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10

Las estrellas del Manto Plateado titilaban en un cielo despejado y la luna llena se hallaba en lo alto. Corazón de Fuego se agazapó en la cima de la ladera que llevaba a los Cuatro Árboles. Bajo los cuatro grandes robles, el suelo estaba alfombrado de hojarasca que relucía con la primera escarcha de la estación de la caída de la hoja. Negras siluetas felinas se movían de un lado a otro contra el pálido resplandor.

En esa ocasión, Estrella Azul había insistido en guiar al clan hasta la Asamblea. Corazón de Fuego aún no estaba seguro de si era algo bueno o malo. Por un lado, no tendría que inventarse excusas sobre ella, pero también le preocupaba lo que pudiera decir. A medida que aumentaban los problemas del Clan del Trueno, se volvía más y más difícil dar la cara ante los clanes rivales. Sintió una punzada de temor al admitir para sí que ya no confiaba en el juicio de su líder.

Se inclinó hacia la gata, bajando la voz para que no lo oyeran Nimbo y Musaraña.

—Estrella Azul —murmuró—, ¿qué vas a…?

Como si no lo hubiera oído, la líder hizo una señal con la cola; los gatos del clan se pusieron en pie para descender deprisa entre los arbustos hacia la hondonada. Corazón de Fuego no tuvo más remedio que seguirlos. Antes de abandonar el campamento, la líder se había negado a hablar de la Asamblea, y ahora se había esfumado su última oportunidad de hacerlo.

En la hondonada había menos gatos de los que esperaba, y advirtió que eran todos del Clan del Viento y el de la Sombra. Reparó en Estrella Alta y Estrella de Tigre, sentados juntos al pie de la Gran Roca. Estrella Azul fue derecha hacia ellos, con la cola tan rígida como si se dirigiera al enemigo. Sin saludarlos siquiera con un movimiento de bigotes, subió a la Gran Roca de un salto y se acomodó allí, con su pelaje gris azulado brillando al claro de luna.

Corazón de Fuego respiró hondo e intentó calmar sus temores. Estrella Azul ya se había convencido de que Estrella Alta era su enemigo; ver al líder del Clan del Viento charlando en privado con Estrella de Tigre, el traidor al que ella más temía, la habría reafirmado en sus convicciones.

El lugarteniente observó que Estrella Alta se inclinaba hacia Estrella de Tigre para decirle algo; el nuevo líder del Clan de la Sombra sacudió la cola con desdén. Corazón de Fuego quiso acercarse disimuladamente para escuchar qué estaban diciendo, pero, antes de que pudiera moverse, alguien le dio un empujón amistoso en el omóplato. Al volverse se encontró con Bigotes, un guerrero del Clan del Viento.

—Hola —lo saludó Bigotes—. ¿Te acuerdas de éste?

Empujó hacia delante a un joven gato, un atigrado con los ojos brillantes y las orejas erguidas de emoción.

—Es el hijo de Flor Matinal —explicó Bigotes—. Ahora es mi aprendiz… Se llama Erguino. ¿A que está grande?

—¡El hijo de Flor Matinal, por supuesto! Te vi en la última Asamblea. —A Corazón de Fuego le costaba creer que aquel musculoso aprendiz fuera la misma bolita de pelo a la que había llevado a través del Sendero Atronador cuando Látigo Gris y él condujeron al Clan del Viento a su hogar.

—Mi madre me ha hablado de ti, Corazón de Fuego —maulló Erguino con timidez—. De cómo cargaste conmigo y todo eso.

—Bueno, me alegro de no tener que cargar contigo ahora. Si creces más, ¡podrás unirte al Clan del León!

Erguino ronroneó complacido. Corazón de Fuego notó la cálida amistad que sentía por aquellos gatos, una amistad que había sobrevivido a todas las refriegas y desacuerdos desde aquel lejano viaje.

—Deberíamos empezar la reunión —maulló Bigotes—, pero no hay ni rastro del Clan del Río.

Apenas había pronunciado esas palabras, hubo un movimiento entre los arbustos al otro lado del claro y apareció un grupo de gatos del Clan del Río. Caminando orgullosamente a la cabeza iba Leopardina.

