Antoine Locadour, setenta y cuatro años, historiador, I. C. P., Francia

Es fácil identificar a Sara como una más de las muchas vírgenes negras que hay en el mundo. Sarah-Kali, dice la tradición, procedía de un noble linaje y conocía los secretos del mundo. Era, a mi entender, una más de las muchas manifestaciones de lo que llaman la Gran Madre, la Diosa de la Creación.

Y no me sorprende que cada vez más la gente se interese por las tradiciones paganas. ¿Por qué? Porque el Dios Padre siempre está asociado con el rigor y la disciplina del culto.

El fenómeno no es una novedad: siempre que la religión recrudece sus formas, un grupo significativo de gente tiende a ir en busca de más libertad en el contacto espiritual. Sucedió en la Edad Media, cuando la iglesia católica se limitaba a poner impuestos ya construir conventos llenos de lujo; como reacción, asistimos al surgimiento de un fenómeno llamado «hechicería» que, a pesar de ser reprimido por culpa de su carácter revolucionario, dejó raíces y tradiciones que han conseguido sobrevivir durante todos estos siglos.

En las tradiciones paganas, el culto a la naturaleza es más importante que la reverencia a los libros sagrados; la Diosa está en todo, y todo forma parte de la Diosa. El mundo es una expresión de su bondad. Existen muchas doctrinas filosóficas —como el taoísmo o el budismo— que eliminan la idea de la distinción entre el creador y la criatura. La gente ya no intenta descifrar el misterio de la vida, sino formar parte de él; en el taoísmo y en el budismo, incluso sin la figura femenina, el principio central también afirma que «todo es la misma cosa».

En el culto a la Gran Madre, lo que llamamos «pecado», generalmente una trasgresión de códigos morales arbitrarios, no existe; el sexo y las costumbres son más libres, porque forman parte de la naturaleza, y no se pueden considerar frutos del mal.

El nuevo paganismo demuestra que el hombre es capaz de vivir sin una religión instituida, y al mismo tiempo continuar la búsqueda espiritual para justificar su existencia. Si Dios es madre, entonces todo lo que hay que hacer es unirse y adorarla a través de los ritos que procuran satisfacer su alma femenina, como la danza, el fuego, el agua, la tierra, los cantos, la música, las flores, la belleza.

La tendencia ha ido creciendo a pasos agigantados en los últimos años. Tal vez estemos ante un momento muy importante de la historia del mundo, en el que por fin el Espíritu se integra en la Materia, se unifican y se transforman. Al mismo tiempo, creo que se producirá una reacción muy violenta por parte de las instituciones religiosas organizadas, que empiezan a perder fieles. El fundamentalismo crecerá y se instalará en todas partes.

Como historiador, me contento con recoger datos y analizar esta confrontación entre la libertad de adorar y la obligación de obedecer. Entre el Dios que controla el mundo y la diosa que es parte del mundo. Entre la gente que se une en grupos en los que la celebración se hace de modo espontáneo y aquellas que se van cerrando en círculos en los que aprenden lo que se debe y lo que no se debe hacer.

Me gustaría ser optimista, creer que finalmente el ser humano no ha encontrado su camino hacia el mudo espiritual. Pero las señales no son así de positivas: una nueva persecución conservadora, como ya sucedió muchas veces en el pasado, puede sofocar de nuevo el culto a la Madre.