El bosque estaba oscuro. Aquella noche no brillaba la luna, y cuando Corazón de Fuego miró hacia arriba sólo vio un difuso entramado de ramas contra el cielo. Los árboles parecían más altos de lo que recordaba, y lo rodeaban. Zarzas y hiedra se enrollaban en sus zarpas.
—¡Jaspeada! —maulló—. Jaspeada, ¿dónde estás?
No hubo respuesta; sólo el sonido del agua desde algún lugar más adelante. Temía dar un paso más y no encontrar otra cosa que oscuridad bajo las patas cuando el estruendoso torrente lo arrastrara.
En alguna parte de su mente, Corazón de Fuego sabía que estaba soñando. Se había acostado en la guarida de los guerreros con la esperanza de encontrarse con Jaspeada en sueños. Cuando el lugarteniente llegó por primera vez al Clan del Trueno, Jaspeada era la curandera, pero fue asesinada por uno de los sanguinarios seguidores de Cola Rota. Desde entonces la gata visitaba a Corazón de Fuego en sueños, de modo que él podía encontrar en su dulce sabiduría las respuestas a sus problemas.
Pero ahora, aunque buscaba más y más por el oscuro bosque, no lograba dar con ella.
—¡Jaspeada! —chilló de nuevo.
No era la primera vez que la gata era invisible para él. En la última ocasión, Corazón de Fuego sólo pudo oír su voz, y se enfrentó al espantoso miedo de que la curandera estuviera alejándose de él.
—¡Jaspeada, no me abandones! —suplicó.
Un gran peso aterrizó sobre él desde atrás. Corazón de Fuego se retorció sobre el suelo forestal, intentando liberarse. Luego percibió el olor de otro gato, y al abrir los ojos descubrió que estaba debatiéndose sobre su lecho de musgo, mientras Manto Polvoroso lo inmovilizaba por los omóplatos.
—¿Qué diantre te pasa? —gruñó Manto Polvoroso—. ¡No hay quien pegue ojo con esos gritos tuyos!
—Déjalo en paz. —Tormenta de Arena levantó la cabeza desde su lecho, parpadeando para espabilarse—. Sólo estaba soñando. No es culpa suya.
—Porque tú lo digas —resopló Manto Polvoroso.
Les dio la espalda y salió de la guarida.
Corazón de Fuego se incorporó y empezó a quitarse trocitos de musgo del pelo. Entre las chamuscadas ramas que los cubrían vio que el sol ya estaba alto. Tormenta Blanca debía de haber salido con la patrulla del alba; no había más guerreros durmiendo en la guarida.
La oscuridad de su sueño iba desvaneciéndose, pero no lograba olvidarlo. ¿Por qué el bosque parecía tan negro y aterrador? ¿Por qué Jaspeada no había acudido en su ayuda? ¿Por qué no había captado siquiera su olor o su voz?
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tormenta de Arena, con preocupación en sus ojos verdes.
Corazón de Fuego se sacudió.
—Estoy bien —maulló—. Vámonos a cazar.
Hacía un día radiante, aunque el frío de la estación de la caída de la hoja ya se notaba. A Corazón de Fuego lo alivió ver que la hierba y los helechos iban creciendo más espesos conforme el bosque se recuperaba. ¡Ojalá durara el buen tiempo! Así, el crecimiento proseguiría y las presas regresarían.
Encabezó la marcha hacia lo alto del barranco y a través del bosque, en dirección al pinar. Desde el incendio, casi todos los gatos habían evitado la franja de territorio más cercana al Cortatroncos, donde la destrucción era mayor. El fuego había comenzado allí, y zonas enteras de bosque habían quedado reducidas a poco más que ceniza gris salpicada de tocones de árboles. Se preguntó si ya habría posibilidades de encontrar presas por allí, pero cuando se acercaron al lindero del pinar supuso que iba a llevarse una decepción.
Los pinos, convertidos en estrechos troncos carbonizados, seguían formando un revoltijo, con árboles caídos y enganchados a otros que seguían en pie. Las pocas ramas que quedaban se mecían a duras penas en la brisa. El suelo estaba negro y no se oía el trino de ningún pájaro.
