El sol se elevaba por encima de los árboles mientras Corazón de Fuego y su patrulla se aproximaban a las Rocas de las Serpientes, en el extremo opuesto del territorio cercano al río. El incendio no había llegado hasta allí; la vegetación seguía siendo frondosa y verde, aunque las hojas habían empezado a caer.
—Espera —le dijo Corazón de Fuego a Espino cuando éste salió disparado hacia las rocas—. No olvides que por aquí hay víboras.
El aprendiz frenó en seco.
—Lo siento, Corazón de Fuego.
Desde que Estrella Azul se había negado a nombrarlos guerreros, el lugarteniente había tomado la decisión de dedicar tiempo a todos los aprendices por turnos, y de incluir al menos uno en cada patrulla, para demostrarles que el clan los valoraba. El ceño de Zarpa Rauda sugería que le disgustaba el retraso, pero a Espino no parecía importarle la espera para obtener el estatus de guerrero.
Musaraña, la mentora de Espino, se acercó al joven.
—Dime qué hueles.
El aprendiz se colocó con la cabeza erguida y la boca abierta, paladeando el aire.
—¡Ratón! —exclamó, y se pasó la lengua por la boca.
—Sí, pero ahora no estamos cazando —le recordó Musaraña—. ¿Qué más?
—El Sendero Atronador… hacia allá. —Espino señaló con la cola—. Y a perro.
Corazón de Fuego, que estaba bebiendo agua de un hueco del suelo, irguió las orejas. Al olfatear el aire, se dio cuenta de que Espino tenía razón. Había un fuerte olor a perro, y era reciente.
—Qué extraño —comentó—. A menos que los Dos Patas se hayan levantado muy temprano, el olor debería ser rancio. De anoche, como mínimo.
Recordó que Tormenta Blanca había encontrado vegetación aplastada y plumas de tórtola cerca de las Rocas de las Serpientes. Entonces el lugar también olía a perro, pero ese olor no habría permanecido tanto tiempo.
—Será mejor que echemos un buen vistazo —maulló.
Tras ordenar a Espino que no se separara de su mentora, los mandó hacia los árboles mientras él se acercaba sigilosamente a las rocas. Antes de llegar, oyó que Musaraña lo llamaba.
—¡Ven a ver esto!
Bordeando una mata de zarzas, Corazón de Fuego se unió a la guerrera marrón y miró hacia abajo, hacia un pequeño claro de lados escarpados. Al fondo había un charco de agua estancada y verdosa, lleno de hojas caídas. El intenso olor a helechos aplastados alcanzó las glándulas olfativas del lugarteniente, pero apenas se notaba bajo la abrumadora pestilencia a perro. Había plumas de tórtola esparcidas por todas partes, y retazos de piel que podrían ser de ardilla o de conejo. Ladera abajo, Espino olfateó un montón de excrementos caninos y retrocedió con un bufido de asco.
Corazón de Fuego se obligó a examinar todos los detalles de la escena. Los Dos Patas no podían haber dejado tantos rastros, ni tampoco pisotear la vegetación de aquel modo y esparcir restos de presas como si fuera la madriguera de un zorro. Al verlo con sus propios ojos, fue consciente de que realmente había algo que no marchaba bien.
—¿Qué piensas? —le preguntó Musaraña.
—No lo sé. —El lugarteniente se sentía reacio a expresar sus temores—. Es como si hubiera un perro suelto por el bosque, sin Dos Patas.
«¿Era eso lo que los Dos Patas estaban buscando?», se preguntó, recordando a los tres Dos Patas que habían aparecido en su monstruo cuando estaban en el pinar con Tormenta de Arena. Pero eso había sucedido lejos de allí, en el otro lado del territorio del clan.
—¿Qué vamos a hacer? —inquirió Espino, inusualmente serio.
—Informaré a Estrella Azul —decidió Corazón de Fuego—. Si hay un perro deambulando por nuestro territorio, tendremos que hacer algo al respecto. Quizá consigamos alejarlo de aquí de algún modo.
Era evidente que el perro estaba cazando presas muy valiosas para el clan, y Corazón de Fuego no quiso pensar qué podría suceder si el animal se encontraba con algún guerrero.
