Él sintió mariposas en el vientre por la ilusión de pasar aquella velada con ella. Con el globo y los dos algodones de azúcar regresó Josh donde Shannon, que lo esperaba con la chaqueta de él sobre los hombros en el palco de la abarrotada sala de cine. En noviembre, las tardes en Carmel-by-the-Sea podían llegar a ser un poco frescas.
Mientras Josh se abría paso a través de la muchedumbre de espectadores, intentó apartar de sí los recuerdos de la terrible época de hacía dos años. El suicidio de Aidan. Los ataques de apoplejía de Rob. Los disparos de Skip a Caitlin. Y la muerte del hermano, que dejó completamente hundida a Shannon.
No viajaron finalmente a los mares del Sur. Sin embargo, en las siguientes semanas se encontraron con frecuencia para dar paseos por la playa o para sentarse frente al fuego de la chimenea y hablar. Fueron horas de una felicidad reposada, en las que redescubrieron su amor mutuo. Ella había cambiado. Su amor se había vuelto más sosegado, más ardiente, debido al dolor que habían tenido que aguantar. Y quizás incluso más intenso que hacía cinco años, cuando tropezaron el uno con el otro. La embriaguez amorosa plena de sensualidad había dado paso a un nuevo sentimiento, el sentimiento de pertenener el uno para el otro para siempre. Cuando se encontraban en estos últimos meses, Shannon siempre prestaba atención para que ni ella ni Rob tuvieran la sensación de que ella robaba un instante, por breve que fuera, de su tiempo común. Los pensamientos de ella iban dirigidos a él, pero su esperanza de felicidad y su anhelo de amor se dirigían ahora hacia Josh. Y esto le procuraba fuerzas a él para esperarla todos los años que fuesen.
Josh subió las escaleras, se sentó en el banco de madera al lado de Shannon y le tendió el algodón de azúcar.
—Ya empieza. Están todas las entradas vendidas, hay lleno absoluto en el cine. —Le tendió la cuerda del globo que flotaba por encima de ellos—. Para mi chica.
Ella rio, bajó el globo a la altura de los ojos y leyó la notita que él acababa de escribir. Ella le besó, se ató la cuerda en la muñeca y dejó que el globo ascendiera de nuevo.
—¡Qué detalle más tierno! Yo también te quiero a ti.
—¿Por qué no fuiste a ver la película hace un mes durante su estreno en Los Ángeles?
—Porque resulta más bonito contigo. —Sus ojos destellaron—. En Los Ángeles no me habría traído nadie un globo con una carta de amor al palco del teatro cinematográfico. Ni una nube de azúcar. Y nadie me habría tenido cogida la mano entre las suyas.
Se fueron apagando las luces de gas, y los primeros compases de la música atrajeron la atención de los espectadores.
Shannon arrancó un jirón de su nube de azúcar con la boca y dirigió la vista a la gran pantalla que estaba sujeta entre los cipreses como si fuera la vela de un barco. El centelleo de la película iluminó su rostro, y la arrebatadora música de piano la animó. Se recostó en él, y el globo danzó por encima de ellos por el cielo vespertino en el que ya comenzaban a brillar las primeras estrellas.
Apareció en la pantalla el logo de Conroy Pictures. Luego salió el nombre de la directora que había rodado A Winter in New York. Copyright, octubre de 1905.
Exceptuando las grabaciones de interiores realizadas en los estudios de Los Ángeles, aquella romántica historia de amor transcurría en Nueva York. Surgían en la pantalla imágenes de Broadway, una pareja de enamorados en mitad de rascacielos, tranvías y carruajes. Luego pasó la acción al subsuelo. Los dos montaron en el metro. La cámara, al parecer montada en un vagón contiguo, seguía al tren por el túnel. Josh siguió con fascinación aquel viaje en la pantalla. La siguiente escena mostraba el magnífico panorama de Central Park nevado. La grabación aérea del lago helado con los patinadores sobre hielo le cortó la respiración.