—Es inútil buscar aquí —maulló Tormenta de Arena—. Vamos a…
Se interrumpió al ver aparecer otro felino entre los árboles, una pequeña figura blanca y atigrada que avanzaba nerviosamente sobre los restos del incendio. Con un respingo de asombro, Corazón de Fuego reconoció a su hermana Princesa.
Ella lo vio en el mismo momento y corrió hacia él gritando:
—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!
—¿Quién es ésa? —bufó Tormenta de Arena—. Espantará a todas las presas desde aquí hasta los Cuatro Árboles.
Antes de que él pudiera contestar, su hermana llegó. La gata ronroneaba como si no fuera a parar jamás, mientras le restregaba la cara con la suya y se la cubría de lametones.
—¡Corazón de Fuego, estás vivo! —maulló—. ¡Me asusté muchísimo cuando vi el incendio! Pensaba que Nimbo y tú estabais muertos.
—Bueno, yo estoy bien —contestó él, un poco azorado, dando un rápido lametazo a Princesa y retrocediendo, consciente de la mirada inquisitiva de Tormenta de Arena—. Y Nimbo también.
Miró de soslayo a Tormenta de Arena y vio su expresión de desagrado; tenía el pelo erizado.
—Ésta es una minina casera —gruñó la guerrera canela—. Huele a mascota de la cabeza a la cola.
Princesa la miró asustada y se pegó más a Corazón de Fuego.
—¿Es… es amiga tuya, hermano? —musitó.
—Sí, es Tormenta de Arena. Tormenta de Arena, ésta es mi hermana Princesa, la madre de Nimbo.
La guerrera se separó un paso.
—¿La madre de Nimbo? —repitió—. Entonces, ¿seguís viéndola? —Lanzó una mirada a Corazón de Fuego, preguntándose cuánto le habría contado él a Princesa sobre la escapada de Nimbo con los Dos Patas.
—A Nimbo le va todo de maravilla —maulló el lugarteniente—. ¿Verdad que sí? —Clavó sus ojos en los de Tormenta de Arena, rogando que la guerrera no soltara ninguna indiscreción sobre el desobediente aprendiz.
—Caza muy bien —admitió ella—. Y tiene potencial para convertirse en un buen guerrero.
Princesa no advirtió cuántas cosas se estaba callando la otra gata. Sus ojos centellearon de orgullo y dijo:
—Sé que será un gran guerrero, con Corazón de Fuego como mentor.
—Pero no me has dicho qué estás haciendo aquí —maulló él, impaciente por cambiar de tema—. Estás muy lejos de tu hogar Dos Patas.
—Estaba buscándote. Tenía que saber qué os había pasado a Nimbo y a ti. Vi las llamas desde mi jardín, y como después no vinisteis a verme, pensé que…
—Lo lamento —maulló él—. Habría ido, pero he estado muy ocupado desde el incendio. Tenemos que reconstruir todo el campamento, y en el bosque no quedan muchas presas. Y yo tengo más obligaciones desde que me nombraron lugarteniente.
—¿Ahora eres lugarteniente? ¿De todo el clan? ¡Corazón de Fuego, eso es fantástico!
Él se sintió arder de vergüenza bajo la mirada de su hermana.
Tormenta de Arena se aclaró la garganta.
—Hay presas que cazar, Corazón de Fuego…
—Tienes razón. Princesa, eres muy valiente al haber llegado tan lejos, pero ahora será mejor que vuelvas a tu casa. El bosque puede ser peligroso si no estás acostumbrada a él.
—Sí, lo sé, pero…
La interrumpió el rugido de un monstruo de Dos Patas. En ese instante, Corazón de Fuego notó en la nariz el impacto de su áspera pestilencia. El rugido se volvió más intenso, y al cabo de un momento el monstruo irrumpió entre los árboles, traqueteando por la vereda llena de surcos.
Instintivamente, los dos gatos guerreros se agazaparon bajo un tronco carbonizado, a la espera de que el monstruo pasara de largo. Princesa se limitó a observarlo con curiosidad.
—¡Agáchate! —le bufó Tormenta de Arena.
Princesa pareció desconcertada, pero se pegó al suelo junto a su hermano, obediente.
