4clanes.jpg

16

Carbonilla no supo decirle a Corazón de Fuego nada más, ni darle una idea de cuál podría ser el mal que rondaba por el bosque.

—El Clan Estelar no repetiría la advertencia si no fuese importante —maulló la curandera, posando su mirada azul en el lugarteniente—. Lo único que podemos hacer es estar ojo avizor.

—Por lo menos, Estrella Azul ha regresado sana y salva —dijo él, intentando animarla en vano.

Los dos eran conscientes de la amenaza informe y muda que se cernía sobre el clan al que amaban.

En los días siguientes, Corazón de Fuego hizo todo lo que pudo para organizar un sistema de patrullas que pudieran advertir con tiempo si el Clan de la Sombra o el del Río decidía atacar. Apenas había suficientes guerreros para las patrullas habituales y las tareas de vigilancia, y, a medida que avanzaba la estación, el joven notó que perdía pelo por la inquietud. La lluvia dio paso a un tiempo fresco y seco, pero todas las mañanas el suelo aparecía cubierto por una fina escarcha, y las hojas que quedaban seguían cayendo de los árboles. La breve recuperación del bosque había terminado, y las presas volvieron a escasear.

Una mañana, alrededor de media luna después de la confrontación con el Clan del Viento, Corazón de Fuego se disponía a salir al frente de la patrulla del alba con Fronde Dorado y Nimbo cuando Estrella Azul se les acercó desde su guarida.

—Yo encabezaré la patrulla esta mañana —anunció la líder, y se fue a esperar a la entrada del campamento.

—¿Estrella Azul va a encabezar una patrulla? —masculló Nimbo—. Ésta sí que es buena. ¡Atentos, que a lo mejor vemos erizos volando!

Corazón de Fuego le dio una colleja, aunque no pudo evitar sorprenderse tanto como su aprendiz al ver que Estrella Azul retomaba sus obligaciones con el clan.

—Muestra un poco de respeto —le ordenó—. Ella es tu líder, y ha estado enferma.

Nimbo refunfuñó. Corazón de Fuego estaba a punto de reunirse con la líder cuando se le ocurrió una idea.

—Escucha, Nimbo, tú quieres ser guerrero, ¿verdad? —le preguntó, y el gato blanco asintió con vehemencia—. Bien, pues ésta es tu oportunidad de impresionar a Estrella Azul. Nos llevaremos también a otro aprendiz. Ve en busca de Zarpa Rauda.

Los ojos de Nimbo se iluminaron de emoción, y fue corriendo a la guarida de los aprendices.

Corazón de Fuego lo observó marcharse y luego se volvió hacia Fronde Dorado.

—¿Puedes ir por Rabo Largo? —Sabía que al guerrero atigrado le gustaría tener la ocasión de exhibir la destreza de su aprendiz—. Debe salir en una patrulla de caza. No te importa intercambiar tu tarea con la suya, ¿verdad?

—No, ningún problema, Corazón de Fuego.

Fronde Dorado desapareció en la guarida de los guerreros, y al cabo de un instante salió Rabo Largo. Los dos aprendices se unieron a sus mentores, y el grupo fue a donde esperaba Estrella Azul.

Ella sacudió la cola.

—¿Seguro que has escogido a los gatos apropiados, Corazón de Fuego? —inquirió con acidez, y sin aguardar respuesta y abrió la marcha fuera del campamento y barranco arriba.

Mientras seguía a la gata gris hacia la frontera con el Clan del Río, Corazón de Fuego casi podía imaginar que las últimas estaciones no habían existido y que él todavía era un joven guerrero de patrulla, sin ninguna de las responsabilidades que lo angustiaban ahora. Pero el bosque marcado por el incendio le recordó que ya no había vuelta atrás.

La escarcha estaba empezando a fundirse cuando el sol se elevó por encima del río, aunque las hojas seguían crujiendo bajo las patas de los gatos cuando éstos atravesaban zonas sombrías. Mientras avanzaban, Corazón de Fuego iba poniendo a prueba a los aprendices, preguntándoles qué veían y olían, para demostrar sus habilidades cazadoras a la líder. Los jóvenes respondían con seguridad, pero Estrella Azul no daba muestras de oírlos.

