Corazón de Fuego iba corriendo de una mata de aulagas a la siguiente mientras atravesaba el páramo en dirección al campamento del Clan del Viento. Corría con la barriga pegada a la corta hierba, intentando mantenerse fuera de la vista y echando de menos el frondoso sotobosque de su propio territorio. La última vez que había visitado el campamento vecino, cuando el Clan del Trueno ayudó al del Viento en una batalla contra los otros dos clanes, no había tenido la necesidad de ocultarse. Ahora no se atrevía a dar señales de su presencia hasta llegar a Estrella Alta, o hasta encontrar a algunos gatos que pudiese considerar amigos… eso si seguían siendo amigables con él, después de la reciente y desastrosa Asamblea.
Lo rodeaba el olor del Clan del Viento, pero hasta el momento no había visto a ningún gato. El sol ya casi había terminado de cruzar el cielo, pero procuró no pensar en eso. El pánico lo acechaba cada vez que recordaba el poco tiempo que quedaba para que Estrella Azul lanzara su ataque.
Estaba cruzando uno de los arroyos poco profundos del páramo —saltando de una roca a otra—, cuando captó un fuerte olor a Clan del Viento, junto con olor a conejo.
El estómago le rugió de hambre, pero no le hizo caso. De ninguna manera iba a atrapar una presa del Clan del Viento… Además, olía como si hubiera un grupo de caza no muy lejos de allí. Tras internarse en una mata de helechos al borde del agua, buscó cautelosamente el origen del olor.
Tres gatos se encaminaban hacia él bordeando el arroyo. En cabeza iba su viejo amigo Bigotes, y Corazón de Fuego se sintió más animado. Erguino acompañaba a su mentor; ambos llevaban conejos. Pero a Corazón de Fuego se le cayó el alma a los pies al ver que el tercer gato era Enlodado: el oscuro guerrero moteado que había impedido el paso a Estrella Azul cuando ella intentaba cruzar el territorio del Clan del Viento para llegar a las Rocas Altas. Ese gato jamás le permitiría llevar su mensaje a Estrella Alta.
No obstante, parecía que la suerte —o el favor del Clan Estelar— estaba de su lado, ya que, al llevar las presas entre las fauces, los gatos del Clan del Viento no captaron su olor a Clan del Trueno, aunque pasaron a apenas unas colas de donde se encontraba. Entonces Erguino, que cargaba a duras penas con un conejo casi tan grande como él, se paró para agarrar mejor la presa y se quedó algo rezagado.
Corazón de Fuego aprovechó la oportunidad.
—¡Erguino!
El joven gato levantó la cabeza con las orejas tiesas.
—Aquí, en los helechos.
El aprendiz se volvió y abrió unos ojos como platos al ver que Corazón de Fuego asomaba la cabeza entre las resecas frondas. Abrió la boca, pero el lugarteniente le indicó que guardara silencio.
—Escúchame, Erguino —maulló quedamente—. Quiero que le digas a Bigotes que estoy aquí, pero sin que Enlodado se entere, ¿de acuerdo?
El aprendiz vaciló, aún desconcertado, y Corazón de Fuego lo apremió:
—Tengo que hablar con él. Es importante para nuestros dos clanes. Debes confiar en mí.
Erguino advirtió la ansiedad de su voz y, tras una pequeña pausa, asintió con la cabeza.
—De acuerdo, Corazón de Fuego. Espera aquí.
Recogió el conejo y corrió en pos de los dos guerreros. Corazón de Fuego se ocultó entre los helechos y se agazapó allí a esperar. Al cabo de un rato oyó que un gato se acercaba y susurraba:
—¿Corazón de Fuego? ¿Eres tú?
Aliviado, reconoció la voz de Bigotes. Se asomó cuidadosamente entre los helechos y se incorporó en cuanto vio que su amigo estaba solo.
—¡Gracias al Clan Estelar! —exclamó—. Creía que no ibas a venir.
—Será mejor que esto sea por algo importante, Corazón de Fuego —maulló Bigotes. Lo miraba con dureza, sin rastro de su habitual cordialidad—. Me ha costado deshacerme de Enlodado. Si él supiera que estás en nuestro territorio te haría picadillo, y lo sabes. —Se acercó al lugarteniente—. Estoy jugándome el pellejo por ti —gruñó—. Espero que valga la pena.
