Yo le decía a Athena: No tienes que venir aquí a cada momento sólo para preguntarme tonterías. Si un grupo ha decidido aceptarte como profesora, ¿por qué no aprovechas la oportunidad para convertirte en maestra?
Haz lo que yo siempre he hecho.
Procura sentirte bien cuando pienses que eres la última de las criaturas. No creas que está mal: deja que la Madre posea tu cuerpo y tu alma, entrégate a través del baile o del silencio, o de las cosas comunes de la vida, como llevar a tu hijo al colegio, preparar la cena, ver si la casa está ordenada. Todo es adoración, si tienes la mente concentrada en el momento presente.
No intentes convencer a nadie respecto de nada. Cuando no sepas, pregunta o investiga. Pero, a medida que actúes, tienes que ser como el río que fluye, silencioso, entregándose a una energía mayor. Tienes que creer, fue lo primero que te dije en nuestro primer encuentro.
Tienes que ser capaz.
Al principio te sentirás confundida, insegura. Después, pensarás que todos creen que los estás engañando. No es nada de eso: lo sabes, sólo tienes que ser consciente de ello. Todas las mentes del planeta son fácilmente sugestionables para lo peor, temen la enfermedad, la invasión, el asalto, la muerte: intenta darles la alegría perdida.
Tienes que ser clara.
Reprográmate cada minuto del día con pensamientos que te hagan crecer. Cuando estés enfadada, confusa, intenta reírte de ti misma. Ríete alto, ríete mucho de esa mujer que se preocupa, que se angustia porque cree que sus problemas son los más importantes del mundo. Ríete de esa situación patética, porque eres la manifestación de la Madre, y también tienes que creer que Dios es hombre, lleno de reglas. En el fondo, la mayoría de nuestros problemas se reducen a eso: seguir reglas.
Concéntrate.
Si no encuentras nada en que centrar tu interés, concéntrate en la respiración. Por ahí, por tu nariz, entra el río de luz de la Madre. Escucha los latidos de tu corazón, sigue los pensamientos que no eres capaz de controlar, controla las ganas de levantarte inmediatamente y hacer algo «útil». Quédate sentada algunos minutos todos los días sin hacer nada, aprovecha lo máximo que puedas.
Cuando estés lavando plazos, reza. Da las gracias por tener platos que lavar; eso significa que en ellos hubo comida, que alimentó a alguien, que cuidó de una o más personas con cariño; cocinaste, pusiste la mesa. Piensa cuántos millones de personas en este momento no tienen nada que lavar o a nadie a quien prepararle la mesa.
Evidentemente, otras mujeres dicen: Yo no voy a lavar los platos, que los laven los hombres. Pues que los laven si quieren, pero no veas en ello una igualdad de condiciones. No hay nada de malo en hacer cosas simples, aunque si mañana yo publico un artículo con todo lo que pienso, dirían que estoy en contra de la causa femenina.
¡Qué tontería! Como si lavar los platos, usar sujetador o abrir y cerrar puertas fuese algo que humillase mi condición de mujer. En realidad, me encanta cuando un hombre me abre la puerta: en la etiqueta está escrito «Ella necesita que yo lo haga, porque es frágil», pero en mi alma está escrito: «Me trata como una diosa, soy una reina».
Yo no estoy aquí para trabajar por la causa femenina, porque tanto los hombres como las mujeres son una manifestación de la Madre, la Unidad Divina. Nadie puede ser más que eso.
Me encantaría poder verte dando clases sobre lo que estás aprendiendo; ése es el objetivo de la vida, ¡la revelación! Te conviertes en un canal, te escuchas a ti mismo, te sorprende de lo que eres capaz. ¿Recuerdas el trabajo en el banco? Puede que no lo hayas entendido, pero era la energía que fluía por tu cuerpo, por tus ojos, por tus manos.
Dirás. «No era exactamente eso, era el baile».
El baile funciona simplemente como un ritual ¿Qué es un ritual? Es transformar lo que es monótono en algo que sea diferente, rítmico, que pueda canalizar la Unidad. Por eso insisto: tienes que ser diferente incluso lavando platos. Mueve las manos de modo que no repitan nunca el mismo gesto, aunque mantengan la cadencia.
Si crees que te ayuda, intenta visualizar imágenes: flores, pájaros, árboles de un bosque. No pienses en cosas aisladas, como la vela en la que concentraste tu atención la primera vez que viniste aquí. Procura pensar en algo que sea colectivo. ¿Y sabes lo que vas a notar? Que no decidiste tu pensamiento.
Te voy a poner un ejemplo con los pájaros: imagina una bandada de pájaros volando. ¿Cuántos pájaros ves? ¿Once, diecinueve, cinco? Tienes una idea, pero no sabes el número exacto. Entonces, ¿de dónde salió ese pensamiento? Alguien lo ha puesto ahí. Alguien que sabe el número exacto de los pájaros, árboles, piedras, flores. Alguien que, en estas fracciones de segundo, se apodera de ti y muestra Su poder.
Eres lo que crees ser.
No te repitas. Como esa gente que cree en el «pensamiento positivo», que eres amada, fuerte, ni capaz. No tienes que decirlo, porque ya lo sabes. Y cuando dudas —y creo que debe de pasarte con mucha frecuencia en esta fase de la evolución—, haz lo que te he sugerido. En vez de intentar demostrar que eres mejor de lo que crees, simplemente ríete. Ríete de tus preocupaciones, de tus inseguridad. Tómate con humor tu angustia. Al principio es difícil, pero poco a poco te acostumbrarás.
Ahora vuelve y busca a toda esa gente que cree que lo sabes todo. Convéncete de que tienes razón, porque todos nosotros lo sabemos todo, es cuestión de creerlo.
Tienes que creer.
Los grupos son muy importantes, te comenté en Bucarest la primera vez que nos vimos. Porque nos obligan a mejorar; si estás sola, lo único que puedes hacer es reírte de ti misma, pero si estás con otros, te reirás y actuarás en seguida. Los grupos nos desafían. Los grupos nos permiten seleccionar nuestras afinidades. Los grupos provocan una energía colectiva en la que el éxtasis es mucho más fácil, porque unos contagian a otros.
Evidentemente, los grupos también pueden destruirnos. Pero eso forma parte de la vida, es la condición humana: vivir con los demás. Y si una persona no ha sido capaz de desarrollar bien su instinto de supervivencia, entonces es que no ha entendido nada de lo que dice la Madre.
Tienes suerte, chica. Un grupo acaba de pedirte que le enseñes algo, y eso te va a convertir en maestra.