Mientras se alejaban del claro de regreso al campamento, tuvo la sensación de que el bosque se había vuelto extrañamente hostil. Conocía cada uno de los árboles y piedras, pero, sin embargo, en sus profundidades había algo (no una esencia ni un sonido: más bien un eco remoto) que no comprendía. ¿Se trataría sólo de un perro? ¿O es que, después de todo, iban a cumplirse los temores de Estrella Azul? ¿Acaso el Clan Estelar tenía previsto otro desastre para el Clan del Trueno?
La patrulla casi había alcanzado el campamento cuando Corazón de Fuego captó el olor de gatos a sus espaldas. Al volverse, vio a Tormenta Blanca, Centellina y Nimbo, avanzando entre los restos ennegrecidos del bosque. Todos ellos venían cargados con carne fresca.
—¿Buena caza? —preguntó el lugarteniente cuando llegaron a su altura.
Tormenta Blanca dejó en el suelo el conejo que llevaba en la boca.
—No ha estado mal —contestó—, pero hemos tenido que ir hasta los Cuatro Árboles para encontrarla.
—Aun así, son piezas buenas y rollizas —maulló Corazón de Fuego con aprobación—. Bien hecho —añadió a los aprendices, que arrastraban un par de ardillas.
—Hemos visto algo que deberías saber —maulló Tormenta Blanca—. Volvamos al campamento.
El guerrero blanco recogió su conejo y siguió a Corazón de Fuego barranco abajo. En cuanto depositaron las presas en el montón de carne fresca, el lugarteniente mandó a los aprendices a llevar comida a los veteranos, luego escogió una pieza para él y se acomodó junto a Tormenta Blanca. Musaraña tomó un mirlo del montón y se unió a los dos guerreros.
—¿Qué es lo que has visto? —preguntó Corazón de Fuego, después de dar unos mordiscos a su campañol para acallar su estómago vacío.
La expresión de Tormenta Blanca se ensombreció, y el joven supo la respuesta antes de que le contestara.
—Más restos esparcidos de presas —maulló el viejo guerrero—. Trozos de pelaje de conejo. Y más olor a perro. Esta vez, no muy lejos de los Cuatro Árboles, cerca de la frontera con el Clan del Río.
—¿Olor reciente?
—De ayer, me parece.
Corazón de Fuego asintió, con un hormigueo de ansiedad en las zarpas. Era obvio que el perro había llegado más lejos de lo previsible. Tras engullir el resto del campañol, le contó a Tormenta Blanca lo que había encontrado su patrulla esa mañana.
—Todo el lugar apestaba —añadió Musaraña, levantando la vista de su comida—. En nuestro territorio hay un perro que está matando nuestras presas, ¿verdad?
—Sí, creo que sí. —Corazón de Fuego se volvió hacia Tormenta Blanca—. Cuando me dijiste por primera vez que habías captado su olor, imaginé que el perro ya habría vuelto a su casa de Dos Patas. Pero es evidente que no ha sido así.
—Tendremos que deshacernos de él de alguna manera —maulló Tormenta Blanca muy serio.
—Lo sé. Voy a informar a Estrella Azul. Probablemente quiera convocar una reunión de clan.
Corazón de Fuego cruzó el claro hacia la Peña Alta. Mientras el sol llegaba a su cénit, la vida del campamento continuaba pacíficamente. Ceniciento y Zarpa Rauda correteaban delante del dormitorio de los aprendices. Cerca de la guarida de los guerreros, Escarcha y Pecas compartían lenguas, las dos con aspecto soñoliento por haber montado guardia esa noche. En el centro del claro, Cola Pintada hacía señas a su cachorro con las patas y la cola, mientras Fronde Dorado los observaba. Corazón de Fuego sintió una punzada de miedo al pensar en los estragos que podría causar el perro descarriado si encontraba el campamento.
Ya casi había llegado a la cueva de Estrella Azul cuando Fronde Dorado se levantó y fue hacia él.
—Corazón de Fuego, ¿puedo comentarte una cosa?
El lugarteniente se detuvo.
—Si lo haces rápido. Tengo que hablar con Estrella Azul.
