LO QUE DIJERON LOS PERIÓDICOS
La vida en aquel rincón fue para los dos fugitivos muy extraña y distinta de la normal. Se levantaban de madrugada, cuando oían al señor Isidro llamando a sus gallinas, y desde aquellas horas comenzaba para ellos una serie de operaciones que les distraía.
Por la mañana, Aracil, con una paciencia inaudita, machacaba entre dos piedras granos de cebada y avena, y con la especie de harina gruesa que quedaba hacía una pasta que les servía como un puré para el desayuno. Después, sólo con el cuidado de hacer hervir la olla se pasaban toda la mañana.
María se entretuvo en quitar las iniciales a la poca ropa blanca que llevaban encima. Una de las preocupaciones del doctor Aracil fue la de curtirse al sol para quedar más desconocido; tenían padre e hija la cara blanca de los que no andan a la intemperie, y todos los días los dos se pasaban largos ratos al sol para ir ennegreciendo.
Entre la comida, el tomar el sol y discutir proyectos de fuga tuvieron al principio ocupación bastante.
El segundo día el señor Isidro les dejó por la mañana un periódico. Lo leyeron, y renovó en ellos las tristezas y las angustias. No habían cogido todavía a Brull y se perseguía como cómplice al doctor.
Las noticias más interesantes para Aracil publicadas por los diarios eran estas:
En casa del doctor Aracil.
Esta mañana se ha presentado un inspector de Policía en casa del doctor don Enrique Aracil, pues está plenamente demostrado que el doctor era amigo del anarquista Brull. Se ha llamado repetidas veces en casa del señor Aracil, y viendo que nadie contestaba, ha habido que buscar un cerrajero para que abriese la puerta. En la casa no había nadie. Interrogada la portera, ha dicho que vio salir al doctor Aracil a eso de las seis de la tarde del día del atentado. Se le preguntó si no le pareció extraño el ver la casa cerrada y dijo que no, porque muy frecuentemente el doctor Aracil y su hija salían de Madrid sin avisar a nadie. Mientras el inspector hablaba con la portera, una muchacha, sirviente en un cuarto del mismo piso en donde vive el señor Aracil, ha dicho que ayer oyeron en la habitación del doctor el ruido de una fuente que corría. Preguntó a una de las criadas del señor Aracil: «¿Están tus señoritos?» Y ella dijo: «No». «Pues he oído el ruido de la fuente.»
Por el examen de la casa y por la declaración de esta muchacha hay motivos para creer que Nilo Brull estuvo en casa del doctor Aracil y que después, los dos juntos o separados, han huido.
El cochero que condujo al doctor Aracil.
Se ha presentado el cochero del coche número 1329 en el Juzgado de Palacio. Ha declarado que llevó a un hombre de las señas de Aracil, elegante, de barba negra, con anteojos, gabán al brazo, desde la calle de Fuencarral a la del Prado.
La familia de Aracil.
Don Venancio Arce, ingeniero de Minas, llamado por el juez del distrito de Palacio, ha dicho que su sobrina María Aracil estuvo el día del atentado en su casa, y que fue a visitar a una hija del ingeniero, enferma del sarampión. El señor Arce cree que su pariente Aracil conocía a Brull; pero que se puede tener la seguridad absoluta de que el doctor no tiene participación en el atentado. Pensar otra cosa le parece una locura.
Doña Belén Arrillaga dijo que su sobrina María, hija del doctor Aracil, estuvo en su casa el día del atentado desde las tres a las siete de la tarde, hora en que fue a recogerla su padre.
Sor María, del Hospital General.
Sor María, de la sala de enfermos que está a cargo del doctor Aracil, ha declarado que la tarde del atentado vio entrar al doctor con una mujer. Le hizo la hermana una pregunta a Aracil respecto al tratamiento de un nefrítico, y luego no le vio más. Un mozo del Hospital vio salir al doctor Aracil con su hija a eso de las siete o siete y media de la noche, habló un momento con ellos, pero el doctor no tenía ganas de conversación.
Desde este momento nadie ha visto al doctor Aracil y a su hija.
Señas de los anarquistas.