Los patinadores se arremolinaban por encima del hielo; la música para piano se volvió más animada y arrebatadora. Los dos enamorados se cogían de la mano y bailaban ensimismados entre la multitud de patinadores neoyorquinos.
Shannon se recostó en él y le dio un beso. El reflejo del centelleo en la pantalla iluminaba su rostro.
—¡Qué noche tan increíble!
Ya podía olvidarse de la película porque Josh no pudo quitarle ya los ojos de encima. Él se acercó un poco más a ella, la rodeó con el brazo y se acurrucó con ella.
—Se está tan bien contigo —le dijo susurrando, y su voz sonó ronca.
Ella le cogió de la mano, se la llevó a su regazo y entrelazó sus dedos con los de él. Al hacerlo, los ojos de ella destellaron.
—¡Ven!
Shannon se puso en pie de golpe y pasó por entre los espectadores para dirigirse a las escaleras. Josh la siguió agazapado, bajó las escaleras y fue tras ella dando la vuelta al recinto. Ella se detuvo bajo el armarzón de madera y se volvió hacia él. Deshizo el nudo de su muñeca y dejó volar el globo. Ella lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre las estrellas. Luego miró a Josh y le puso una mano en el hombro. Los músculos de él se tensaron. Con una sonrisa que él solo pudo intuir en aquella oscuridad, le tendió la mano, y los movimientos de ella eran de una sensualidad tal, que hizo latir más rápidamente su corazón. Una cálida y excitante sensación recorrió el cuerpo de él.
«¡Esta noche, Josh! ¡Esta vez, sí! ¡Has estado esperando tanto tiempo esta ocasión!».
La tomó en brazos con toda dulzura y bailó con ella al compás de aquella bella música. Él se esperaba que ella le pusiera coto porque le había pasado las manos por la espalda y las detuvo en las nalgas; sin embargo, ella no protestó. Los movimientos de ella eran suaves, y su cuerpo se arrimaba estrechamente al suyo. Era una sensación muy excitante, porque él sabía que ella consentiría lo que iba a suceder irremisiblemente.
Josh le retiró un mechón de la frente y la acarició mientras giraban sobre su propio eje.
—¡Eres guapísima!
—Y tú eres el hombre más excitante que conozco. —Ella le puso la mano en la mejilla con una sonrisa, y él cerró por unos instantes los ojos para gozar del roce suave de los dedos de ella en sus labios—. ¡Te amo tanto!
—Y yo te amo a ti.
Estaban tan pegados el uno al otro que él podía sentir los latidos del corazón de ella. Sus corazones seguían latiendo al mismo compás a pesar de los años de separación. El aliento de ella le acariciaba el rostro, y se besaron tierna y apasionadamente. Bailaron olvidados de sí mismos, y fue así como tardaron en darse cuenta de que la película se había acabado, de que la pantalla se había vuelto oscura y de que la música había enmudecido. Shannon recostó su cabeza en el hombro de Josh, y él sintió cómo temblaba ella de excitación.
«¡Ella quería también!». Josh se detuvo, y ella levantó la mirada hacia él.
—Vámonos de aquí —dijo él en un susurro, y la besó.
Ella rio suavemente.
Fueron caminando del brazo por las callejuelas de Carmel, de vuelta a la casa de Sissy. Una y otra vez se detenían para tocarse, acariciarse, abrazarse y besarse. Sencillamente no podían separarse el uno del otro. Era como si se hubieran encontrado el día anterior por primera vez.
¡A la playa! Pasaron cogidos de la mano junto al chalet de Sissy, atravesaron el inestable puente colgante y escalaron las escarpadas rocas del islote que sobresalía frente a la casa en el oleaje atronador. A la sombra de los cipreses encontraron el cesto de picnic que había preparado él mientras estuvo esperando a Shannon. Se sentaron uno al lado del otro en la roca, encendieron las velas que había fabricado él con conchas de la playa rellenas de cera. Distribuyeron las luces a su alrededor sobre las rocas y disfrutaron en un íntimo abrazo de los últimos destellos de la puesta de sol. Entre las ramas de los cipreses titilaban las estrellas.