—¿Dónde está Estrella Doblada? —se preguntó Bigotes en voz alta.

—He oído que está enfermo —maulló Corazón de Fuego, al que no había sorprendido que Leopardina ocupara el lugar de su líder.

Por lo que Látigo Gris le había contado junto al río hacía media luna, no esperaba que su líder estuviera lo bastante bien para asistir a la Asamblea.

Leopardina fue directa al pie de la Gran Roca, donde se hallaban Estrella Alta y Estrella de Tigre. Inclinó la cabeza cortésmente y se sentó junto a ellos.

Corazón de Fuego, demasiado lejos para oír lo que decían, vio que un guerrero gris se acercaba cruzando el claro.

—¡Látigo Gris! —maulló calurosamente—. Creía que no te permitían acudir a las Asambleas.

—Así era —contestó su amigo, entrechocando la nariz con la suya—. Pero Pedrizo ha dicho que debía tener la oportunidad de demostrar mi lealtad.

—¿Pedrizo? —Había visto a los dos hijos de Estrella Azul, Pedrizo y su hermana Vaharina, entre los gatos que seguían a Leopardina—. ¿Y qué tiene él que decir?

—Pedrizo es nuestro nuevo lugarteniente —maulló Látigo Gris, y frunció el entrecejo—. Ah, claro, tú no lo sabes. Estrella Doblada murió hace dos noches. Ahora nuestra líder es Estrella Leopardina.

Corazón de Fuego guardó silencio un momento, recordando al solemne anciano que había ayudado al Clan del Trueno durante el incendio. La noticia de su muerte no lo pilló por sorpresa, pero aun así sintió una punzada de desazón. Estrella Leopardina sería una líder fuerte, buena para el Clan del Río, pero no sentía ningún aprecio por el Clan del Trueno.

—Estrella Leopardina ya ha empezado a reorganizar el clan, aunque apenas ha pasado un día desde que fue a la Piedra Lunar para hablar con el Clan Estelar —continuó Látigo Gris, haciendo una mueca—. Está supervisando el entrenamiento de los aprendices, disponiendo más patrullas. Ah… —Se interrumpió y empezó a amasar el suelo con las patas.

—¡Látigo Gris! —Corazón de Fuego se alarmó ante la evidente agitación de su amigo—. ¿Qué sucede?

El guerrero gris lo miró con angustia en sus ojos amarillos.

—Hay algo que deberías saber, Corazón de Fuego. —Lanzó una mirada alrededor para asegurarse de que no había gatos del Clan del Río cerca—. Desde el incendio, Estrella Leopardina está planeando recuperar las Rocas Soleadas.

—Yo… yo creo que no deberías contarme eso —balbuceó Corazón de Fuego.

Las Rocas Soleadas eran un territorio largamente disputado en la frontera entre los dos clanes. Corazón de Roble y Cola Roja, antiguo lugarteniente del Clan del Trueno, habían muerto en una batalla por esa zona. Que su amigo le contara las intenciones de la nueva líder era un acto de traición que iba en contra del código guerrero.

—Lo sé. —Látigo Gris no podía mirarlo a los ojos, y su voz temblaba por la gravedad de lo que estaba haciendo—. He intentado ser leal al Clan del Río… ¡ningún gato lo habría intentado con más ahínco! —Su tono iba subiendo por la desesperación, pero consiguió controlarse y continuar en voz más baja—. Pero no puedo quedarme de patas cruzadas mientras Estrella Leopardina planea atacar al Clan del Trueno. Si esto culmina en una batalla, no sé qué voy a hacer.

Corazón de Fuego se le arrimó, procurando reconfortarlo. Desde que Látigo Gris cruzó el río, él había sabido que tarde o temprano su amigo tendría que afrontar la dura prueba de luchar contra su clan de nacimiento. Ahora parecía que ese día estaba muy cerca.

—¿Cuándo se producirá el ataque? —preguntó.

Látigo Gris negó con la cabeza.

—No tengo ni idea. Aunque Estrella Leopardina lo hubiera decidido ya, no me lo diría. Yo sólo conozco sus planes por lo que dicen otros guerreros. Pero, si quieres, veré qué puedo averiguar.