—Vale la pena, te lo aseguro. He venido a decirte que necesito hablar con Estrella Alta. Es importante —añadió, pues Bigotes seguía mirándolo sin pestañear.
Durante unos segundos, temió que su amigo se negara, o incluso que lo atacara para echarlo del territorio del Clan del Viento.
Sin embargo, Bigotes habló por fin y, para alivio de Corazón de Fuego, sonaba menos hostil, como si empezara a comprender la urgencia de su petición.
—¿De qué se trata? Estrella Alta me desollará si llevo a un guerrero del Clan del Trueno al campamento sin una buena razón.
—No puedo contártelo, Bigotes. No puedo contárselo a nadie excepto a Estrella Alta. Pero, créeme, es por el bien de nuestros clanes.
Bigotes dudó una vez más.
—Yo no haría esto por ningún gato excepto por ti, Corazón de Fuego —maulló por fin.
Tras dar media vuelta, le hizo una señal con la cola y emprendió la marcha por el páramo.
Corazón de Fuego corrió detrás de él. Bigotes se detuvo en lo alto de una pendiente a mirar el campamento del Clan del Viento, a sus pies. El sol poniente proyectaba largas sombras sobre las aulagas que bordeaban la hondonada. Mientras los dos amigos estaban allí, una patrulla pasó por su lado. Corazón de Fuego notó sus miradas, en las que se mezclaban curiosidad y hostilidad.
—Vamos —maulló Bigotes.
Descendió a través de los duros tallos de aulaga hasta un claro arenoso en mitad de los arbustos.
Al salir por una estrecha abertura entre las espinosas ramas, Corazón de Fuego vio a Estrella Alta en un extremo del claro, cerca de un montón de carne fresca. Estaba rodeado de guerreros. Fue el lugarteniente Rengo el que primero levantó la vista; entonces dio un toque a su líder y le dijo algo al oído a toda prisa.
Estrella Alta se puso en pie y cruzó el claro hasta donde aguardaban Corazón de Fuego y Bigotes. Rengo fue tras él, seguido por otros gatos. Corazón de Fuego reconoció a Cascarón, el curandero del clan, y a Enlodado, que enseñaba los colmillos gruñendo.
—Bien, Bigotes. —La voz de Estrella Alta sonó neutra; no revelaba nada—. ¿Por qué has traído a Corazón de Fuego aquí?
Bigotes inclinó la cabeza.
—Dice que tiene que hablar contigo.
—¿Y eso significa que puede venir a nuestro campamento como si nada? —bufó Enlodado—. ¡Pertenece a un clan enemigo!
Estrella Alta agitó la cola, indicándole a Enlodado que guardara silencio, mientras miraba al intruso.
—Aquí estoy —se limitó a decir—. Habla.
Corazón de Fuego miró alrededor. Los curiosos se iban sumando, a medida que los gatos se enteraban de su inesperada presencia.
—Lo que tengo que decir no es para todos los oídos, Estrella Alta —repuso.
Creyó oír un leve gruñido en la garganta del líder, pero éste asintió despacio.
—Muy bien. Iremos a mi guarida. Rengo, ven con nosotros… y tú, Bigotes.
Dio media vuelta para ir hacia la roca que había en el extremo más alejado del claro, con la cola bien erguida, mientras los dos guerreros conducían a Corazón de Fuego tras él.
La guarida de Estrella Alta estaba resguardada por un profundo saliente rocoso, lejos del claro principal. El líder entró y se acomodó en un lecho de brezo, ante Corazón de Fuego.
—¿Y bien? —maulló.
Las sombras iban invadiendo la guarida y el joven percibía, más que veía, las formas de los gatos que lo flanqueaban. La tensión era palpable, como si estuvieran esperando la mínima excusa para atacarlo. Durante el trayecto a través del páramo había pensado en qué diría, pero aún no tenía muy claro si conseguiría convencer a Estrella Alta de que había un modo de evitar el ataque de Estrella Azul.
—Ya sabes que Estrella Azul está descontenta por la pérdida de presas —empezó.
Al líder del Clan del Viento se le erizó el lomo.
—¡El Clan del Viento no ha robado presas de vuestro clan! —espetó.
—Nosotros también hemos encontrado restos de conejos —intervino Rengo, pegando casi el hocico a la cara de Corazón de Fuego—. ¿Estás seguro de que tu clan no ha estado robando presas nuestras?
El joven lugarteniente se obligó a no amilanarse.
