Corazón de Fuego se asomó por detrás de la roca. Estrella de Tigre había reparado en Tabora y se dirigía hacia ella. Al verlo acercarse, la veterana gata retrocedió de un salto por la sorpresa y cayó, pero consiguió ponerse en pie de nuevo y se encaró al gran gato. El nuevo líder del Clan de la Sombra le dijo algo, pero Corazón de Fuego estaba demasiado lejos para oírlo.
Pegando la barriga al suelo, se arrastró hacia ellos, empleando todas sus técnicas de caza para que no lo detectaran. Afortunadamente tenía el viento de cara, de modo que era improbable que Estrella de Tigre captara su olor. No quería vérselas con él a menos que fuera inevitable. Con un poco de suerte, Estrella de Tigre iría de camino a visitar a Leopardina y ayudaría a Tabora a regresar al campamento del Clan del Río.
Con sigilo y aplastado contra la hierba, se aproximó más hasta refugiarse tras otra roca muy cerca de los dos gatos. Según Látigo Gris, Estrella de Tigre había visitado el Clan del Río el día anterior. ¿Por qué necesitaría volver tan pronto?
—No finjas que no me conoces —dijo la temblorosa voz de Tabora, que Corazón de Fuego conocía bien—. Sé de sobra quién eres. Eres Corazón de Roble.
El joven lugarteniente se quedó helado. Corazón de Roble era el padre de Vaharina y Pedrizo, el gato que había llevado los cachorros al Clan del Río cuando Estrella Azul renunció a ellos. Había muerto en una batalla justo antes de que Corazón de Fuego se uniera al Clan del Trueno, pero se parecía un poco a Estrella de Tigre: era un macho enorme de pelo oscuro.
Con infinita precaución, levantó la cabeza para mirar por encima de la roca que le servía de escondrijo. Tabora estaba sentada en una pequeña extensión de hierba, justo por encima de un afloramiento rocoso. Miraba a Estrella de Tigre, que se erguía sobre ella a apenas un par de colas de distancia.
—Hacía lunas que no te veía —continuó la veterana—. ¿Dónde te escondías?
Estrella de Tigre se quedó mirándola con los ojos entornados. Corazón de Fuego esperaba que le dijese que se trataba de una confusión, pero se le heló la sangre cuando el atigrado se limitó a contestar:
—Bueno… aquí y allá.
«Por el Clan Estelar, ¿a qué está jugando?», se preguntó el lugarteniente.
—Por lo menos podrías haber venido a verme —se quejó Tabora—. ¿No quieres saber cómo les va a los cachorros?
El enorme gato irguió las orejas y sus ojos ámbar brillaron con interés.
—¿Qué cachorros?
—¡Qué cachorros, dice! —Tabora se echó a reír—. ¡Como si no lo supieras! Los dos cachorros del Clan del Trueno que me pediste que cuidara.
Corazón de Fuego se quedó de piedra. ¡Tabora acababa de revelar el secreto mejor guardado de Estrella Azul!
Estrella de Tigre se tensó y observó a la veterana con mayor atención; todos los músculos de su cuerpo reflejaban su interés. Adelantó la cabeza y dijo algo tan bajito que Corazón de Fuego no logró captarlo.
—Hace muchas estaciones —contestó Tabora con voz confundida—. No me digas que lo habías olvidado. Tú… No, Corazón de Roble no necesitaría hacerme esa pregunta. —Tambaleándose, retrocedió unos pasos para examinar mejor a Estrella de Tigre—. ¡Tú no eres Corazón de Roble! —exclamó.
—Eso no importa —maulló el gato tranquilizadoramente—. Todavía puedes contármelo. ¿Qué cachorros del Clan del Trueno? ¿Quién era su verdadera madre?
Corazón de Fuego estaba lo bastante cerca para ver la expresión desconcertada de Tabora. La veterana ladeó la cabeza, mirando confundida al líder del Clan de la Sombra.
—Eran unos cachorros hermosos —respondió vagamente—. Y ahora son unos buenos guerreros.
Se interrumpió cuando Estrella de Tigre pegó el hocico a su cara.
—Dime quiénes eran esos cachorros, montón de carroña —exigió el atigrado, perdiendo la paciencia.
Corazón de Fuego vio con espanto cómo Tabora daba un paso atrás, aturullada. Las patas le fallaron y resbaló. Cayó rodando por la escarpada pendiente y aterrizó duramente contra una de las rocas que asomaban entre la vegetación. Se quedó quieta y no volvió a moverse.
