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12

Corazón de Fuego se dispuso a salir rápidamente del campamento, con la esperanza de que ningún gato lo viera y le preguntase adónde iba. El código guerrero decía que las órdenes del líder de un clan debían obedecerse sin rechistar. Hasta ahora, Corazón de Fuego siempre había aceptado eso. Jamás había imaginado que alguna vez desobedecería, pero había llegado la hora en que debía desafiar las órdenes de su líder o contemplar la destrucción de su clan. La única forma que veía de evitar la batalla era que Estrella Alta y Estrella Azul se reunieran para hablar sobre las pruebas de presas robadas en sus dos territorios. En cuanto Estrella Azul comprendiera que el Clan del Viento estaba sufriendo del mismo modo que el Clan del Trueno, Corazón de Fuego estaba seguro de que suspendería el ataque.

Ignoraba qué haría la líder después de eso si descubría que él había ido a ver a Estrella Alta sin su permiso. Ojalá entendiese que lo había hecho por el bien de su clan.

En la entrada del túnel de aulagas, se volvió para echar un último vistazo al campamento. Vio a Centellina practicando la posición de caza por su cuenta delante de la guarida de los aprendices. La gata se aproximó sigilosamente a una hoja seca y saltó sobre ella para atraparla con las zarpas extendidas.

—¡Bien hecho! —exclamó el lugarteniente.

Centellina levantó la vista con ojos brillantes.

—¡Gracias, Corazón de Fuego!

Él asintió con la cabeza y se internó en el túnel de aulagas. El breve intercambio con Centellina había reforzado su decisión: el entusiasmo de la joven aprendiza representaba lo que era importante en el clan. No podía permitir que eso fuera destruido.

Cuando el sol llegó a su cénit, Corazón de Fuego estaba acercándose al arroyo que había de camino a los Cuatro Árboles. Hizo un alto para descansar. Con tanta ansiedad y confusión, no se había parado a comer antes de salir del campamento, y un ruido en el sotobosque le recordó el hambre que tenía. Adoptó la posición de acecho, pero tras unos segundos advirtió que el sonido no procedía de una posible presa. Entrevió un conocido pelaje oscuro y captó el olor de gatos del Clan del Trueno.

Desconcertado, se pegó al suelo detrás de una mata de helechos. No había mandado ninguna patrulla en aquella dirección, de modo que ¿por qué aquellos gatos estaban allí? Entonces se separó la maleza y apareció Cebrado, maullando por encima del hombro:

—Seguidme. Intentad ir a mi ritmo, ¿podréis?

Dos pequeñas figuras surgieron entre los helechos. A Corazón de Fuego se le salieron los ojos de las órbitas al reconocer a los dos cachorros de Flor Dorada. Pequeño Zarzo dio un salto para atrapar una hoja caída, mientras Pequeña Trigueña lo seguía más despacio.

—Estoy cansada. Me duelen las zarpas —se quejó la gatita.

—¿Qué? —replicó Cebrado—. ¿Una cachorrita fuerte como tú? No seas boba. Ya no está lejos.

«¿Qué es lo que no está lejos? —se preguntó Corazón de Fuego alarmado—. ¿Qué estás haciendo aquí fuera y adónde llevas a esos cachorros?». Esperó ver a Flor Dorada con ellos —seguro que sus hijos nunca habían estado tan lejos de la maternidad—, pero no había ni rastro de la gata.

Pequeño Zarzo corrió hasta su hermana y le dio un empujoncito.

—Venga… —la animó—. ¡Valdrá la pena!

Los dos gatitos siguieron deprisa a Cebrado hasta un punto poco profundo del arroyo. Lo vadearon, chillando de miedo y emoción mientras el agua les mojaba las patas. Una vez al otro lado del arroyo, Cebrado giró en dirección contraria a los Cuatro Árboles, tomando una vereda más estrecha que serpenteaba entre los árboles. Corazón de Fuego sintió una oleada de indignación. Sabía perfectamente adónde conducía ese camino. Cebrado estaba guiando a los cachorros a la frontera con el Clan de la Sombra.

Esperó a que el grupo ascendiese la ladera que había después del arroyo antes de atreverse a salir de entre los helechos y seguirlos. Cuando los vio de nuevo, estaban aproximándose a la frontera. Lo alcanzó el intenso hedor del Clan de la Sombra, y advirtió que los cachorros se detenían a olfatear el aire.

—Puaj, ¿qué es eso? —exclamó Pequeña Trigueña.

—¿Es un zorro? —preguntó Pequeño Zarzo.

—No; es el olor del Clan de la Sombra —les explicó Cebrado—. Vamos, que casi hemos llegado.

Llevó a los cachorros al otro lado de la frontera, mientras la gatita se quejaba de que aquel espantoso olor se le estaba pegando a las patas.