—¡Sí! —dijo—. Creo que ningún gato ha robado esas presas.
—¿Qué les ha pasado, entonces? —preguntó Bigotes.
—Creo que hay un perro viviendo en el bosque. Hemos captado su olor y hemos visto sus excrementos.
—¡Un perro! —repitió Bigotes, y entrecerró los ojos pensativo—. ¿Cómo, separado de sus Dos Patas?
—Estoy convencido de eso —afirmó.
—Podría ser… —maulló Estrella Alta. Para alivio de Corazón de Fuego, su pelo volvía a estar liso—. Es cierto que recientemente hemos olido a perro en nuestro territorio, pero en realidad suben a menudo hasta aquí con sus Dos Patas. —Con tono menos dubitativo, continuó—: Sí, podría ser un perro el que estuviera matando los conejos. Ordenaré a mis patrullas que estén ojo avizor.
—Pero tú no has venido hasta aquí para contarnos eso, Corazón de Fuego —dijo Rengo—. ¿Qué te ronda por la cabeza?
El joven lugarteniente respiró hondo. No quería traicionar a Estrella Azul revelando sus planes de ataque, pero debía sugerir que se podría evitar un futuro enfrentamiento si hablaba con la líder sobre el robo de presas.
—No consigo convencer a Estrella Azul de lo del perro —dijo—. Ella se siente amenazada por vuestro clan, y, tarde o temprano, esto terminará en batalla a menos que hagamos algo. —No podía explicarles lo inminente que era esa batalla si fracasaba en su intento—. Habrá gatos heridos, quizá incluso muertos, por nada.
—Bueno, ¿y qué esperas que haga? —preguntó Estrella Alta, malhumorado—. Ella es tu líder, Corazón de Fuego. Eso es problema tuyo.
El joven se atrevió a dar unos pasos hacia el líder.
—He venido a pedirte que tengas una reunión con Estrella Azul. Si podéis debatir las cosas en privado, quizá logres la paz.
—¿Estrella Azul quiere una reunión? —inquirió Rengo, incrédulo—. La última vez que la vimos daba la impresión de querer rebanarnos la yugular.
—Esto no es idea de ella… sino mía —reveló Corazón de Fuego.
Los tres gatos se quedaron mirándolo sin parpadear. Al final, Bigotes rompió el silencio.
—¿Significa eso que estás actuando a espaldas de tu líder?
—Es por el bien de nuestros clanes —insistió.
Casi esperaba que lo echaran del campamento, pero, afortunadamente, Estrella Alta pareció reflexionar.
—Lo cierto es que yo preferiría hablar a pelear —maulló el líder al cabo—. Pero ¿cómo vamos a arreglarlo? ¿Crees que Estrella Azul estará dispuesta a escuchar si se entera de que tú has hablado primero con nosotros, sin su conocimiento? —Sin esperar respuesta, prosiguió—: Quizá sería mejor si enviara un mensajero para pedirle que se reúna conmigo en los Cuatro Árboles… Pero ¿puedes garantizar la seguridad de un miembro del Clan del Viento en tu territorio?
Corazón de Fuego guardó silencio, lo cual ya era una respuesta.
Estrella Alta se encogió de hombros.
—Lo lamento, pero no voy a poner en peligro a uno de mis guerreros. Si Estrella Azul decide que quiere hablar, ya sabe dónde encontrarnos. Bigotes, será mejor que acompañes a Corazón de Fuego de vuelta a los Cuatro Árboles.
—¡Espera! —exclamó el joven lugarteniente. Acababa de ocurrírsele una idea… o tal vez se la había inspirado el Clan Estelar—. Ya sé qué puedes hacer.
Los ojos de Estrella Alta relucieron en la creciente oscuridad.
—¿Qué?
—Conocéis a Cuervo, ¿verdad? Es un gato solitario que vive en una granja al borde de vuestro territorio, cerca de las Rocas Altas. Nos ayudó a buscar refugio en nuestro viaje de regreso a casa… ¿os acordáis?
—Lo conozco —maulló Bigotes—. Es un gato decente aunque no sea guerrero. ¿Qué pasa con él?
Corazón de Fuego se volvió hacia Bigotes.
—Él podría llevar el mensaje de vuestra parte. Estrella Azul le ha dado permiso para entrar en el territorio del Clan del Trueno, pues antes era miembro de nuestro clan.
Estrella Alta se movió en su lecho de brezo.