A Corazón de Fuego lo entusiasmaba la idea de tener un espía en el campamento del Clan del Río, pero comprendió el espantoso riesgo que estaría corriendo su amigo. No podía ponerlo en semejante peligro, ni empeorar su problema de lealtades divididas. A menos que el Clan del Trueno atacara primero —cosa que él no quería hacer—, tendrían que lidiar con esa amenaza cuando se presentara.

—No; es demasiado peligroso —contestó por fin—. Te agradezco la advertencia, pero piensa en qué te haría Estrella Leopardina si se enterara. Ya no le caes demasiado bien. Les diré a las partidas de caza que inspeccionen las Rocas Soleadas en busca de olores del Clan del Río, y me aseguraré de que nuestras marcas olorosas sean fuertes por allí.

Lo interrumpió un maullido en lo alto de la Gran Roca. Al volverse, vio que los otros tres líderes se habían unido a Estrella Azul, que se negaba a mirar a Estrella de Tigre, y estaban esperando a que empezara la reunión. Cuando los gatos congregados guardaron silencio, Estrella de Tigre hizo una seña a Estrella Leopardina para que hablase en primer lugar. La atigrada dorada avanzó hasta el borde de la roca y miró hacia abajo.

—Nuestro antiguo líder, Estrella Doblada, ha ido a unirse con el Clan Estelar —anunció—. Fue un líder noble, y todo el clan lamenta su muerte. Ahora la líder del Clan del Río soy yo, y Pedrizo es mi lugarteniente. Anoche viajé hasta las Rocas Altas y recibí las nueve vidas que concede el Clan Estelar.

—Felicidades —maulló Estrella de Tigre.

—Todos los clanes echarán de menos a Estrella Doblada —dijo Estrella Alta—. Es mi deseo, por el Clan Estelar, que el Clan del Río prospere bajo tu liderazgo.

Estrella Leopardina les dio las gracias a los dos y miró expectante a Estrella Azul, pero ésta tenía la vista fija en la hondonada. Mostraba una expresión de orgullo; al seguir su mirada, Corazón de Fuego descubrió que estaba contemplando a Pedrizo. Al lugarteniente lo impactó la obvia admiración de Estrella Azul por su hijo, y se le heló la sangre al recordar que Estrella de Tigre sabía que un par de cachorros del Clan del Río procedían del Clan del Trueno. Y en ese momento el enorme atigrado estaba observando a la líder con expresión pensativa. ¿Cuánto tardaría en adivinar quién era la madre de esos cachorros?

—Tengo una noticia más —continuó Estrella Leopardina, decidiendo que ya había esperado bastante a que hablara Estrella Azul—. Ha muerto nuestra veterana Tabora.

Corazón de Fuego irguió las orejas. Se preguntó qué habrían contado Vaharina y Látigo Gris a su líder sobre la muerte de Tabora, y si él mismo habría dejado su olor en el cadáver. Estrella Leopardina podría utilizar eso para acusar al Clan del Trueno de haber asesinado a la vieja gata, y así su clan tendría una excusa para atacar.

Pero la nueva líder se limitó a decir:

—Fue una guerrera valiente y tuvo muchos cachorros. —Hizo una pausa para mirar con afecto a Vaharina y Pedrizo—. El Clan del Río lamenta su pérdida —concluyó.

Corazón de Fuego se relajó, pero volvió a ponerse tenso cuando Estrella de Tigre dio un paso adelante. ¿Iría a anunciar que sabía lo de los dos hijos de Tabora?

Para su alivio, Estrella de Tigre no mencionó el secreto. En vez de eso, contó las novedades de su clan: cachorros que se habían convertido en aprendices y el nacimiento de una nueva camada, detalles que mostraban cómo el Clan de la Sombra empezaba a recuperar su fuerza, pero nada que sugiriera hostilidad hacia ningún otro clan.

Corazón de Fuego se sintió esperanzado de nuevo. A lo mejor no había necesidad de preocuparse por Estrella de Tigre. Sería un alivio olvidarse de él y concentrarse en la amenaza del perro suelto que acechaba en el bosque. Pero luego recordó el brutal trato de Estrella de Tigre a Tabora, que había desembocado en su muerte, y sus recelos regresaron.

