El cielo se iba aclarando con las primeras luces de la aurora cuando Corazón de Fuego y sus guerreros regresaron al campamento. Aunque sabía lo que iba a encontrar, todavía le impactaba llegar a lo alto del barranco y contemplar aquella devastación a sus pies. Toda la cubierta de aulagas y helechos había sido engullida por el fuego. El suelo del campamento estaba totalmente expuesto, rodeado por los restos ennegrecidos del muro de espinos que habían empezado a reparar con ramas.
—¿Alguna vez volverá a ser como era? —maulló suavemente Tormenta de Arena, situándose junto a él.
Una oleada de agotamiento inundó a Corazón de Fuego al pensar cuánto tiempo y trabajo harían falta antes de que el campamento estuviera completamente reconstruido.
—Algún día —prometió—. Ya hemos pasado por otros momentos malos. Sobreviviremos.
Pegó el hocico al flanco de Tormenta de Arena, buscando consuelo en su tranquilizador ronroneo antes de abrir la marcha barranco abajo.
El arbusto donde dormían los guerreros seguía allí, pero el espeso dosel de ramas había ardido. Sólo quedaban unas cuantas ramitas carbonizadas; los huecos entre ellas estaban parcheados con palitos. Fronde Dorado estaba sentado delante, mientras que Rabo Largo montaba guardia cerca de la entrada de la maternidad, y Manto Polvoroso se paseaba de un lado a otro ante la guarida de los veteranos.
Fronde Dorado se levantó de un salto cuando aparecieron Corazón de Fuego y los demás, pero se relajó de inmediato.
—Sois vosotros —maulló con alivio—. Hemos pasado toda la noche esperando a Garra de Tigre.
—Bueno, pues ya podéis dejar de preocuparos —contestó Corazón de Fuego—. Está demasiado entretenido para pensar en nosotros. Ahora se llama Estrella de Tigre y es el nuevo líder del Clan de la Sombra.
Fronde Dorado se quedó boquiabierto.
—¡Por el Clan Estelar! —exclamó con voz ahogada—. ¡No puedo creerlo!
—¿Qué has dicho? —Rabo Largo cruzó el claro a grandes saltos—. ¿He oído bien?
—Así es. —Corazón de Fuego advirtió la conmoción en el rostro del atigrado—. Garra de Tigre se ha hecho con el mando del Clan de la Sombra.
—¿Y se lo han permitido? —preguntó Rabo Largo—. ¿Están locos?
—En absoluto —respondió Tormenta Blanca, colocándose junto al lugarteniente.
El viejo guerrero arañó la tierra desnuda y se sentó con un suspiro cansado. Su espeso pelaje blanco estaba manchado de hollín después del viaje a través del bosque.
—La enfermedad casi terminó con los gatos del Clan de la Sombra. Estaban desesperados por encontrar un líder fuerte —prosiguió—. Garra de Tigre debió de parecerles un regalo del Clan Estelar.
—Parece que fue exactamente así —coincidió Corazón de Fuego, muy serio—. Por lo visto, el Clan Estelar mandó una profecía a Nariz Inquieta para decirle al Clan de la Sombra que surgiría un gran líder.
—Pero ¡si Estrella de Tigre es un traidor! —protestó Fronde Dorado.
—El Clan de la Sombra no sabe nada de eso —señaló su lugarteniente.
Se acercaron otros gatos. Centellina y Zarpa Rauda corrieron desde la guarida de los aprendices; Manto Polvoroso se aproximó con Frondina, la aprendiza de Cebrado; Cola Pintada se asomó con curiosidad desde la maternidad. Cuando empezaron a bombardear a Corazón de Fuego con preguntas, él tuvo que levantar la voz para que lo oyeran.
—¡Escuchadme todos! —pidió—. Hay algo que debéis saber. —«Y que yo debo contar a Estrella Azul», añadió para sus adentros, preparándose para el encuentro—. Tormenta Blanca os contará lo que ha sucedido en la Asamblea —continuó—, y luego quiero una patrulla matinal.