Corazón de Fuego se sintió abatido y furioso. Mientras Estrella de Tigre se acercaba a olfatear el cuerpo inmóvil de Tabora, el lugarteniente se puso en pie y echó a correr por la ladera. Pero, antes de que alcanzase al líder del Clan de la Sombra, éste dio media vuelta, sin ver a su antiguo enemigo, y se alejó en dirección a los Cuatro Árboles, su propio territorio.
Corazón de Fuego llegó hasta Tabora y se quedó mirándola. De la pequeña cabeza gris brotaba un hilo de sangre. Sus ojos miraban ciegamente hacia el cielo. La gata estaba muerta.
Corazón de Fuego inclinó la cabeza.
—Adiós, Tabora —maulló bajito—. El Clan Estelar te honrará.
Permaneció en un doloroso silencio, deseando haber conocido mejor a Tabora. Su lengua afilada y su noble corazón le recordaban a Fauces Amarillas, y jamás dejaría de agradecerle que hubiera compartido su mayor secreto con él, que procedía de otro clan.
Sus tristes pensamientos se vieron interrumpidos por las voces de dos gatos. Al alzar la mirada, vio que Vaharina y Látigo Gris corrían hacia él desde el río. La joven guerrera soltó un aullido de desesperación al descubrir el cadáver de la veterana, y se lanzó sobre ella para restregar la nariz contra su costado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Látigo Gris.
Corazón de Fuego decidió guardar silencio sobre Estrella de Tigre. Cualquier mención al líder del Clan de la Sombra podría poner en peligro la verdad sobre los hijos de Estrella Azul, y él sabía que Tabora no querría que saliera a la luz, ni siquiera dentro de su propio clan. Miró el inerte cuerpo gris y pidió perdón al Clan Estelar por la media mentira que iba a contar.
—He visto a Tabora subiendo la pendiente —contestó—. Ha resbalado y no he conseguido alcanzarla a tiempo. Lo lamento.
—No es culpa tuya. —Vaharina lo miró con tristeza—. Llevo un tiempo temiendo que pudiera ocurrir algo así.
Volvió a inclinar la cabeza hacia el cuerpo de la veterana. Corazón de Fuego sintió una gran compasión dentro del pecho. Tabora había aceptado a Vaharina y Pedrizo cuando Estrella Azul, su auténtica madre, renunció a ellos. Sin Tabora, los dos hermanos habrían muerto. Ella los había amamantado y criado hasta que estuvieron listos para convertirse en aprendices. Era la única madre que habían conocido, y ningún otro gato podría haber hecho más por ellos.
—Vamos, Vaharina. —Látigo Gris le dio un suave empujoncito—. Tenemos que llevarla de vuelta al campamento.
—Yo os ayudaré —se ofreció el lugarteniente.
Vaharina se incorporó.
—No —maulló—. Tú ya has hecho bastante, Corazón de Fuego. Gracias, pero esto es algo que debe hacer el clan de Tabora.
Y con gran cuidado agarró a la veterana por el pescuezo. Látigo Gris la agarró por otro lado, y juntos la bajaron por la cuesta hacia el puente de Dos Patas. El cadáver desmadejado de Tabora se tambaleaba entre ambos, con la cola arrastrándose por el suelo.
Cuando alcanzaron el otro lado del río, Corazón de Fuego se volvió hacia su territorio. Su mente daba vueltas sin parar. ¡Estrella de Tigre había descubierto que dos guerreros del Clan del Río procedían del Clan del Trueno! No tenía ni idea de qué haría el atigrado con esa información, pero sí sabía, tan claro como que el sol saldría por la mañana, que la utilizaría, y tuvo la espantosa sensación de que las consecuencias podrían ser desastrosas para Estrella Azul y todo el clan.
En el camino de vuelta a casa se detuvo a cazar y llegó a lo alto del barranco con un conejo en la boca. Al mirar hacia la entrada del campamento, vio que Flor Dorada había sacado a sus cachorros al pie del barranco. Los dos pequeños estaban persiguiéndose entre las rocas, y fingieron atacar a Centellina, que agitó la cola y se puso fuera de su alcance. Cuando el lugarteniente bajó y dejó el conejo un momento para echar una ojeada, Pequeño Zarzo se le acercó saltando y depositó un ratón ante él.
