Cuando regresó al claro principal, no había ni rastro de Cuervo. Se le encogió el estómago. La luna estaba muy alta en el cielo. Al cabo de no mucho, Estrella Azul guiaría a sus guerreros a combatir contra el Clan del Viento, y todas las esperanzas de una solución pacífica se habrían perdido.
¿Dónde estaba Cuervo? Tal vez Bigotes no había logrado dar con él. O tal vez no iba a ir… o estaba de camino pero llegaría demasiado tarde. A Corazón de Fuego le entraron ganas de salir corriendo al bosque en busca de Cuervo, pero eso no serviría de nada.
Entonces captó un movimiento en la entrada del campamento y oyó un maullido desafiante de Ceniciento. Otro gato respondió, y Corazón de Fuego se estremeció de alivio al reconocer la voz de Cuervo. Cruzó el claro a toda velocidad.
—Muy bien, Ceniciento —le dijo al aprendiz—. Yo me encargaré de Cuervo. Tú sigue de guardia. —Entrechocó narices con el lustroso gato que apareció en el túnel de aulagas—. Me alegro de verte, Cuervo. ¿Cómo estás?
El antiguo aprendiz tenía buen aspecto. Su pelo negro relucía a la luz de la luna y sus fuertes músculos se marcaban bajo la piel.
—Estoy bien —contestó Cuervo, y miró el claro, con los ojos ámbar muy dilatados—. Me resulta extraño estar aquí de nuevo. Lamento saber que tenéis problemas con el Clan del Viento. Bigotes me lo ha contado todo y me ha jurado que ellos no han robado ninguna presa.
—Intenta convencer de eso a Estrella Azul —maulló Corazón de Fuego muy serio—. Mira, detesto meterte prisa, pues seguro que has corrido como el viento para llegar aquí tan rápido, pero es que no tenemos mucho tiempo. Sígueme.
Lo guió hasta la guarida de la líder. La gata estaba ovillada en su lecho, pero cuando Corazón de Fuego aguzó la vista vislumbró un brillo reflejado en sus ojos entrecerrados. La gata no estaba dormida.
—¿Qué ocurre, Corazón de Fuego? —preguntó con tono irritado—. Todavía no es hora de partir… ¿Quién viene contigo?
—Soy Cuervo —se presentó el solitario, adelantándose—. Traigo un mensaje del Clan del Viento.
—¡El Clan del Viento! —La líder se levantó de un salto—. ¿Qué quiere decirme ese clan de ladrones?
Cuervo mantuvo el tipo sin encogerse siquiera, aunque debía de recordar los días en que él era un aprendiz del clan y la ira de Estrella Azul era algo temible.
—Estrella Alta quiere reunirse contigo para hablar de la pérdida de presas —anunció.
—¿En serio?
Miró iracunda a su lugarteniente, con los ojos ardiendo. Durante un segundo, Corazón de Fuego estuvo seguro de que ella había adivinado lo que había hecho. Hubo una pausa tensa.
—Estrella Azul, sin duda sería mejor hablar que pelear —se atrevió a decir.
—No me digas qué hacer —le espetó la líder. La punta de su cola se sacudía con irritación—. Sal de aquí. Cuervo y yo discutiremos el asunto.
Corazón de Fuego no tuvo más remedio que abandonar la guarida. Se quedó paseándose en el exterior, escuchando los murmullos pero sin distinguir qué estaban diciéndose.
Al cabo de un momento, Tormenta Blanca salió del dormitorio de los guerreros y se le acercó.
—La luna está empezando a descender —maulló—. Estrella Azul querrá partir dentro de poco. ¿Cuervo ya ha llegado?
—Sí. Pero no sé si… —Se interrumpió al percibir un movimiento en el interior de la guarida.
Un segundo después apareció Estrella Azul con Cuervo a la zaga. La líder se detuvo delante del lugarteniente sacudiendo la cola.
—Forma una patrulla —le ordenó—. Nos vamos a los Cuatro Árboles.
