Mientras el clan la miraba horrorizado, Estrella Azul dio media vuelta y se encaminó a su guarida. Corazón de Fuego fue tras ella, pero la líder le espetó sin volver la cabeza:
—¡Déjame en paz!
Había tanto veneno en su voz que el lugarteniente frenó en seco. «¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?», se preguntó. Era consciente de que el clan estaba al borde del pánico. La conmoción por el ataque del halcón y la interpretación que Estrella Azul había hecho del suceso estaba convirtiéndolos en cachorros atemorizados. A él mismo le temblaban las patas, pero dejó sus miedos a un lado y saltó a la Peña Alta.
—¡Escuchad! —llamó—. Reuníos aquí todos.
Poco a poco, los gatos obedecieron, apiñándose encorvados al pie de la roca. Algunos lanzaban miradas asustadas al cielo, como si temieran el regreso del halcón. Corazón de Fuego reparó en que Frondina se pegaba a Manto Polvoroso. Cebrado estaba agazapado como si creyera que el Clan Estelar iba a lanzarles una lluvia de fuego. También se fijó en Nimbo. El aprendiz miraba alrededor con incredulidad.
—¿A qué viene tanto alboroto? —le preguntó a Centellina—. Todos sabemos que el Clan Estelar no es más que un cuento para cachorros. En realidad no pueden hacernos nada.
Centellina se volvió hacia él escandalizada.
—¡Nimbo, eso no es cierto! —exclamó.
—¡Oh, vamos! —El aprendiz blanco le dio un coletazo afectuoso—. Tú no te creerás ese montón de paparruchas, ¿verdad? —Y demostró su indiferencia sentándose para limpiarse las patas.
Corazón de Fuego se quedó mirando a su aprendiz mientras un temor frío le helaba la sangre. Sabía desde hacía tiempo que Nimbo no respetaba el código guerrero, pero ignoraba que tampoco creyera en la existencia del Clan Estelar.
Al otro lado del claro, Carbonilla y Pecas guiaban delicadamente a Cola Pintada a la guarida de la curandera. Carbonilla se detuvo de pronto, le dijo algo a Pecas y regresó cojeando a la Peña Alta.
—Quizá me necesites, Corazón de Fuego —maulló—. Pero sé rápido. Tengo que cuidar de Cola Pintada.
El lugarteniente asintió.
—Gatos del Clan del Trueno —empezó, levantando la voz—, acabamos de presenciar algo espantoso; nadie puede negarlo. Pero debemos tener cuidado con el significado que demos a esta tragedia. Carbonilla, ¿Estrella Azul está en lo cierto? ¿Significa que el Clan Estelar nos ha abandonado?
Carbonilla habló con voz clara desde el pie de la roca.
—No —respondió—. El Clan Estelar no me ha mostrado nada que sugiera eso. El campamento está más expuesto desde el incendio, de modo que no es extraño que el halcón haya visto a su presa.
—Entonces, que hayamos perdido a Copito de Nieve… ¿es sólo un accidente? —preguntó Corazón de Fuego.
—Sólo un accidente —aseguró la curandera—. No tiene nada que ver con el Clan Estelar.
Corazón de Fuego advirtió que el clan empezaba a relajarse: la seguridad de Carbonilla los había tranquilizado. Los gatos estaban impactados y apenados por la pérdida de Copito de Nieve, pero las miradas de terror iban desapareciendo.
Sin embargo, junto con el alivio, Corazón de Fuego sintió inquietud: cuando los miembros del clan se recuperaran de la impresión, empezarían a preguntarse por qué Estrella Azul había ido tan lejos como para proclamar la guerra a sus antepasados guerreros.
—Gracias, Carbonilla —maulló.
La gata sacudió la cola y se dirigió cojeando a su guarida.
Corazón de Fuego dio un paso adelante en lo alto de la roca y miró a los gatos que lo observaban.
—Hay algo más que debo contaros —comenzó. No estaba muy seguro de decir aquello, ya que Estrella Azul insistía en que el Clan del Viento era el responsable de los conejos muertos, pero no podía guardar silencio si lo que estaba en juego era la seguridad del clan—. Creemos que hay un perro suelto en nuestro territorio. No lo hemos visto, pero hemos detectado su olor en las Rocas de las Serpientes y en los Cuatro Árboles.