Vaciló, mirando a los gatos congregados. Todos los guerreros estaban exhaustos; los que no habían asistido a la Asamblea habían tenido que permanecer despiertos para vigilar el campamento.
Antes de que pudiera decidir a quién enviar, Manto Polvoroso habló:
—Iremos Ceniciento y yo.
Corazón de Fuego inclinó la cabeza agradecido. El guerrero marrón nunca había sido afable con él, pero era un gato leal al clan y parecía aceptar la autoridad de Corazón de Fuego como lugarteniente.
—Yo también iré —se ofreció Musaraña.
—Y yo —se sumó Nimbo.
Corazón de Fuego ronroneó agradecido ante la oferta de su aprendiz. Le complacía que el hijo de su hermana estuviera trabajando duro y mostrando un mayor compromiso con la vida del clan; sobre todo después del desastroso episodio en que unos Dos Patas se lo llevaron y hubo que ir a rescatarlo.
—Manto Polvoroso, Musaraña, Nimbo y Ceniciento, de acuerdo —maulló—. Los demás, id a dormir un poco. Luego necesitaremos patrullas de caza.
—¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó Cebrado.
Corazón de Fuego respiró hondo.
—Voy a hablar con Estrella Azul.
El incendio había devorado la cortina de liquen que cubría la entrada de la guarida de Estrella Azul, en la base de la Peña Alta. Al acercarse, Corazón de Fuego vio que Carbonilla, la curandera, salía de la cueva y se detenía a desperezarse. Su pelo oscuro estaba alborotado, y parecía agotada por la tensión de cuidar del clan tras el paso del incendio, pero la fuerza de su temple seguía brillando en sus ojos azules. Corazón de Fuego se acordó de cuando era su ansiosa aprendiza, hasta que se acercó demasiado al Sendero Atronador, víctima de una trampa que Garra de Tigre le había tendido a Estrella Azul. La pata de la joven gata quedó destrozada irremediablemente, de modo que no pudo convertirse en guerrera, pero ella siempre había mantenido su compromiso de servir al clan.
Fue hacia ella.
—¿Cómo se encuentra Estrella Azul hoy? —le preguntó en voz baja.
Carbonilla lanzó una mirada de inquietud a la guarida.
—Esta noche no ha dormido —contestó—. Le he dado bayas de enebro para tranquilizarla, pero no sé si servirán de algo.
—Necesito contarle lo que ha ocurrido en la Asamblea. Y no va a gustarle.
Carbonilla entornó los ojos.
—¿Por qué no?
Él se lo contó tan deprisa como pudo.
La curandera lo escuchó muda de asombro, con las pupilas dilatadas por la impresión.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó al lugarteniente cuando terminó su relato.
—No hay mucho que yo pueda hacer. Además, quizá esto sea bueno para nuestro clan. Ahora Estrella de Tigre tiene lo que quería y, con un poco de suerte, estará demasiado atareado recomponiendo su nuevo clan como para molestarse por nosotros. —Al ver que Carbonilla parecía incrédula, se apresuró a añadir—: A quién elija el Clan de la Sombra como líder es asunto suyo. Tendremos que vigilar nuestras fronteras, pero no creo que Estrella de Tigre vaya a ser una amenaza, al menos durante un tiempo. Me preocupa más cómo va a tomárselo Estrella Azul.
—Esto empeorará su estado —aseguró Carbonilla nerviosa—. Sólo espero encontrar las hierbas apropiadas para ayudarla. Ojalá Fauces Amarillas estuviera aquí.
—Lo sé. —Y se restregó contra la gata para consolarla—. Pero lo harás bien. Eres una gran curandera.
—No se trata sólo de eso. —La voz de Carbonilla se convirtió en un susurro apenado—. ¡Es que la echo tanto de menos, Corazón de Fuego! Siempre estoy esperando que refunfuñe que tengo el sentido común de un recién nacido… Cuando me alababa, por lo menos sabía que me lo decía en serio. Querría tenerla a mi lado… añoro su olor, el tacto de su pelo, su voz.