—Se trata de Cola Pintada —explicó el joven guerrero—. Estoy preocupado por ella. Considera que Copito de Nieve debería convertirse en aprendiz y está intentando entrenarlo ella misma, como si fuera su mentora. Cree que, si Estrella Azul ve que el cachorro puede aprender, tendrá que nombrarlo guerrero.
Corazón de Fuego prestó más atención a la gata y su hijo, y advirtió que no estaban jugando sin más… por lo menos ella. Cola Pintada estaba enseñándole la postura de acecho. El cachorro parecía divertirse, rodando sobre sí mismo y golpeando a su madre con las zarpas, pero no imitaba sus movimientos con ninguna exactitud. Siguió mirándolos con creciente tristeza.
—Quizá sea lo mejor. —Al cabo de un momento, suspiró—. Si Cola Pintada se da cuenta por sí misma de que Copito de Nieve no puede aprender, quizá pueda aceptar que jamás será guerrero.
—Quizá. —Fronde Dorado no sonó muy convencido—. En cualquier caso, me gustaría seguir observándolos, a ver si puedo ayudar en algo.
Corazón de Fuego lo miró con aprobación. Aunque no hacía muchas lunas que era guerrero, Fronde Dorado tenía el aire serio de un gato mayor. Estaba preparado para tener un aprendiz, y Corazón de Fuego estaba convencido de que sería un buen mentor… paciente y responsable. Pero no para Copito de Nieve. El lugarteniente sabía que el cachorro sordo jamás tendría un mentor, jamás asistiría a las Asambleas, ni conocería la intensa alegría de ser un guerrero al servicio de su clan. Sin embargo, mientras no hubiera otros cachorros necesitados de mentor, no haría ningún daño que Fronde Dorado se interesara por Copito de Nieve.
—Está bien, siempre que eso no interfiera con tus obligaciones guerreras —respondió—. Si se te ocurre algo, comunícamelo. Yo volveré a hablar con Carbonilla.
—Gracias, Corazón de Fuego —maulló el joven, y se acomodó en el suelo, doblando las patas pulcramente bajo el pecho, para seguir observando a Cola Pintada y Copito de Nieve.
El lugarteniente vaciló, sintiendo lástima por el cachorro sordo y su madre, y por Fronde Dorado, cuyas esperanzas de convertirse en mentor se verían frustradas en esa ocasión. A continuación dio media vuelta y fue en busca de Estrella Azul.
La líder estaba tumbada en su lecho, en el rincón más profundo de la guarida. La luz del sol no llegaba hasta allí, y la gata parecía una sombra gris. Pero los restos de una ardilla demostraban que había comido, y cuando Corazón de Fuego se detuvo en el umbral, ella giró la cabeza para limpiarse el lomo. El lugarteniente se sintió animado por esas señales de una rutina normal.
Arañó el suelo para atraer su atención, y cuando la gata se volvió a mirar, él dijo:
—Estrella Azul, ¿puedo pasar? Tengo algo que contarte.
—Nada bueno, supongo —maulló la líder con amargura. El joven se estremeció ante su tono, y ella pareció aplacarse—. Está bien, entra y cuéntame.
—Creemos que hay un perro suelto en el bosque.
Le describió la primera vez que Tormenta Blanca descubrió restos de presas cerca de las Rocas de las Serpientes, lo que su patrulla había visto esa misma mañana, y los restos de conejo que Tormenta Blanca había encontrado cerca de los Cuatro Árboles.
La gata permaneció en silencio, contemplando la pared, hasta que el lugarteniente terminó. Entonces se volvió de golpe hacia él.
—¿Cerca de los Cuatro Árboles? ¿Dónde?
—Tormenta Blanca dice que junto a la frontera con el Clan del Viento.
Estrella Azul soltó un gruñido y clavó las garras en el suelo.
—Sí… ¡ya lo veo! —bufó—. El Clan del Viento ha estado cazando en nuestro territorio.
El joven se quedó mirándola.
—Disculpa, Estrella Azul. No lo comprendo.
—Entonces ¡eres idiota! —gruñó la líder. De pronto pareció relajarse—. No, Corazón de Fuego; tú eres un guerrero bueno y noble. No es culpa tuya que no puedas imaginarte la traición de los otros.