Cuando el líder del Clan de la Sombra terminó de hablar, Estrella Alta se dispuso a ocupar su lugar, pero Estrella Azul se colocó delante de él.

—Yo hablaré ahora —gruñó la gata, mirándolo con dureza. Y avanzó hasta el borde de la roca—. Gatos de todos los clanes —empezó con voz fríamente iracunda—, traigo noticias de un robo. Guerreros del Clan del Viento han estado cazando en el territorio del Clan del Trueno.

A Corazón de Fuego se le encogió el estómago cuando un aullido furioso brotó en la hondonada. Los gatos del Clan del Viento se levantaron de un salto, negando rabiosamente la acusación de la líder.

Nimbo rodeó a dos grandes guerreros y se detuvo al lado de Corazón de Fuego; sus ojos azules estaban dilatados de asombro y nerviosismo.

—¡El Clan del Viento! —maulló—. ¿De qué está hablando Estrella Azul?

—¡Silencio! —le espetó el lugarteniente, y miró de reojo a Bigotes, temiendo que hubiera oído a Nimbo, pero el guerrero atigrado se había levantado, gañendo desafiante a Estrella Azul.

—¡Demuéstralo! —exclamó Bigotes con el pelo erizado—. ¡Demuestra que el Clan del Viento se ha llevado siquiera un ratón!

—Tengo pruebas. —Los ojos de la líder ardían con un fuego frío—. Nuestras patrullas han encontrado restos de conejos esparcidos no muy lejos de aquí.

—¿Y a eso lo llamas pruebas? —Estrella Alta se abrió paso hasta encararse con ella—. ¿Acaso has visto a mis gatos en tu territorio? ¿Han captado tus patrullas olor del Clan del Viento?

—No necesito ver ni oler a los ladrones para saber lo que han hecho —replicó la líder—. Todos los gatos saben que sólo el Clan del Viento caza conejos.

Corazón de Fuego tensó los músculos y sacó las uñas instintivamente.

—No son más que patrañas —insistió Estrella Alta. Su pelo blanco y negro estaba erizado, y mostró los colmillos con un gruñido—. El Clan del Viento también ha perdido presas. Nosotros también hemos encontrado restos de conejo en nuestro territorio. Y hay muchos menos conejos de lo habitual en esta estación. ¡Yo te acuso a ti, Estrella Azul, de permitir que tus guerreros cacen en mis tierras y de lanzar acusaciones falsas a fin de encubrir el robo!

—Eso parece mucho más probable —intervino Estrella de Tigre, con un fulgor en sus ojos ámbar—. Todos saben que en el territorio del Clan del Trueno escasean las presas desde el incendio. Tu clan está hambriento, Estrella Azul, y algunos de tus guerreros conocen muy bien las tierras del Clan del Viento.

Corazón de Fuego sintió la mirada del líder del Clan de la Sombra, y supo que se estaba refiriendo a Látigo Gris y a él.

Estrella Azul se volvió en redondo para enfrentarse a Estrella de Tigre.

—¡Silencio! —bufó—. Mantente alejado de mí y de mi clan. Esto no es asunto tuyo.

—Es asunto de todos los gatos del bosque —contestó Estrella de Tigre con calma—. Se supone que la Asamblea es un momento de paz. Si el Clan Estelar se disgusta, todos sufriremos.

—¡El Clan Estelar! —resopló la gata—. El Clan Estelar nos ha dado la espalda, y lucharé contra él si tengo que hacerlo. Lo único que me importa es alimentar a mi clan, y no me quedaré de brazos cruzados mientras otro clan roba nuestras presas.

Su discurso casi quedó ahogado por los gritos atónitos de los presentes, que escuchaban espantados. Corazón de Fuego miró hacia arriba, temiendo que el Clan Estelar mostrara su furia con una nube que cubriera la Asamblea, como ya había hecho en una ocasión. Pero el cielo seguía despejado. ¿Significaba eso que el Clan Estelar había aceptado la declaración de guerra de Estrella Azul?