—Eso podría funcionar. Rengo, ¿tú qué opinas?
Algo reacio, el lugarteniente emitió un sonido afirmativo.
—Entonces, ¡ve! —instó Corazón de Fuego a Bigotes, consciente de lo deprisa que se agotaba el tiempo—. Ve ahora mismo. Dile que le pida a Estrella Azul que se reúna con Estrella Alta en los Cuatro Árboles al amanecer.
Apenas había tiempo para que Bigotes encontrara a Cuervo, y para que éste llevara el mensaje hasta el campamento antes de que Estrella Azul saliera para atacar al clan vecino. Corazón de Fuego rogó en silencio al Clan Estelar que Bigotes lograse localizar enseguida a Cuervo en la granja de Dos Patas.
Bigotes miró a su líder, que asintió. De inmediato, el guerrero marrón salió de la guarida y desapareció en las sombras nocturnas.
Estrella Alta se quedó mirando a Corazón de Fuego con los ojos entornados.
—Me huelo que hay algo que no me estás contando —maulló, pero, para alivio del joven, no lo presionó—. Bien, es hora de que te vayas —continuó—. Rengo, escóltalo hasta la frontera de nuestro territorio. Y, Corazón de Fuego… yo estaré en los Cuatro Árboles al amanecer, pero eso es lo único que puedo hacer. Si Estrella Azul quiere paz, deberá acudir allí.
—En los Cuatro Árboles al amanecer —repitió el joven, y salió tras el lugarteniente del Clan del Viento.
No tardó demasiado en llegar a los Cuatro Árboles y regresar a su territorio. No había comido desde antes de la Asamblea de la noche anterior. Le dolía el estómago de hambre y notaba que las patas le temblaban, así que se obligó a detenerse para cazar.
Se paró a escuchar al llegar al arroyo, y captó el sonido de un campañol correteando entre los juncos de la orilla. Tras levantar la cabeza, localizó a la criatura más con el olfato que con la vista. Atacó, y sus colmillos se clavaron en la presa. La engulló deprisa y notó que recobraba la energía. Retomó el camino hacia el campamento con velocidad renovada. Para cuando descendió el barranco, la luna se había alzado por encima de los árboles, y eso le recordó que tenía hasta la puesta de la luna para escoger a los guerreros para el plan de ataque de Estrella Azul. Ahora se sentía más optimista. Estrella Alta había aceptado hablar; seguro que Estrella Azul comprendería que la guerra con sus vecinos era innecesaria.
Casi había llegado a la entrada del claro cuando oyó que lo llamaban. Era Tormenta Blanca, que estaba descendiendo el barranco al frente de la patrulla del anochecer. Lo acompañaban Centellina, Nimbo y Escarcha.
—¿Todo en calma? —preguntó Corazón de Fuego cuando Tormenta Blanca lo alcanzó.
—Tan en calma como un cachorro dormido —contestó—. Ni rastro del perro. Puede que, después de todo, sus Dos Patas lo hayan encontrado.
—Quizá. —De repente, decidió contarle al viejo guerrero dónde había estado. Quería que al menos un amigo compartiera la esperanza de que tal vez no combatieran contra el Clan del Viento—. En realidad, Tormenta Blanca, querría decirte algo sobre eso. ¿Tienes un momento?
—Por supuesto… si no te importa que coma mientras te escucho.
Mandó a los aprendices que fueran por una presa para cada uno; los dos saltaron sobre el montón de carne fresca y se disputaron una urraca. Escarcha se marchó a la guarida de los guerreros con un ratón de agua, mientras Tormenta Blanca escogía una ardilla y se la llevaba a un rincón tranquilo, al lado de las nuevas matas de ortigas.
Corazón de Fuego lo siguió.
—Tormenta Blanca, nuestra líder me ha llamado esta mañana…
En voz baja, le contó toda la historia, desde la creencia obsesiva de Estrella Azul de que el Clan del Viento estaba robando presas y su orden de atacar, hasta la decisión que él había tomado de solicitar un encuentro al Clan del Viento.
—¿Qué? —Tormenta Blanca se quedó mirándolo incrédulo—. ¿Has ido a espaldas de Estrella Azul? —Se le quebró la voz y negó con la cabeza, desconcertado.
Corazón de Fuego se puso a la defensiva.
—¿Qué otra cosa podía hacer?