—¡Mira, Corazón de Fuego! —exclamó triunfalmente—. ¡Lo he cazado yo solo!
—Su primera presa —explicó Flor Dorada, lanzando una mirada afectuosa a su hijo.
Los ojos ámbar del cachorro centelleaban de emoción.
—Mamá dice que seré tan buen cazador como mi padre.
Corazón de Fuego sintió un desagradable vuelco en el estómago. Entornó los ojos y miró a Flor Dorada. La reina mantuvo la vista clavada en su cachorro, pero por el movimiento de su cola el lugarteniente supo que ella sabía que estaba mirándola.
—¿Corazón de Fuego? —Pequeño Zarzo parecía confundido—. ¿Puedo dar mi ratón a los veteranos?
El lugarteniente se sacudió, enfadado consigo mismo. El cachorro lo había hecho muy bien al cazar un ratón y se merecía algún elogio. Aun así, no podía evitar recordar a Estrella de Tigre inclinado sobre el cuerpo inmóvil de Tabora, y tuvo que hacer un esfuerzo para no desahogar su furia con el inocente Pequeño Zarzo.
—Sí, por supuesto —maulló—. Y muy bien por cazarlo. Mira si a Tuerta le apetece. Quizá crea que vale por una historia.
A Pequeño Zarzo se le iluminaron los ojos.
—¡Buena idea! —chilló.
Recogió el ratón y salió disparado hacia la entrada del campamento. Su hermana corrió tras él.
Flor Dorada estaba mirando ferozmente a Corazón de Fuego, y él supo que la gata había notado lo forzada que había sido su alabanza.
—Ya te lo dije —maulló la reina con frialdad—: no pienso contarles a mis hijos nada malo sobre su padre. Somos leales al clan… todos nosotros.
Dio media vuelta, pasándole la cola por la cara, y regresó al campamento.
El lugarteniente recogió su conejo y la siguió con intención de llevarle la presa a Carbonilla y, de paso, aprovechar para hablar con ella sobre Pequeño Zarzo. Quizá la curandera tuviera alguna idea sobre cómo tratar al cachorro. La gata gris había regresado al campamento a altas horas de la noche, tras la reunión de curanderos en las Rocas Altas; Corazón de Fuego sabía que estaba exhausta, pero le había parecido que el resplandor de la Piedra Lunar seguía reluciendo en sus ojos.
Cuando llegó al claro del campamento a través del túnel de aulagas, que ya estaba rebrotando, vio a Carbonilla sentada con Cola Pintada delante de la maternidad. La curandera estaba observando a Copito de Nieve, que toqueteaba algo del suelo a unas pocas colas de su madre. «Bien —pensó—. Ahora sabremos si a Copito de Nieve le ocurre algo». Se acercó a las dos gatas y dejó el conejo al lado de Carbonilla.
—Esto es para ti —maulló—. ¿Cómo te sientes después de tu viaje?
La curandera se volvió hacia él. Sus ojos azules reflejaban tranquilidad.
—Me encuentro bien —ronroneó—. Gracias por el conejo. Cola Pintada y yo estábamos charlando sobre Copito de Nieve.
—No hay nada de qué charlar —masculló la reina, encorvando los omóplatos.
Sonó malhumorada, pero en Carbonilla había una nueva aura de autoridad, y Corazón de Fuego supuso que la gata mayor no se había atrevido a negarse en redondo a hablar con ella.
Carbonilla inclinó la cabeza.
—Sólo tienes que llamarlo, ¿quieres? —le pidió.
Cola Pintada soltó un resoplido y obedeció:
—¡Copito de Nieve! ¡Copito de Nieve, ven aquí!
Agitó la cola mientras lo llamaba. El cachorro se levantó, abandonando la bola de musgo con la que estaba jugando, y fue hasta su madre. Ella le dio un lametón en la oreja.
—Bien —maulló Carbonilla—. Ahora, Corazón de Fuego, ve hasta allí y llámalo tú, por favor. —Señaló un punto a unos zorros de distancia. En un susurro, añadió—: No te muevas. Emplea solamente la voz.
Desconcertado, el lugarteniente lo hizo. Pero en esta ocasión, y aunque estaba mirando en su dirección, Copito de Nieve no se movió. No hubo ninguna reacción por su parte, ni siquiera cuando Corazón de Fuego lo llamó repetidas veces.