Se han dado órdenes telegráficas a las estaciones de todas las líneas con las señas de Nilo Brull, del doctor Aracil y de su hija. Se duda que consigan salir de España.
El doctor Aracil.
El doctor Aracil tiene cuarenta y dos años, es de mediana estatura, delgado, de barba negra. El doctor es médico del Hospital General y goza de justa fama. Su clientela, numerosa, no es mayor, según dicen, porque él mismo no la cultiva. Es uno de los médicos más ilustres e inteligentes de Madrid. Su hija María es una linda muchacha de dieciocho años, muy conocida en la sociedad madrileña.
Los amigos del doctor Aracil afirman que es un absurdo suponer que el doctor tenga complicidad en el atentado de Brull. Sin embargo, parece confirmarse que Aracil se hallaba relacionado con los anarquistas, a quienes favorecía con su influencia y su dinero.
Una rusa.
Se dice que una señorita rusa afiliada al terrorismo, en compañía de un significado anarquista de Barcelona que ha desaparecido, y de Brull, estuvieron en casa del doctor Aracil conferenciando con él. Por algunas personas se asegura que el doctor Aracil ha sido el inductor de este atentado y que Brull ha obrado sólo como un instrumento.
Cuando Aracil leía estas noticias en el rincón de la Casa de Campo se estremecía de terror.
«La verdad es que esto —pensaba— parece una pesadilla, un sueño de fiebre.»
Al cuarto día la excitación que reflejaban los periódicos iba en aumento. Se detuvo a un italiano tomándolo como anarquista y estuvo a punto de ser linchado, pero demostró claramente su inocencia. Ni el criminal ni el encubridor aparecían. En los periódicos, Aracil tomaba una personalidad siniestra, se le quería complicar en la bomba de París y en las de Barcelona, y se suponía que era el jefe de una asociación terrorista. Desde Londres enviaron a Madrid una información folletinesca de lo más absurdo posible. Según esta información, en el Centro Anarquista Internacional de Londres se había celebrado una gran reunión en donde se había discutido y aprobado la muerte de los reyes de España. Brull, que asistió a la reunión, dijo que él, en compañía de un señor don José, iría a España a dinamitar a los reyes. El relato tenía todo el aspecto de una filfa, y el fantástico y anarquista señor don José parecía salido de la ópera Carmen, más que de la realidad.
Para fin de fiesta, el doctor Iturrioz comenzó a contar una de historias que acabaron de embarullar por completo el asunto. Iturrioz habló de un millonario extranjero que protegía a su amigo Aracil y cuyo automóvil rojo había visto pasar a toda velocidad el mismo día del atentado, y pintó tales misterios, siempre diciendo que no sabía nada, que no tenía dato alguno, sino que suponía, pensaba, que puso en movimiento a toda la Policía y la lanzó sobre una serie de pistas falsas.
—¿Para qué hará eso Iturrioz? —preguntaba Aracil a María.
—Para engañar a la Policía, seguramente.
—Eso debe ser. Lo que a mí me preocupa es Brull. ¿Qué hace ese hombre?
Al quinto día un periódico afirmó que Aracil estaba ya en París y la noticia le hizo pensar al doctor.
—¿Qué te parece —le dijo a María— si escribiera a mi amigo Fournier para que diga que me han visto allí?
—Muy bien.
Escribió una nota Aracil firmándola.
—¿Y si alguno del correo la ve? —preguntó María.
—No van a abrir las cartas.
—¡Fíate! Por si acaso, convendría no firmar. ¿No podrías decir algo a tu amigo que le indicase que eras tú quien le escribías, sin poner tu nombre?
—Sí, pondré esto: «El antiguo compañero del número 7 del hotel Médicis.»
—Sí, es lo mejor. También estaría bien ponerlo en un idioma que no lo comprendiesen.
—Fournier sabe el inglés.
—Pues escribiré yo en inglés.
—Sí, es buena idea. Además le voy a decir que haga unas tarjetas con mi nombre y las deje en cuatro o cinco sitios.
Tradujo María la carta al inglés, la copió Aracil y escribió ella el sobre. El señor Isidro echó la carta con grandes precauciones, comprando primero el sello y luego pegándolo él mismo.