En vez de seguir adelante, el monstruo se detuvo. El rugido se cortó de golpe. Una parte del monstruo se desplegó, y de sus entrañas saltaron tres Dos Patas.
Corazón de Fuego intercambió una mirada con Tormenta de Arena, y se agachó más. Quizá Princesa se sintiera cómoda con los Dos Patas y su monstruo, pero éstos estaban demasiado cerca para su gusto, y la vegetación era demasiado escasa como para proporcionarles un refugio decente. El impulso de Corazón de Fuego era echar a correr, pero la curiosidad lo mantuvo clavado al suelo.
Los Dos Patas llevaban pelajes idénticos color azul oscuro. No iban acompañados de cachorros Dos Patas ni perros, al contrario que la mayoría de los que aparecían por el bosque. Se separaron entre los árboles quemados, gritando y avanzando pesadamente; sus patas levantaban polvo y ceniza. Tormenta de Arena bajó la cabeza y reprimió un estornudo cuando uno de ellos pasó a un zorro de distancia.
—¿Qué están haciendo? —murmuró el lugarteniente.
—Ahuyentar las presas —siseó Tormenta de Arena, escupiendo polvo—. Pero ¿a quién le importa lo que hagan los Dos Patas? Están todos locos.
—No lo sé…
Corazón de Fuego sospechaba que aquellos Dos Patas tenían un objetivo, aunque él no supiera cuál. La manera en que señalaban con las zarpas y se gritaban unos a otros parecía indicar que estaban moviéndose con un propósito concreto.
Otro Dos Patas pasó cerca pisando con fuerza. Había tomado una rama y la usaba para hurgar en huecos y debajo de matas carbonizadas. Casi daba la impresión de que estaba buscando presas, excepto porque con el ruido que estaba haciendo habría espantado hasta al conejo más sordo.
—¿Tú sabes de qué va todo esto? —le preguntó Corazón de Fuego a Princesa.
—No estoy segura —respondió su hermana—. Comprendo un poco su habla Dos Patas, pero no dicen palabras de las que usan mis amos. Creo que están llamando a alguien, pero no sé a quién.
Mientras Corazón de Fuego lo observaba, el Dos Patas tiró la rama. Había frustración en ese movimiento. Gritó de nuevo, y los otros Dos Patas aparecieron entre los árboles. Los tres regresaron de nuevo al monstruo y se metieron en su interior. El rugido volvió a sonar y el monstruo se puso en marcha con una sacudida y desapareció entre los pinos.
—¡Bien! —Tormenta de Arena se incorporó de un salto y empezó a lamerse meticulosamente el pelo manchado de ceniza—. ¡Gracias al Clan Estelar que se han ido!
Corazón de Fuego se levantó, con la vista fija en el punto por el que había desaparecido el monstruo. El sonido se había apagado, y el olor acre se estaba dispersando.
—No me gusta —maulló.
—¡Oh, vamos, Corazón de Fuego! —Tormenta de Arena se le acercó y le dio un empujoncito—. ¿Por qué te preocupas por los Dos Patas? Son raros, eso es todo.
—No. Creo que saben lo que están haciendo, aunque a nosotros nos parezca raro. Normalmente vienen al bosque con sus cachorros o sus perros… pero éstos no. Si Princesa tiene razón y estaban buscando algo, no lo han encontrado. Me gustaría saber qué es. —Hizo una pausa antes de añadir—: Además, habitualmente no vemos Dos Patas por esta parte del bosque. Para mi gusto, están demasiado cerca del campamento.
La expresión de impaciencia de Tormenta de Arena se suavizó. La gata le restregó el hocico contra el omóplato para tranquilizarlo.
—Puedes decirles a las patrullas que estén ojo avizor —le recordó.
—Sí. —Corazón de Fuego asintió pensativo—. Eso haré.
Mientras se despedía de Princesa, intentó dejar a un lado su creciente nerviosismo. En el bosque estaba sucediendo algo que no comprendía, y temía que pudiera suponer un peligro para su clan.
Tras dejar los lindes del pinar, se encaminaron hacia el río y las Rocas Soleadas. No había ni rastro de presas entre los chamuscados árboles; ésa era la consecuencia del ruido que habían hecho los Dos Patas.