—¿Significa eso que vas a hablar con Estrella Alta? —preguntó él con valentía.
La gata sacudió la cola de nuevo.
—Hablaré —declaró—. Pero, si no hay acuerdo, lucharemos.
La noche seguía oscura cuando Estrella Azul condujo a sus guerreros a la hondonada en que se alzaban los cuatro robles. Corazón de Fuego iba justo detrás de ella; un leve rumor le indicaba que los otros gatos los seguían. Le dio un vuelco el corazón cuando un búho ululó a lo lejos. Apenas había tenido tiempo de dar las gracias a Cuervo por transmitir el mensaje de Estrella Alta. El gato negro tomaría una ruta diferente para regresar a su granja, manteniéndose lejos de los Cuatro Árboles.
Estrella Azul se detuvo en lo alto de la ladera mientras los demás guerreros la alcanzaban. La luz de las estrellas daba un tenue lustre a su pelaje, tocando sus orejas erguidas y reflejándose en sus ojos dilatados. Corazón de Fuego casi podía percibir la expectación de la gata.
Cuando miró al otro lado de la frontera, hacia el territorio del Clan del Viento, al principio le pareció que el páramo estaba desierto. El viento susurraba entre los robles de la hondonada. Entonces Corazón de Fuego captó un movimiento en lo alto de la pendiente y reparó en una hilera de gatos, con Estrella Alta en el centro. Se le encogió el estómago al descubrir que Estrella Alta también había llevado a sus guerreros consigo.
—¿Qué es eso? —bufó Estrella Azul—. ¿Tantos gatos del Clan del Viento? Creía que había venido aquí a hablar. —Fulminó a Corazón de Fuego con la mirada; su agudo instinto la había hecho comprender—. Esto parece más una emboscada que un encuentro de líderes.
Sacudió la cola y, en silencio, los guerreros del clan rodearon protectoramente a su líder. El aire estaba cargado de tensión y sería muy fácil que estallara una pelea, aunque el Clan del Viento no atacara primero. ¿Mantendría Estrella Alta su palabra e intentaría dialogar con Estrella Azul en vez de luchar?
—Estrella Alta —maulló la líder fríamente—. ¿Qué tienes que decirme?
Mientras aguardaba la respuesta, Corazón de Fuego metía y sacaba las garras nerviosamente. No sabía si la formación aguantaría firme. Sólo con que un gato se moviera hacia delante, podrían verse envueltos en una batalla. Vio que Manto Polvoroso intercambiaba una mirada tensa con Pecas, como si ambos estuvieran pensando lo mismo que él. A su lado, Tormenta de Arena tenía la vista clavada en los gatos vecinos, con las orejas pegadas al cráneo. Zarpa Rauda miraba nerviosamente a su líder, pero siguió en su sitio. Nimbo, al otro lado de Corazón de Fuego, había adoptado la posición de acecho y movía las ancas como a punto de saltar.
—¡Quieto! —siseó Corazón de Fuego.
A unos pocos zorros de distancia se hallaba Estrella Alta, unos pasos por delante de sus guerreros. Cuando la primera luz del alba empezó a ascender, Corazón de Fuego pudo distinguirlo más claramente. El líder tenía ahuecado el pelaje blanco y negro, y la cola erguida. Detrás de él vio a Bigotes y Flor Matinal, y al joven aprendiz Erguino. «No quiero luchar contra estos gatos», pensó, y esperó, sintiendo que el corazón le latía como el de un pájaro atrapado.
—Que nadie se mueva —ordenó Estrella Alta a sus guerreros por fin; su voz se oyó perfectamente en el silencioso aire.
—¡Debes de estar loco! —exclamó Enlodado, colocándose al lado de su líder—. Estrella Azul ha traído consigo un batallón. ¡Tenemos que atacar!
—¡No! —Estrella Alta dio un paso adelante, agitando la cola para que lo acompañara su lugarteniente, Rengo. Mirando a Estrella Azul, inclinó la cabeza—. Hoy no habrá ninguna batalla aquí. Dije que vendría a hablar, y eso es lo que pretendo.
