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17

Ambos gatos se quedaron de piedra, con los ojos azules desorbitados de la impresión.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedrizo con voz ronca—. Nuestra madre era Tabora.

—No; escuchad…

Corazón de Fuego arrimó a Estrella Azul a la pared rocosa y se plantó delante de ella. Seguía oyendo los aullidos y bufidos de la batalla al otro lado de la roca, pero de pronto le pareció que aquello no guardaba relación con lo que estaba sucediendo en la torrentera.

—Estrella Azul os dio a luz en el Clan del Trueno —maulló rápidamente—, pero no podía quedarse con vosotros, y vuestro padre, Corazón de Roble, os llevó al Clan del Río.

—¡No te creo! —Pedrizo soltó un gruñido cruel mostrándole los dientes—. Es una trampa.

—No; espera —terció Vaharina—. Corazón de Fuego no miente.

—¿Y cómo puedes saberlo? —repuso su hermano—. Es del Clan del Trueno. ¿Por qué íbamos a confiar en él?

Con las uñas desenvainadas, avanzó hacia Corazón de Fuego, que se preparó para el ataque, pero, antes de que Pedrizo pudiera saltar, Estrella Azul se colocó ante él y se encaró con sus hijos.

—Hijos míos, oh, hijos míos… —dijo con voz cálida. Corazón de Fuego vio que sus ojos resplandecían de admiración—. Ahora sois unos guerreros magníficos. Qué orgullosa estoy de vosotros.

Pedrizo lanzó una mirada a Vaharina; el temblor de sus orejas revelaba su incertidumbre.

—Dejad a Estrella Azul en paz —los instó Corazón de Fuego en voz baja.

Un súbito aullido los interrumpió.

—¡Corazón de Fuego! ¡Cuidado! —Era la voz de Látigo Gris.

El joven lugarteniente alzó la vista y vio que Estrella Leopardina estaba abalanzándose sobre él desde lo alto de la roca. El aviso de Látigo Gris le dio el tiempo justo para retroceder a trompicones, de modo que las zarpas de la gata apenas le arañaron el omóplato. Bufando, la líder enemiga lo embistió, dejándolo sin aire mientras lo tiraba al suelo.

Corazón de Fuego agarró el cuello de la gata con las patas delanteras mientras ella le arañaba la barriga con sus potentes patas traseras. Lo atravesó un intenso dolor y contraatacó a ciegas; sus uñas se hundieron en el pelaje de la enemiga. Durante unos segundos, lo único que vio fue el pelo moteado de Estrella Leopardina; tenía la cara pegada contra él, casi lo asfixiaba, y luchó por respirar.

De pronto, Estrella Leopardina echó la cabeza atrás y liberó el cuello. Corazón de Fuego dejó de sentir el sofocante peso de la gata. Tras levantarse a duras penas, retrocedió hasta la roca, listo para cuando la líder volviera a saltar sobre él. La cabeza le daba vueltas de agotamiento, y notaba el latido de la sangre que manaba por una herida de la pata. De repente, ya no estaba seguro de poder ganar aquella batalla.

Miró alrededor en busca de Estrella Azul, pero ésta había desaparecido, al igual que Pedrizo y Vaharina. La líder del Clan del Río estaba delante de él, respirando ruidosamente y sangrando por el cuello y el costado. Para asombro de Corazón de Fuego, Látigo Gris se hallaba encima de ella, inmovilizándola con las patas delanteras.

—Lo tenía —resolló Estrella Leopardina casi incoherentemente de la rabia—. Te he oído. Le has avisado.

Látigo Gris soltó a su líder para que pudiera ponerse en pie.

—Lo lamento, Estrella Leopardina, pero Corazón de Fuego es mi amigo.

La gata sacudió el pelaje ensangrentado y fulminó con la mirada al guerrero gris.

—Siempre he estado en lo cierto contigo —bufó—. Nunca has sido leal al Clan del Río. Te doy una última oportunidad. Ataca ahora a tu amigo por mí, o abandona mi clan para siempre.

Látigo Gris se quedó mirándola abatido y Corazón de Fuego tragó saliva. ¿Estrella Leopardina iba a obligarlo a luchar contra su antiguo compañero de clan? El lugarteniente sabía que no tenía fuerza para vencer a un gato relativamente descansado… y, mucho más que eso, ¿cómo iba a levantar una zarpa contra su mejor amigo?

—¿Y bien? —gruñó Estrella Leopardina—. ¿A qué estás esperando?

Látigo Gris miró a Corazón de Fuego; sus ojos ámbar rebosaban angustia. Luego bajó la cabeza.

—Lo lamento, Estrella Leopardina. No puedo hacerlo. Castígame si quieres.

