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Abrió los ojos y bizqueó ante la brillante luz, que resultaba muy molesta. Seguía sin acostumbrarse al modo en que el sol entraba directamente en la guarida de los guerreros, ahora que la tupida cubierta de hojas había desaparecido. Bostezando, se desenroscó y se sacudió los trocitos de musgo que se le habían pegado al pelo.

Cerca de él, Tormenta de Arena aún dormía; Manto Polvoroso y Cebrado estaban ovillados un poco más lejos. Corazón de Fuego salió al claro. Habían pasado tres días desde la Asamblea y el descubrimiento del nuevo liderazgo de Estrella de Tigre, y no había señales del ataque que Estrella Azul temía. El clan había empleado el tiempo en reconstruir el campamento, y aunque todavía les quedaba mucho por delante, Corazón de Fuego se sentía complacido al ver cómo los umbrosos muros de helechos empezaban a crecer de nuevo alrededor, y el zarzal se iba rellenando firmemente con ramitas para proteger a las reinas y sus crías.

Mientras se encaminaba al montón de carne fresca, vio que regresaba la patrulla del alba, con Tormenta Blanca al frente. Se detuvo a esperar a que el guerrero blanco llegara hasta él.

—¿Algún rastro del Clan de la Sombra?

Tormenta Blanca negó con la cabeza.

—Nada —maulló—. Sólo las habituales marcas olorosas a lo largo de su frontera. Pero había una cosa…

Corazón de Fuego irguió las orejas.

—¿Qué?

—No muy lejos de las Rocas de las Serpientes, hemos encontrado una franja de vegetación pisoteada, y plumas de tórtola esparcidas por todas partes.

—¿Plumas de tórtola? Hace días que no veo una tórtola. ¿Hay algún otro clan cazando en nuestro territorio?

—Creo que no. Todo el lugar apestaba a perro. —Tormenta Blanca arrugó la nariz con asco—. También había excrementos de perro.

—Oh, un perro. —El lugarteniente sacudió la cola desdeñosamente—. Bueno, todos sabemos que los Dos Patas siempre traen sus perros al bosque. Los chuchos corren por ahí, persiguen a las ardillas, y luego los Dos Patas se los llevan a su casa de nuevo. —Soltó un ronroneo divertido—. Lo único raro es que, por lo que parece, éste ha atrapado algo.

Sin embargo, Tormenta Blanca seguía con semblante serio.

—En cualquier caso —maulló—, creo que deberías decirles a las patrullas que tengan los ojos bien abiertos.

—De acuerdo.

Respetaba demasiado al viejo guerrero como para pasar por alto su advertencia, pero se dijo que el perro ya llevaría mucho tiempo lejos de allí, encerrado en algún lugar del poblado Dos Patas. Los perros eran un incordio muy ruidoso, pero él tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

Al seguir a Tormenta Blanca hasta el montón de carne fresca, se reavivó su inquietud por las provisiones de comida. Centellina, la aprendiza de Tormenta Blanca, y Nimbo, que habían formado parte de la última patrulla, ya estaban allí.

—¡Mira esto! —se lamentó Nimbo cuando llegó Corazón de Fuego, girando un campañol con una pata—. ¡Aquí apenas hay un bocado decente!

—Las presas escasean —le recordó el lugarteniente, advirtiendo que no había más que unas pocas piezas en el montón—. Ninguna de las criaturas que sobrevivieron al incendio puede encontrar mucho que comer.

—Necesitamos cazar de nuevo —maulló Nimbo, que dio un mordisco al campañol y lo engulló—. Saldré en cuanto me acabe esto.

—Puedes venir conmigo —repuso Corazón de Fuego, escogiendo una urraca para él—. Voy a encabezar una patrulla dentro de poco.

—No, no puedo esperar —masculló el aprendiz con la boca llena—. Tengo tanta hambre que podría comerte. Centellina, ¿quieres acompañarme?

Centellina, que estaba devorando un ratón delicadamente, miró a su mentor buscando consentimiento. Cuando Tormenta Blanca asintió, la aprendiza se levantó de un salto.