—Deberías haberme consultado. —A Tormenta Blanca se le erizó el pelo de furia—. O a algún otro guerrero veterano. Te habríamos ayudado a encontrar una solución.
—Lo lamento. —Al lugarteniente le martilleaba el corazón—. No quería que nadie más se metiese en problemas. He hecho lo que creía mejor. —Había actuado solo debido al código guerrero; no podía pedir a ningún otro gato que desafiara las órdenes de Estrella Azul de aquella manera.
La mirada de Tormenta Blanca era reflexiva.
—Creo que debemos contárselo a los demás guerreros —maulló entonces—. Deberán estar preparados para seguir el plan de Estrella Azul en caso de que Cuervo no aparezca… e incluso aunque Estrella Azul acepte reunirse con Estrella Alta, seguramente querrá ir acompañada de una patrulla. Me apostaría una luna de patrullas matutinas a que Estrella Alta sospecha que ocurre algo. No podemos estar seguros de que no nos tienda una emboscada.
Corazón de Fuego asintió respetuosamente.
—Tienes razón, Tormenta Blanca. Yo confío en el Clan del Viento, pero deberíamos estar preparados.
—Buscaré a unos cuantos aprendices para que guarden el campamento. Tú reúne a los guerreros.
Corazón de Fuego cruzó el claro en dirección a la guarida de los guerreros. La mayoría ya estaban allí, ovillados en sus lechos y dormidos. El joven dio un empujoncito a Tormenta de Arena para despertarla. La gata lo miró bizqueando.
—¿Qué pasa?
—Despierta a los otros. Tormenta Blanca y yo tenemos algo importante que contaros.
La guerrera se puso en pie torpemente.
—¿A qué te refieres con algo importante? ¡Estamos en plena noche!
Corazón de Fuego volvió a salir sin contestar, en busca de los demás guerreros. Encontró a Pecas visitando a las reinas en la maternidad, y Musaraña acababa de llegar al campamento con la boca llena de carne fresca después de una batida nocturna. Se preguntó si llamar a Carbonilla, pero decidió que sería mejor explicarle la situación individualmente.
Cuando regresó a la guarida de los guerreros, todos los demás estaban bien despiertos. Al cabo de un momento entró Tormenta Blanca y se sentó al lado de Corazón de Fuego.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Cebrado con malas pulgas, sacudiéndose un poco de musgo de una oreja—. Más vale que sea importante.
A Corazón de Fuego se le revolvía el estómago por los nervios. ¿Cómo reaccionarían sus compañeros de clan al enterarse de lo que había hecho? Tormenta Blanca le dio un empujoncito, instándolo a hablar.
Tras respirar hondo, empezó. Explicó el plan de ataque de Estrella Azul, y cómo él había intentado buscar una solución pacífica. Sus compañeros escuchaban en silencio, atónitos. Corazón de Fuego era plenamente consciente de sus ojos clavados en él, relucientes a la luz de la luna que se filtraba por la cubierta de la guarida. En particular era consciente de la mirada verde claro de Tormenta de Arena, que estaba sentada cerca de la entrada, pero era incapaz de mirarla directamente. Sólo esperaba que los guerreros comprendiesen que lo había hecho por la mejor de las razones: evitar la batalla y salvar vidas.
—Y Estrella Alta ha accedido a hablar con Estrella Azul en los Cuatro Árboles —concluyó—. Cuervo debería llegar de un momento a otro para decirle lo de la reunión.
Se preparó para una descarga de reproches, pero ninguno parecía saber qué decir; se limitaron a mirarse unos a otros con perplejidad.
Al final, Musaraña preguntó:
—Tormenta Blanca, ¿tú estás de acuerdo con lo que ha hecho Corazón de Fuego?
El lugarteniente esperó mirándose las patas. Necesitaba desesperadamente el apoyo de Tormenta Blanca por el respeto que inspiraba en los otros guerreros, aunque sabía que no aprobaba del todo sus acciones, por muy bien intencionadas que fueran.
—Yo no lo habría hecho. —El viejo guerrero habló con su habitual autoridad pausada—. Pero pienso que tiene razón en que no debemos atacar al Clan del Viento. Yo no creo que se hayan llevado nuestras presas. Hay un perro suelto… yo mismo lo he olido.
—Y yo también, cerca de las Rocas de las Serpientes —confirmó Musaraña.
—Y también en los Cuatro Árboles —maulló Fronde Dorado—. No podemos culpar al Clan del Viento por eso.
