no le interesaba quién se encargaría de Pequeña Trigueña—. Muy apropiado.
—Estrella Azul, ahora no hay traidores en el clan —intentó tranquilizarla Corazón de Fuego, apartando sus recelos sobre Pequeño Zarzo.
Ella sorbió por la nariz desdeñosamente.
—Haz lo que quieras, Corazón de Fuego. ¿Por qué va a importarme lo que suceda en este nido de canallas?
Corazón de Fuego renunció a razonar con ella y salió de la guarida para regresar al claro. El sol ya estaba descendiendo, y el clan había empezado a reunirse a la espera de la ceremonia. Corazón de Fuego vio a Fronde Dorado y lo llamó.
—Creo que estás preparado para tener un aprendiz —anunció—. ¿Te gustaría ser el mentor de Pequeña Trigueña?
A Fronde Dorado se le iluminó la mirada.
—¿Ha… hablas en serio? —tartamudeó—. ¡Sería genial!
—Harás un buen trabajo. ¿Sabes lo que debes hacer en la ceremonia?
Se interrumpió al ver que Tormenta de Arena salía de la guarida de los guerreros y se encaminaba hacia él.
—Espera aquí, Fronde Dorado —dijo—. Regreso en un momento.
Y fue al encuentro de la gata melada.
—¿Qué es eso que me ha dicho Látigo Gris? —quiso saber Tormenta de Arena en cuanto él pudo oírla—. ¿Es cierto que le has preguntado a Estrella Azul si Fronde Dorado puede ser el mentor de Pequeña Trigueña?
El lugarteniente tragó saliva. Los ojos verdes de la guerrera llameaban de ira, y tenía erizado el pelo de los omóplatos.
—Sí, es cierto… —empezó.
—Pero ¡yo tengo más experiencia que él!
Corazón de Fuego reprimió el impulso de contarle la verdad, de explicarle que estaba haciéndolo por su bien y por ninguna otra razón. Pero si le decía que no iba a ser la mentora de Pequeña Trigueña porque él deseaba protegerla de posibles problemas con Estrella de Tigre, ella se enfurecería todavía más. Tormenta de Arena pensaría que él la consideraba demasiado débil para lidiar con la amenaza que suponía el líder del Clan de la Sombra.
—¿Y bien? —insistió la guerrera—. ¿Acaso no me consideras capaz de ser una buena mentora?
—No se trata de eso —protestó Corazón de Fuego.
—Entonces, ¿de qué? ¡Dame una buena razón por la que yo no debería ser la mentora de Pequeña Trigueña!
—Porque… —El lugarteniente miró alrededor en busca de una respuesta—. Porque quiero que dirijas patrullas de caza extra. Eres una cazadora excepcional, Tormenta de Arena… la mejor. Y ahora que está llegando la estación sin hojas, las presas volverán a escasear. Vamos a necesitarte de verdad. —Mientras hablaba, supo que lo que decía era cierto. Tener partidas de caza extra dirigidas por Tormenta de Arena sería una forma de resolver el problema de alimentar al clan durante las durísimas lunas de la estación sin hojas.
Sin embargo, la guerrera melada no se mostró impresionada.
—Sólo estás poniendo excusas —maulló despectivamente—. No hay ninguna razón para que no dirija partidas de caza y sea, al mismo tiempo, la mentora de Pequeña Trigueña. Ella es inteligente y rápida, y estoy segura de que también se convertirá en una cazadora excepcional.
—Lo lamento. Ya le he dicho a Fronde Dorado que se encargue de Pequeña Trigueña. Le pediré a Estrella Azul que te encomiende uno de los cachorros de Sauce cuando haya pasado la peor parte de la estación sin hojas. ¿De acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo —bufó Tormenta de Arena—. Yo no he hecho nada para que me ningunees de ese modo. No me olvidaré de esto fácilmente, Corazón de Fuego.
Dicho esto, dio media vuelta y fue a reunirse con Escarcha y Pecas. Corazón de Fuego fue tras ella, pero se detuvo de inmediato. No había nada que pudiera decir, y, además, Estrella Azul acababa de aparecer para convocar la ceremonia.