—Estoy lista cuando tú lo estés —maulló.

—Perfecto, entonces —dijo Corazón de Fuego, algo molesto porque Nimbo no le hubiera pedido permiso como mentor, cosa que sí había hecho Centellina, pero lo cierto es que el clan necesitaba carne fresca y los dos aprendices eran buenos cazadores—. No os alejéis demasiado del campamento —les avisó.

—Pero las mejores presas están lejos, donde no llegó el incendio —protestó Nimbo—. No te preocupes, Corazón de Fuego —le dijo—, cazaremos primero para los veteranos.

Tras engullir el resto de su campañol, el joven se dirigió a la entrada del campamento, seguido por Centellina.

—¡No os acerquéis al poblado Dos Patas! —exclamó Corazón de Fuego, recordando los días en que a Nimbo le encantaba visitar a los Dos Patas.

El aprendiz había pagado un precio muy alto cuando los Dos Patas se lo llevaron a su casa, en el extremo opuesto del territorio del Clan del Viento. A medida que la estación de la hoja verde tocaba a su fin, y con la perspectiva de un invierno con escasa comida, Corazón de Fuego esperaba que no se viera tentado de volver a las andadas.

—¡Aprendices! —ronroneó Tormenta Blanca al ver cómo los jóvenes se alejaban corriendo—. Han salido con la patrulla del alba y ahora se marchan a cazar. Quién tuviera su energía.

Separó un mirlo del montón de carne fresca y se acomodó para comérselo.

Mientras se terminaba su urraca, Corazón de Fuego vio que Tormenta de Arena salía de la guarida de los guerreros. El sol brillaba sobre ella, y el lugarteniente admiró cómo se ondulaba su pelaje anaranjado con cada paso.

—¿Quieres venir a cazar conmigo? —le preguntó cuando llegó a su lado.

—Parece que nos hace falta —contestó Tormenta de Arena, examinando las penosas piezas que quedaban en el montón de carne fresca—. Vamos ahora mismo… Puedo esperar a comer hasta que cacemos algo.

Corazón de Fuego miró alrededor buscando otro gato que se les uniera, y reparó en que Rabo Largo estaba ante el dormitorio de los aprendices, llamando a Zarpa Rauda.

—¡Eh, Rabo Largo! —lo avisó cuando los dos gatos cruzaron el claro—. Venid a nuestra partida de caza.

Rabo Largo vaciló, como si no estuviera seguro de si era una orden de su lugarteniente.

—Nos vamos a la hondonada de entrenamiento —explicó—. Zarpa Rauda tiene que practicar las posiciones de defensa.

—Podéis hacerlo más tarde. —Esta vez, Corazón de Fuego dejó claro que estaba dando una orden—. Lo primero es conseguir carne fresca.

Rabo Largo sacudió la cola con irritación, pero no respondió. Zarpa Rauda mostró más entusiasmo; le brillaban los ojos. El lugarteniente reparó en que el joven blanco y negro había crecido, ya era casi tan grande como su mentor. Zarpa Rauda era el mayor de los aprendices y pronto se convertiría en guerrero.

«Debo hablar con Estrella Azul sobre su ceremonia de nombramiento —pensó Corazón de Fuego—. También en la de Nimbo, Centellina y Espino. El clan necesita más guerreros».

Dejando que Tormenta Blanca se tomara un descanso bien merecido, condujo su grupo de caza hasta lo alto del barranco. Una vez allí, giró hacia las Rocas Soleadas. Haciendo lo posible por cumplir la orden de Estrella Azul de doblar las patrullas, había aleccionado a las partidas de caza para que también vigilaran las fronteras, manteniéndose alerta en busca de olores de otro clan o señales de presencia enemiga. En particular, les había advertido que tuvieran los ojos bien abiertos en la frontera con el Clan de la Sombra, pero él había decidido no descuidar la frontera con el Clan del Río.

