Cuando Corazón de Fuego entró en el campamento, Pequeño Zarzo corrió hacia él, trastabillando casi por su ansiedad por recibir a los guerreros.
—¿Hemos ganado? —preguntó. Luego se detuvo, mirando a Látigo Gris con los ojos como platos—. ¿Quién es éste? ¿Un prisionero?
—No; es un guerrero del Clan del Trueno —contestó Corazón de Fuego—. Es una larga historia, Pequeño Zarzo, y ahora estoy demasiado cansado para explicártela. Dile a tu madre que te la cuente.
Pequeño Zarzo dio un paso atrás, un poco alicaído. El lugarteniente se quedó pensando: aunque el cachorro no lo recordara, había estado mamando junto a los hijos de Látigo Gris. Flor Dorada cuidó de ellos en los pocos días que pasaron en el Clan del Trueno tras la muerte de Corriente Plateada.
Cuando los dos guerreros pasaron ante él, el cachorro atigrado observó recelosamente a Látigo Gris, y luego se volvió hacia Pequeña Trigueña, que se le acercó corriendo:
—¡Mira! —exclamó Pequeño Zarzo—. Hay un nuevo gato en el clan.
—¿Quién es? —preguntó su hermana.
—Un traidor —respondió Cebrado, de camino a la guarida de los guerreros—. Aunque, bueno, según Estrella Azul, todos somos traidores.
Los dos gatitos se quedaron mirándolo desconcertados. Corazón de Fuego reprimió su rabia; no había tiempo para iniciar una discusión con Cebrado, pero éste no tenía por qué desahogar su furia con los cachorros. Sintiendo una insólita simpatía por Pequeño Zarzo, se volvió hacia él para decirle:
—Sí, hemos ganado. Las Rocas Soleadas siguen siendo nuestras.
El cachorro dio un salto de alegría.
—¡Genial! Voy a contárselo a los veteranos. —Y salió corriendo, con Pequeña Trigueña pisándole los talones.
—Ésos son los hijos de Estrella de Tigre, ¿verdad? —preguntó Látigo Gris con curiosidad, viéndolos marchar.
—Sí. —Corazón de Fuego no quería hablar de ellos en ese momento—. Vayamos a ver a Carbonilla para que nos cure las heridas.
Látigo Gris miró alrededor mientras cruzaban el claro calcinado.
—Nunca volverá a ser igual —musitó con tono triste.
—Seguro que sí, en la próxima estación de la hoja nueva —replicó Corazón de Fuego, intentando animarlo. Esperaba que su amigo se refiriera a la destrucción causada por el incendio, y no a la sensación de que jamás podría recuperar su antiguo lugar en el clan—. Todo crecerá de nuevo, y lo hará con más fuerza que antes.
Látigo Gris no contestó. No parecía tan contento como Corazón de Fuego había esperado, como si empezara a dudar de que su clan de nacimiento fuera a aceptarlo. Y el lugarteniente veía el dolor en sus ojos, lo que indicaba que el guerrero gris estaba empezando a echar de menos a sus hijos, a los que había renunciado. Después de todo, ni siquiera había tenido la oportunidad de despedirse de ellos.
Los guerreros que habían participado en la batalla iban congregándose en el claro de Carbonilla. Cuando Corazón de Fuego y Látigo Gris se acercaron, la curandera levantó la vista de una herida en el costado de Nimbo, sobre la que estaba aplicando telarañas.
—Ya está aquí Corazón de Fuego —maulló—. ¡Por el Clan Estelar!, parece como si hubieras estado luchando contra los monstruos del Sendero Atronador.
—Me siento exactamente así —gruñó él.
Al sentarse a esperar que Carbonilla lo examinara, notó cuánto le dolían las heridas. La que le había hecho Estrella Leopardina en la pata seguía sangrando, y se inclinó para limpiársela.
—¿En qué estabas pensando al traer a éste de vuelta al clan? —gruñó un gato. Al levantar la cabeza, Corazón de Fuego vio a Manto Polvoroso fulminando con la mirada a Látigo Gris—. No lo queremos aquí.