—¿Castigarte? —Tenía la cara contraída de furia—. Te sacaré los ojos; te abandonaré en el bosque para que te encuentren los zorros. ¡Traidor! Te…

Un coro de aullidos ahogó sus amenazas. Corazón de Fuego levantó la vista temiendo encontrarse con más enemigos a los que combatir. Pero apenas pudo creer lo que vio. Una oleada de gatos del Clan del Trueno iba ocupando la roca y descendiendo a la torrentera. Distinguió a Musaraña, Cebrado, Tormenta de Arena y Manto Polvoroso, y a Zarpa Rauda liderando a los demás aprendices. ¡Su pedido de auxilio había sido recibido y la ayuda estaba acudiendo por fin!

Estrella Leopardina echó un vistazo y huyó a toda prisa. Los gatos del Clan del Trueno la persiguieron con aullidos furiosos. Corazón de Fuego y Látigo Gris se quedaron mirándose.

—Gracias —maulló Corazón de Fuego al cabo de un momento.

Látigo Gris se encogió de hombros y se acercó. Cojeaba ligeramente y tenía el pelo desgarrado y cubierto de tierra.

—No tenía elección —susurró—. No podría haberte hecho daño, jamás.

A medida que se le aclaraba la cabeza, Corazón de Fuego reparó en que los sonidos de la batalla iban desvaneciéndose y que un denso silencio se cernía sobre las Rocas Soleadas, cargado con el hedor a sangre.

—Vamos. Tengo que ver qué ha pasado.

Avanzó por la torrentera, consciente de que Látigo Gris lo seguía de cerca. Al llegar al espacio abierto que había más allá de las rocas, vio a los guerreros del Clan del Río batiéndose en retirada por la ladera que llevaba al río. Prieto se lanzó al agua y empezó a nadar hacia la orilla opuesta.

Fronde Dorado y Tormenta de Arena estaban cerca de allí, y había más guerreros del Clan del Trueno en lo alto de las Rocas Soleadas, observando la huida de sus enemigos. Nimbo alzó la cabeza y soltó un aullido de puro triunfo.

Estrella Azul siguió a los gatos enemigos hasta la misma frontera del Clan del Río, con las orejas erguidas de determinación. Con una punzada de inquietud, Corazón de Fuego vio que la líder iba detrás de Pedrizo y Vaharina.

—Ahora que ya sabéis la verdad, debemos hablar —dijo la gata tras ellos—. Seréis bien recibidos en el Clan del Trueno. Ordenaré a mis guerreros que os conduzcan hasta mi guarida siempre que queráis verme.

Pero los dos hermanos se alejaron de ella y fueron hasta el borde del río. Pedrizo miró atrás antes de meterse en el agua.

—Déjanos en paz —gruñó—. Tú no eres nuestra madre, digas lo que digas.

Estrella Leopardina fue la última en cruzar la frontera.

—¡Mirad ahí! —espetó a sus guerreros, señalando con la cola a Látigo Gris, que estaba junto a Corazón de Fuego—. De no haber sido por ese traidor, las Rocas Soleadas serían nuestras de nuevo. Él ya no es miembro del Clan del Río. Si lo sorprendéis en nuestro territorio, matadlo.

Sin esperar respuesta, la líder dio media vuelta y cojeó rápidamente hacia el río.

Látigo Gris no dijo nada. Se quedó tan inmóvil como las rocas que había tras él, con la cabeza gacha.

Tormenta de Arena fue hasta Corazón de Fuego.

—¿Qué ha pasado? —preguntó. Sangraba por un zarpazo en el omóplato, pero su mirada era clara e inquisitiva.

Corazón de Fuego ansiaba regresar al campamento y acomodarse en la guarida de los guerreros para compartir lenguas con Tormenta de Arena, pero, por desgracia, tenía demasiadas cosas que hacer.

—Látigo Gris me ha salvado la vida —explicó—. Me ha quitado a Estrella Leopardina de encima.

—Ya, y por eso no puede regresar al Clan del Río. —La gata melada miró cómo los últimos gatos enemigos se lanzaban al río. Luego se volvió hacia Látigo Gris, con los ojos dilatados de preocupación—. Entonces, ¿qué va a hacer ahora? —murmuró.

Corazón de Fuego sintió una alegría repentina. Fuera lo que fuese lo que Látigo Gris sentía por sus cachorros, si no podía regresar con el Clan del Río, podría volver a casa. Luego la alegría se esfumó, y se le encogió el estómago de desazón. No era él quien podía tomar esa decisión ¿Permitiría ahora Estrella Azul que el guerrero gris regresara al Clan del Trueno? ¿Y cómo reaccionarían los demás guerreros?

Al mirar alrededor en busca de su líder, la vio subiendo la pendiente, cansada, y fue a reunirse con ella.

—Estrella Azul…

Ella levantó la cabeza; en sus ojos se reflejaba la confusión.

—Ellos me odian, Corazón de Fuego.

El lugarteniente sintió una inmensa lástima. Con su preocupación por Látigo Gris, casi había olvidado cuánto debía de estar sufriendo su líder.

—Lo lamento —murmuró—. A lo mejor no debería habérselo dicho. Pero no se me ha ocurrido otra cosa.