La líder del clan se detuvo cuando tuvieron el río a la vista y se quedó mirando la ribera opuesta.

—Me pregunto dónde estarán —murmuró, casi demasiado bajo para que Corazón de Fuego lo oyera—. ¿Qué andarán haciendo ahora?

El lugarteniente no necesitó ver la tristeza en los ojos de la gata para saber que estaba pensando en Vaharina y Pedrizo. Miró nervioso a los demás gatos, por si habían oído algo, pero Zarpa Rauda y Nimbo estaban olfateando una vieja madriguera de campañol, y Rabo Largo estaba observando los movimientos de una ardilla en lo alto de un árbol.

Al cabo de unos instantes, Estrella Azul empezó a seguir la frontera río arriba, en dirección a las Rocas Soleadas. Corazón de Fuego reparó en que no dejaba de lanzar miradas al territorio vecino, pero todo estaba tranquilo. No vieron ningún gato del Clan del Río.

Por fin tuvieron delante las Rocas Soleadas. Las piedras suavemente onduladas parecían desiertas. Entonces, mientras Corazón de Fuego las observaba, un gato saltó a lo alto desde el extremo opuesto y se quedó plantado allí, su silueta recortada contra el cielo.

Corazón de Fuego se quedó helado y notó un hormigueo al percibir peligro. Aunque no lograba distinguir el color del pelaje, resultaban inconfundibles aquella postura agresiva, la inclinación arrogante de la cabeza y la cola larga y sinuosa. Se trataba de Estrella Leopardina.

Un par de gatos más se unieron a la gata moteada. Al acercarse, Corazón de Fuego reconoció a Pedrizo, el lugarteniente del Clan del Río, y al guerrero Prieto.

—¡Estrella Azul! —bufó Corazón de Fuego—. ¿Qué está haciendo el Clan del Río en las Rocas Soleadas?

Pero se le cayó el alma a los pies al ver la manera en que la gata estaba mirando al lugarteniente del clan rival… no era la mirada dura y desafiante de una líder ante gatos enemigos en su territorio, sino la mirada de admiración de una reina que ve cómo su adorado cachorro se ha convertido en un noble guerrero.

Estrella Azul continuó andando hasta alcanzar la base de la roca sobre la que esperaba Estrella Leopardina. Corazón de Fuego la siguió.

—¿Qué pretenden? —masculló Nimbo, indignado, a sus espaldas—. ¡Las Rocas Soleadas son nuestras!

Corazón de Fuego le lanzó una mirada de advertencia para que guardara silencio. El aprendiz se quedó atrás junto con Zarpa Rauda y Rabo Largo mientras el lugarteniente se colocaba al lado de la líder.

—Buenos días, Estrella Azul —saludó Estrella Leopardina, muy segura de sí misma—. Llevo aguardando desde la puesta de la luna a que aparecieran gatos del Clan del Trueno, pero jamás habría esperado que uno de ellos fueras tú.

Había un deje de burla en su voz, y Corazón de Fuego se estremeció al ver que la líder de su clan podía ser ridiculizada tan abiertamente por otros líderes.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó la gata gris—. Las Rocas Soleadas pertenecen al Clan del Trueno. —Pero hablaba en voz baja y nada amenazante, como si en realidad no creyera en lo que estaba diciendo… o como si no le importara.

—Las Rocas Soleadas siempre han pertenecido al Clan del Río —replicó Estrella Leopardina—, aunque durante un tiempo hemos permitido al Clan del Trueno cazar aquí. Pero vuestro clan está en deuda con nosotros tras la ayuda que os brindamos en el incendio. Hoy reclamamos esa deuda. Vamos a recuperar las Rocas Soleadas.

A Corazón de Fuego se le erizó el lomo. Si Estrella Leopardina creía que podía apoderarse de las Rocas Soleadas sin pelear, ¡estaba muy equivocada! Se volvió en redondo y susurró:

—Zarpa Rauda, tú eres el más veloz. Regresa al campamento deprisa y trae refuerzos.

—Pero ¡yo quiero luchar! —protestó el aprendiz.

