37

¡Por fin solos! Josh cerró la puerta de la suite con ímpetu, abrazó a Shannon y la besó. Ella le rodeó con sus brazos y una sonrisa alegre y replicó a su beso apasionadamente.

A primera hora de la tarde habían ido a la ópera. Josh llevaba un frac blanco, un chaleco blanco con una corbata de seda. Le brillaban unas perlas en los puños y sobresalía de su frac un chal de seda. Llevaba una rosa en el ojal. Para rematar llevaba bastón, guantes y sombrero de copa. Shannon estaba impresionante. El vestido de seda de color azul de medianoche con las estrellitas brillantes bordadas le dejaba libres los hombros. El deseo vehemente de Ronan de volver a ver a su mamá en la portada de la revista Vogue iba a cumplirse sin lugar a dudas.

Después de dejar a Ronan en la cama, dejaron la suite y se fueron en coche a la ópera. Ante la puerta les esperaba una tormenta de flashes. Sin embargo, Shannon le cogió de la mano como la cosa más natural del mundo, entrelazó los dedos de él con los suyos y le condujo escaleras arriba hasta los palcos. ¡Qué hermosa estaba Shannon a la suave luz del escenario! Le brillaba la piel como la seda, le fulgía el cabello recogido, sus ojos destellaban. Enrico Caruso no era la estrella de la velada, sino ella. Carmen no despertó el interés de Josh; él solo tenía ojos para ella. Se fueron aproximando el uno al otro cada vez más, y él la rodeó con el brazo y la atrajo firmemente hacia él. Sintió los latidos de ella y su temblor. Sobrecogidos por la intensidad de sus sentimientos, no esperaron a que acabara la obra, sino que abandonaron el palco estrechamente abrazados y regresaron al hotel Palace.

En el vestíbulo, en el que se habían conocido hacía seis años, se encontraron con Charlton. Los estaba esperando fumándose un puro habano con cara de placer.

—¡No lo estropees otra vez!

Josh rio alegremente.

—¡No!

—¡Mucha felicidad!

—La tengo. —Tenía a Shannon entre los brazos.

Charlton rio con ganas.

—Bueno, entonces ¡que os divirtáis!

Shannon y él echaron un vistazo al Garden Court, que estaba lleno de gente a rebosar. Caitlin estaba celebrando en él su cumpleaños. A continuación subieron en el ascensor a su suite.

Se estaban besando apasionadamente cuando de pronto vino Ronan de su habitación frotándose los ojos por el sueño.

—¿Mamá? ¿Papá?

Shannon se fue hasta su hijo.

—¿Cómo es que no estás durmiendo?

—Estaba esperándoos.

Ella le agarró de los hombros y se lo llevó a su habitación para meterse con él en la cama. Mientras tanto Josh encendió las velas de la cena en el dormitorio. Las ostras estaban frescas, el champán, helado. Los pétalos de las rosas decoraban la cama abierta. Se aseguró de que la cajita de terciopelo seguía en el cajón de la mesita de noche. La estaba dejando de nuevo en su sitio cuando Shannon entró en el dormitorio cerrando la puerta tras ella. Josh la abrazó.

—¿Te apetecen unas ostras? —le susurró él, frotando su nariz en la mejilla de ella.

—No.

—¿Una copa de champán?

Ella rio.

—No.

—¿Qué quieres entonces?

Ella le besó y le empujó hacia la cama.

—A ti.

«¡Por fin!», pensó él embriagado de ella.

Se dejó caer en la cama, y ella se tumbó a su lado para desabotonarle el chaleco y la camisa. Luego se inclinó encima de él para acariciarle el pecho desnudo con los labios. Él gimió, y ella estalló en una suave carcajada al tiempo que se dejaba caer en la almohada a su lado.

—Imagínate que no hubiéramos tropezado nunca el uno con el otro.

Ella sonrió embelesada al sentir la mano de él en la espalda. Él le abrió el vestido de seda y deslizó los dedos por su suave piel. Ella tembló de la excitación.

Se besaron estrechamente entrelazados, luego se desvistieron el uno al otro. ¡Cuánto tiempo habían estado esperando los dos ese momento! ¡Sin pudor! ¡Sin arrepentimientos! Solo confianza y amor.

Ella se entregó entre suspiros a las tiernas caricias de él. Gimió en voz baja cuando él la acarició con los labios, las manos, con todo su cuerpo. Y jadeó al encender él con ímpetu su acalorado cuerpo. El corazón le latía a toda velocidad. Él pudo percibir perfectamente que latía al mismo compás que el suyo. Y también su respiración iba pareja cuando ya no pudieron refrenar su deseo y se unieron en la embriaguez del amor.