Un murmullo de ansiedad brotó entre los congregados. Tormenta de Arena preguntó:
—¿Y qué hay de los perros de la granja situada más allá del territorio del Clan del Viento? Quizá sea uno de ésos.
—Quizá —concedió Corazón de Fuego, recordando a las salvajes criaturas que los habían perseguido a Tormenta de Arena y a él cuando fueron a buscar a Nimbo—. Hasta que se vaya lejos de aquí —continuó—, tendremos que ser especialmente cuidadosos. Los aprendices no deben salir sin un guerrero. Y todos los gatos que salgan del campamento tendrán una tarea extra: buscar rastros de ese perro… olor, huellas, restos de presas…
—Y excrementos —intervino Musaraña—. A esas criaturas asquerosas ni se les ocurre enterrarlos.
—Bien —maulló el lugarteniente—. Si descubrís cualquiera de esas cosas, informadme de inmediato. Necesitamos averiguar dónde tiene su madriguera ese perro.
Mientras daba las órdenes, se esforzó por disimular su creciente temor. No lograba mitigar la sensación de que el bosque estaba observándolo, escondiendo un enemigo mortal entre sus árboles. Por lo menos, la amenaza de Estrella de Tigre era un peligro real. Pero aquel perro oculto era otra cuestión, invisible e impredecible.
Tras despachar al clan, Corazón de Fuego saltó de la Peña Alta y se dirigió a la guarida de Carbonilla. De camino, vio que Fronde Dorado entraba en el campamento cojeando, con Zarpa Rauda a la zaga. El guerrero tenía el pelaje ralo en algunos puntos, pues había atravesado zarzales y maleza persiguiendo al halcón. Al ver su cabeza gacha y su expresión abatida, Corazón de Fuego supo todo lo que necesitaba saber, pero esperó a que el joven se acercara para informarle.
—Lo lamento, Corazón de Fuego. Hemos intentado seguirlo, pero lo hemos perdido.
—Has hecho todo lo posible —contestó el lugarteniente, restregando la cabeza contra el omóplato del joven guerrero—. No había demasiadas esperanzas.
—Ha sido una pérdida de tiempo y energía —gruñó Zarpa Rauda, aunque sus ojos revelaban su frustración por no haber salvado al cachorro.
—¿Dónde está Cola Pintada? —preguntó Fronde Dorado.
—Con Carbonilla. Ahora voy a ver cómo se encuentra. Vosotros dos, comed algo y luego id a descansar.
Esperó a que los dos gatos obedecieran antes de continuar hacia la guarida de Carbonilla. Tormenta de Arena se le unió. Cuando llegaron al claro de la curandera, encontraron a Cola Pintada tumbada en el suelo, con Pecas a su lado, lamiéndola con dulzura.
Carbonilla apareció por la grieta de la roca con una hoja doblada en la boca, que dejó delante de Cola Pintada.
—Semillas de adormidera —dijo—. Cómetelas, Cola Pintada, te ayudarán a dormir.
Al principio, Corazón de Fuego creyó que la reina no la había oído, pero luego la gata se incorporó un poco, dobló la cabeza y empezó a lamer las semillas de la hoja.
—No tendré más cachorros —maulló con voz ronca—. Ahora me uniré a los veteranos.
—Y ellos te recibirán con los brazos abiertos —murmuró Tormenta de Arena a su lado mientras las semillas iban surtiendo efecto.
Corazón de Fuego miró a la gata con admiración; era una guerrera diestra, y él conocía de sobra lo afilada que era su lengua, pero también tenía un lado tierno.
Volvió a la realidad cuando Carbonilla se puso a carraspear. La curandera se había situado junto a él. Por la forma en que estaba mirándolo, el lugarteniente supuso que le había dicho algo y estaba esperando una respuesta.
—Perdona… ¿qué? —maulló.
—Si no estás demasiado ocupado para escuchar —replicó Carbonilla secamente—, he dicho que Cola Pintada se quedará conmigo esta noche.