—¿Quiénes no lo queréis aquí? —preguntó el lugarteniente apretando los dientes—. Yo sí pienso que Látigo Gris pertenece a este clan, y Tormenta de Arena también, y… —Se interrumpió cuando Manto Polvoroso les dio la espalda con toda la intención.
Látigo Gris miró a su amigo con expresión apenada.
—No me aceptarán —maulló—. Es cierto: abandoné el clan, y ahora…
—Dales tiempo —intentó animarlo Corazón de Fuego—. Acabarán cambiando de opinión.
Para sus adentros, deseó poder creerlo. Gracias a la indiferencia de Estrella Azul, algunos gatos del clan no tendrían reparos en oponerse al regreso de Látigo Gris. «Un problema más que añadir a mis preocupaciones sobre lo que realmente está sucediendo en el bosque», pensó. ¿Qué esperanzas tendría el clan de sobrevivir a la destrucción que había profetizado el Clan Estelar si no estaban todos unidos?
Se preguntó si Látigo Gris conocería —por boca del curandero del Clan del Río— la oscura amenaza del bosque, la «manada» sobre la que el Clan Estelar les había advertido. Aunque se le erizaba el pelo de terror, sintió cierto consuelo por el hecho de que su amigo estuviera de vuelta, y porque podría confiar en él, ocurriera lo que ocurriese en el futuro. Empezó a lamerse la herida de nuevo, deseando poder disfrutar unos momentos del regreso del guerrero gris.
—Eso es; límpiatela —maulló Carbonilla acercándose. Le olfateó la pata y luego examinó rápidamente las demás heridas—. Estarás bien —le aseguró—. Te traeré algunas telarañas para la hemorragia, pero, aparte de eso, lo único que necesitas es descansar.
—¿Has visto a Estrella Azul? —le preguntó Corazón de Fuego cuando la curandera le llevó las telarañas y empezó a extendérselas sobre el corte—. ¿Está muy malherida?
—Tiene un mordisco en el bíceps. Le he aplicado una cataplasma de hierbas y se ha marchado a su guarida.
Corazón de Fuego se levantó a duras penas.
—Será mejor que vaya a verla.
—De acuerdo, pero si está dormida no la despiertes. Los asuntos del clan pueden esperar. Y mientras Corazón de Fuego hace eso —añadió, volviéndose hacia Látigo Gris—, te echaré un vistazo a ti. —Le dio un lametón en la oreja—. Me alegra que estés aquí de nuevo.
«Por lo menos alguien da la bienvenida a Látigo Gris», se dijo Corazón de Fuego mientras cruzaba el claro. Los otros cambiarían de opinión. Su amigo sólo necesitaba tiempo para demostrar que era otra vez un miembro leal del Clan del Trueno.
—¡Corazón de Fuego! —lo llamó Tormenta de Arena cuando se aproximaba a la guarida de Estrella Azul—. Musaraña y yo vamos a salir a cazar.
—Perfecto —respondió él.
—¿Te encuentras bien? —La gata se le acercó entornando los ojos—. Pensaba que estarías contento… hemos ganado la batalla y Látigo Gris ha vuelto a casa.
Corazón de Fuego restregó el hocico contra su costado. Sintió una punzada de alivio; la gata melada parecía haberlo perdonado por actuar a espaldas de Estrella Azul para organizar el encuentro con Estrella Alta.
—Lo sé… pero no estoy seguro de que todos los gatos acepten a Látigo Gris. Les costará olvidar que amó a una gata de otro clan y que luego nos abandonó.
Tormenta de Arena se encogió de hombros.
—Eso pertenece al pasado. Ahora él está aquí, ¿no? Pues tendrán que conformarse.
—¡Ésa no es la cuestión! —Corazón de Fuego se mostró más irritado de lo que pretendía debido al dolor y el cansancio—. Ahora mismo no podemos permitirnos riñas internas. ¿Es que no lo ves?