—Seguiremos la frontera con el Clan del Río hasta los Cuatro Árboles —decidió Corazón de Fuego—. Puede que allí haya algo que cazar.
Pero, cuando tuvieron las Rocas Soleadas a la vista, Corazón de Fuego se detuvo al oír que lo llamaba una voz familiar. Levantó la cabeza y vio a Látigo Gris en lo alto de la roca más cercana. El guerrero gris bajó de un salto para reunirse con él.
—¡Corazón de Fuego! Tenía la esperanza de encontrarte.
—Pues menos mal que no te ha encontrado a ti una patrulla —gruñó Tormenta de Arena—. Para ser un guerrero del Clan del Río, te sientes muy cómodo en nuestro territorio.
—¡Anda ya, Tormenta de Arena! —maulló él, dándole un empujoncito juguetón—. Soy yo, tu amigo Látigo Gris, ¿recuerdas?
—Demasiado bien —replicó la guerrera, que se sentó, se lamió una pata y empezó a limpiarse la cara.
—¿Qué problema hay? —preguntó Corazón de Fuego, temiendo que su viejo amigo se hubiera aventurado en el territorio del Clan del Trueno sin una buena razón.
—No es exactamente un problema —contestó el guerrero gris—. Por lo menos, espero que no lo sea. Sólo se trata de algo que pensaba que deberías saber.
—Pues suéltalo de una vez —maulló Tormenta de Arena.
Látigo Gris sacudió la cola.
—Estrella Doblada tuvo una visita ayer —le dijo a Corazón de Fuego, entornando sus ojos ámbar—. Era Estrella de Tigre.
—¿Q… qué? ¿Y qué quería?
Látigo Gris negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero Estrella Doblada está muy débil. Todo el clan sabe que está viviendo su última vida. Estrella de Tigre pasó muy poco tiempo con él, pero mantuvo una larga conversación con Leopardina.
La mención de la lugarteniente del Clan del Río incrementó los temores de Corazón de Fuego. ¿Qué tendrían que decirse la gata y Estrella de Tigre? Le pasaron por la mente visiones de alianza entre el Clan de la Sombra y el del Río, con el del Trueno atrapado en medio. Luego se dijo que estaba exagerando. No tenía ninguna razón para creer que los dos gatos estaban planeando algo.
—No es una novedad que los líderes se visiten entre sí —señaló—. Si Estrella Doblada se está muriendo, quizá Estrella de Tigre quiera presentarle sus respetos por última vez.
—Sí, es posible —resopló Látigo Gris—. Pero entonces, ¿por qué estuvo tanto tiempo con Leopardina? Intenté acercarme para escucharlos, y oí que Estrella de Tigre comentaba algo sobre volver a nuestro campamento en otra ocasión.
—¿Eso es todo lo que dijo?
—Es todo lo que yo oí. —Látigo Gris bajó la cabeza, apurado—. Leopardina me vio y dijo que no le buscara las cosquillas.
—A lo mejor Estrella de Tigre sólo pretendía conocerla —aventuró Corazón de Fuego—. Al fin y al cabo, pronto será la líder del clan, cuando muera Estrella Doblada.
Se volvió al oír que otro gato lo llamaba y vio a Vaharina, que estaba saliendo del río.
—¡Oh, loado sea el gran Clan Estelar! —exclamó Tormenta de Arena—. ¿Es que vamos a tener aquí a todo el Clan del Río?
—¡Corazón de Fuego! —lo llamó Vaharina resollando, y luego se dio una buena sacudida. Tormenta de Arena retrocedió malhumorada cuando unas gotas de agua le salpicaron las patas—. Corazón de Fuego, ¿has visto a Tabora por alguna parte?
—¿Tabora? —repitió el joven, recordando a la irascible veterana a la que Vaharina creía su madre. Él todavía sentía gratitud hacia la vieja gata del Clan del Río, por haberle contado la verdad sobre los dos cachorros del Clan del Trueno que ella había criado como si fueran suyos, pero hacía mucho tiempo que no la veía—. ¿Qué iba a andar haciendo Tabora por aquí?