—Entonces, ¡ve y vuelve rápidamente!

El aprendiz corrió hacia los árboles. Estrella Leopardina lo observó entornando los ojos, y Corazón de Fuego supo que la gata se imaginaba adónde iba. Era esencial retrasar la batalla lo máximo posible.

—Sigue hablando con ella —le dijo en voz baja a Estrella Azul—. Zarpa Rauda ha ido en busca de ayuda.

No estaba muy seguro de si la líder lo había oído, pues la gata estaba mirando de nuevo a Pedrizo.

—Y bien, Estrella Azul —maulló Estrella Leopardina con voz desafiante—. ¿Estás de acuerdo? ¿Concedes al Clan del Río el derecho a las Rocas Soleadas?

La gata no contestó enseguida. Conforme se alargaba el silencio, más guerreros del Clan del Río subieron a lo alto de la roca para situarse junto a su líder. Al lugarteniente le dio un vuelco el corazón cuando vio que uno de ellos era Látigo Gris. Sus ojos se clavaron en los de su viejo amigo, y en su expresión angustiada leyó un mensaje tan claro como si el guerrero gris lo hubiera gritado al cielo: «¡No quiero pelear contigo!».

—De ninguna manera —dijo Estrella Azul por fin, y, para alivio de Corazón de Fuego, su voz sonó firme—. Las Rocas Soleadas pertenecen al Clan del Trueno.

—Entonces, tendréis que luchar por ellas —gruñó Estrella Leopardina.

Corazón de Fuego oyó cómo Rabo Largo susurraba detrás de él:

—¡Nos harán picadillo!

En ese mismo momento, Estrella Leopardina lanzó un gañido espeluznante y se lanzó desde la roca sobre Estrella Azul.

Las dos gatas cayeron al suelo bufando y arañando. Corazón de Fuego corrió a ayudar a su líder, pero antes de alcanzarla un guerrero atigrado se abalanzó sobre él, derribándolo y clavándole los colmillos en el omóplato. Corazón de Fuego buscó la barriga del enemigo con las patas traseras, desesperado por que aflojara la presión, y le dio un zarpazo en la garganta. El atigrado lo soltó y retrocedió gañendo.

Corazón de Fuego giró en redondo, buscando a Estrella Azul, pero no logró divisarla. Rabo Largo se hallaba en medio de un aplastante grupo de gatos, pero, antes de que Corazón de Fuego pudiera ayudarlo, vio con el rabillo del ojo que Prieto corría hacia él. Consiguió esquivar las garras del guerrero y, cuando éste cayó torpemente, se le subió encima de un salto y le mordió una oreja con todas sus fuerzas.

Prieto arañó el suelo, intentando zafarse, pero Corazón de Fuego le dio un buen zarpazo en el lomo, aunque perdió a su presa cuando otro gato lo embistió por el costado. Cayó y notó que unos dientes se cerraban sobre su cola.

«Rabo Largo tenía razón —pensó desesperado—. ¡Van a hacernos papilla!».

Los gatos del Clan del Trueno se veían superados en número, y sin esperanzas. No había habido tiempo para que Zarpa Rauda llegara al campamento y regresara con ayuda. Mucho antes de que llegasen los refuerzos, la patrulla estaría vencida o aniquilada, y las Rocas Soleadas volverían a pertenecer al Clan del Río.

Corazón de Fuego se retorció con impotencia, luchando por tener espacio suficiente para usar las zarpas y los dientes. De pronto quedó libre; alguien había apartado a su atacante de un tirón. Se levantó de un salto y vio a Nimbo montado en el lomo de Prieto, agarrado con fuerza a su pelaje negro y con el salvaje brillo de la batalla en sus ojos. Prieto se alzó sobre las patas traseras, pero no logró deshacerse del aprendiz.

—¡Mira esto, Corazón de Fuego! —exclamó Nimbo—. Haz lo mismo que yo… ¡es muy fácil!

No había tiempo para que el lugarteniente contestara. Bufó un insulto al guerrero enemigo, que se alejó gimiendo entre las rocas, y se abalanzó sobre los gatos que se arremolinaban en torno a Rabo Largo. Le quitó un rival de encima al atigrado, y de pronto se encontró frente a Fronde Dorado; el joven guerrero acababa de irrumpir entre los árboles.