Tormenta de Arena se quedó mirándolo sin pestañear; sus ojos verde claro llamearon de furia.
—Pues perdona —le espetó—. Sólo intentaba ayudar.
—Tormenta de Arena, no…
Pero la gata ya había dado media vuelta y se encaminaba a la guarida de los guerreros, donde la esperaba Musaraña.
Sintiéndose más deprimido que antes, el lugarteniente fue a la cueva de Estrella Azul. Cuando miró a través de la entrada, pensó que la líder estaba dormida, acurrucada en su lecho, pero ella abrió sus ojos azules y levantó la cabeza.
—Corazón de Fuego —dijo con voz apagada—. ¿Qué quieres?
—Sólo informarte. —El joven entró en la guarida y se detuvo ante su líder—. Todos los gatos han regresado. Por lo que he visto, ninguno sufre heridas graves.
—Bien. —Y añadió—: Tu aprendiz ha peleado muy bien.
—Sí, así es. —Corazón de Fuego sintió una oleada de orgullo. A pesar de los problemas que había tenido con Nimbo en el pasado, nadie podía poner en duda su valor.
—Creo que es hora de ascenderlo a guerrero. Celebraremos su ceremonia de nombramiento a la puesta de sol.
Corazón de Fuego se llenó de esperanzas. ¿La líder había aceptado por fin que necesitaban nuevos guerreros? Pero su optimismo se esfumó como agua en arena cuando Estrella Azul añadió, torciendo la boca con desprecio:
—Tiene que haber una ceremonia, supongo. Para mí no significa nada, pero estos gatos son tan simplones que jamás aceptarían a Nimbo sin el ritual de siempre.
«¿Y cuánto significa la ceremonia para Nimbo? —se preguntó Corazón de Fuego—. ¿De verdad le importa algo el código guerrero?». Pensó que, si al aprendiz no le importaba nada, no se merecía convertirse en guerrero, por muy bien que hubiera combatido.
Pero Estrella Azul había tomado una decisión, y él no intentaría cambiarla. En vez de eso, sugirió:
—Zarpa Rauda también debería ser guerrero. Hoy se ha portado muy bien.
—Zarpa Rauda ha traído un mensaje al campamento; eso es trabajo de aprendiz. Todavía no está preparado para ser guerrero.
—Pero luego ha vuelto a la batalla —protestó el lugarteniente.
—¡No! —Estrella Azul sacudió la cola—. No puedo confiar en Zarpa Rauda. Nimbo es más fuerte y más valiente… Además, no se doblega ante el Clan Estelar como el resto de vosotros. El clan necesita más guerreros como él.
Corazón de Fuego quiso decir que lo último que necesitaba el clan era la falta de respeto que Nimbo mostraba hacia el Clan Estelar, pero no se atrevió. En vez de eso, inclinó la cabeza y retrocedió.
—Te veré a la puesta de sol —maulló, y fue a dar la noticia a Nimbo.
Su aprendiz, como cabía esperar, se quedó encantado ante la noticia de que iba a convertirse en guerrero por fin. Corazón de Fuego le explicó lo que debía hacer en la ceremonia y luego se dirigió a la guarida de los guerreros, en busca del descanso que tanto necesitaba. Pero entonces vio a Rabo Largo sentado con los aprendices delante de su dormitorio. Resopló. Aún había una cosa más que debía hacer antes de irse a dormir.
Mientras se acercaba a Rabo Largo, le hizo una señal con el hocico para que se reuniera con él donde los aprendices no pudieran oírlos.
—Rabo Largo —empezó, buscando las palabras apropiadas—, lo siento. Tengo malas noticias. Estrella Azul ha aceptado nombrar guerrero a Nimbo, pero…
—Pero a Zarpa Rauda no —murmuró el atigrado—. Es eso, ¿verdad?
—Lo lamento, Rabo Largo. He intentado convencer a Estrella Azul, pero no lo he conseguido.