—Pero ¡nos estás pidiendo que ocultemos cosas a Estrella Azul! —Tormenta de Arena se levantó, y al final Corazón de Fuego tuvo que enfrentarse a su desafiante mirada verde.
Se sintió abatido. No esperaba que Tormenta de Arena fuera la primera en poner objeciones a su proceder.
—Lo lamento —maulló—. Pensaba que no tenía elección.
—Es justo lo que me esperaría de un minino casero —gruñó Cebrado—. ¿Tienes idea de lo que significa el código guerrero?
—Sé muy bien lo que significa —se defendió Corazón de Fuego—. Y precisamente por mi lealtad al clan no deseo entablar un combate innecesario. Y respeto al Clan Estelar tanto como cualquier otro gato. No creo que nuestros antepasados quieran que ataquemos esta noche.
Cebrado agitó las orejas despectivamente, pero no dijo nada más. Corazón de Fuego miró alrededor, preguntándose si había conseguido el apoyo de sus guerreros. Incómodo, pensó que, cuando Estrella Azul consumiera su última vida y fuera a unirse al Clan Estelar, posiblemente él tendría que liderar al clan, y si no lograba ganarse su lealtad y respeto, la tarea sería imposible.
—Lo importante es esto —continuó—. El Clan del Viento no ha hecho nada malo. Y nosotros ya tenemos bastantes problemas, reconstruyendo el campamento y manteniendo las patrullas, para enfrentarnos a una batalla peligrosa e innecesaria. ¿Cómo conseguiremos estar alimentados y listos para la estación sin hojas con guerreros heridos o incluso muertos?
—Corazón de Fuego tiene razón —declaró Pecas, y los demás se volvieron hacia ella—. Nuestros hijos entrarían en combate —continuó en voz queda—. No queremos que resulten heridos por nada.
Escarcha coincidió con ella, pero el resto de los guerreros seguían murmurando entre sí. Corazón de Fuego volvía a ser consciente de la mirada de Tormenta de Arena y de la angustia de sus ojos verdes. Comprendía lo dividida que debía de sentirse la guerrera, entre su lealtad a Estrella Azul y su vínculo con él. En esos instantes, Corazón de Fuego sólo deseaba restregarse contra el costado de la gata y olvidarse de todo con el dulce aroma de su piel, pero tenía que seguir dando la cara ante sus guerreros, a la espera de su veredicto, de si lo apoyarían o no.
—Entonces, ¿qué quieres que hagamos? —preguntó Rabo Largo al fin.
—Necesitaré un grupo de guerreros listos para ir con Estrella Azul a los Cuatro Árboles —contestó—. Si Cuervo no aparece, o si Estrella Azul no acepta la reunión, nuestra líder nos guiará a la batalla. Y si eso sucede… —Le falló la voz, y tragó saliva.
—Sí, ¿qué pasa en ese caso? —preguntó Tormenta de Arena—. ¿Quieres que desobedezcamos las órdenes directas de Estrella Azul? ¿Que demos media vuelta y corramos en dirección contraria? Manto Polvoroso, ¡dile a Corazón de Fuego que es una idea de ratón descerebrado!
Manto Polvoroso movió las orejas, sorprendido. Corazón de Fuego sabía que, en parte, la hostilidad del guerrero marrón hacia él se debía a que Tormenta de Arena lo prefería claramente. Se preparó para más críticas, pero Manto Polvoroso respondió vacilante:
—No sé, Tormenta de Arena. Corazón de Fuego tiene razón en que es un mal momento para un combate, y, además, ningún gato puede creer en serio que el Clan del Viento esté robándonos presas. Si Estrella Azul piensa eso, entonces… bueno… —Se interrumpió, moviendo las patas confundido.
—Es comprensible que Estrella Azul no confíe en el Clan del Viento —maulló Corazón de Fuego, defendiendo instintivamente a su líder—. Es así desde que le impidieron viajar a las Rocas Altas. Y nunca habíamos visto un perro suelto en el bosque hasta ahora. Pero no hay ninguna prueba de que el Clan del Viento se llevara esos conejos, y hay muchas pruebas de que lo hizo un perro.
—¿Y qué propones que hagamos si nos enfrentamos a una batalla? —preguntó Musaraña—. ¿Regresar al campamento cuando Estrella Azul dé la orden de atacar?