—No pasa nada, Corazón de Fuego. —Para sorpresa del joven, la gata le dio un lametón en el omóplato—. Yo siempre he querido que lo supieran, pero no pensaba que fueran a odiarme por lo que hice. —Soltó un largo suspiro—. Regresemos al campamento.

No mostraba ninguna sensación de triunfo por el éxito al defender su derecho a las Rocas Soleadas. Cuando llegó al sitio en que estaban congregados sus gatos, la líder no dijo nada sobre la victoria, ni siquiera los felicitó por haber peleado tan bien. Su mente parecía seguir concentrada en sus hijos.

Corazón de Fuego subió la cuesta a su lado.

—Bien hecho —le dijo a Nimbo cuando éste saltó de la roca y aterrizó limpiamente junto a él—. Has luchado como un guerrero. Al igual que todos vosotros —añadió, alzando la voz mientras miraba alrededor, esperando compensar la indiferencia de la líder—. Tanto Estrella Azul como yo estamos muy orgullosos de vosotros.

—Gracias al Clan Estelar, hemos logrado derrotar al Clan del Río —maulló Fronde Dorado.

—No; gracias a nosotros —replicó Nimbo—. Los que hemos peleado somos nosotros. Yo no he visto a ningún guerrero del Clan Estelar a nuestro lado.

Estrella Azul giró la cabeza para mirar fijamente al aprendiz blanco con los ojos entornados. Corazón de Fuego pensó que iba a regañarlo, pero la expresión de la gata mostraba más interés que furia. A continuación, asintió levemente con la cabeza, pero no dijo nada.

Cuando los guerreros empezaron a moverse en dirección al campamento, Corazón de Fuego fue junto a Látigo Gris.

—Estrella Azul —maulló nervioso—, Látigo Gris está aquí.

La gata miró vagamente al guerrero gris. Por un momento, Corazón de Fuego temió que su mente estuviera fallando de nuevo, y que no recordara siquiera que Látigo Gris había abandonado un día el Clan del Trueno.

Entonces Cebrado se abrió paso hasta ellos.

—¡Fuera de nuestro territorio! —bufó a Látigo Gris, y añadió volviéndose hacia Estrella Azul—: Yo mismo lo echaré de aquí si quieres.

—Espera —ordenó la líder con un deje de su antigua autoridad—. Corazón de Fuego, explícame qué está ocurriendo.

El lugarteniente le contó cómo Látigo Gris lo había avisado del ataque de Estrella Leopardina y cómo se la había quitado de encima cuando estaba perdiendo el combate.

—También me ha llamado para que te ayudara cuando Vaharina y Pedrizo estaban a punto de atacarte —agregó—. Yo le debo la vida. Por favor, Estrella Azul, deja que regrese al Clan del Trueno.

Látigo Gris miró a su antigua líder con un brillo de esperanza en sus ojos ámbar. Sin embargo, antes de que Estrella Azul pudiera contestar, Cebrado intervino rudamente:

—Él abandonó el clan por voluntad propia. ¿Por qué deberíamos dejar que ahora volviera arrastrándose?

—Yo no estoy arrastrándome, ni ante ti ni ante ningún gato —replicó Látigo Gris, y se volvió de nuevo hacia la líder—. Pero me gustaría regresar, Estrella Azul, si tú me aceptas.

—¡No puedes readmitir a un traidor! —bufó Cebrado—. Acaba de traicionar a su líder… ¿Cómo sabes que no te traicionará a ti a la primera ocasión?

—¡Lo ha hecho por Corazón de Fuego! —protestó Tormenta de Arena.

Cebrado soltó un resoplido desdeñoso.

Estrella Azul lo miró fríamente.

—Si Látigo Gris es un traidor —maulló, con todo el hielo de la estación sin hojas en la voz—, entonces es igual que todos vosotros. El clan está lleno de traidores, así que uno más no supondrá ninguna diferencia. —Giró en redondo hacia Corazón de Fuego; su cuerpo parecía haber recuperado la potencia de antaño—. ¡Tendrías que haber dejado que Vaharina y Pedrizo me mataran! —bufó—. Mejor una muerte rápida a manos de guerreros nobles que una vida alargada en un clan en el que no puedo confiar… ¡un clan condenado a la destrucción por el Clan Estelar!

Mientras hablaba, los otros gatos soltaron gritos ahogados, y Corazón de Fuego se dio cuenta de que muy pocos tenían idea de lo recelosa y desquiciada que se había vuelto Estrella Azul. Sabía que no serviría de nada intentar discutir con ella.

—¿Significa eso que Látigo Gris puede quedarse? —le preguntó.

—Que se quede o que se vaya, como prefiera —respondió con indiferencia.

Su instante de fortaleza se desvaneció, dejándole un aspecto más exhausto que nunca. Despacio, sin mirar a los ojos a ninguno de sus desazonados guerreros, la gata echó a andar en dirección al campamento.