Cada vez más furioso, Corazón de Fuego se ocultó en un arbusto espinoso justo en el lado del Clan del Trueno, desde donde podría observar sin ser visto.

Cebrado se había detenido cerca de allí. Los cachorros se derrumbaron sobre la hierba, agotados, pero se levantaron de un brinco un instante después, cuando hubo un sonido en una mata de helechos, por la que apareció otro gato…

¡Estrella de Tigre!

Corazón de Fuego dio un respingo, pero en realidad se lo esperaba. Había supuesto que Cebrado podría intentar ganarse el favor de Estrella de Tigre llevándole a sus hijos para que los viera, pero la repentina aparición del líder del Clan de la Sombra indicaba que el encuentro estaba planeado.

Se preguntó si Flor Dorada estaría al tanto. La gata no estaba allí con sus cachorros, de modo que a lo mejor ignoraba que se habían ido con Cebrado. Quizá incluso creyera que se habían perdido. «Debe de estar loca de inquietud», pensó. Tensó los músculos, listo para saltar y encararse a Cebrado, pero se quedó en su escondrijo y se obligó a concentrarse en la escena.

Estrella de Tigre avanzó —sus músculos se marcaban bajo su oscuro pelaje atigrado— hasta colocarse frente a sus dos hijos. Los examinó durante un momento y luego bajó la cabeza para entrechocar narices con ellos, primero con Pequeño Zarzo y luego con Pequeña Trigueña. Aunque jamás habían tenido delante a un gato tan grande, ambos cachorros aguantaron el tipo con valentía y le sostuvieron la mirada sin pestañear.

—¿Sabéis quién soy? —maulló Estrella de Tigre.

—Cebrado ha dicho que nos llevaría a conocer a nuestro padre —contestó Pequeño Zarzo.

—¿Eres tú nuestro padre? —quiso saber Pequeña Trigueña—. Hueles un poquito como nosotros.

Estrella de Tigre asintió.

—Sí.

Los cachorros intercambiaron una mirada de asombro cuando Cebrado añadió:

—Éste es Estrella de Tigre, el líder del Clan de la Sombra.

Se les pusieron los ojos como platos, y Pequeño Zarzo exclamó casi sin aliento:

—¡Uau! ¿De verdad eres líder de un clan?

Estrella de Tigre asintió con la cabeza y Pequeña Trigueña maulló emocionada:

—¿Por qué no podemos ir a vivir contigo en tu clan? Debes de tener una guarida muy bonita.

El gran atigrado negó con la cabeza.

—De momento, vuestro lugar está con vuestra madre —respondió—. Pero eso no significa que yo no esté orgulloso de vosotros. —Volviéndose hacia Cebrado, añadió—: Parecen cachorros sanos y fuertes. ¿Cuándo se convertirán en aprendices?

—Dentro de una luna más o menos. Es una lástima que yo ya tenga una aprendiza; de lo contrario, podría ser el mentor de uno de tus hijos.

Corazón de Fuego hundió las garras en la tierra mientras lo recorría una oleada de rabia. «¡Estrella Azul y yo elegimos a los mentores, Cebrado, no tú! —Casi escupió esas palabras en voz alta—. Y tú eres el último al que escogeríamos».

Estrella de Tigre se volvió hacia sus cachorros.

—¿Sabéis cazar? —les preguntó—. ¿Y pelear? ¿Queréis ser buenos guerreros?

Los dos gatitos asintieron briosamente.

—¡Yo voy a ser el mejor guerrero del clan! —fanfarroneó Pequeño Zarzo.

Pequeña Trigueña no quería a ser menos que su hermano.

—¡Y yo, la mejor cazadora!

—Bien, bien. —Estrella de Tigre les dio un breve lametón en la cabeza.

Corazón de Fuego no pudo evitar acordarse de Látigo Gris y de cómo su amigo había abandonado su clan de nacimiento para poder estar con sus amados hijos. ¿Sería posible que Estrella de Tigre estuviera sufriendo igualmente por estar separado de sus cachorros?

Pero luego se le heló la sangre cuando Pequeño Zarzo preguntó:

—Estrella de Tigre, ¿por qué eres el líder del Clan de la Sombra cuando nuestra madre es del Clan del Trueno?

—¿No lo saben? —le preguntó Estrella de Tigre a Cebrado, y éste negó con la cabeza—. Bien —maulló, volviéndose hacia los cachorros—. Ésa es una larga historia. Sentaos y os la contaré.

Corazón de Fuego comprendió que era el momento de interrumpirlos. Lo último que quería era que Estrella de Tigre les contase un relato tendencioso de por qué había dejado el Clan del Trueno. Una cosa era segura: jamás admitiría ser un asesino y un traidor.

Tras ponerse en pie, el lugarteniente salió del abrigo del arbusto espinoso.