—Lo sé —murmuró el lugarteniente.
Sintió un vacío interior ante el torrente de recuerdos de la vieja curandera. Había sido muy amigo de Fauces Amarillas desde que la descubrió viviendo en el territorio del clan como una proscrita.
—Pero ahora está cazando con el Clan Estelar —añadió.
«Y quizá haya encontrado por fin la paz», reflexionó, recordando el sufrimiento en la voz de Fauces Amarillas al morir pensando en su hijo, Cola Rota, el cruel gato al que ella jamás había dejado de amar, aunque él había crecido sin saber quién era su madre. Al final, ella tuvo que matarlo para salvar a su clan de adopción del sanguinario plan que él había tramado. El dolor de Fauces Amarillas había terminado, pero Corazón de Fuego no se imaginaba que un día pudiera dejar de echarla de menos.
—Tienes que ir a las Rocas Altas dentro de poco, ¿verdad? —le preguntó a Carbonilla—. A conocer a los demás curanderos, ¿no? Creo que entonces te sentirás muy cerca de Fauces Amarillas.
—Quizá tengas razón. —La gata se apartó de él—. Puedo oírla reprendiéndome: «¿Por qué estás parada lloriqueando cuando hay tanto trabajo que hacer?». Tú ve a hablar con Estrella Azul. Yo pasaré a verla más tarde.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí. —Carbonilla le dio un lametón en la oreja—. Sé fuerte por Estrella Azul. Ella te necesita más que nunca.
El lugarteniente se quedó observando cómo la curandera se alejaba cojeando deprisa, y luego se volvió hacia la guarida de Estrella Azul. Tras tomar aire, saludó en voz alta y atravesó el hueco donde antes crecía el liquen.
La venerable gata estaba acomodada en un montón de musgo al fondo de la cueva, con las patas delanteras dobladas debajo del pecho. Tenía la cabeza levantada, pero no miraba a Corazón de Fuego. Sus ojos azules parecían ausentes, clavados en algo que sólo ella podía ver. Su pelaje estaba áspero y desaliñado, y había adelgazado mucho. Al joven se le encogió el corazón de lástima por su líder, y de temor por el resto de su clan. Estrella Azul había quedado reducida a una gata vieja y enferma, vencida por los problemas e incapaz de defenderse a sí misma, y aún más incapaz de defender a su clan.
—¿Estrella Azul? —maulló dubitativo.
Al principio creyó que la gata no lo había oído. Luego, al adentrarse más en la guarida, ella giró la cabeza. Su turbia mirada azul se centró en él y pareció confundida, como si no lograra recordar quién era.
Después irguió las orejas, y la inteligencia regresó a sus ojos.
—¿Corazón de Fuego? ¿Qué quieres?
Él inclinó la cabeza respetuosamente.
—Acabo de regresar de la Asamblea. Me temo que traigo malas noticias. —Hizo una pausa.
—¿Y bien? —inquirió la gata con tono irritado—. ¿Qué ocurre?
—El Clan de la Sombra tiene un nuevo líder —empezó. Y fue directo al grano—: Se trata de Garra de Tigre… ahora, Estrella de Tigre.
Estrella Azul se levantó de un salto. En sus ojos llameaba un fuego frío, y el joven se estremeció al recordar a la formidable gata que había sido una vez.
—¡Eso es imposible! —bufó.
—Es cierto, lo he visto con mis propios ojos. Estrella de Tigre ha hablado desde la Gran Roca, junto con los otros líderes.
Estrella Azul guardó silencio y se paseó por la guarida, una y otra vez, sacudiendo la cola. Corazón de Fuego retrocedió hasta la entrada, no muy seguro de que la líder no lo atacara por haberle llevado aquella terrible noticia.