Látigo Gris le dio un empujoncito.

—¿Qué le ocurre a Estrella Azul? ¿Es que quiere pelear con el Clan del Viento? ¿Y qué es todo eso de luchar contra el Clan Estelar?

—No sé qué es lo que quiere —contestó el lugarteniente entre dientes.

—Pues yo creo que tiene razón con lo de los conejos, ¿y a quién le importa esa estúpida tradición de mantener la paz en las Asambleas? —maulló Nimbo—. Afrontémoslo, el Clan Estelar no es más que la invención de un líder que quería que los otros gatos obedecieran por temor.

Corazón de Fuego miró con desaprobación a su aprendiz, pero no había tiempo de discutir sobre sus antepasados guerreros. El corazón le martilleaba como en los prolegómenos de una batalla. Ahora ya no había manera de ocultar a los otros clanes la locura de Estrella Azul… y la vulnerabilidad del Clan del Trueno. Estrella Alta tenía el pelo erizado de rabia. Y en cuanto a Estrella Leopardina, aunque no se había sumado a la discusión, tenía la expresión de un felino a punto de clavar los colmillos en una jugosa pieza de carne.

Cuando el murmullo de la hondonada se apagó, Estrella Alta logró que se oyera su voz:

—Estrella Azul, yo te juro, por el Clan Estelar, que ningún gato del Clan del Viento ha cazado en tu territorio —aseguró, sacudiendo la cola—. Pero, si insistes en pelear con nosotros, estaremos preparados.

Dicho eso, se retiró al borde de la roca dándole la espalda a Estrella Azul, como una tajante negativa a seguir defendiéndose.

Antes de que la líder del Clan del Trueno pudiera replicar, Estrella Leopardina dio un paso adelante.

—El incendio fue una desgracia espantosa —maulló—. Todos los gatos del bosque lo saben, pero el tuyo, Estrella Azul, no es el único clan que está sufriendo. Vuestro bosque volverá a ser tan abundante en presas como siempre ha sido, pero los Dos Patas han invadido nuestras tierras y no dan señales de ir a abandonarlas. En la última estación sin hojas, el río fue envenenado y los gatos que comían pescado enfermaban. ¿Quién puede asegurarnos que eso no sucederá de nuevo? No puedo hablar por las necesidades del Clan del Viento, pero el del Río tiene más necesidad de mejores terrenos de caza que el del Trueno.

Algunos miembros del Clan del Río aullaron con aprobación, y a Corazón de Fuego se le erizó el pelo de inquietud. Lanzó una mirada a Látigo Gris, recordando su advertencia sobre las Rocas Soleadas. Su nueva líder pretendía ampliar su territorio, y la dirección lógica era cruzar el río hasta las tierras del Clan del Trueno. El desfiladero le cortaba el paso al terreno del Clan del Viento, y todas sus demás fronteras limitaban con granjas de Dos Patas.

Pero Estrella Azul no había captado la amenaza encubierta. En cambio, inclinó la cabeza con elegancia.

—Tienes razón, Estrella Leopardina —maulló—. El Clan del Río ha vivido momentos difíciles. Aun así, tus gatos son tan fuertes y nobles que sé que sobreviviréis.

La atigrada pareció desconcertada, y Corazón de Fuego pensó que era lógico. La antigua Estrella Azul jamás habría pasado por alto la amenaza que encerraban las palabras de Estrella Leopardina.

Estrella de Tigre avanzó para situarse junto a la gata gris.

—Antes de amenazar al Clan del Viento, piénsalo con cuidado, Estrella Azul —le advirtió—. Nunca habrá paz en el bosque si…

Ella le enseñó los dientes gruñendo, con el pelaje erizado de furia.

—¡No me hables de paz! —bufó—. Te he dicho que te mantuvieras al margen de esto. A menos que te hayas aliado con ese ladrón de ahí.

Estrella Alta se acercó a la enfurecida líder, y Corazón de Fuego supuso que Estrella Azul estaba haciendo un gran esfuerzo para no lanzarse a la yugular de la gata.

—Si quieres pelea, la tendrás, Estrella Azul —gruñó, y sin esperar respuesta, bajó de la roca de un salto.