—No. Estrella Alta parecía dispuesto a reunirse con Estrella Azul en paz, y si tenemos suerte, sólo llevará consigo a uno o dos guerreros. La cosa no terminará en pelea.
—¡Eso es mucho suponer! —exclamó Musaraña, sacudiendo la cola con escepticismo—. ¿Y si el Clan del Viento se imagina lo mismo y nos tiende una emboscada? Nos destrozarían.
Corazón de Fuego hizo una mueca cuando la guerrera expresó las mismas dudas que tenía Tormenta Blanca sobre si podían confiar en Estrella Alta.
—Yo no voy a ir —anunció Rabo Largo—. ¿Y dejar que el Clan del Viento nos despedace? ¡No soy un cerebro de ratón!
Manto Polvoroso, que estaba sentado a su lado, se volvió hacia él con una penetrante mirada de desprecio.
—No; lo que eres es un cobarde —le espetó.
—¡No lo soy! —protestó Rabo Largo—. ¡Soy un miembro leal del Clan del Trueno!
—Muy bien, Rabo Largo —intervino Corazón de Fuego—. No necesitamos que vayan todos los guerreros. Puedes quedarte a proteger el campamento. Y eso sirve para el resto —añadió—. Si no queréis participar en esto, quedaos aquí.
Esperó tenso la respuesta de sus guerreros, mirando sus caras preocupadas a la escasa luz de la guarida.
—Yo iré —maulló al cabo Tormenta Blanca—. Creo que podemos confiar en que Estrella Alta desista de atacar si hay una alternativa.
Corazón de Fuego le dirigió una mirada de agradecimiento mientras los demás dudaban, murmurando o moviéndose inquietos entre los lechos musgosos.
—Yo también iré. —Fronde Dorado sonó nervioso al tener que hablar entre tantos guerreros mayores que él.
—Y yo —se sumó Manto Polvoroso, y sacudió la cola en dirección a Corazón de Fuego—. Pero si el Clan del Viento ataca, yo pelearé. No voy a dejar que otro gato me destroce.
El resto de los guerreros dio su respuesta. Para asombro de Corazón de Fuego, Cebrado accedió a ir, mientras que Musaraña se negó.
—Lo lamento, Corazón de Fuego —dijo la gata—. Lo que dices tiene sentido, pero ésa no es la cuestión. El código guerrero no es algo a lo que ceñirse cuando a uno le apetece. No creo que pudiera desobedecer a mi líder si me ordenara atacar.
—Bueno, pues yo sí iré —afirmó Pecas—. No quiero ver a mis hijos víctimas de una batalla que no debemos librar.
Por fin, Corazón de Fuego tuvo que encararse a Tormenta de Arena, que no había dicho nada. No se imaginaba qué haría si ella rechazaba apoyarlo.
—¿Tormenta de Arena? —maulló dubitativo.
La gata estaba sentada con la cabeza gacha, sin mirarlo a los ojos.
—Iré contigo, Corazón de Fuego —musitó—. Sé que tienes razón en lo del perro… pero, aun así, no soporto mentirle a Estrella Azul.
El lugarteniente se le acercó para darle un lametón de agradecimiento en la oreja, pero ella apartó la cabeza sin mirarlo.
—¿Y qué pasa con los aprendices? —preguntó Cebrado—. ¿Quieres que vengan con nosotros? Frondina es demasiado joven para participar.
—Estoy de acuerdo —se apresuró a maullar Manto Polvoroso.
A pesar de la tensión, Corazón de Fuego tuvo que reprimir un ronroneo divertido al percibir la ternura que sentía Manto Polvoroso hacia la aprendiza de Cebrado.
—Yo preferiría dejar a Centellina fuera de esto —dijo Tormenta Blanca.
—Pero ¿a Estrella Azul no le parecerá que pasa algo raro si no llevamos a ningún aprendiz? —preguntó Fronde Dorado.
—Es cierto —contestó Corazón de Fuego—. De acuerdo. Nos acompañarán Zarpa Rauda y Nimbo, pero sólo si Estrella Azul quiere llevarse a tantos gatos, y a ellos les contaremos lo que ocurre después de partir. De lo contrario, las novedades se propagarán por el campamento.
Para su sorpresa, Corazón de Fuego advirtió que tenía más guerreros de su lado de los que necesitaba. Si Cuervo llegaba al campamento a tiempo y Estrella Azul accedía a hablar con Estrella Alta, parecería extraño que toda una patrulla de combate se ofreciera a ir con ella. Además, no quería dejar el campamento desprotegido ante posibles ataques, menos aún en esos momentos.