—¿Cómo se atreve el Clan de la Sombra a hacer algo así? —espetó ella al fin—. ¿Cómo se atreven a dar cobijo al gato que intentó asesinarme… y convertirlo en su líder?
—Estrella Azul, ellos no lo saben… —empezó Corazón de Fuego, pero la líder no estaba escuchándolo.
—¿Y los otros líderes? —quiso saber—. ¿En qué pensaban? ¿Cómo han podido permitir que sucediera esto?
—Ningún gato sabe lo que Estrella de Tigre le hizo a nuestro clan. —El lugarteniente intentaba que la gata razonara—. Estrella Doblada no ha dicho gran cosa, pero a Estrella Alta le ha disgustado que Estrella de Tigre hubiese llevado de vuelta al clan a los seguidores de Cola Rota.
—¡Estrella Alta! —escupió la gata—. A estas alturas ya deberíamos saber que no podemos fiarnos de él. Al fin y al cabo, no le costó demasiado olvidar lo que habíamos hecho por su clan, después de que Látigo Gris y tú arriesgarais la vida para encontrarlos y conducirlos de nuevo a su hogar.
Él empezó a protestar, pero ella no le hizo el menor caso.
—¡El Clan Estelar me ha abandonado! —exclamó sin dejar de pasearse con furia—. Me dijo que el fuego salvaría al clan, pero el fuego casi nos destruye. ¿Cómo puedo volver a confiar en el Clan Estelar… especialmente ahora? Le han concedido las nueve vidas de un líder a ese traidor. ¡No se preocupan nada por mí ni por el Clan del Trueno!
Corazón de Fuego se estremeció.
—Estrella Azul, escucha…
—No, escucha tú. —La líder se le acercó. Tenía el pelo erizado y mostraba los colmillos con rabia—. Nuestro clan está maldito. Estrella de Tigre guiará al Clan de la Sombra para destruirnos… y no podemos esperar ninguna ayuda del Clan Estelar.
—Estrella de Tigre no se ha mostrado hostil. —Corazón de Fuego intentaba hacerla entrar en razón—. Cuando ha hablado, lo único que parecía importarle era liderar su nuevo clan.
Estrella Azul soltó una carcajada ronca y quebrada.
—Si te crees eso, es que eres un idiota. Estrella de Tigre estará aquí antes de la estación de la caída de la hoja; recuerda estas palabras. Pero nos encontrará esperándolo. Si vamos a morir todos, nos llevaremos con nosotros a unos cuantos del Clan de la Sombra.
Empezó a pasearse de nuevo a paso rápido, mientras el lugarteniente la observaba consternado.
—Dobla las patrullas —ordenó la gata—. Pon guardias en el campamento. Manda gatos a vigilar las fronteras con el Clan de la Sombra.
—No tenemos suficientes guerreros para todo eso —protestó él—. Los gatos están agotados por el trabajo extra de reconstruir el campamento. Lo único que podemos hacer es continuar con las patrullas regulares.
—¿Estás cuestionando mis órdenes? —Se volvió en redondo hacia él, mostrando los colmillos con un gruñido, y entornó los ojos con recelo—. ¿O es que tú también vas a traicionarme?
—¡No, Estrella Azul, no! Puedes confiar en mí. —Tensó los músculos, casi temiendo tener que esquivar un zarpazo de su líder.
De pronto, la vieja gata se relajó.
—Lo sé, Corazón de Fuego. Tú siempre has sido leal, no como esos otros. —Como si la potencia de su ira la hubiera dejado exhausta, regresó a su lecho cojeando—. Organiza las patrullas —ordenó, derrumbándose en el blando colchón de musgo y brezo—. Hazlo ahora mismo, antes de que el Clan de la Sombra nos haga picadillo a todos.
—Muy bien, Estrella Azul.
Corazón de Fuego vio que ya no tenía sentido seguir discutiendo. Inclinó la cabeza y salió de la guarida. La mirada de la gata volvía a estar fija en algo invisible. El lugarteniente se preguntó si estaría viendo el futuro, y la destrucción de su clan.