La líder no respondió. Se agazapó con el pelo erizado, enseñando los colmillos con un gruñido desafiante. De pronto, Corazón de Fuego temió que hubiera cambiado de opinión, y se preguntó qué pasaría si la gata se abalanzaba contra el líder del Clan del Viento. Rogó fervientemente al Clan Estelar que Estrella Azul conservara la mesura.
Mientras tanto, Bigotes se acercó a Enlodado y lo obligó a volver a la fila con un brusco empujón. Durante un instante que a Corazón de Fuego se le antojó tan largo como varias lunas, las dos hileras de gatos quedaron frente a frente, con el pelo alborotado por el viento y los ojos relucientes, con una tensión que amenazaba con transformarse en una ira tempestuosa.
—Estrella Azul —maulló Estrella Alta—, ¿aceptas venir hasta aquí, en medio de nuestros guerreros? Ven con tu lugarteniente y veamos si podemos hacer las paces.
—¡Las paces! —bufó la gata—. ¿Cómo voy a hacer las paces con ladrones de presas y canallas?
Brotaron aullidos de protesta entre los gatos del Clan del Viento. Enlodado saltó hacia delante, pero Bigotes logró derribarlo y lo inmovilizó sobre la hierba. Corazón de Fuego vio que Cebrado sacudía la cola nerviosamente; si Enlodado atacaba, Cebrado saldría a su encuentro y toda esperanza de paz se desvanecería.
—Haz lo que dice Estrella Alta —le rogó a Estrella Azul—. Para eso estamos aquí. El Clan del Viento ha sufrido por las presas robadas tanto como nuestro clan.
Estrella Azul se volvió hacia él, con un odio venenoso llameando en sus ojos azules.
—Parece que no tengo elección —bufó—. Pero habrá un castigo por esto, Corazón de Fuego. Puedes estar seguro.
Con las patas rígidas y el pelo erizado, dio unos pasos hasta quedar delante de Estrella Alta, justo en la frontera de ambos territorios. Corazón de Fuego la siguió tras murmurarle a Tormenta de Arena:
—No pierdas de vista a Cebrado.
Estrella Alta observó con frialdad a Estrella Azul. Corazón de Fuego percibió que jamás la había perdonado por haber dado asilo a su viejo enemigo Cola Rota, pero también que tenía la sabiduría suficiente para no permitir que su rencor lo influyera ahora.
—Estrella Azul —maulló el líder—, juro por el Clan Estelar que el Clan del Viento no ha cazado en tu territorio.
—¡El Clan Estelar! —exclamó la gata con desdén—. ¿Qué valor tiene un juramento por el Clan Estelar?
El gato blanco y negro pareció desconcertado y su mirada se desvió hacia Corazón de Fuego, como buscando una explicación.
—Entonces juraré por cualquier cosa que tú consideres sagrada —contestó al cabo—. Por nuestros cachorros, por las esperanzas de nuestros clanes, por nuestro honor como líderes. El Clan del Viento no es culpable de lo que lo acusas.
Por primera vez, sus palabras parecieron hacer mella en Estrella Azul. Corazón de Fuego vio que el pelo se le empezaba a alisar.
—¿Cómo puedo creerte? —preguntó la gata con voz ronca.
—Nosotros también hemos perdido presas —le contó Estrella Alta—. Puede ser obra de perros, o de gatos proscritos. No tiene nada que ver con el Clan del Viento.
—Eso es lo que tú dices —maulló la líder, aunque sonaba menos segura.
Corazón de Fuego pensó que Estrella Alta estaba empezando a convencerla, pero que ella no sabía cómo desdecirse sin perder la dignidad.
—Estrella Azul —dijo con urgencia—, un líder noble no conduce a sus guerreros a la batalla sin necesidad. Si hay una mínima duda de que…
—¿Crees que sabes mejor que yo cómo liderar un clan? —lo interrumpió la gata.