Estrella de Tigre intercambió una mirada con Estrella Leopardina, y ambos siguieron al líder del Clan del Viento, dejando sola a Estrella Azul. Corazón de Fuego miró de nuevo hacia el cielo, incapaz de creer que el Clan Estelar permaneciera impasible. ¿Significaría eso que el Clan Estelar deseaba una guerra entre clanes?

Cuando Estrella Azul descendió de la roca, el lugarteniente miró alrededor en busca de sus guerreros.

—Nimbo —le ordenó con urgencia—, localiza a tantos de nuestros guerreros como puedas y mándalos al pie de la Gran Roca. Estrella Azul necesitará una escolta.

Su aprendiz asintió y desapareció entre la multitud. Corazón de Fuego vio cómo Pedrizo se abría paso entre los congregados hacia Látigo Gris.

—¿Estás listo? —maulló el lugarteniente del Clan del Río—. Estrella Leopardina quiere partir de inmediato.

—Sí —respondió el guerrero gris, poniéndose en pie. Le tembló la voz al añadir—: Adiós, Corazón de Fuego.

—Adiós —contestó.

Había muchas cosas que quería decir, pero de nuevo tuvo que afrontar el hecho de que su amigo pertenecía a otro clan y de que la próxima vez que se vieran podría ser en un combate.

Antes de que los dos gatos del Clan del Río se marcharan, Corazón de Fuego buscó desesperadamente las palabras adecuadas para dirigirse a Pedrizo.

—Felicidades —le dijo por fin—. Me alegra saber que Estrella Leopardina te ha escogido como lugarteniente. El Clan del Trueno no quiere problemas, ¿lo sabes, verdad?

Pedrizo le sostuvo la mirada.

—Yo tampoco —maulló—. Pero en ocasiones los problemas llegan sin quererlos.

Corazón de Fuego los observó mientras se encaminaban al borde del claro, y advirtió, con un sobresalto, que otro gato tenía los ojos clavados en el lugarteniente del Clan del Río. ¡Estrella de Tigre, nada menos! Se preguntó qué significaría la mirada pensativa del atigrado. ¿Estaría evaluando a un futuro aliado? ¿O sospechaba que Pedrizo era uno de los cachorros de los que había hablado Tabora, los que procedían del Clan del Trueno? Al fin y al cabo, todo el mundo sabía que Tabora había criado a Pedrizo y Vaharina, de modo que Estrella de Tigre no tardaría en comprender quién era su verdadera madre. Los dos hermanos se parecían muchísimo a Estrella Azul.

Corazón de Fuego estaba tan absorto que tardó unos instantes en darse cuenta de que el gato sentado en las sombras junto a Estrella de Tigre era Cebrado. Claro, era lógico que el amigo más antiguo del atigrado lo hubiera buscado en la Asamblea, pero no le hacía ninguna gracia. Todavía no estaba seguro de la lealtad de Cebrado.

Se levantó de un salto y se dirigió hacia ellos. Al acercarse, oyó que Estrella de Tigre le preguntaba a su compañero:

—¿Mis hijos están bien?

—Muy bien. Se están haciendo grandes y fuertes… sobre todo Pequeño Zarzo.

—¡Cebrado! —lo interrumpió Corazón de Fuego—. La Asamblea ha concluido, ¿o es que no te has enterado? Estrella Azul querrá partir enseguida.

—No te sulfures, Corazón de Fuego —repuso con tono insolente—. Ya voy.

—Vamos, Cebrado, no debes hacer esperar a tu lugarteniente —maulló Estrella de Tigre, inclinando la cabeza ante Corazón de Fuego; su mirada ámbar era cuidadosamente neutra.

El lugarteniente cruzó el claro para reunirse con Estrella Azul, con Cebrado a la zaga. El resto de los guerreros del Clan del Trueno estaban apiñados alrededor de la líder, resguardándola de las miradas hostiles y las murmuraciones del Clan del Viento. Los ojos azules de la gata seguían centelleando desafiantes, y Corazón de Fuego comprendió con desazón que la guerra entre ambos clanes podría no estar lejos.