Algunos gatos que iban de camino al montón de carne fresca se acercaron a ver qué estaba sucediendo. Estrella Azul, seguramente atraída por las voces, salió de su cueva y se sentó a mirar al pie de la Peña Alta. Cola Moteada, que se encaminaba a la guarida de los veteranos, se detuvo junto a Cola Pintada y le dijo algo. La reina le soltó una réplica irritada, pero el lugarteniente estaba demasiado lejos para oír qué se habían dicho. La veterana hizo caso omiso del mal humor de Cola Pintada y se sentó al lado de Carbonilla para observar bien la escena.
Corazón de Fuego siguió llamando al cachorro hasta que su madre le dio un empujón, señalando al lugarteniente, y entonces el joven corrió hacia él.
—Bien hecho —maulló Corazón de Fuego. Y repitió la alabanza cuando vio que el gatito se quedaba mirándolo inexpresivamente.
Tras una pausa, el cachorro maulló:
—Está bien. —Pero sus palabras sonaron tan desentonadas que al lugarteniente le costó entenderlas.
Acompañó a Copito de Nieve de nuevo hasta su madre y Carbonilla. A esas alturas, sospechaba cuál era el problema, y no se sorprendió cuando la curandera se volvió hacia Cola Pintada y le dijo:
—Lo siento mucho, Cola Pintada… Copito de Nieve es sordo.
La reina arañó el suelo con las zarpas. Su expresión era una mezcla de congoja y rabia.
—¡Ya sé que es sordo! —espetó por fin—. Soy su madre. ¿Crees que yo no lo sabría?
—A menudo, los gatos blancos con ojos azules son sordos —informó Cola Moteada a Corazón de Fuego—. Recuerdo uno de mi primera camada… —Suspiró.
—¿Qué le sucedió? —preguntó el lugarteniente, aliviado porque Nimbo, que también era blanco con ojos azules, tuviese buen oído.
—Nadie lo sabe —contestó la veterana con tristeza—. Desapareció cuando tenía tres lunas. Pensamos que se lo habría llevado un zorro.
Cola Pintada atrajo a Copito de Nieve hacia sí, fieramente protectora.
—¡Bueno, pues ningún zorro se llevará a mi hijo! —exclamó—. Yo puedo cuidar de él.
—Estoy segura de que puedes —maulló Estrella Azul, acercándose al grupo—. Pero me temo que nunca será guerrero.
Corazón de Fuego advirtió que la líder tenía uno de sus días buenos. Su voz sonaba compasiva pero resuelta, y sus ojos tenían una mirada clara.
—¿Por qué no puede ser guerrero? —quiso saber Cola Pintada—. No le pasa nada malo. Es un cachorro bueno y fuerte. Hace las cosas como es debido si le indicas qué tiene que hacer.
—Eso no es suficiente —replicó Estrella Azul—. Ningún mentor podría enseñarle a pelear ni a cazar guiándose por las señales. No oiría las órdenes en una batalla, ¿y cómo atraparía presas si no puede oír ni captar el sonido de sus propios pasos?
Cola Pintada se levantó de un brinco con el pelo erizado. Por un momento, Corazón de Fuego pensó que saltaría sobre Estrella Azul, pero dio media vuelta, obligó a Copito de Nieve a ponerse en pie y desapareció con él en la maternidad.
—Se lo está tomando muy mal —maulló Cola Moteada.
—¿Y cómo esperas que se lo tome? —repuso Carbonilla—. Está haciéndose mayor. Éste tal vez sea su último cachorro, y ahora descubre que ni siquiera podrá ser guerrero.
—Carbonilla, debes hablar con ella —ordenó la líder—. Debes entender que las necesidades del clan son lo primero.
—Sí, por supuesto, Estrella Azul —respondió la curandera con un gesto respetuoso—. Pero creo que es mejor que antes pase un tiempo a solas con Copito de Nieve, para que vaya acostumbrándose a que el resto del clan sabe lo de su sordera.
Estrella Azul accedió con un gruñido y regresó a su guarida. El lugarteniente no pudo evitar sentirse decepcionado. No mucho tiempo atrás, la líder habría hablado personalmente con Cola Pintada, y quizá habría considerado algunas posibilidades para el futuro de Copito de Nieve en el clan. «¿Qué ha sido de su compasión y comprensión?», se preguntó. Se le erizó el pelo al reparar en que a su líder parecían no importarle el cachorro sordo ni su madre.