¡Fue indescriptiblemente bella la sensación cuando él se sumergió en ella! Ella le agarró de las nalgas con las dos manos y las empujó hacia ella para que él la penetrara aún más profundamente. Cuando él apoyó la cabeza en el hombro de Shannon, ella le rodeó con los brazos, cruzó las piernas y se aferró a él.

«¿Hay alguna sensación más hermosa que esta?», se preguntó él con alegría. «¡Que le aferren a uno así! Percibir su calidez, aspirar su aroma, ver la luz en sus ojos, la felicidad que nos regalamos el uno al otro, el amor que solo es para mí. ¡Tenemos toda la noche para regalarnos el uno al otro! Y el resto de nuestras vidas para volver a hacerlo una y otra vez».

Él había olvidado lo maravilloso que era hacerlo con ella, la pasión, la ternura, la despreocupación que se creaba entre ellos. ¡Qué deseado se sentía! ¡Y qué amado! Se miraban el uno al otro incesantemente a los ojos, sus cuerpos se movían al unísono, y cada uno se preocupaba de regalar placer al otro, alegría, felicidad, liberación.

—Te amo —susurró Josh con emoción cuando finalmente se entregaron a sus sentimientos.

«¡Ochenta años!», pensó Caitlin con melancolía. «¿Adónde han ido a parar todos estos años? ¿Y mis hijos y nietos? ¡Deberían sobrevivirme!».

Dejó vagar la mirada por entre los centenares de invitados en el Garden Court que habían venido para festejarla. Solo una persona no había aparecido. Caitlin pasó la vista por todos los rincones de la sala abarrotada bajo la cúpula de cristal en la que poco antes de la medianoche había un alegre ambiente de fiesta. Cerca de la orquesta bailaban Colin y Sherrie estrechamente abrazados entre las tinajas con palmeras repartidas por la sala.

¿Y Shannon? Antes había regresado abrazada a Josh. Charlton la había visto. Pero no aparecía por allí.

«Mío es el pasado», pensó Caitlin con una dolorosa punzada en el corazón. «El futuro es de ella».

Respiró profundamente para sosegarse.

A medianoche, el gobernador pronunció su discurso solemne para la ocasión:

—… una de las mujeres más sobresalientes de la historia de California. San Francisco le debe mucho a Caitlin… —Colin se puso a continuación a su lado y dio lectura a un telegrama del presidente de Estados Unidos. A continuación alzó su copa de champán, y la orquesta tocó Auld Lang Syne. Terminaba una era; una nueva debía dar comienzo esa noche. Pero Shannon no venía.

Hacía unas horas la había llamado por teléfono para felicitarla. Le dijo que iba a ir a la ópera con Josh y que incluso disponía de una suite en el hotel. No había reaccionado a la nota que estaba incluida en la tarjeta con la invitación. «Shannon, ven, por favor. Tenemos que hablar de algunas cosas». Caitlin no le preguntó. Ella había supuesto… no, había esperado que Shannon asistiría al acto.

A Caitlin le temblaron las rodillas cuando finalmente se levantó y calmó los aplausos atronadores con las dos manos. Lo que debía ser un triunfo, lo estaba sintiendo ahora de repente como una derrota.

No había reconciliación.

Charlton la observó con cara de preocupación.

A Caitlin le tembló la voz.

—Amigos míos… —Los gritos jubilosos ahogaron sus palabras, y ella alzó la mano. Poco a poco se fue tranquilizando la sala—. Ochenta años. Han pasado volando como un único día lleno de triunfos y de tragedias. Lleno de recuerdos de los hijos y nietos que ya no están con nosotros. Lleno de pensamientos de toda una vida colmada. —Dirigió la vista a Charlton, que contestó a su mirada—. Ochenta años. A Charlton le pareció que sería un buen momento para dejarlo. Hace algunas semanas entregó Brandon Corporation a Josh. —Alzó la voz—. ¡Una idea estupenda, Charlton!

Carcajadas generales que conjuraban la competencia de varias décadas entre las dos empresas. Charlton levantó la mano con una sonrisa sarcástica y la saludó.

—Me he decidido a hacer lo mismo. Voy a dejar las riendas de Tyrell & Sons… —Sus siguientes palabras quedaron ahogadas en una ovación estruendosa. La orquesta repitió los últimos compases de Auld Lang Syne.

Caitlin dirigió la vista a Colin. Sus ojos brillaban llenos de esperanza. Sherrie le presionaba el brazo para darle ánimos. Angustiada, Caitlin dejó vagar nuevamente la vista por la sala, pero no podía dar con Shannon allá donde miraba. ¡Cómo le habría gustado reconciliarse con ella! ¡Y deliberar con ella antes de anunciar su decisión!