—Buena idea, gracias. —Recordó que la curandera estaba con Cola Pintada mientras él le contaba al clan lo del perro suelto por el bosque—. Hay algo que debes saber, y también me gustaría que examinaras de nuevo a Estrella Azul.
—Oh. ¿Qué le ocurre?
Hablando bajito para que Tormenta de Arena no lo oyera, le explicó lo del perro que merodeaba por el bosque, y que Estrella Azul estaba convencida de que era el Clan del Viento.
—Está muy confundida —concluyó—. Debe de estarlo para declararle la guerra al Clan Estelar de esa manera. Y hay una Asamblea dentro de unas pocas noches. ¿Qué sucederá si se pone a acusar al Clan del Viento delante de los demás gatos?
—Espera un momento —maulló Carbonilla—. Estás hablando de tu líder. Deberías respetar sus opiniones, incluso aunque no estés de acuerdo con ellas.
—¡No se trata tan sólo de un desacuerdo! —protestó él—. No hay la menor prueba de lo que ella insinúa. —Tormenta de Arena y Cola Pintada irguieron las orejas, así que bajó el tono para añadir—: Estrella Azul ha sido una gran líder. Todos los gatos lo saben. Pero ahora… me temo que no puedo confiar en su buen juicio, no cuando hace cosas sin sentido.
—Aun así, deberías intentar entenderla. Por lo menos, muestra un poco de comprensión hacia ella. Se lo merece de todos nosotros.
Durante unos segundos, Corazón de Fuego se sintió indignado porque Carbonilla, que había sido su aprendiza, estuviera hablándole así. No era Carbonilla quien había defendido las decisiones de Estrella Azul, ni ocultado la confusión de su mente para que su clan siguiera confiando en ella. Por no mencionar las excusas que había tenido que inventar ante el clan para que nadie adivinara su debilidad.
—¿Acaso crees que no lo he intentado? —le espetó—. ¡Si soy más comprensivo me quedaré sin pelo!
—A mí me parece que tu pelo está perfectamente —replicó Carbonilla.
—Mira… —Corazón de Fuego hizo un último esfuerzo por reprimir su irritación—. Estrella Azul faltó a la última Asamblea. Si no asiste a la próxima, todos los gatos del bosque sabrán que algo va mal. ¿No puedes darle algún remedio para que se vuelva más razonable?
—Lo intentaré, pero hay un límite para lo que pueden lograr mis plantas. Estrella Azul se ha recuperado de los efectos del fuego, ya lo sabes. Su problema empezó mucho antes de eso, cuando descubrió la verdad sobre Garra de Tigre. Es mayor, está cansada y cree que está perdiendo todo aquello en lo que creía, incluido el Clan Estelar.
—Especialmente el Clan Estelar —coincidió él—. Y si Estrella Azul… —Se interrumpió al ver que Tormenta de Arena había dejado a Cola Pintada y se dirigía hacia ellos.
—¿Ya habéis acabado de contaros secretos? —maulló la guerrera con voz cortante. Señalando a Cola Pintada con la cola, añadió—: Está dormida. Ahora la dejaré a tu cargo, Carbonilla.
—Gracias por tu ayuda, Tormenta de Arena.
Las dos gatas estaban siendo educadas, pero Corazón de Fuego percibió que no les costaría mucho sacar las uñas. Se preguntó por qué, pero no tenía tiempo para preocuparse por riñas insignificantes.
—Entonces, iremos a comer —maulló.
—Y después necesitas descansar —dijo Tormenta de Arena—. Llevas levantado desde el alba. —Y le dio un empujoncito, impulsándolo hacia el claro principal.
Antes de que hubiera avanzado dos pasos, Carbonilla lo llamó.
—Manda algo de carne fresca para Cola Pintada y para mí. Si tienes tiempo, claro.
—Por supuesto que tengo tiempo. —Corazón de Fuego se sentía desconcertado por la tensión que helaba el aire—. Me ocuparé de eso de inmediato.
—Bien.
Carbonilla asintió bruscamente, y él notó sus ojos azules clavados en el lomo mientras cruzaba el claro.