Se le erizó el pelo de nuevo, pero Corazón de Fuego advirtió que esta vez era él el blanco de su furia. Entrevió a la antigua y formidable líder del Clan del Trueno, e hizo lo que pudo para no encogerse ante ella.
—Los jóvenes creen que lo saben todo —intervino Estrella Alta. En su voz había un matiz de humor cómplice, y Corazón de Fuego sintió una oleada de gratitud hacia el líder por su delicadeza ante los temores de Estrella Azul—. Pero en ocasiones tenemos que escucharlos. No hay necesidad de entablar una batalla.
La gata agitó las orejas irritada.
—Muy bien —maulló a su pesar—, acepto tu palabra… por ahora. Pero si mis patrullas captan el olor del Clan del Viento a una cola de nuestra frontera… —Se volvió de golpe para llamar a sus gatos—. ¡Volvemos al campamento! —ordenó, poniéndose en cabeza de un salto.
Cuando Corazón de Fuego se disponía a seguirla, Estrella Alta inclinó la cabeza ante él.
—Gracias, Corazón de Fuego. Lo has hecho muy bien, y mi clan aprecia tu valentía al evitar la lucha… pero ahora mismo no te envidio.
El lugarteniente se encogió de hombros y siguió al resto de su clan. Justo antes de descender a la hondonada de los Cuatro Árboles, miró atrás: los gatos del Clan del Viento corrían por el páramo en dirección a su campamento. La hierba brillaba levemente a la suave luz del amanecer, sin haberse manchado con la sangre de ningún gato.
—Gracias, Jaspeada —murmuró al darse la vuelta.
Estrella Azul condujo a los guerreros de regreso al campamento en un tenso silencio. A la entrada del claro, Corazón de Fuego se adelantó para hablar con Musaraña, que estaba sentada ante la guarida de los guerreros.
—¿Algún problema? —le preguntó.
Musaraña negó con la cabeza.
—Ninguno en absoluto —informó—. Escarcha ha salido al frente de la patrulla al alba, con Fronde Dorado y un par de aprendices. —Tras mirarlo de arriba abajo, añadió—: No parece que te falte ni un pelo. Supongo que la reunión de paz ha funcionado.
—Así ha sido. Gracias por ocuparte de todo aquí, Musaraña.
Ella inclinó la cabeza y maulló:
—Voy a dormir un poco. Tendrás que mandar algunos gatos a cazar. Apenas queda carne fresca.
—Saldré con un grupo de caza —prometió él.
—No, no lo harás. —Estrella Azul apareció a sus espaldas. Sus ojos parecían de hielo azul—. Quiero verte en mi guarida, ahora mismo.
Dicho esto, cruzó el claro a grandes zancadas, sin volverse a mirar si él la seguía.
El joven sintió un hormigueo de miedo, pues se esperaba algún tipo de recriminación por parte de su líder.
—Yo organizaré la partida de caza —maulló Tormenta Blanca, que se había acercado junto con Tormenta de Arena y Manto Polvoroso, mirándolo comprensivo.
Corazón de Fuego le dio las gracias con un gesto y se encaminó a la guarida de Estrella Azul.
Cuando llegó, la vieja gata estaba sentada en su lecho con las patas bajo el cuerpo. La punta de su cola se sacudía de un lado a otro.
—Corazón de Fuego —empezó con voz queda. El lugarteniente se habría sentido menos asustado si le hubiera hablado a gritos—. Estrella Alta no podría haber escogido un momento más conveniente para hablar conmigo del robo de presas, ni aunque se lo hubiera dicho el mismísimo Clan Estelar. Todo esto ha sido cosa tuya, ¿verdad? Tú eres el único que sabía mi plan de atacar al Clan del Viento. Sólo tú podrías habernos traicionado.