Su mirada regresó de nuevo a Colin. Tras su amarga discusión de hacía algunos meses, no sabía exactamente lo que él iba a hacer, si quedarse en San Francisco y dirigir la empresa o regresar a Alaska y disfrutar de su libertad.

Caitlin se llenó profundamente de aire los pulmones.

—¿Quién puede hacerse cargo y tomar las riendas? ¿Quién puede perdurar en estos tiempos? —Hizo una pausa dramática—. Siempre he soñado con entregar la empresa que he construido a una mujer que siga llevando los negocios. Una mujer decidida, obstinada y valiente. Pero ¿no es más correcto entregarla al mejor, a quien la conduzca al éxito con dignidad y autoridad, al más capacitado y al más prudente, al que tome la responsabilidad, independientemente de si es un hombre o una mujer?

Un murmullo recorrió la sala como una ola.

—A quien ha tomado decisiones del consorcio con muchos millones de dólares en juego. A quien ha expandido la empresa por todo el mundo. A quien en los últimos años ha recorrido nuevos caminos invirtiendo en nuevas tecnologías. A quien está sentando nuevas bases en los negocios.

De repente, Colin dio la impresión de estar tenso.

—Amigos míos, estoy orgullosa de que esta persona excelente y admirable, con corazón y cabeza, sea la persona que me va a suceder…

Los dos estaban estrechamente entrelazados a la luz de las velas, metidos en la cama, acariciándose y besándose. Josh la rodeaba con el brazo, y la mano de ella descansaba en las nalgas de él. ¡Había tanta ternura en ellos, tanto amor!

«Fracasé estrepitosamente en la primera proposición de casamiento», pensó él. «Esta vez quiero hacerlo todo bien».

La besó suavemente y se incorporó.

—Te prometí una velada romántica. No irás a creer que esto es todo, ¿verdad? —Josh abrió el cajón de la mesita de noche, sacó la pequeña caja de terciopelo y se la tendió con un beso—. Te amo.

—Y yo te amo a ti. —Los dedos de ella temblaron al abrir la cajita—. ¡Una rosa roja! —dijo ella riendo por la sorpresa. Al parecer se había esperado algo diferente—. ¡Qué bonita!

—La felicidad es tan tierna y tan pasajera como esta flor —le susurró Josh sacándola de la caja—. No podemos retenerla para conservarla. Pero podemos retenernos el uno al otro para conservar nuestro amor. Con este anillo. —Lo sacó y se lo puso en la mano. A Shannon pareció gustarle porque sonrió y sus ojos irradiaron un brillo más intenso que el del brillante—. ¿Quieres casarte conmigo?

Ella le abrazó.

—¡Sí! —dijo ella con un hilo de voz, emocionada, y le dio un beso suave—. ¡Sí… sí… sí!

Poco después de las cinco de la mañana, Caitlin estaba sentada sola al final de la mesa decorada con solemnidad y daba vueltas con la mano a su copa de champán, cuando Charlton se abrió paso entre los invitados y se quedó de pie a su lado.

—¡Una fiesta estupenda!

Ella bebió un sorbo de champán. No le encontró sabor.

—¿Quieres bailar? —Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella permaneció sentada.

—¿Te acuerdas de cuando bailamos juntos la última vez?

Él desfiguró los labios.

—La noche en la que me dejaste por Geoffrey Tyrell. —Él la agarró de una mano y la condujo con decisión por la sala. En la pista de baile la tomó del brazo—. Te resultará difícil soltar las riendas —dijo él en tono de suposición.

—Sí, mucho.

—A mí también —confesó él mientras bailaban despacio juntos. Hacía décadas que no se acercaban tanto el uno al otro—. Pero nuestras empresas están en las mejores manos. —Al asentir Caitlin con la cabeza, formuló él otra suposición—. Estás decepcionada.

—Esperaba que nos reconciliáramos. Me hacía mucha ilusión compartir todo esto con ella.

—Ya sabes por qué no ha venido.

Caitlin levantó la vista.

—Josh le ha pedido que sea su esposa.

Ella asintió con la cabeza con aire meditabundo.

—Señora Brandon. —Charlton sonrió—. Tú también lo fuiste una vez.

Ella desfiguró el rostro.

—Josh la ama mucho. Como yo te amé a ti, Caitlin.

Su confesión le procuró una punzada. Recordó todos los años en los que habían luchado uno contra el otro.

—¿Me sigues amando?

Él no dudó ni un instante en contestar.

—Somos dos partes de un todo. No podríamos vivir sin el otro porque no podríamos soportar la soledad. Vivimos nuestras vidas de completa pasión. Necesitamos la agitación de nuestros corazones para sentirnos vivos.

—¿Es eso amor? —preguntó ella con tono de duda.

—¿Qué si no?