—Buenos días, Estrella de Tigre —maulló—. Estás muy lejos de tu campamento. Y tú también, Cebrado —añadió con tono más cortante—. ¿Qué estás haciendo aquí con estos cachorros?

Tuvo la satisfacción de ver que ambos se quedaban atónitos ante su aparición. Lo miraron boquiabiertos mientras los cachorros saltaban sobre la hierba para ir a su encuentro.

—¡Éste es nuestro padre! —anunció Pequeña Trigueña entusiasmada—. Hemos venido a conocerlo.

—¿Por qué nadie nos había dicho que era líder de un clan? —quiso saber Pequeño Zarzo.

Corazón de Fuego no deseaba responder a esa pregunta, así que se encaró a Cebrado entornando los ojos.

—¿Y bien?

—¿Cómo has sabido que estábamos aquí? —le espetó el guerrero.

—Os he visto cruzando el arroyo. Hacíais el ruido suficiente para despertar a todo el bosque.

—Corazón de Fuego. —Estrella de Tigre inclinó la cabeza, con el cortés saludo de un líder al lugarteniente de otro clan. No había hostilidad en su tono—. Cúlpame a mí, no a Cebrado. Quería ver a mis hijos. Tú no me negarías eso, ¿verdad?

—Todo eso está muy bien —contestó Corazón de Fuego confundido—, pero Cebrado no debería habérselos llevado sin permiso. Es peligroso dejar que los cachorros deambulen tan lejos del campamento. —«Especialmente con ese perro suelto por el bosque», añadió para sus adentros.

—No estaban deambulando… están conmigo —protestó Cebrado.

—¿Y si ataca un halcón? Algunas zonas del bosque todavía ofrecen poca protección. ¿Ya te has olvidado de Copito de Nieve? —Uno de los cachorros soltó un gemido, y Corazón de Fuego enmudeció; no quería asustarlos—. Llévatelos de vuelta al campamento, Cebrado. Ahora mismo.

El guerrero intercambió una mirada con Estrella de Tigre y se encogió de hombros. Luego les dijo a los gatitos:

—Vamos. Corazón de Fuego ha hablado y nosotros debemos obedecer.

Los dos pequeños se separaron de su padre para reunirse con Cebrado.

—Despedíos de vuestro padre antes de partir —dijo el lugarteniente, obligándose a emplear un tono amigable—. Volveréis a verlo cuando seáis aprendices y podáis asistir a las Asambleas.

Los dos cachorros se volvieron para despedirse.

—Adiós —contestó Estrella de Tigre—. Trabajad duro y yo estaré orgulloso de vosotros.

Corazón de Fuego y él se quedaron inmóviles mientras Cebrado guiaba a los gatitos ladera abajo y a través del arroyo. Cuando desaparecieron en el sotobosque, el líder maulló:

—Cuida de esos cachorros, Corazón de Fuego. Estaré vigilándolos.

El joven tenía el corazón desbocado. Cuando había descubierto la traición del anterior lugarteniente, éste amenazó con matarlo. Ahora volvían a estar a solas, sin ayuda cerca si el flamante líder del Clan de la Sombra lo atacaba. Tensó los músculos, pero Estrella de Tigre no hizo ningún movimiento hacia él.

—Me aseguraré de que estén bien atendidos —maulló—. Estoy seguro de que serán leales a su clan. El Clan del Trueno cuida de todos sus cachorros.

—¿En serio? —Estrella de Tigre entornó sus ojos ámbar—. Me alegra oírlo.

Con un sobresalto, Corazón de Fuego recordó que Estrella de Tigre sabía lo de los cachorros que había criado Tabora. Esperó a que el atigrado lo desafiara a tocar ese tema, pero éste no le hizo ninguna pregunta, aunque su mirada de complicidad lo dejó helado. Era como si el líder supiera que él podía revelarle ciertas cosas.

Pero Estrella de Tigre inclinó la cabeza y maulló:

—Volveremos a vernos en la próxima Asamblea. Ahora debo regresar con mi clan. —Y dio media vuelta para alejarse.

Corazón de Fuego se aseguró de que se había ido de verdad antes de ponerse en marcha, siguiendo la frontera hacia los Cuatro Árboles. Por mucho que odiara admitirlo, no creía que Cebrado hubiese hecho algo realmente malo al sacar a los cachorros de la maternidad. Él mismo habría tenido que acabar por contarles que su padre era el líder del Clan de la Sombra. Y Estrella de Tigre había actuado con más sensatez de la esperada.

Así pues, Corazón de Fuego apartó con firmeza ese episodio de su mente. Se estaba agotando el tiempo. Antes de que se pusiera el sol tenía que hablar con Estrella Alta y encontrar la forma de resolver la disputa por las presas robadas.