Corazón de Fuego dio un respingo de sorpresa y agradeció con fervor al Clan Estelar. Zarpa Rauda debía de haberse encontrado con la patrulla de caza, que estaría inspeccionando el terreno cerca de las Rocas Soleadas, como Corazón de Fuego había ordenado tras la advertencia de Látigo Gris, y la habría mandado en su auxilio, llevándoles ayuda antes de lo esperado.

—¿Dónde está Estrella Azul? —preguntó Fronde Dorado.

—No lo sé.

Aprovechando la pausa, Corazón de Fuego miró alrededor en busca de su líder. Seguía sin haber ni rastro de ella, aunque sí vio a Estrella Leopardina encarándose a Tormenta Blanca sobre una roca, a unos pocos zorros de distancia.

Rabo Largo se levantó tambaleándose y se apoyó contra una roca mientras recuperaba el resuello. Le manaba sangre de un corte en la frente y había perdido un mechón de pelo en el costado, pero aún enseñaba los dientes con un gruñido, y siguió de buena gana a Fronde Dorado cuando éste se incorporó a la batalla.

Corazón de Fuego estaba a punto de unírseles cuando oyó que una voz lo llamaba por encima del fragor de la lucha.

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!

Al volverse, vio a Látigo Gris agazapado en lo alto de la roca más cercana, con una expresión angustiada en su ancho rostro.

—¡Corazón de Fuego, ven aquí! —aulló.

El lugarteniente se preguntó si sería una trampa, y al punto se sintió avergonzado de sí mismo. Su amigo había evitado pelear con él cara a cara; jamás lo engañaría con una artimaña.

Subió por la lisa pendiente rocosa hasta llegar junto a Látigo Gris.

—¿Qué ocurre?

El guerrero señaló con el hocico hacia el otro lado.

—Mira.

Corazón de Fuego se asomó por el borde. Allí, la roca descendía de forma abrupta hasta una estrecha torrentera. Estrella Azul estaba acurrucada casi directamente debajo de él. La gata tenía el pelo alborotado y le sangraba una pata. A cada lado de la torrentera, cerrando cualquier vía de escape, estaban Vaharina y Pedrizo.

El lugarteniente del Clan del Río blandió sus zarpas ante Estrella Azul sin tocarla.

—¡Defiéndete! —gruñó el gato gris—, o juro por el Clan Estelar que te mataré.

Vaharina se le acercó por el otro lado, con la barriga pegada al suelo.

—¿Acaso te da miedo pelear con nosotros? —bufó la guerrera.

Estrella Azul no se movió, excepto para volver la cabeza de un gato a otro. Desde donde se encontraba, Corazón de Fuego no veía la expresión de la líder, pero sabía que ella jamás podría atacar a sus propios hijos.

—Tenía que advertirte —le susurró Látigo Gris al oído—. Me llamarán traidor, pero no podía dejar que mataran a Estrella Azul.

Corazón de Fuego le lanzó una mirada de gratitud. Su amigo ignoraba cuál era la verdadera relación entre Estrella Azul y aquellos dos miembros del Clan del Río. Su única motivación era la lealtad a su antigua líder.

Pero a Corazón de Fuego no le sobraba tiempo para pensar en las lealtades entremezcladas de Látigo Gris. Tenía que salvar a Estrella Azul. Los gatos habían avanzado hasta casi tocarla, ambos con el pelo erizado y mostrando los colmillos entre gruñidos.

—¿Y tú te llamas a ti misma líder? —se mofó Pedrizo—. ¿Por qué no peleas?

Alzó una pata para propinarle un zarpazo en el omóplato. En el mismo instante, Corazón de Fuego saltó desde lo alto de la roca. Aterrizó con dureza en el fondo de la torrentera, casi encima de Pedrizo, obligándolo así a separarse de Estrella Azul. Al otro lado, Vaharina soltó un chillido desafiante y sacó las uñas.

—¡Deteneos! —gritó Corazón de Fuego—. No podéis hacer daño a Estrella Azul… ¡es vuestra madre!