Ella se rio en seco.

—¿Debo temerme algo de ti?

Él esbozó una sonrisa picarona.

—Tú no, para nada.

La despertó un ruido. Era un traqueteo y un chirrido como el de un tranvía en pleno viaje. Shannon se incorporó asustada. El retumbo se fue haciendo más fuerte y se mezcló con los crujidos de la madera y los estampidos de las piedras. La cama temblaba y se movía con tanta fuerza que Josh y ella tuvieron que agarrarse bien para no salir despedidos de ella.

¡Una sacudida! ¡Como si el suelo se estuviera abriendo por debajo de ellos!

Las velas de la cena cayeron y prendieron en llamas el mantel de la mesa. A la luz de las llamas, Shannon miró el reloj que estaba encima de la mesita de noche. Eran las cinco y doce minutos.

Diez segundos.

El terremoto no cesaba. Josh saltó de la cama y dando tropiezos se dirigió a la mesa para apagar las llamas con el hielo derretido en la enfriadera del champán. Shannon se fue dando tumbos hasta la ventana, se arrojó sobre la alfombra, siguió arrastrándose y se levantó agarrando con fuerza las pesadas cortinas de terciopelo.

Al alba, la ciudad era un infierno rugiente. Casas arrancadas de sus cimientos se tambaleaban como árboles azotados por una tormenta y se precipitaban al suelo. Los tejados estallaban. Caían piedras al vacío. Nubes de polvo ascendían en remolinos. Postes del telégrafo cayendo. Cables eléctricos colgantes emitiendo chispas azules. De pronto se fue toda la luz eléctrica y San Francisco quedó entera a oscuras.

Veinte segundos.

Unas sombrías nubes de polvo se tragaron los primeros rayos del sol naciente. Abajo, en Market Street, cuyos adoquines saltaban como palomitas de maíz de la sartén, vio ahora a algunas personas, hombres y mujeres vestidos con trajes y vestidos elegantes, en pijama y en camisón. Una chica se había envuelto en una sábana. Con los brazos en alto corrían agachados entre los muros que se desplomaban, huyendo de aquel infierno. Algunos no volvían a aparecer de entre las nubes arremolinadas compuestas por piedras reventadas y cristales rotos. Otras personas desaparecían en una grieta que se iba abriendo en la calle como un bostezo y produciendo un estrépito horrible a lo largo de las vías del tranvía.

¡Muerte y ruina! Gritos horribles se elevaban hacia ella. Una mujer corría por la calle, se cayó de rodillas llevando en brazos a un niño que sollozaba. El rostro de ella estaba descompuesto por una mueca de pánico.

El terremoto era ahora tan fuerte que le volaba el corazón a Shannon y le zumbaba la cabeza. Estaba temblando de miedo. Tuvo que agarrarse bien fuerte a las cortinas para no caer. ¡La ventana traqueteaba igual que en una tormenta! ¿Cuándo se haría añicos el cristal?

¡Una explosión! ¡En la casa de enfrente había reventado una tubería de gas! Una llamarada, un reflejo de luz deslumbrante, ¿se había desatado un incendio? ¿Habría quedado alguien encerrado en el edificio en ruinas?

Un estruendo retumbante llenaba el aire de vibraciones. La tierra seguía temblando. Paralizada por el horror, Shannon observó cómo la calle se elevaba y descendía como las olas en el océano. Pudo oír a lo lejos tocar la campana de una iglesia, luego una segunda y una tercera. ¡El toque de las campanas a muerto para una ciudad moribunda! El repique de las campanas quedó ahogado por el sonido claro de la porcelana y el cristal rompiéndose detrás de ella. Por lo visto estaban cayendo al suelo los platos y las copas de la mesa.

Todo el hotel se tambaleaba como un barco en la tempestad, produciendo toda clase de crujidos y tintineos. Las puertas cerradas estallaban con un estampido seco. La lámpara de araña de cristal del techo se precipitó sobre la cama. La estantería de los libros cayó al suelo, y los libros desaparecieron bajo un montón de fragmentos rotos del revoque del techo.

Josh la agarró del brazo. Tenía el pelo desgreñado y cubierto de polvo y mortero. Sangraba de una herida en la frente.

—Puede que el hotel no aguante mucho más el terremoto. Hay grietas en las paredes. Si se hunde el tejado, arrastrará consigo todas las plantas del edificio. —Su voz sonaba distorsionada por las potentes sacudidas. Tosiendo le puso a Shannon un montón de ropa en las manos: ropa caqui, jerséis, botas monteras que ella había metido en la maleta para hacer una excursión con sus chicos—. Si se incendia el hotel no tendremos ninguna oportunidad de sobrevivir aquí arriba. Tenemos que salir de aquí lo más rápidamente posible.