Tenía una sensación inquietante sobre sus vecinos. Con Estrella Doblada cada vez más mayor, la lugarteniente Leopardina tendría más autoridad, y Corazón de Fuego seguía esperando que les pidiera algo en pago por su ayuda la noche del incendio.

Mientras encabezaba la marcha hacia el río, advirtió que había plantas abriéndose paso a través del suelo ennegrecido. Comenzaban a desplegarse nuevos helechos, y zarcillos verdes se extendían para cubrir la tierra. El bosque estaba empezando a recuperarse, pero cuando se acercara la estación de la caída de la hoja, el crecimiento iría más despacio. A Corazón de Fuego todavía le preocupaba que su clan se encaminara a una estación sin hojas fría y ardua.

Cuando llegaron a las Rocas Soleadas, Rabo Largo guió a Zarpa Rauda a una de las torrenteras que había entre las rocas.

—Puedes intentar captar los ruidos de los ratones y los campañoles —le dijo a su aprendiz—. A ver si consigues cazar algo antes que nosotros.

Corazón de Fuego los vio marchar. El atigrado claro era un mentor concienzudo, y entre él y Zarpa Rauda se había forjado un sólido vínculo.

Bordeó las Rocas Soleadas por el lado que daba al río, donde la mayor parte de la hierba y la vegetación habían sobrevivido. No tardó mucho en descubrir a un ratón correteando entre unos tallos resecos. Cuando el roedor se sentó a mordisquear una semilla que sujetaba con las patas delanteras, Corazón de Fuego dio un salto y acabó con él rápidamente.

—Buen trabajo —murmuró Tormenta de Arena apareciendo a su lado.

—¿Lo quieres? —le preguntó el lugarteniente, empujando el ratón hacia ella—. Todavía no has comido.

—No, gracias —contestó la gata con aspereza—. Puedo cazar mi propia comida.

Y desapareció bajo la sombra de un avellano. Corazón de Fuego se quedó mirándola, preguntándose si la habría ofendido, y luego empezó a cubrir con tierra a su presa para recuperarla más tarde.

—Será mejor que vayas con patas de plomo con ella —maulló una voz a sus espaldas—. Te arrancará las orejas si no tienes cuidado.

Corazón de Fuego se volvió en redondo. Su viejo amigo Látigo Gris estaba en la frontera con el Clan del Río, al pie de la ladera que llevaba al río. El agua resplandecía sobre su espeso pelaje gris.

—¡Látigo Gris! —exclamó—. ¡Me has asustado!

El gato se sacudió, esparciendo gotitas por el aire.

—Te he visto desde la otra orilla —maulló—. Nunca pensé que te encontraría cazando para Tormenta de Arena. Ella es especial para ti, ¿verdad?

—No sé de qué estás hablando —protestó Corazón de Fuego, pero notó que la piel le picaba, como si estuviera cubierto de hormigas—. Tormenta de Arena sólo es una amiga.

Látigo Gris soltó un ronroneo risueño.

—Oh, claro que sí. Lo que tú digas. —Subió la ladera y le dio un cabezazo afectuoso en el omóplato—. Tienes suerte, Corazón de Fuego. Es una gata impresionante.

El joven abrió la boca, pero volvió a cerrarla. No podría convencer a su viejo amigo, dijera lo que dijese… y, además, quizá tuviera razón. Quizá Tormenta de Arena estaba convirtiéndose en algo más que una amiga.

—Dejémoslo estar —maulló, y cambió de tema—. Cuéntame cómo te va. ¿Qué novedades hay en el Clan del Río?

La alegría se esfumó de los ojos amarillos de Látigo Gris.

—No muchas. Todos hablan de Estrella de Tigre.

Cuando Látigo Gris era guerrero del Clan del Trueno, él y Corazón de Fuego eran los únicos que conocían la verdad sobre la ambición criminal de Estrella de Tigre, y los únicos que sabían que había asesinado al lugarteniente Cola Roja.

—No sé qué pensar de eso —admitió Corazón de Fuego—. Quizá Estrella de Tigre sea diferente ahora que ya tiene lo que quiere. Nadie puede negar que podría ser un buen líder: es fuerte, sabe luchar y cazar, y conoce perfectamente el código guerrero.