Sonaba como si tuviera las ideas más claras que en los últimos tiempos, como si el instinto que había agudizado sus sentidos en el páramo hubiera cuajado en una dura certeza. Estaba comportándose como la noble líder que Corazón de Fuego había respetado tanto; el joven sintió un dolor aún mayor por lo que habían perdido. Seguía creyendo que él no había traicionado a su clan, aunque había arruinado la ventaja de la sorpresa, pues Estrella Alta había sido lo bastante listo como para comprender que la batalla debía de estar cerca. ¿Estrella Azul lo mandaría al exilio? Se estremeció ante la idea de verse forzado a vivir como un proscrito, robando presas y sin pertenecer a ningún clan.
Se plantó ante su líder e inclinó la cabeza.
—Pensé que era lo correcto —maulló en voz baja—. A ninguno de los clanes le convenía combatir.
—Yo confiaba en ti, Corazón de Fuego —repuso Estrella Azul con voz áspera—. En ti, entre todos mis guerreros.
Él se obligó a enfrentarse a su despiadada mirada.
—Lo hice por el bien del clan, Estrella Azul. Y no le conté a Estrella Alta lo del ataque. Sólo le pedí que intentara hacer las paces. Pensaba…
—¡Silencio! —bufó la gata sacudiendo la cola—. Eso no es una razón. ¿Y por qué debería preocuparme que todo el clan fuera aniquilado? ¿Por qué debería preocuparme lo que les suceda a unos traidores?
En sus ojos empezó a surgir de nuevo un brillo desquiciado, y Corazón de Fuego comprendió que el momento de lucidez había terminado.
—Ojalá me hubiera quedado con mis hijos —susurró la líder—. Vaharina y Pedrizo son gatos nobles. Mucho más nobles que esta chusma del Clan del Trueno. Mis hijos jamás me habrían traicionado.
—Estrella Azul… —intentó interrumpirla, pero ella prosiguió.
—Renuncié a ellos para convertirme en lugarteniente, y ahora el Clan Estelar está castigándome. ¡Oh, el Clan Estelar es muy astuto, claro que sí! Sabe cuál es la forma más cruel de hundirme. Primero me hace líder, ¡y luego deja que mis gatos me traicionen! ¿De qué vale ahora ser líder de este clan? ¡De nada! Está todo vacío, todo…
Se puso a arañar el musgo con furia. Tenía los ojos vidriosos, mirando al infinito, y se quedó con la boca abierta en un aullido mudo.
Corazón de Fuego se estremeció angustiado.
—Iré a buscar a Carbonilla —maulló.
—Quédate… donde… estás —ordenó Estrella Azul con voz entrecortada y ronca—. Tengo que castigarte, Corazón de Fuego. Dime un buen castigo para un traidor.
Con el estómago revuelto de miedo y conmoción, el joven se obligó a responder:
—No lo sé, Estrella Azul.
—Pero yo sí. —Su voz se transformó en un quedo ronroneo, con una extraña nota risueña. Sus ojos se clavaron en Corazón de Fuego—. Sé cuál es el peor castigo. No haré nada. Dejaré que sigas siendo lugarteniente, y así serás líder después de mí. Oh, eso debería complacer al Clan Estelar… ¡un traidor liderando un clan de traidores! Espero que el Clan Estelar te permita disfrutarlo, Corazón de Fuego. Ahora, ¡fuera de mi vista! —bufó.
El lugarteniente regresó al claro. Se sentía como si, al final, hubiera participado en una batalla. La desesperación de Estrella Azul lo desgarraba como zarpas afiladas. Pero no pudo evitar pensar que la líder también lo había decepcionado, pues ni siquiera había intentado entender sus motivos: lo había calificado de traidor sin pararse a considerar qué habría sucedido si hubieran luchado contra el Clan del Viento.
Cruzó el claro cabizbajo, sin advertir siquiera que alguien se aproximaba hasta que oyó la voz de Tormenta de Arena.
—¿Qué ha pasado? ¿Estrella Azul te ha expulsado?
El lugarteniente levantó la vista. Tormenta de Arena lo miraba con preocupación, aunque no se acercó lo suficiente para reconfortarlo con su contacto.