«¿De qué está hablando? —pensó él—. ¿Es que ha olvidado que fui yo quien le contó lo de Garra de Tigre?». Desde luego, aquél no era uno de los días buenos de Estrella Azul. La gata tenía la mirada desorbitada y el pelo erizado, como si ante ella hubiera filas de enemigos. Quizá, en su confusión, creía que así era.
—Pero, Estrella Azul —protestó—, en todos los sitios donde hemos encontrado restos de presas olía a perro. No hay ninguna razón para pensar que el responsable es otro clan.
—¡Cerebro de ratón! —siseó la gata, sacudiendo la cola—. Los perros no se comportan así. Vienen aquí con sus Dos Patas, y sus Dos Patas se los llevan otra vez. ¿Quién ha oído hablar de un perro deambulando solo por el bosque?
—Que no haya sucedido antes no significa que no pueda suceder ahora —razonó Corazón de Fuego—. ¿Por qué crees que se trata del Clan del Viento?
—¿Es que no lo ves? —La voz de Estrella Azul estaba teñida de ira—. Sus guerreros estaban cazando conejos, y éstos debieron de cruzar la frontera con el Clan del Río a la altura de los Cuatro Árboles. Allí, el territorio del Clan del Río es estrecho. Los guerreros persiguieron a sus presas traspasando ambas fronteras, hasta nuestras tierras, antes de conseguir cazar los conejos. —La líder hablaba con convicción, como si lo hubiera presenciado con sus propios ojos—. Bien, ¡pues será mejor que el Clan del Viento se ande con cuidado!
Al lugarteniente le dio un vuelco el corazón. Sonaba como si Estrella Azul estuviera planeando atacar al clan vecino. «¡No podremos afrontar más problemas!», pensó. Una imagen brotó en su cabeza: Estrella de Tigre, de camino a visitar a Estrella Doblada y Leopardina. Con la perspectiva de una posible alianza entre el Clan del Río y el de la Sombra, lo último que necesitaban era una guerra con el Clan del Viento.
—Quizá tengas razón, Estrella Azul —admitió diplomáticamente—, pero no podemos culpar al Clan del Viento sin auténticas pruebas. Podría haber sido el Clan del Río, ¿no?
—¡Tonterías! —espetó la líder—. Los gatos del Clan del Río jamás cruzarían una frontera en busca de presas. Conocen perfectamente el código guerrero. ¿Es que has olvidado cómo nos ayudaron durante el incendio? De no haber sido por ellos, todos habríamos acabado quemados o ahogados.
«Sí, y Leopardina no dejará que nos olvidemos de eso», pensó el lugarteniente. A lo mejor, el Clan del Río creía que unos cuantos conejos sólo eran el principio del pago por su ayuda. Sacudió la cabeza para apartar esas ideas. No tenía ningún sentido culpar al Clan del Río. Sabía con certeza qué olores había captado. El responsable de las presas muertas era un perro, y tenía que convencer de ello a la líder.
—Estrella Azul, de verdad creo… —empezó.
Ella lo interrumpió con un movimiento de la cola.
—¡No! —insistió—. Eres tú, Corazón de Fuego, quien vino a verme tras la última Asamblea para contarme cómo Estrella Alta había dado la bienvenida a Estrella de Tigre como líder del Clan de la Sombra.
—¡Lo hizo a regañadientes! —intentó protestar el lugarteniente, pero la líder no lo escuchó.
—¿Acaso has olvidado cómo los guerreros del Clan del Viento me impidieron viajar a las Rocas Altas? ¿Y cómo te atacaron cuando traías a Nimbo de vuelta a casa? No mostraron ninguna gratitud cuando Látigo Gris y tú los devolvisteis a su hogar tras el exilio. ¡Estrella Alta está trabajando junto al Clan Estelar en mi contra! Se ha aliado con mi mayor enemigo, y ahora él y sus guerreros invaden mi territorio. Es una vergüenza de guerrero; él… —Los ojos se le desorbitaron y su voz se convirtió en un ronquido ahogado, como si apenas pudiera pronunciar las palabras.
Atónito, Corazón de Fuego se dispuso a marcharse.
—Estrella Azul… —dijo suplicante—. Has estado enferma; será mejor que vaya a buscar a Carbonilla.