—Pero nadie puede confiar en él —gruñó Látigo Gris—. ¿De qué sirve conocer el código guerrero si lo único que haces es saltarte sus disposiciones?

—Ahora no es asunto nuestro confiar en él. Estrella de Tigre tiene un nuevo clan, y Nariz Inquieta desveló una profecía que parecía decir que el Clan Estelar iba a mandarles un gran nuevo líder. Debían de saber que el Clan de la Sombra necesitaba un guerrero fuerte para recomponerse después de la epidemia.

Látigo Gris no parecía convencido.

—¿Que el Clan Estelar lo envió? —Soltó un resoplido—. Lo creeré cuando los erizos vuelen.

Corazón de Fuego sabía que costaría mucho confiar en Estrella de Tigre. Lograr que su clan se recuperara podría tenerlo ocupado durante una estación o dos, pero después… La idea de un fiero guerrero a la cabeza de un clan fuerte hizo que se estremeciera. No creía que Estrella de Tigre se conformara con una vida pacífica en el bosque, respetando los derechos de los otros tres clanes. Tarde o temprano, querría extender su territorio, y su primer objetivo sería el Clan del Trueno.

—Si yo estuviera en tu lugar —maulló Látigo Gris, haciéndose eco de sus pensamientos—, vigilaría mis fronteras.

—Sí. Yo…

Se interrumpió al ver que Tormenta de Arena iba hacia ellos, con un joven conejo en la boca. La gata avanzó sobre los guijarros y dejó la pieza a los pies de Corazón de Fuego. Con aspecto más relajado, como si ya hubiera olvidado su irritación, saludó al guerrero del Clan del Río.

—Hola, Látigo Gris. ¿Cómo están tus cachorros?

—Están bien, gracias. —Sus ojos centellearon de orgullo—. Pronto se convertirán en aprendices.

—¿Y tú serás mentor de alguno de los dos? —preguntó Corazón de Fuego.

Para su sorpresa, Látigo Gris se mostró inseguro.

—No lo sé. Si la decisión dependiera de Estrella Doblada, quizá… pero últimamente no hace casi nada excepto dormir. Leopardina organiza la mayor parte de las cosas ahora, y ella jamás me perdonará la forma en que murió Garra Blanca. Creo que lo más probable es que confíe los cachorros a otros guerreros.

Bajó la cabeza. Corazón de Fuego notó que su amigo aún se sentía culpable por la muerte del guerrero del Clan del Río que cayó por el despeñadero cuando su patrulla atacó a una partida de guerreros del Clan del Trueno.

—Eso es muy duro —maulló Corazón de Fuego, restregándose contra su amigo para consolarlo.

—Pero tienes que entenderla —señaló Tormenta de Arena delicadamente—. Leopardina querrá asegurarse de que los cachorros se críen siendo leales al Clan del Río.

Látigo Gris se volvió hacia ella de golpe, con el pelo erizado.

—¡Eso es lo que yo haría! No quiero que mis hijos crezcan sintiéndose divididos entre dos clanes. —Se le empañaron los ojos—. Yo sé cómo es eso.

A Corazón de Fuego lo inundó una gran pena por su amigo. Después del incendio, Látigo Gris había dejado traslucir lo infeliz que era en su nuevo clan, y resultaba evidente que las cosas no habían mejorado. Corazón de Fuego sintió ganas de decirle «ven a casa», pero no tenía derecho a ofrecerle un lugar en el clan cuando Estrella Azul ya lo había rechazado.

—Habla con Estrella Doblada —le sugirió—. Pregúntale tú mismo por los cachorros.

—Y procura estar a buenas con Leopardina —añadió Tormenta de Arena—. No dejes que te pille cruzando la frontera del Clan del Trueno.

Látigo Gris se estremeció.

—Puede que tengas razón. Será mejor que vuelva. Adiós, Tormenta de Arena, Corazón de Fuego.