Treinta segundos.

¡Ambos lo contemplaron a la luz del alba, más allá de los tejados y de las nubes de polvo! La Torre Tyrell se elevó del suelo como movida por una ola subterránea de piedra y acero, con una cresta de madera y cristales. Luego cayó sobre sus propios cimientos. Las columnas se hicieron añicos con un sonido estruendoso, como disparos de cañón. La cúpula se desmoronó con un estampido sordo. Los escombros despedazaron la planta siguiente, y luego la siguiente. ¡La Torre Tyrell se estaba desplomando! Se fue inclinando de costado por encima de la calle. La punta de la torre arañó el lateral del Edificio Brandon y lo arrastró consigo. Nubes de escombros se levantaron con violencia. Los primeros rayos del sol penetraron a través del polvo arremolinado.

Cuarenta segundos.

Al igual que Josh, Shannon se embutió en los pantalones militares y se puso el jersey por encima. Mientras se estaba calzando las botas monteras, estalló el cristal de la ventana por detrás de ella. La onda expansiva la arrojó al suelo. Le llovieron las esquirlas encima y se le quedaron prendidas en el pelo. Le corría la sangre por el rostro.

Josh la agarró y la levantó.

—¡Tenemos que salir de aquí!

Una grieta fue abriéndose en el techo de la habitación para ramificarse con un crujido. ¡Un buen pedazo del techo iba a caer de un momento a otro! Un estruendo seco hizo que Shannon se estremeciera de miedo. Su corazón le dio una punzada. ¿Se había caído el techo en la habitación de Ronan?

—¡Ronan! —gritó ella presa del pánico—. ¡Ronaaan!

La violencia del terremoto la había arrancado de los brazos de Charlton, y la gente que huía alocadamente los había separado. Paralizada por el horror, Caitlin miró alrededor de la sala en la que se habían apagado las luces. En la claridad incipiente del alba que iluminaba la cúpula de cristal situada encima de ella, no pudo verlo por ninguna parte.

¿Y Shannon? No había venido. El corazón de Caitlin estaba helado. Se encontraba sola en mitad del caos.

Cincuenta segundos.

Los gritos de pánico se sofocaban entre el tableteo amenazador de la cúpula. Vibraba el aire. ¿Cuánto tiempo más aguantarían el acero y el cristal los embates del terremoto?

Las macetas con las palmeras habían caído todas con las primeras sacudidas. Las mesas del banquete se habían venido abajo, los platos y las copas se habían estrellado contra el suelo. Las velas habían prendido fuego a los manteles. Por todas partes se elevaban las llamas encendiendo los posos de whisky de las copas, las servilletas con manchas de champán y las tarjetas de invitación con el menú, que estaban llenas de confeti.

A unos pasos de distancia, Colin se sacaba el frac y golpeaba con él contra un fuego. Sherrie le ayudaba valientemente con su estola de piel. El caballero que había estado sentado junto a ella y Colin estaba ahora muerto. Sus ojos miraban fijamente a la cúpula en la que irrumpía la luz del fuego.

Un estallido ruidoso ahogó los gritos estridentes. Asustada, Caitlin dirigió la mirada arriba. ¡No, eso no! Una columna o una repisa de la fachada por encima del Garden Court se había desprendido por las sacudidas y se había precipitado sobre la cúpula, que seguía aguantando el terremoto, sí, pero ¿por cuánto tiempo más? A través del cristal mate, Caitlin solo divisaba vagamente la fachada por encima de ella. Sin embargo, sí vio venir el alud de escombros y cascotes. Caitlin quiso gritar pero no le salió la voz.

Los fragmentos de piedras tronaban sobre la cúpula de cristal, que acabó estallando por la virulencia de los golpes con un inmenso estruendo. Una cascada de astillas prendidas y de esquirlas brillantes se le vino encima a Caitlin, que alzó los dos brazos para protegerse el rostro. El cristal le desgarró la piel, que comenzó a sangrar por multitud de heridas. Gritando de dolor dio unos pasos tambaleándose, tropezó y cayó al suelo. En ese instante cedía un jabalcón y caía sobre ella.

Caitlin sintió el golpe, el dolor, la sangre, las lágrimas y la desesperación que le desgarraba el corazón. De pronto sintió frío. Luego todo se volvió penumbra en torno a ella.

—¡Ronaaan! —exclamó Shannon. ¿La podía escuchar?—. ¡No tengas miedo, mi vida! ¡Mamá y papá estamos aquí!

De pronto se hizo la calma. ¿Había pasado por fin el terremoto? Josh y ella se sujetaban el uno en el otro temiéndose que comenzara de nuevo.

