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15

Corazón de Fuego se levantó de un salto.

—Cuéntame qué ha sucedido.

—Después de verla esta mañana, le he llevado semillas de adormidera para tranquilizarla —explicó Carbonilla—. Pero cuando he vuelto a su cueva hace un rato ella no estaba, y no se había comido las semillas de adormidera. La he buscado en la guarida de los veteranos y en la maternidad. No está en ningún lugar del campamento.

—¿Alguien la ha visto marcharse?

—Aún no he preguntado a nadie. He venido a contártelo primero.

—Entonces encargaré a los aprendices que la busquen, y averiguaremos…

—Estrella Azul no es una cachorrita, ¿verdad? —La interrupción procedía de Tormenta Blanca, que había entrado en la guarida a tiempo de oír las noticias de Carbonilla—. Puede haber salido a patrullar. Por lo que sabéis, podría haber otros gatos con ella —dijo con calma. Luego abrió la boca en un gran bostezo y se acomodó en su lecho.

Corazón de Fuego asintió no muy convencido. Lo que decía Tormenta Blanca tenía sentido, pero le gustaría estar seguro. Considerando el estado en que se hallaba Estrella Azul por la mañana, podría estar en cualquier parte del bosque. Incluso podría haber ido al Clan del Río en busca de sus hijos.

—Probablemente no haya por qué preocuparse —tranquilizó a Carbonilla, esperando sonar más seguro de lo que se sentía—. Pero echaremos una ojeada igualmente, y averiguaremos si alguien la ha visto.

Al salir de la guarida, reparó en Frondina y Ceniciento, que estaban compartiendo lenguas cerca del carbonizado tocón de árbol que había delante de la guarida de los aprendices. Corazón de Fuego les explicó deprisa que tenía un mensaje para Estrella Azul, pero que no sabía dónde estaba. Los dos aprendices corrieron a buscarla de buena gana.

—Tú ve a preguntar si alguien la ha visto —le sugirió a Carbonilla, que lo había seguido—. Yo subiré a lo alto del barranco a ver si puedo captar su olor. A lo mejor consigo rastrearla.

En realidad, no tenía demasiadas esperanzas. Mientras dormía, el cielo se había cubierto de nubes y ahora estaba lloviznando. No hacía buen tiempo para seguir un olor. Antes de marcharse, vio que Tormenta de Arena acababa de entrar en el campamento junto con Nimbo y Pecas. Los tres iban cargados de presas, que dejaron en el montón de carne fresca.

Corazón de Fuego corrió hacia ellos, con Carbonilla cojeando a la zaga.

—Tormenta de Arena —maulló—, ¿habéis visto a Estrella Azul?

La guerrera se pasó la lengua por el hocico para limpiarse el jugo de la presa.

—No. ¿Por qué?

—No está aquí —contestó Carbonilla.

A Tormenta de Arena se le pusieron los ojos como platos.

—¿Y eso os extraña después de lo sucedido esta mañana? Debe de sentir que está perdiendo el control de su clan.

Eso estaba tan cerca de la verdad que Corazón de Fuego no supo qué responder.

—Vamos a salir de nuevo —intervino Nimbo—. Estaremos pendientes por si la vemos.

—De acuerdo. —Corazón de Fuego hizo un guiño agradecido a su aprendiz.

El joven gato blanco salió disparado, con las dos guerreras siguiéndolo más despacio. Entonces Pecas se detuvo para maullar:

—Estoy convencida de que Estrella Azul estará bien, Corazón de Fuego.

Tormenta de Arena, por su parte, no volvió la vista atrás.

El lugarteniente sintió que los problemas estaban a punto de desbordarlo, pero entonces notó el suave aliento de Carbonilla en la oreja.

—No te preocupes, Corazón de Fuego —murmuró la curandera—. Tormenta de Arena sigue siendo tu amiga. Debes aceptar que ella no siempre vea las cosas como tú.

