Esos europeos llegan aquí pensando que lo saben todo, que merecen un mejor trato, que tienen derecho a inundarnos de preguntas, y que estamos obligados a responderlas. Por otro lado, se creen que cambiándonos el nombre por algo más complicado, como «pueblo nómada», o «los nómadas», pueden corregir los errores que cometieron en el pasado.
¿Por qué no siguen llamándonos gitanos e intentan acabar con las leyendas que siempre nos han hecho parecer malditos ante los ojos del mundo? Nos acusan de ser el fruto de una unión ilícita entre una mujer y el propio demonio. Dicen que fue uno de nosotros el que forjó los clavos que fijaron a Cristo a la cruz, y que las madres deben tener mucho cuidado cuando se acercan a nuestras caravanas, porque acostumbramos a robar a los niños y a convertirlos en esclavos.
Y por culpa de eso han permitido masacres a lo largo de la historia: fuimos cazados como las brujas de la Edad Media; durante siglos los tribunales alemanes no aceptan nuestro testimonio. Cuando el viento nazi barrió Europa, yo ya había nacido, y vi cómo deportaban a mi padre a un campo de concentración de Polonia, con el humillante símbolo de un triángulo negro cosido en su ropa. De los quinientos mil gitanos enviados para trabajar como esclavos, sólo sobrevivieron cinco mil para contar la historia.
Y nadie absolutamente nadie, quiere escuchar algo así.
En esta región olvidada de la Tierra, en la que decidieron instalarse la mayor parte de las tribus, hasta el año pasado nuestra cultura, nuestra religión y nuestra lengua estaban prohibidas. Si le preguntan a cualquier persona de la ciudad qué piensa de los gitanos, dirá sin pensarlo mucho: «Son todos unos ladrones». Por más que intentemos llevar una vida normal, dejando la eterna peregrinación y viviendo en lugares en los que podremos ser fácilmente identificados, el racismo sigue. Mis hijos están obligados a sentarse en las filas de atrás en su clase, y no pasa una semana sin que alguien los insulte.
Después se quejan de que no respondemos directamente a las preguntas, de que intentamos disfrazarnos, de que jamás comentamos abiertamente nuestros orígenes. ¿Para qué? Todo el mundo distingue a un gitano, y todo el mundo sabe cómo «protegerse» de nuestras «maldades».
Cuando aparece una niña metida a intelectual, sonriendo, diciendo que forma parte de nuestra cultura y de nuestra raza, yo en seguida me pongo en guardia. Puede ser uno de los enviados de la Securitate, la policía secreta de este dictador, el Conducator, el Genio de los Cárpatos, el Líder. Dicen que fue juzgado y fusilado, pero yo no me lo creo; su hijo todavía tiene poder en esta región, aunque esté desparecido en este momento.
Ella insiste; sonriendo —como si fuese muy gracioso lo que dice—, afirma que su madre es gitana y que le gustaría encontrarla. Tiene su nombre completo; ¿cómo pudo obtener tal información sin la ayuda de la Securitate?
Mejor no enfadar a la gente que tiene contactos en el gobierno. Le digo que no sé nada, que simplemente soy un gitano que ha decidido establecerse y llevar una vida honesta, pero ella sigue insistiendo; quiere ver a su madre. Yo sé quién es, también sé que hace más de veinte años ella tuvo un bebé y que lo dejó en un orfanato, y no se supo nada más. Nos vimos forzados a aceptarla en nuestro círculo por culpa de aquel herrero que se creía dueño del mundo. ¿Pero quién garantiza que la chica intelectual que está frente a mí es la hija de Lilliana? Antes de intentar buscar a su madre, debería por lo menos respetar algunas de nuestras costumbres, y no aparecer vestida de rojo, porque no es el día de su boda. Debería usar faldas más largas, para evitar la lujuria de los hombres. Y nunca debería haberme dirigido la palabra de la manera en que lo hizo.
Si yo hablo de ella en el presente, es porque para aquellos que viajan el tiempo no existe; sólo el espacio. Venimos de muy lejos, nos dicen que de la India, otros afirman que nuestro origen está en Egipto, el hecho es que cargamos con el pasado como si hubiese ocurrido ahora. Y las persecuciones todavía siguen.
Ella intenta ser simpática, demuestra que conoce nuestra cultura, cuando eso no tiene la menor importancia; lo que debería conocer son nuestras tradiciones.