La calma era inquietante. No había temblores, ninguna viga de acero que cediera, ninguna piedra que estallara, ningún grito de pánico, como si las personas, a la vista de la magnitud de la catástrofe, solo pudieran susurrar en voz baja, como si una palabra en voz alta, un sollozo desesperado o un grito de dolor pudieran poner término a aquella quietud engañosa. ¿Había pasado todo realmente?

Shannon abrió de par en par la puerta de la habitación de Ronan. El cuarto estaba completamente devastado. Una parte del techo se había precipitado sobre la cama, la pared del cuarto de baño se había desmoronado. Pudo ver la bañera destrozada. El lavabo se había desprendido de la pared, el agua salía despedida a chorros por la tubería. Una nube de polvo circulaba lentamente por la habitación de Ronan. Ella sintió aquella quietud como un lastre sobre ella. En algún lugar de aquel caos se oían escombros deslizándose.

—¿Ronan?

El horror la sobrecogió al descubrir el osito de peluche de Ronan junto a la cama.

—¡Ronan! —exclamó Josh a su lado.

—¿Mamá? ¿Papá? —Era una voz llena de miedo. Luego rompió a sollozar a lágrima viva. Había buscado refugio bajo la cama que se había venido abajo por encima de él.

—¡No te muevas! —gritó Josh—. Ahora voy a sacarte de ahí.

—Vale —dijo el pequeño, sollozando.

—Tú quédate aquí, Shannon. —Josh se abrió paso entre los escombros con los hombros alzados para dirigirse a la cama. Por lo visto se temía una réplica repentina del terremoto, pues miró al techo agrietado antes de arrodillarse para mirar debajo de la cama—. ¿Ronan?

—¡Papá! —sollozó el pequeño—. ¡Tengo muchísimo miedo!

Josh se deslizó por debajo del somier desfigurado, tiró de Ronan, lo sacó y lo estrechó entre los brazos.

—¿Te has hecho daño? —Ronan recostó en el hombro de Josh la cara mojada por las lágrimas y sacudió la cabeza temblando—. Todo va a ir bien, Ronan —le tranquilizó Josh y alzó el osito de peluche del polvo—. Mamá y papá estamos ya aquí.

El pequeño se acurrucó al osito y asintió con la cabeza lastimeramente. Josh sentó a su hijo en un brazo, se puso en pie dando tumbos y se fue tambaleando por entre los cascotes hasta Shannon.

—Tenemos que irnos de aquí ahora mismo.

Ella le siguió hasta la puerta de la suite. El fuego devoraba las cortinas del salón, y las chispas prendían en las alfombras. El fuego se estaba extendiendo con mucha rapidez.

Josh puso a Ronan en brazos de Shannon. Ronan se le echó al cuello y escondió el rostro en el hombro de ella. Josh intentó abrir entonces la puerta de la suite. Estaba atrancada, la puerta y la pared hacían cuña. ¡Estaban encerrados!

Shannon no pudo contener las lágrimas por más tiempo. Josh abrazó a Ronan y a Shannon con firmeza. Con el rostro desfigurado dio unos pasos atrás y se arrojó con todas sus fuerzas contra la puerta. Esta no se movió. Josh volvió a tomar carrerilla y se arrojó con toda su furia contra la madera. Por fin se hizo astillas la puerta y acabó cediendo.

Josh le quitó el pequeño a Shannon de sus brazos y la empujó hacia el pasillo devastado desde la suite en llamas. Se encontró con gente que huía por entre el humo y los escombros, gritando por el horror.

—¡Ahí está la escalera! —Josh la empujó hacia delante—. ¡Corre, Shannon, corre!

—¿Caitlin?

Ella sentía el dolor en oleadas recorriendo su cuerpo. Percibía las esquirlas de cristal clavadas en las heridas, la sangre por encima de la piel, el calor del fuego junto a ella. Aturdida, quiso ponerse en pie, pero no lo consiguió. No podía moverse semienterrada como estaba entre los escombros.

—¡Charlton! —alcanzó a exclamar con un hilo de voz.

—Estoy aquí, cariño. —Él se inclinó sobre ella y le retiró una vara de hierro torcida de encima—. Voy a sacarte de ahí.

Pasaron unas personas a su lado tropezando en su huida. Las esquirlas de cristal rechinaban bajo las suelas de sus zapatos, los vestidos de seda se desgarraban al quedarse enganchados, había chaquetas de frac ondeando y dando golpes contra las llamas. No se oía ningún gemido, ningún grito, ningún sollozo. De pronto todo estaba inmerso en un silencio alarmante.

Caitlin intentó levantar la cabeza, pero no tenía fuerzas siquiera para eso. A duras penas extrajo una mano de los escombros y se puso a palpar la viga de acero que la tenía atenazada.