—Lo que tú digas —bufó el guerrero—. Pero resulta muy raro que elija a tu aprendiz mientras ningunea al mío. ¡Zarpa Rauda jamás se largó a vivir con los Dos Patas!
—No voy a entrar en eso de nuevo —replicó Corazón de Fuego. Nimbo nunca había pretendido abandonar el clan, pero todos sabían que había visitado regularmente el poblado Dos Patas para que le dieran comida, antes de que unos Dos Patas lo capturaran y encerrasen—. Estrella Azul dice que va a nombrar guerrero a Nimbo porque ha peleado bien, mientras que Zarpa Rauda…
—Ha hecho de mensajero. —El pelo atigrado de Rabo Largo se erizó—. ¿Y quién le encargó esa tarea? ¡Él se habría quedado a luchar si tú no lo hubieras mandado al campamento!
—Lo sé —admitió Corazón de Fuego, cansado—. Yo estoy tan desilusionado como tú. Haré todo lo que pueda para que Zarpa Rauda sea guerrero lo antes posible; te lo prometo.
—Si me creyera eso, ¡me creería cualquier cosa! —masculló Rabo Largo.
Le dio la espalda a Corazón de Fuego, arañó la tierra como si estuviera tapando sus excrementos y regresó a la guarida de los aprendices.
El sol estaba descendiendo tras los árboles cuando Corazón de Fuego salió de la guarida de los guerreros seguido de Látigo Gris. Dormir le había devuelto las fuerzas, e intentó sentirse optimista ante la ceremonia, aunque en realidad no le hacía demasiada ilusión.
Las sombras iban extendiéndose por el campamento. Corazón de Fuego vio que Estrella Azul ya había salido de su cueva. Para su alivio, la gata se movía con agilidad, y la herida en el bíceps no pareció dolerle cuando saltó a la Peña Alta.
—Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar vengan aquí, bajo la Peña Alta, para una reunión del clan —llamó la líder.
Látigo Gris le dio a Corazón de Fuego un empujoncito amigable.
—Lo has hecho bien con Nimbo —maulló—. Jamás pensé que ese cachorro tan insoportable llegaría a convertirse en un buen guerrero.
El lugarteniente agradeció el cumplido de su amigo restregando el hocico contra su omóplato. Látigo Gris recordaba el disgusto que se llevó cuando Carbonilla tuvo el accidente, y sabía cuánto significaba para él tener un aprendiz que por fin estuviera listo para ser guerrero. Látigo Gris había visto cómo su propio aprendiz, Fronde, se convertía en guerrero hacía ya tiempo.
Muchos gatos ya estaban en el claro. La noticia del nombramiento de Nimbo debía de haberse propagado por el campamento. Carbonilla apareció procedente de su guarida y se instaló cerca del pie de la roca, mientras que Flor Dorada llevó a sus cachorros a sentarse en la primera fila. La camada de Sauce se quedó con ella cerca de la entrada de la maternidad.
Corazón de Fuego advirtió que los demás aprendices eran los últimos en unirse al círculo de congregados alrededor de la roca. Vio cómo Centellina empujaba a Zarpa Rauda para sacarlo de su guarida. Tras cruzar por fin el claro, el gato blanco y negro se quedó en un extremo de la multitud, y los demás aprendices se acomodaron a su alrededor.
El lugarteniente se sintió descorazonado. No era culpa de Nimbo que Estrella Azul lo hubiese elegido sólo a él. Para el aprendiz sería muy duro no recibir las felicitaciones de sus amigos cuando lo nombraran guerrero.
Pero Nimbo no parecía molesto. Salió parsimoniosamente de la guarida de los veteranos y se encaminó hacia Corazón de Fuego ondeando la cola, con los ojos relucientes de emoción.
El lugarteniente le susurró al oído:
—Estoy muy orgulloso de ti, Nimbo. Mañana puedes dirigir una partida de caza hacia el poblado Dos Patas y contárselo a Princesa.
Nimbo le lanzó una mirada entusiasta, pero, antes de que pudiera decir nada, Estrella Azul empezó a hablar.