—Me he enterado en la ciudad de que es usted un Rom Baro, un jefe de tribu. Antes de venir aquí he aprendido mucho sobre nuestra historia…
—No es «nuestra», por favor. Es la mía, la de mi mujer, de mis hijos, de mi tribu. Usted es una Europa. Usted jamás ha sido apedreada en la calle, como yo cuando tenía cinco años.
—Creo que las cosas están mejorando.
—Siempre han mejorado, para empeorar después.
Pero ella no deja de sonreír. Me pide un whisky; nuestras mujeres nunca harían algo así.
Si sólo hubiese entrado aquí para beber, o para buscar compañía, sería tratada como una clienta. He aprendido a ser simpático, atento, elegante, porque mi negocio depende de eso. Cuando los que frecuentan mi restaurante quieren saber más sobre los gitanos, comento unas cuantas cosas curiosas, les digo que escuchen al grupo que va a tocar dentro de un rato, comento dos o tres detalles sobre nuestra cultura, y salen de aquí con la sensación de que lo saben todo sobre nosotros.
Pero la chica no viene aquí en busca de turismo, sino que afirma que forma parte de la raza.
Me tiende de nuevo el certificado que ha conseguido del gobierno. Pienso que el gobierno mata, roba, miente, peor no se arriesga a dar certificados falsos, y que ella entonces debe ser la hija de Liliana, porque está escrito el nombre completo y el sitio en el que vivía. Supe por la televisión que el Genio de los Cárpatos, el Padre del Pueblo, el Conducator de todos nosotros, ese que nos hizo pasar hambre mientras lo exportaba todo al extranjero, el que tenía los palacios con la cubertería bañada en oro mientras el pueblo moría de inanición, ese hombre y su maldita mujer solían pedirle a la Securite que recorriese los orfanatos cogiendo bebés para ser entrenados como asesinos por el Estado.
Sólo cogían niños, dejaban a las niñas. Puede ser verdad que sea su hija.
Miro de nuevo el certificado y me quedo pensando si decirle dónde se encuentra su madre o no. Liliana se merece ver a esta intelectual, que dice que es «una de los nuestros». Liliana se merece mirar a esta mujer frente a frente; creo que ya ha sufrido todo lo que tenía que sufrir después de traicionar a su pueblo, se acostó con el gaje (N. R.: Extranjero), avergonzó a sus padres. Tal vez sea el momento de acabar con su infierno, que vea que su hija a sobrevivido, que ha ganado dinero, e incluso puede ayudarla a salir de la miseria en la que se encuentra.
Tal vez yo pueda cobrar algo por la información. Y, en el futuro, nuestra tribu consiga algunos favores, porque vivimos tiempo confusos, en los que todos dicen que el Genio de los Cárpatos está muerto, incluso se exhiben escenas de su ejecución, pero puede resurgir mañana, como si todo se tratara de un excelente golpe para ver quién estaba de su lado y quién estaba dispuesto a traicionarlo.
Los músicos van a tocar dentro de un rato, mejor hablar de negocios.
—Sé dónde está esta mujer. Puedo llevarla hasta ella.
Mi tono de conversación es ahora más simpático.
—Sin embargo, creo que esa información tiene un valor.
—Ya estaba preparada para eso —responde, tendiéndole mucho más dinero del que yo pensaba pedir.
—Eso no da ni para pagar el taxi hasta allí.
—Tendrá otra cantidad igual cuando yo haya llegado a mi destino.
Y siento que, por primera vez, ella vacila. Parece que tiene miedo de seguir adelante. Cojo el dinero que ha puesto en el mostrador.
—Mañana la llevo hasta Liliana.
Sus manos tiemblan. Pide otro whisky, pero de repente un hombre entra en el bar, cambia de color y va inmediatamente hacia ella; entiendo que debieron de conocerse ayer y hoy ya están hablando como si fuesen viejos amigos. Sus ojos la desean. Ella es plenamente consciente de ello, y lo provoca todavía más. El hombre pide una botella de vino, ambos se sientan a una mesa, y parece que se ha olvidado por completo de la historia de su madre.
Pero yo quiero la otra mitad del dinero. Cuando voy a llevar la bebida, le pregunto en qué hotel se hospeda, y le digo que estaré allí a las 10 de la mañana.