Charlton se irguió y llamó a Colin.

Su nieto entró en su campo visual. Colin se abrió paso entre los escombros y se arrodilló a su lado. Sobresalía por encima de él la cúpula reventada. Podían caer en cualquier momento encima de ellos los cristales y el acero.

—¿Ha terminado ya el terremoto? —pudo decir Caitlin sin aliento apenas.

Con sumo cuidado, Colin le retiró del rostro algunas esquirlas de cristal y asintió con la cabeza.

—Ahora está todo tranquilo, pero en cualquier momento puede comenzar de nuevo. Vamos a sacarla de ahí, señora. —Su mirada fue a parar al escote inundado de sangre. Conmocionado apretó los labios y miró hacia arriba—. ¡Sherrie, échame una mano!

Colin se puso en pie de un salto y agarró la viga de acero con ambas manos. Le ayudó Sherrie, que acababa de extender un mantel encima de alguien. Jadeando por los esfuerzos lograron mover la viga. Charlton pasó los brazos por debajo de Caitlin y la sacó por entre los trozos de porcelana rota. Ella gritó de dolor. En cuanto estuvo liberado su cuerpo, Colin y Sherrie dejaron caer de nuevo la viga. Ella prestó atención al estrépito amenazador de los escombros que se desplazaban y jadeó presa del pánico. ¿La cúpula?

—¡Calma, Caitlin! ¡No te muevas! —Charlton iba a tomarla en brazos para llevarla a un sitio seguro, pero Colin le empujó a un lado. Tras mirar fugazmente al saledizo amenazador que tenía encima, dijo:

—Permítame que lo haga yo, señor. —Colin deslizó los brazos por debajo de los hombros y de las rodillas de su abuela, la llevó a un sofá a unos pasos de distancia y la depositó allí con sumo cuidado. Luego se levantó e hizo sitio a Charlton, quien se arrodilló al lado de Caitlin. Él le cogió de la mano.

—¿Cómo te encuentras, cariño?

—Tengo un frío horrible…

Charlton se quitó el frac y la cubrió con él.

—¿Mejor así?

Ella asintió con la cabeza. Luego la sacudió pugnando con las lágrimas, pues sintió que la sangre le corría por el cuerpo.

—¿Tienes dolores?

Ella asintió débilmente con la cabeza.

—No puedo moverme.

—La viga… —Charlton se mordió los labios empalidecidos—. ¿Dónde está Shannon? —La mirada de él se deslizó rápidamente hacia Colin.

—No está aquí.

—Tenía tantas esperanzas de que viniera.

—Caitlin…

—Charlton, tengo que decírselo. Quiero reconciliarme con ella. No puedo… —Caitlin pugnó por respirar—… irme, sin…

—Sí, cariño —la tranquilizó Charlton—. ¿Colin? Vaya a buscar a Shannon —dijo pugnando con las lágrimas—. Y a Josh y al pequeño.

Caitlin cerró brevemente los ojos. Se estaba debilitando cada vez más con cada minuto que pasaba. Ya no le quedaba mucho tiempo.

—¿Charlton? ¿Tengo que temerme lo peor?

Él se inclinó sobre ella, le limpió la sangre, le mesó el cabello y le dio un beso suave en los labios. La tranquilidad de él le quitó el miedo a ella.

—Tú, no, para nada, Caitlin.

Josh, con Ronan en brazos, siguió a Shannon escaleras abajo, pasando por encima de frisos de mármol caídos y lámparas de araña derribadas. En mitad de aquellos escombros, de aquel fuego y de aquellos muertos, estaba dominado por un solo pensamiento: ¡salir de allí antes de que todo se derrumbe!

El vestíbulo ofrecía una imagen de devastación. Las personas que huían corrían hacia las puertas reventadas de cristal.

—¡Ahí está Colin! —exclamó Shannon y se dirigió hacia él. Ambos se dieron un fuerte abrazo—. ¡Estás vivo!

—¡Y tú! —Colin miró a Josh—. ¡Eh!

—¡Eh!

—Caitlin está gravemente herida. —Colin se dirigió a su hermana—. Ha preguntado por ti, Shannon. No hace más que preguntar por ti. Ella… —Tragó saliva—… quiere verte una última vez.

La mirada de Colin fue a parar al anillo que llevaba su hermana en la mano izquierda. Su amigo hizo un gesto de elogio con la cabeza: ¡Bien hecho, Josh! Luego Colin le quitó de los brazos a Ronan, que recostó su rostro en el hombro de él, y los condujo a todos al Garden Court. Por todas partes había personas buscando a amigos y a familiares sepultados, rescataban a otras personas de los escombros y atendían sus heridas.