—Nimbo, esta mañana has peleado muy bien contra el Clan del Río, y he decidido que ha llegado la hora de que ocupes tu lugar como guerrero en nuestro clan.
El joven gato blanco alzó la cara hacia la Peña Alta, mirando fijamente a su líder mientras ésta pronunciaba las palabras rituales.
—Yo, Estrella Azul, líder del Clan del Trueno, solicito a mis antepasados guerreros que observen a este aprendiz. Ha entrenado duro para aprender las normas de vuestro noble código, y yo os lo encomiendo a su vez como guerrero.
Su voz era áspera, y Corazón de Fuego pensó que simplemente estaba siguiendo un ritual que había dejado de tener sentido para ella. Desazonado, se preguntó si el Clan Estelar estaría dispuesto a cuidar de Nimbo, cuando ni éste ni su líder sentían ningún respeto por sus antepasados guerreros.
—Nimbo —continuó Estrella Azul—, ¿prometes respetar el código guerrero y proteger y defender a este clan, incluso a costa de tu vida?
—Lo prometo —respondió Nimbo con vehemencia.
Corazón de Fuego se preguntó si de verdad comprendía lo que estaba prometiendo. Estaba seguro de que Nimbo haría todo lo que pudiera para proteger al clan, porque aquellos gatos eran sus amigos, pero sabía que el joven no se vería impulsado a actuar por lealtad al código guerrero.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar, te doy tu nombre guerrero —continuó Estrella Azul, pronunciando las palabras como si fueran espinas—. Nimbo, a partir de ahora serás conocido como Nimbo Blanco. El Clan Estelar se honra con tu valor y tu independencia, y te damos la bienvenida como guerrero de pleno derecho del Clan del Trueno.
Tras saltar de la Peña Alta, Estrella Azul se acercó a Nimbo Blanco para posar el hocico sobre su cabeza. Él le dio un lametón respetuoso en el omóplato, y luego fue a colocarse junto a Corazón de Fuego.
Aquél era el momento en que el clan debía saludar al nuevo guerrero coreando su nombre, pero reinaba el silencio. Corazón de Fuego empezó a oír murmullos desasosegados a su alrededor, como si los gatos hubieran percibido la falta de convicción con que Estrella Azul había seguido el ritual. Al lanzar una ojeada a los aprendices, en un extremo, descubrió que todos estaban mirando al suelo y que Zarpa Rauda se había puesto de espaldas a su antiguo compañero de dormitorio.
Nimbo Blanco estaba empezando a sentirse incómodo cuando Pecas, que lo había amamantado cuando era un cachorrito, se acercó a restregar el hocico contra el de él.
—¡Bien hecho, Nimbo Blanco! —exclamó—. ¡Estoy muy orgullosa de ti!
Como si la gata hubiese dado una señal, Carbonilla y Látigo Gris se le unieron, y luego, por fin, los demás gatos empezaron a apiñarse alrededor, saludando a Nimbo por su nuevo nombre y felicitándolo. Corazón de Fuego soltó un suspiro de alivio, aunque advirtió que Rabo Largo no estaba por ningún lado y que los aprendices esperaron hasta el final para acercarse, encabezados por Centellina, y maullaron rápidamente y sin énfasis unas pocas palabras antes de escabullirse. Zarpa Rauda no estaba entre ellos.
—Debes velar esta noche —le recordó Corazón de Fuego a su antiguo aprendiz, intentando sonar como si aquélla fuera una ceremonia de nombramiento más—. No olvides que debes guardar silencio hasta el amanecer.
Nimbo Blanco asintió y fue a colocarse en el centro del claro. Tenía la cabeza y la cola erguidas orgullosamente, pero Corazón de Fuego sabía que la ceremonia había quedado ensombrecida por los celos de los demás aprendices y por la evidente falta de fe de Estrella Azul.
Se preguntó cuánto podría sobrevivir el clan si su líder ya no honraba al Clan Estelar.