—Intenta venir a la próxima Asamblea —le instó su amigo.

Látigo Gris sacudió la cola como respuesta y empezó a bajar la pendiente. A medio camino del río, se volvió y exclamó:

—¡Esperad un momento!

Y corrió hasta la orilla del agua. Permaneció unos instantes inmóvil sobre una piedra plana, inspeccionando la escasa corriente.

—¿Qué se trae entre patas ahora? —masculló Tormenta de Arena.

Antes de que el lugarteniente pudiera responder, Látigo Gris estiró rápidamente una zarpa. Un pez plateado salió disparado del agua y aterrizó en la orilla, donde se quedó retorciéndose. El gato acabó con él de un solo zarpazo y lo llevó hasta la cima de la ladera, desde donde lo observaban sus amigos.

—Tomad —maulló, dejando la pieza a sus pies—. Sé que las presas escasean desde el incendio. Esto os ayudará un poco.

—Gracias —maulló Corazón de Fuego, y añadió con admiración—: Qué truco tan bueno.

Látigo Gris ronroneó muy ufano.

—Vaharina me enseñó a hacerlo.

—Lo aceptamos encantados —dijo la gata—, pero si Leopardina descubre que has dado de comer a otro clan, no le gustará nada.

—Leopardina puede ir a cazarse su propia cola —gruñó Látigo Gris—. Si dice algo, le recordaré cómo Corazón de Fuego y yo ayudamos al Clan del Río durante las riadas de la última estación de la hoja nueva.

Y a continuación dio media vuelta para dirigirse de nuevo al río. Corazón de Fuego sintió una punzada en el pecho al ver cómo su amigo se lanzaba al agua y nadaba hacia la ribera opuesta. Habría dado cualquier cosa por tener a Látigo Gris de nuevo en el Clan del Trueno, pero era bastante improbable que el guerrero gris volviera a ser aceptado en él.

Cargó penosamente con el resbaladizo pez de vuelta al campamento; la boca se le hacía agua mientras aquel olor poco familiar le llenaba las fosas nasales. Cuando entró en el claro con el grupo de caza, vio que el montón de carne fresca parecía más grande. Nimbo y Centellina habían regresado, y estaban a punto de salir de nuevo con Musaraña y Espino.

—¡Ya hemos llevado comida a los veteranos! —informó Nimbo por encima del hombro mientras corría en dirección al barranco.

—¿Y a Carbonilla? —preguntó Corazón de Fuego.

—¡Todavía no!

El lugarteniente vio cómo su joven pariente desaparecía como un rayo, y se acercó al montón de carne fresca. Pensó que quizá el pez de Látigo Gris podría tentar a la joven curandera. Sospechaba que la gata no estaba comiendo suficiente debido a su tristeza por Fauces Amarillas, y también porque estaba muy ocupada cuidando de Estrella Azul y los gatos intoxicados por el humo del incendio.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Tormenta de Arena, depositando la última pieza sobre el montón de carne fresca. Finalmente, había esperado a llevar las presas al campamento para comer, y estaba examinándolas con avidez—. Si te apetece, podríamos comer juntos.

—De acuerdo. —La urraca que se había zampado por la mañana se le antojaba muy lejana—. Pero primero llevaré esto a Carbonilla.

—No tardes —maulló la gata.

Corazón de Fuego agarró el pez con los dientes y se encaminó a la guarida de la curandera. Antes del incendio, estaba separada del resto del campamento por un frondoso túnel de helechos. Ahora, del suelo sólo sobresalían tallos ennegrecidos, y vio perfectamente la hendidura en la roca que daba acceso a la guarida.

Se detuvo delante, dejó el pez y llamó:

—¡Carbonilla!

Al cabo de un momento, la joven curandera asomó la cabeza por la grieta.

—¿Qué? Oh, eres tú.

Salió de la guarida para reunirse con él. Tenía el pelo alborotado y sus ojos no brillaban con su viveza habitual. Parecía distraída y preocupada. El joven guerrero supuso que estaba pensando en Fauces Amarillas.