Mientras el clan se iba congregando, Corazón de Fuego reparó en Látigo Gris, no muy lejos de la Peña Alta, solo. Musaraña pasó junto a él como si no existiera para ir a sentarse con las otras gatas. Frustrado por la manera en que el clan seguía negándose a aceptar a su amigo, Corazón de Fuego deseó ir a consolarlo, pero tuvo que quedarse donde estaba, listo para participar en la ceremonia. Un momento después, aparecieron Nimbo Blanco y Tormenta Blanca por el túnel que llevaba a la guarida de la curandera, y se colocaron al lado del guerrero gris, para alivio del lugarteniente.
Carbonilla los siguió cojeando y se encaminó hacia Corazón de Fuego apresuradamente. Cuando estuvo cerca, el joven vio que sus ojos azules centelleaban.
—Buenas noticias, Corazón de Fuego —dijo la gata—. Cara Perdida acaba de despertarse y ha podido comer algo de carne fresca. Creo que va a ponerse bien.
El lugarteniente ronroneó encantado.
—Eso es estupendo, Carbonilla. —Pero, aunque la noticia suponía un alivio, no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría Cara Perdida cuando se enterara de que había quedado espantosamente marcada.
—Ya se ha incorporado, y está intentando limpiarse ella sola —continuó Carbonilla—, pero sigue estando muy alterada. Tendrá que permanecer unos días más en mi guarida.
—¿Ha dicho algo sobre lo que la atacó?
La curandera negó con la cabeza.
—He tratado de preguntárselo, pero pensar en eso todavía la angustia demasiado. En sus pesadillas aún grita «manada» y «matar».
—El clan necesita saberlo —le recordó Corazón de Fuego.
—Pues el clan tendrá que esperar —replicó Carbonilla tajantemente—. Cara Perdida necesita paz y tranquilidad para recuperarse.
Corazón de Fuego quería preguntarle cuándo creía que Cara Perdida estaría en condiciones de hablar con él, pero tenía que prestar atención a la ceremonia. Flor Dorada salió de la maternidad flanqueada por sus dos hijos. Corazón de Fuego vio que los había aseado con especial esmero. El pelo de Pequeña Trigueña relucía como una llama al sol poniente, y el pelaje atigrado oscuro de Pequeño Zarzo tenía una pátina brillante. De camino hacia la Peña Alta, la gatita iba dando saltos de alegría, pero su hermano parecía tranquilo y avanzaba con la cabeza y la cola bien altas.
Corazón de Fuego se preguntó si ése habría sido el aspecto de Estrella de Tigre cuando lo nombraron aprendiz. ¿Habría sido también como una promesa de valentía y de una larga vida al servicio de su clan? ¿Tuvieron su líder y su mentor alguna idea de lo que estaba destinado a ser?
Estrella Azul llamó a los dos cachorros para que se situaran al pie de la Peña Alta. Corazón de Fuego advirtió que la gata estaba más alerta que de costumbre, como si ni siquiera ella pudiese ser indiferente a la idea de tener más guerreros que lucharan por el clan.
—Fronde Dorado —empezó—. Corazón de Fuego dice que estás preparado para tener tu primer aprendiz. Serás el mentor de Zarpa Trigueña.
Con un aspecto casi tan nervioso como su nueva aprendiza, Fronde Dorado dio unos pasos adelante, y Zarpa Trigueña corrió a su encuentro.
—Fronde Dorado —continuó la líder—, has demostrado ser un guerrero leal y reflexivo. Espero que hagas lo posible por transmitir esas cualidades a Zarpa Trigueña.
Mentor y aprendiza entrechocaron las narices y luego se retiraron a un extremo del claro mientras Estrella Azul se volvía hacia Corazón de Fuego.
—Ahora que Nimbo Blanco es guerrero —siguió la gata—, estás libre para tomar otro aprendiz. Serás el mentor de Zarzo.
La líder lo miró con un extraño fulgor en los ojos y él comprendió, horrorizado, que Estrella Azul recelaba de sus motivos para querer entrenar al hijo de Estrella de Tigre. Intentó sostener la fría mirada de su líder sin amilanarse. Pensara lo que pensase Estrella Azul, él sabía que sus motivos eran la lealtad al Clan del Trueno.