—Escarcha y Fronde Dorado, ¿por qué no os quedáis a guardar el campamento? —sugirió—. Agradezco vuestro apoyo, pero a lo mejor sois más necesarios aquí.
Los aludidos intercambiaron una mirada y asintieron.
—Bien, será mejor que los demás duerman un poco —continuó—. Partiremos cuando se esconda la luna.
Observó cómo los guerreros se acomodaban en sus lechos, pero no se les unió. Sabía que no podría pegar ojo, y quería contarle a Carbonilla lo que estaba sucediendo antes de que se enterara por otro gato. De no ser por su fe en Jaspeada, habría dudado de que lograra impedir aquella batalla. Daba la impresión de que podían salir mal muchas cosas: Cuervo podría no llevar el mensaje a tiempo; Estrella Azul podría negarse a hablar con Estrella Alta; el Clan del Viento podría tenderles una emboscada en los Cuatro Árboles…
Tras sacudirse, Corazón de Fuego salió al claro. Miró alrededor en busca de señales de Cuervo, pero el campamento estaba en silencio a la luz de la luna. Un par de ojos relucían en la entrada del túnel de aulagas. Al acercarse, Corazón de Fuego distinguió la pálida silueta de Ceniciento, que estaba de guardia.
—¿Sabes quién es Cuervo? —preguntó al aprendiz, que asintió—. No ha estado aquí esta noche, ¿verdad?
Ceniciento negó con la cabeza.
—Si viene, déjalo entrar y llévalo directamente a Estrella Azul, ¿entendido?
—De acuerdo, Corazón de Fuego. —A Ceniciento le picó la curiosidad, pero no hizo preguntas.
Corazón de Fuego fue en busca de Carbonilla. Cuando entró en el claro de la curandera, la encontró sentada delante de su guarida, hablando acaloradamente con Musaraña.
Las dos gatas alzaron la vista al oírlo acercarse.
—¿Corazón de Fuego? —maulló Carbonilla, levantándose despacio—. ¿Qué es lo que me está contando Musaraña? ¿Por qué no me has convocado a la reunión? —Sus ojos azules chispeaban de enfado.
—Sólo era para guerreros —contestó, aunque la explicación le pareció floja incluso a él.
—Oh, perfecto —repuso Carbonilla secamente—. Has pensado que a mí no me interesaría ocultarle cosas a Estrella Azul, ¿verdad?
—¡No es así! Precisamente venía a contártelo. Musaraña —añadió, mirando iracundo a la gata marrón—, ¿no se supone que deberías estar descansando?
La guerrera le devolvió una mirada igualmente furibunda, y luego dio media vuelta para desaparecer en la oscuridad.
—¿Y bien? —quiso saber Carbonilla.
—Parece que Musaraña ya te lo ha contado todo. A mí no me gusta esta situación más que a ti, pero ¿qué opción tenía? ¿De verdad crees que el Clan Estelar desea una guerra entre clanes… especialmente una guerra injusta?
—El Clan Estelar no me ha mostrado nada sobre batallas —admitió la curandera—. Y no quiero que se derrame sangre, pero ¿es ésta la única manera de impedirlo?
—Si se te ocurre una idea mejor, cuéntamela.
Carbonilla negó con la cabeza. El resplandor lunar brillaba en su pelaje gris, dándole una apariencia fantasmal, como si estuviera a medias en el mundo del Clan Estelar.
—Hagas lo que hagas, Corazón de Fuego, ten cuidado con Estrella Azul. Sé amable con ella. Ha sido una gran líder… y podría volver a serlo.
Él deseó creer en las palabras de la curandera, pero Estrella Azul parecía sumirse cada día más en la confusión. La sabia mentora que había respetado tanto a su llegada al Clan del Trueno parecía muy lejana.
—Haré todo lo que pueda —le prometió—. No deseo engañar a Estrella Azul, y por eso he organizado el encuentro con Estrella Alta. Quiero que ella comprenda que no tenemos que pelear. —Tensamente, añadió—: ¿Crees que me equivoco?
—No soy quién para decirlo. —Carbonilla le sostuvo la mirada—. Esto es decisión tuya, Corazón de Fuego. Nadie puede hacerlo por ti.