—Me alegro de verte —maulló la gata—. Hay una cosa que quiero contarte.

—Primero come algo —la instó él—. Mira, Látigo Gris ha atrapado este pez para nosotros.

—Gracias, pero esto es urgente. Anoche, el Clan Estelar me mandó un sueño.

El modo en que lo dijo le provocó un escalofrío. Aún no se había acostumbrado a que su antigua aprendiza se convirtiera en una auténtica curandera, con una vida sin pareja ni hijos, reuniéndose en secreto con otros curanderos, a los que la unía su vínculo con los espíritus guerreros del Clan Estelar.

—¿De qué trataba? —preguntó.

Él mismo había tenido sueños de ese tipo más de una vez. Eso lo ayudaba a imaginarse, mejor que la mayoría de los gatos de clan, la mezcla de temor reverencial y perplejidad que Carbonilla debía de sentir en esos instantes.

—No estoy segura. —La curandera parpadeó—. Creo que estaba en el bosque y oía algo grande moviéndose entre los árboles, pero no podía ver qué era. Y oía voces… voces rudas, en un lenguaje que no era felino. Pero comprendía lo que estaban diciendo…

Su voz se apagó. Se quedó con la vista clavada en la distancia, con los ojos vidriosos, mientras amasaba el suelo con las patas delanteras.

—¿Qué decían? —inquirió Corazón de Fuego.

Carbonilla se estremeció.

—Era extraño. Gritaban: «Manada, manada» y «Matar, matar».

El gato se sintió algo decepcionado. Había esperado que el mensaje del Clan Estelar les diera alguna indicación de cómo lidiar con todos sus problemas: la reaparición de Estrella de Tigre, la enfermedad de Estrella Azul, las consecuencias del incendio…

—¿Sabes qué significa? —preguntó.

Carbonilla negó con la cabeza, con una persistente expresión de horror, como si se enfrentara a una gran amenaza que él no lograba ver.

—Todavía no —respondió—. Quizá el Clan Estelar me muestre más cosas cuando haya estado en las Rocas Altas. Pero se trata de algo malo, estoy segura.

«Como si no tuviéramos ya bastante de lo que preocuparnos», reflexionó el lugarteniente, y dijo:

—No sé qué puedo hacer, a menos que averigüemos algo más. Necesito hechos. ¿Estás segura de que eso fue todo lo que te dijo el sueño?

Con los ojos todavía dilatados de angustia, la gata asintió. Corazón de Fuego le dio un lametón consolador en la oreja.

—No te preocupes, Carbonilla. Si es una advertencia sobre el Clan de la Sombra, ya estamos vigilándolos. En cuanto recuerdes más detalles, dímelo.

Dio un respingo cuando un aullido irritado sonó a sus espaldas.

—Corazón de Fuego, ¿vas a tardar todo el día?

Al volverse, vio a Tormenta de Arena esperándolo en la entrada del túnel de helechos carbonizados.

—Tengo que irme —le dijo a Carbonilla.

—Pero…

—Pensaré en lo que me has contado, ¿vale? —la interrumpió el lugarteniente; el rugido de sus tripas lo empujaba a reunirse con Tormenta de Arena—. Si tienes otros sueños, cuéntamelos de inmediato.

Carbonilla agitó las orejas, molesta.

—Se trata de un mensaje del Clan Estelar, no de una simple raíz enganchada en mi pelo o un trozo de carne atascado en mi garganta. Esto podría afectar a todo el clan. Necesitamos descifrar su significado.

—Bueno, tú lo harás mejor que yo —replicó el lugarteniente, alejándose de la guarida de Carbonilla.

Mientras cruzaba el claro hacia Tormenta de Arena, se preguntó brevemente qué significaría aquel sueño. No sonaba como un ataque de otro clan, y no se le ocurría otra cosa que pudiera suponer una amenaza. Cuando empezó a devorar el campañol que Tormenta de Arena le había reservado, consiguió sacarse de la cabeza el sueño de Carbonilla.