Zarzo se dirigió hacia su mentor, y Corazón de Fuego avanzó para reunirse con él en el centro del círculo de gatos. Contemplando los ojos del nuevo aprendiz, vio en ellos un ardiente entusiasmo que, al mismo tiempo, suponía un aliciente y un desafío.
«¡Qué gran guerrero será! —pensó Corazón de Fuego, y añadió para sus adentros—: ¡Ojalá no fuera hijo de Estrella de Tigre!».
—Corazón de Fuego, has demostrado ser un guerrero de insólito valor y mente rápida —maulló Estrella Azul entornando los ojos—. Estoy convencida de que transmitirás todo lo que sabes a este joven aprendiz.
El lugarteniente inclinó la cabeza para tocar con su nariz la de Zarzo. Mientras guiaba al nuevo aprendiz a un extremo del claro, Zarzo le preguntó:
—¿Qué hacemos ahora, Corazón de Fuego? Quiero aprenderlo todo: a pelear, a cazar, todo sobre los otros clanes…
A pesar de sus recelos, el lugarteniente tuvo que admitir que era evidente que Zarzo no sabía nada de la antigua hostilidad entre su mentor y su padre. Eso era gracias a Flor Dorada, que estaban observándolos con una expresión indescifrable. Corazón de Fuego supuso que a la reina no le habría hecho demasiada gracia que él decidiera entrenar al hijo de Estrella de Tigre. ¿Y qué pasaría cuando el propio Estrella de Tigre se enterara? Sentía los ojos de Cebrado clavados en él; sabía que el guerrero oscuro daría la nueva noticia a Estrella de Tigre en la siguiente Asamblea, si no antes.
—Todo a su tiempo —prometió al ansioso aprendiz—. Mañana saldremos con Fronde Dorado y con tu hermana para hacer un recorrido por nuestro territorio. Luego aprenderéis dónde están las fronteras y cómo reconocer los olores de los otros clanes.
—¡Genial! —exclamó Zarzo con un chillido emocionado.
—Pero, de momento —añadió Corazón de Fuego mientras Estrella Azul concluía la ceremonia—, puedes ir a conocer a los demás aprendices. No olvides dormir en su guarida esta noche.
Agitó la cola para dejarlo marchar, y Zarzo salió disparado hacia su hermana, mientras los otros gatos empezaban a apiñarse a su alrededor, felicitando a los dos nuevos aprendices y llamándolos por su nombre.
Mientras contemplaba la escena, Corazón de Fuego vio que Látigo Gris se encaminaba hacia él. Cuando su amigo pasó al lado de Tormenta de Arena, ésta le preguntó:
—Látigo Gris, ¿no te da pena que no te hayan confiado un aprendiz?
—En parte. —Sonó incómodo y miró a Corazón de Fuego de reojo mientras hablaba—. Pero no puedo esperar encargarme de ninguno durante un tiempo. La mitad del clan no me ha aceptado todavía.
—Entonces, la mitad del clan son estúpidas bolas de pelo —declaró Tormenta de Arena, dándole un lametazo en la oreja.
Látigo Gris se encogió de hombros.
—Sé que tendré que demostrar mi lealtad antes de volver a ser mentor. Y tú tendrás pronto un aprendiz —añadió, como si pudiera leerle el pensamiento—, en cuanto estén listos los hijos de Sauce.
Una expresión de disgusto cruzó la cara de Tormenta de Arena. Corazón de Fuego se preguntó si debería intentar hablar con ella otra vez, pero cuando la gata advirtió que él se acercaba dubitativo, se volvió hacia Látigo Gris y maulló bien alto:
—¡Andando, vamos a ver si queda algo de carne fresca! Corazón de Fuego se detuvo y vio abatido cómo Tormenta de Arena se levantaba para encaminarse al montón de carne. Látigo Gris la siguió, lanzando una mirada de inquietud a su amigo.
Al ver cómo la guerrera le volvía la espalda, el lugarteniente sintió una amarga desilusión. Por mucho que probara, todos sus intentos de reavivar el viejo vínculo entre Tormenta de Arena y él parecían estar fracasando. La echaba de menos, y sentía una clase de soledad que no podría aliviar ninguno de los gatos que se movían a su alrededor.