Antes de que pudiera salir, un estridente aullido resonó en el claro. Era el sonido de muchos gatos elevando su voz en un espantoso grito de terror. Corazón de Fuego dio un brinco y salió corriendo de la guarida.
El centro del claro estaba prácticamente desierto, bañado por una brillante luz, pues el dosel de hojas habitual había ardido en el incendio. Había gatos agazapados en el lindero, en los escasos refugios que proporcionaban los muros de helechos carbonizados. Corazón de Fuego entrevió a Flor Dorada y Sauce, metiendo a sus cachorros en la maternidad. Fronde Dorado estaba empujando a un par de veteranos hacia su guarida, instándolos a apresurarse.
Los gatos agazapados miraban hacia el cielo con los ojos dilatados de miedo. Corazón de Fuego oyó un batir de alas y vio un halcón volando en círculos por encima de los árboles; sus ásperos chillidos reverberaban. Al mismo tiempo, reparó en que un gato no había buscado refugio: Copito de Nieve seguía revolcándose y jugando en medio del claro.
—¡Copito de Nieve! —aulló Cola Pintada.
La gata acababa de aparecer por detrás de la maternidad, el lugar donde las reinas hacían sus necesidades, y en cuanto comprendió lo que estaba pasando salió disparada hacia su cachorro. En el mismo instante, el halcón se lanzó en picado. Copito de Nieve chilló cuando las crueles garras se hincaron en su lomo. El ave batió sus grandes alas. Corazón de Fuego echó a correr, pero Cola Pintada fue más rápida que él. Cuando el halcón levantó el vuelo, la gata dio un salto y clavó las uñas en el pelaje del cachorro blanco.
Durante unos momentos agónicos, madre e hijo quedaron colgando de las garras del halcón. El propio Corazón de Fuego se impulsó hacia arriba, pero estaban demasiado altos. Entonces, el ave liberó una de sus garras para herir a Cola Pintada en la cara. La gata se soltó y cayó al suelo, donde aterrizó duramente. Sin el peso de la reina, el halcón se elevó velozmente y desapareció en dirección a los Cuatro Árboles. Los aullidos despavoridos de Copito de Nieve se perdieron a lo lejos.
—¡No! —Cola Pintada soltó un aullido de pura desesperación—. ¡Mi cachorro! ¡Oh, mi cachorro!
Fronde Dorado pasó corriendo junto a Corazón de Fuego, saltó el muro del campamento por un punto donde la reconstrucción apenas había comenzado y se internó en el bosque. Aunque el lugarteniente sabía que la persecución sería inútil, se volvió en busca del gato más cercano.
—Zarpa Rauda, ve con él.
El aprendiz abrió la boca para protestar, consciente de que seguir al halcón no serviría de nada, pero volvió a cerrarla y fue tras Fronde Dorado.
—Copito de Nieve no podía oír —murmuró Tormenta de Arena, tocando la mejilla de Corazón de Fuego con la nariz—. No ha oído al halcón, y tampoco nuestros gritos de advertencia.
—¡Es culpa mía! —se lamentó Cola Pintada—. Yo lo he dejado solo y ahora… ¡El halcón debería haberme llevado en su lugar!
Tormenta de Arena se acercó a la reina atigrada para consolarla, y Carbonilla le dio un tierno lametón en las orejas.
—Ven a mi guarida —dijo la curandera dulcemente—. Cuidaremos de ti. No te abandonaremos.
Pero Cola Pintada se negaba a aceptar el consuelo.
—Copito de Nieve se ha ido, y es culpa mía —gimió.
—No es culpa tuya —declaró Estrella Azul.
El lugarteniente se volvió y vio que su líder se dirigía hacia ellos. La corpulenta gata gris parecía fuerte y decidida, con más aspecto de guerrera que los demás gatos, que estaban destrozados por haber perdido a Copito de Nieve.
—No es culpa tuya —repitió la líder—. ¿Quién iba a pensar que un halcón se abalanzaría en medio de un campamento para llevarse a un cachorro, con tantos gatos alrededor? Esto es una señal del Clan Estelar. No puedo seguir negando la verdad más tiempo. —Estrella Azul observó al petrificado clan, y su voz vibró de furia—. ¡El Clan Estelar está en guerra con el Clan del Trueno!