—Tú tampoco las ves como yo —suspiró él.

Carbonilla soltó un ronroneo afectuoso.

—Yo también sigo siendo tu amiga —aseguró—. Y sé que has hecho lo que creías correcto. Ahora, veamos cómo podemos encontrar a Estrella Azul.

Para cuando se puso el sol, la líder continuaba desaparecida. Corazón de Fuego había seguido su rastro hasta lo alto del barranco, pero después, con la lluvia arreciando, el rastro se perdía entre el olor a ramas carbonizadas y el mohoso de las hojas caídas.

Demasiado nervioso para dormir, se quedó de guardia. La noche ya estaba tocando a su fin y la luna se estaba ocultando, cuando advirtió un movimiento en la entrada del campamento. Los últimos rayos de luna incidieron en el pelaje gris de Estrella Azul, que apareció cojeando. Tenía el pelo empapado y adherido al cuerpo, y la cabeza gacha. Parecía vieja, exhausta y derrotada.

Corazón de Fuego corrió hacia ella.

—Estrella Azul, ¿dónde has estado?

La líder levantó la cabeza y lo miró. El joven se sobresaltó; los ojos de la gata, que relucían levemente en la penumbra, estaban despejados y brillantes a pesar de su agotamiento.

—Suenas como una reina regañando a sus cachorros —repuso con voz ronca y con un deje de humor. Luego señaló hacia su guarida con la cabeza—. Ven conmigo.

Corazón de Fuego obedeció, aunque deteniéndose a recoger un campañol del montón de carne fresca. Estrella Azul necesitaba comer, sin importar dónde hubiera estado. Cuando llegó a la guarida, ella ya estaba en su lecho musgoso, lavándose con lametazos largos y esmerados. A Corazón de Fuego le habría gustado sentarse a su lado para compartir lenguas con ella, pero después de su último encontronazo, no se atrevió. En vez de eso, dejó el campañol delante de la gata e inclinó la cabeza respetuosamente.

—¿Qué ha ocurrido, Estrella Azul? —le preguntó.

La líder estiró el cuello para olfatear el campañol y luego empezó a engullirlo, como si de repente se hubiera dado cuenta del hambre que tenía. No contestó hasta que hubo terminado.

—He ido a hablar con el Clan Estelar —anunció, limpiándose los restos de campañol del hocico.

Corazón de Fuego se quedó mirándola sin pestañear.

—¿A las Rocas Altas? ¿Tú sola?

—Por supuesto. ¿A quién, de este hatajo de traidores, podía pedirle que me acompañara?

El joven tragó saliva y maulló delicadamente:

—Los miembros de tu clan te somos leales, Estrella Azul. Todos lo somos.

Ella negó con la cabeza tozudamente.

—He ido a las Rocas Altas para hablar con el Clan Estelar.

—Pero ¿por qué? —Corazón de Fuego estaba cada vez más confundido—. Yo creía que ya no querías compartir lenguas con el Clan Estelar.

La vieja gata se levantó.

—Y no quiero. Fui a desafiar a nuestros antepasados. Quería preguntarles cómo justificaban lo que me habían hecho, cuando yo los he servido toda mi vida y he intentado cumplir su voluntad. Y a exigirles una explicación por las cosas que están sucediendo en el bosque.

Corazón de Fuego la miró con incredulidad, asombrado de que se hubiera atrevido a desafiar a los espíritus de sus antepasados guerreros.

—Me he tumbado junto a la Piedra Lunar y el Clan Estelar ha acudido a mí —continuó ella—. No se han justificado… ¿cómo iban a hacerlo? No hay justificación para lo que me han hecho. Pero me han dicho algo…

Corazón de Fuego puso cara de expectación.

—¿Qué?

—Dicen que el mal anda suelto por el bosque. Me han hablado de una «manada». Aseguran que traerá más muerte y destrucción de las que el bosque ha visto jamás.