—No —contestó—. No ha hecho nada.
—Entonces todo está bien. —En la voz de la guerrera sonaba un optimismo forzado—. ¿Por qué tienes esa cara?
—Estrella Azul está… enferma. —Era incapaz de describir lo que acababa de presenciar en la guarida de la líder—. Voy a pedirle a Carbonilla que la visite. Luego podríamos comer juntos.
—No; yo… he dicho que iría a cazar con Nimbo y Pecas. —Tormenta de Arena movió las patas delanteras, sin mirarlo—. No te preocupes por Estrella Azul. Estará bien.
—No lo sé. —Corazón de Fuego no logró contener un escalofrío—. Creía que podría conseguir que me entendiera, pero piensa que la he traicionado.
Tormenta de Arena no dijo nada. Él vio que lo miraba y luego apartaba la vista. Había añoranza en sus ojos, pero mezclada con desasosiego, y Corazón de Fuego recordó cuánto le había dolido a la gata engañar a Estrella Azul.
«¿Es que Tormenta de Arena también cree que soy un traidor?», pensó.
Después de decirle a Carbonilla que fuera a ver a Estrella Azul, se encaminó a la guarida de los guerreros. Las patas apenas lograban sostenerlo, y no podía pensar en otra cosa que en sumirse en la dulce oscuridad del sueño. Por desgracia, vio que Rabo Largo se dirigía hacia él.
—Quiero hablar contigo, Corazón de Fuego —gruñó el guerrero.
El lugarteniente se sentó.
—Dime.
—Anoche ordenaste a mi aprendiz que fuera contigo.
—Sí, y te dije por qué.
—A él no le hizo gracia, pero cumplió con su deber —maulló Rabo Largo con rudeza.
Eso era cierto. Corazón de Fuego había admirado la valentía del aprendiz en una situación tan difícil, pero no estaba seguro de por qué Rabo Largo lo mencionaba ahora.
—Me parece que ya es hora de que lo nombren guerrero —continuó el atigrado—. De hecho, debería ser guerrero desde hace mucho tiempo.
—Sí, lo sé; debería serlo. Tienes razón, Rabo Largo.
El guerrero pareció confundido por su rápida conformidad.
—Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto? —le espetó.
—Ahora mismo, nada. No pongas esa cara, Rabo largo. Piensa un poco, ¿quieres? Estrella Azul está disgustada en estos momentos. No le ha hecho gracia lo sucedido este amanecer, y no querrá pensar en los aprendices. Será mejor que esperes. —Sacudió la cola para acallar al atigrado, que había abierto la boca para protestar—. Déjamelo a mí. Al final, Estrella Azul comprenderá que lo que ha pasado es lo mejor. Entonces le comentaré que nombre guerrero a Zarpa Rauda, te lo prometo.
Rabo Largo sorbió por la nariz. Corazón de Fuego notó que no estaba contento, pero que tampoco se le ocurría nada que objetar.
—De acuerdo —maulló el atigrado al fin—. Pero más vale que sea pronto.
Se alejó a grandes pasos, dejando que Corazón de Fuego fuera a acostarse. Al ovillarse sobre el blando musgo, cerrando los ojos con fuerza a la luz matinal, no pudo evitar preocuparse por los cuatro aprendices de más edad. Nimbo, Centellina y Espino se merecían ser guerreros tanto como Zarpa Rauda. Y el clan necesitaba que se ocuparan de tareas propias de guerreros. Pero en su actual estado de ánimo, convencida de hallarse rodeada de traidores, Estrella Azul jamás accedería a darles estatus de guerreros.
Sus sueños fueron oscuros y confusos, y se despertó cuando alguien se puso a sacudirlo.
—¡Despierta, Corazón de Fuego!
Parpadeando, distinguió la cara de Carbonilla. La gata tenía el pelo alborotado y los ojos dilatados de ansiedad. El joven se espabiló al instante.
—¿Qué ocurre?
—Se trata de Estrella Azul. ¡No la encuentro por ningún lado!