—No lo sé. —Vaharina ascendió la ribera con la cara crispada de ansiedad—. No logro encontrarla en el campamento. Últimamente está muy débil y confundida, y me da miedo que se haya perdido y no sepa qué está haciendo.
—No estará aquí —intervino Látigo Gris—. No es lo bastante fuerte para cruzar el río a nado.
—Entonces, ¿adónde ha ido? —La voz de Vaharina se convirtió en un lamento—. He buscado en todos los lugares que se me han ocurrido cerca del campamento, y no está en ninguno. Además, ahora el río tiene poco caudal y no es difícil de vadear.
Corazón de Fuego pensó a toda prisa. Si Tabora había logrado cruzar el río hasta el territorio del Clan del Trueno, habría que localizarla lo antes posible. Los miembros de su clan ya tenían suficiente miedo a una invasión. No quería ni imaginarse qué sucedería si el primero en encontrar a Tabora era un gato agresivo como Cebrado.
—De acuerdo —maulló—. Yo seguiré la frontera hasta los Cuatro Árboles para ver si ha ido por ahí. Tormenta de Arena, tú regresa al campamento. Cuenta a los demás lo que ha ocurrido, y adviérteles que no ataquen a Tabora si la ven.
La gata puso los ojos en blanco.
—Está bien —maulló incorporándose—. Pero cazaré en el camino de vuelta. Ya es hora de que alguien lleve algo de carne fresca al clan. —Y, con la cola bien erguida, se encaminó hacia los árboles.
Agradecida, Vaharina inclinó la cabeza ante Corazón de Fuego.
—Gracias —maulló—. No olvidaré esto. Y una cosa… si necesitas internarte en el territorio del Clan del Río para llevar a Tabora a casa, dile a cualquiera que te encuentres que yo te he dado permiso.
El lugarteniente se lo agradeció. No quería imaginarse qué sucedería si una patrulla del Clan del Río con Leopardina a la cabeza lo pillaba al otro lado de la frontera.
—Vamos, Vaharina —maulló Látigo Gris para animarla—. Yo regresaré contigo. Registraremos el campamento de nuevo.
—Gracias, Látigo Gris.
Vaharina apretó el hocico contra el pelaje del guerrero gris, y ambos gatos bajaron juntos hasta la orilla.
Látigo Gris miró atrás para despedirse con un gañido y acto seguido se lanzó al agua detrás de Vaharina. Corazón de Fuego se quedó mirando cómo llegaban a la ribera opuesta antes de dirigirse hacia los Cuatro Árboles.
Siguió la frontera, renovando las marcas olorosas sobre la marcha, hasta que no estuvo lejos de los Cuatro Árboles. Le costaba creer que la frágil veterana hubiese logrado llegar hasta allí. Pero entonces, al mirar hacia una pendiente rocosa que descendía hasta el río, captó una escuálida figura gris: avanzaba muy despacio por el puente Dos Patas que cruzaba el río, cojeando, en la ruta que seguían los gatos del Clan del Río hacia los Cuatro Árboles.
¡Era Tabora!
El lugarteniente abrió la boca para llamarla, pero volvió a cerrarla sin emitir ningún sonido. La vieja gata había atravesado el puente y seguía adelante por el mismo borde del río. Si oía que la llamaba un desconocido, pensó Corazón de Fuego, podía asustarse y caer al agua. Así que decidió descender la pendiente, arrastrándose con cuidado entre las piedras para que no lo viera.
Al cabo de unos momentos, Tabora se separó del río e intentó subir la escarpada ladera que llevaba a los Cuatro Árboles. Sus zarpas se agarraban débilmente a los guijarros, y Corazón de Fuego se preguntó qué se proponía. ¿Se imaginaría que era luna llena e iba de camino a una Asamblea?
Se incorporó y abrió la boca de nuevo para llamarla, pero volvió a morderse la lengua y corrió a ocultarse tras la roca más cercana. Había aparecido otro gato, con pasos muy seguros, procedente de los Cuatro Árboles. Su enorme y musculoso cuerpo, junto con su oscuro pelaje atigrado, resultaban inconfundibles.
¡Estrella de Tigre!