—¿A qué se referían? ¿Es que no ha habido ya bastante muerte y destrucción con el incendio y las inundaciones?

Estrella Azul bajó la cabeza.

—No lo sé.

—Pero ¡tenemos que averiguarlo! —exclamó el lugarteniente, nervioso—. Quizá se referían al perro… pero un perro no podría causar tanto daño. ¿Y eso de una «manada»? A lo mejor… sí, a lo mejor estaban hablando del Clan de la Sombra. Ya sabes que Estrella de Tigre juró vengarse de nosotros. Puede que esté planeando un ataque. O quizá sea Estrella Leopardina —añadió, con la esperanza de que Estrella de Tigre hubiera perdido interés en perjudicar a su antiguo clan.

Estrella Azul se encogió de hombros.

—Quizá.

Corazón de Fuego entornó los ojos. No lograba entender por qué la gata no quería descifrar el significado de las palabras del Clan Estelar, ni planear cómo detener el ataque si éste se producía.

—Tenemos que hacer algo —insistió—. Podríamos poner vigilantes en las fronteras y redoblar las patrullas. —No estaba seguro de cómo iban a hacerlo con tan pocos guerreros—. Debemos asegurarnos de que siempre haya alguien de guardia en el campamento cuando… —Enmudeció al darse cuenta de que Estrella Azul no estaba escuchándolo. La gata permanecía inmóvil, con los ojos fijos en sus patas—. ¿Estrella Azul?

La líder levantó la vista; sus ojos eran estanques sin fondo de desesperación.

—¿De qué serviría? —preguntó con voz ronca—. El Clan Estelar ha decretado que vendrá la muerte. Una fuerza oscura recorre el bosque, y ni siquiera el propio Clan Estelar puede controlarla. O quizá no quiera. No hay nada que nosotros podamos hacer.

Corazón de Fuego se estremeció. ¿Sería cierto que el Clan Estelar no era lo bastante poderoso para impedir el desastre que se avecinaba? Durante unos segundos, casi llegó a compartir la desesperación de su líder.

Luego alzó la cabeza. Sentía como si estuviera intentando emerger de aguas oscuras.

—No —gruñó—. Me niego a creer eso. Siempre hay algo que un gato puede hacer, mientras tenga valor y lealtad.

—¿Valor? ¿Lealtad? ¿En el Clan del Trueno?

—Sí, Estrella Azul. —Procuró poner toda la fuerza de su convicción en la respuesta—. Excepto Estrella de Tigre, ningún gato ha intentado traicionarte jamás.

Estrella Azul le sostuvo la mirada un momento antes de mirar hacia otro lado. Agitó la cola con cansancio.

—Haz lo que quieras, Corazón de Fuego. No cambiará nada. Nada lo hará. Ahora déjame sola.

El lugarteniente se despidió con un murmullo. Al retroceder, reparó en las semillas de adormidera que Carbonilla había dejado allí, todavía colocadas pulcramente sobre una hoja. Las señaló con la cabeza.

—Cómete las semillas de adormidera, Estrella Azul —maulló—. Necesitas descansar. Mañana, lo verás todo mejor.

Tomó la hoja entre los dientes y, con cuidado, la puso al alcance de la líder. Ésta olfateó las semillas con desdén, pero, cuando se disponía a abandonar la guarida, Corazón de Fuego miró hacia atrás y vio que la gata había empezado a lamerlas.

Una vez fuera, se sacudió de arriba abajo, intentando librarse del creciente horror que había sentido mientras Estrella Azul le revelaba el mensaje del Clan Estelar. Sus patas lo llevaron instintivamente hacia la guarida de Carbonilla. Tendría que contarle a la curandera que Estrella Azul había regresado, y comentar con ella lo que le había contado.

Sólo entonces recordó que, más de una luna atrás, Carbonilla le había hablado de un sueño en que oía las palabras «manada, manada» y «matar, matar».