Caitlin yacía encima del sofá, en el fondo de la sala de banquetes. Las esquirlas de cristal de la cúpula desplomada habían destrozado su piel. Estaba bañada en sangre, débil y pálida. Charlton le sostenía una mano. Cuando vio a Shannon, se levantó y se colocó al lado de Colin.

Shannon se detuvo al lado de su abuela. Caitlin cerró los ojos y expulsó el aire lentamente. Dio la impresión de que se sentía aliviada de que su nieta siguiera con vida. Shannon se sentó al lado de Caitlin, se inclinó sobre ella y le cogió de la mano.

—Has venido —dijo con voz apagada Caitlin y extendió la otra mano para tocar la cara de su nieta. Shannon daba la impresión de estar entera y dominando la situación.

Ronan dio una palmada a Josh en el hombro.

—Quiero que me tengas tú en brazos, papá. —El pequeño le preguntó después de que Colin se lo pasara—: ¿Por qué está tan triste mamá? ¿Qué le pasa a la abuela?

Josh le besó la cara embadurnada de polvo y de lágrimas.

—Se está muriendo, Ronan. Mamá está muy triste por eso.

—¿Igual que con papi?

Su ingenuidad le arrancó a Josh las lágrimas de los ojos ardientes.

—Sí, igual que con Rob.

—¿Mamá la quiere?

Josh tragó dolorosamente saliva y miró a Colin, a quien también le asomaban las lágrimas a los ojos.

—Sí, quiere a la abuela. Mamá conoce a las personas, ¿sabes? Ella sabe leer en sus corazones. Ella las quiere cuando son fuertes, y las protege cuando son débiles.

En ese instante Shannon abrazó a su abuela, y a Caitlin se le desfiguró el rostro. No por el dolor, sino por una emoción profunda. ¡Cuántas cosas había habido entre ellas en todos esos años! ¡Cuánto sufrimiento, cuánta culpa y amargura!

Caitlin volvió a recostar la cabeza; hacía un ruido ronco al respirar. Su mirada fue a parar al anillo en la mano de Shannon.

—¡Sé fuerte, Shannon! —dijo con un hilo de voz y agarró la mano de su nieta—. Incluso aunque el mundo se desmorone, ponte sin miedo sobre las ruinas y vuelve a reconstruirlo todo. Sé fuerte para todos ellos. Te necesitan.

Shannon intercambió una mirada con Colin, que le hizo un gesto de ánimos con la cabeza. Entonces miró a Josh, y él comprendió que Shannon era la heredera. Su hermano la asistiría a su lado.

Le pasó la mano por el pelo a Caitlin, que brillaba por las esquirlas de cristal. Luego abrazó a su abuela, que profirió un sollozo con un jadeo de sofoco, la sujetó y le acarició el hombro.

—Estoy aquí, señora. No está usted sola.

El abrazo de las dos mujeres fue tan sentido, tan emotivo, que recordó una pelea. Caitlin comenzó a llorar con convulsiones.

—… ningún miedo más, Shannon. —Poco a poco sus sollozos fueron haciéndose más suaves hasta acabar enmudeciendo. Al final estaba completamente sosegada.

Shannon se soltó de ella con todo cuidado y se irguió. Caitlin estaba muerta.

Shannon le cerró suavemente los ojos. Luego ocultó el rostro entre las dos manos y se entregó unos instantes a su pena. A continuación se levantó y se volvió. Le dio un abrazo muy largo a Colin, luego consoló a Charlton, que estaba fuera de sí por el dolor.

Finalmente se acercó a Josh para estrecharlos a él y a Ronan en un abrazo firme. Con sus dos hombres podía mostrarse por fin débil. Se recostó en Josh y se echó a llorar.

Ronan extendió su mano hacia ella. Al mirarle con el rostro inundado de lágrimas, el niño se pegó por completo a ella y le rodeó el cuello con los brazos.

—¿Qué tienes, vida mía? —preguntó ella con la voz ahogada.

—Gracias, mamá.

La sonrisa de ella produjo una impresión de una pena honda.

—¿Por qué me das las gracias?

—Papá y tú…

Ella pugnaba con sus sentimientos, igual que le estaba sucediendo a Josh. Él percibió los temblores de ella. Shannon besó a Ronan con ternura.

—¿Estás contento?

El pequeño asintió con la cabeza.

—Te quiero, mamá. Y a ti, papá. —Ronan consiguió abrazarlos a los dos a la vez.

Shannon y Josh se miraron a los ojos. Nunca antes se había sentido Josh tan próximo a ella como en ese instante.

—Te amo.

Ella le pasó la mano por el pelo con suavidad.

—Yo también te amo.

Se abrazaron y se besaron.

«Somos una pareja unida», pensó él con emoción. «Para siempre.

»Soy feliz con ella en el corazón».