Los labios de él estamparon suaves besos de mariposa en la mejilla de ella para acabar encontrando sus labios. Las caricias de ella se volvieron más lentas, más sensuales, y Shannon cerró los ojos con una sonrisa soñadora al tumbarse sobre el blando lecho de flores aromáticas que Josh había preparado como un nido de amor. La piel de ella brillaba como la seda a la luz que despedían las velas de las conchas. A pesar de lo mucho que habían esperado ese maravilloso momento, se tomaron tiempo para explorar sus cuerpos con las manos y con los labios. Se acariciaron con la suavidad de la brisa que refrigeraba sus acalorados cuerpos, y se amaron al ritmo de las olas rugientes que rompían en las rocas.
Después, ella yacía temblorosa en los brazos de él y sollozaba en voz baja. Los hombros se le contraían, y le temblaba todo el cuerpo. Josh no sabía si lloraba por Rob, con quien ella ya no podía compartir esa felicidad, o por el tiempo perdido en el que no habían estado tan cerca como ahora. Él no se lo preguntó. En lugar de eso, le besó suavemente las lágrimas del rostro, y sintió cómo ella volvía a relajarse en sus brazos.
—No pasa nada, amor mío.
—Lo siento, Josh —dijo ella sollozando—. Sé que no debería llorar precisamente ahora, pero sencillamente no lo puedo evitar.
—No pasa nada —la consoló él—. Has tenido que aguantar muchas cosas, Shannon, pero ahora todo volverá a ir bien. Estamos juntos.
—Sí, estamos juntos. —Ella lo atrajo hacia sí.
«Hay días de una felicidad completa, más largos que toda una vida», pensó él extasiado. «Y hay momentos de amor completo, que son eternos y no pasan nunca».
Cuando los dos se serenaron un poco se pusieron a hablar de sus recuerdos del pasado y de sus sueños de futuro, muy arrimados el uno al otro. Él la besó en el pelo y en el rostro, en los párpados y en los labios, y le susurró lo guapa que era y lo feliz que era él de que ella estuviera finalmente de nuevo a su lado. Tenía en brazos a la mujer que amaba, y deseó poderla tener así para siempre.
—Quiero hacerte feliz, Shannon.
Los ojos de ella resplandecieron al mirarle, y tenía una mirada dulce y cálida.
—Y yo a ti, Josh.
Le puso triste a ella tener que despedirse de él después de un fin de semana como aquel. Le habría gustado mucho permanecer aún más tiempo a su lado en Carmel, pero ella tenía que regresar con Rob. Había dejado ya demasiado tiempo a solas a su marido.
Shannon siguió con la mirada a Josh hasta que su Rolls-Royce plateado desapareció entre los árboles de la entrada. Despacio, todavía inmersa en sus recuerdos, ella alzó la bolsa de su Cadillac y se dirigió a la casa.
Mulberry había oído los dos coches. Le abrió la puerta.
—Señora.
Shannon percibió de inmediato que algo no andaba bien. Un silencio opresivo pesaba en la casa, como si todos los relojes se hubieran parado, como si… «¡No, eso no!».
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó ella desalentada.
Mulberry la miró con los labios apretados y los ojos arrasados en lágrimas.
—Señora, el señor Conroy… Hemos tratado de dar con usted en Carmel…
Shannon creyó que se le paraba el corazón. Una sensación de frío hormigueó en sus miembros.
—¿Qué le pasa a mi marido?
—Ha vuelto a tener otro ataque.
«¿Es que había que pagar con sufrimiento cada instante de felicidad?».
Shannon entró en casa.
—¿Cómo se encuentra?
—El doctor McKenzie está con él. Al parecer, el señor Conroy ha sufrido un grave derrame cerebral. Hace horas que está en coma. —El mayordomo bajó la mirada—. Lo siento mucho.
—Gracias, Mulberry. —Ella le tocó el brazo en señal de agradecimiento, luego se volvió para ir arriba.
Alistair la esperaba en su dormitorio. Se levantó de un salto del sillón que estaba al lado de la cama y la abrazó.
—Lo siento mucho, Shannon.
—¿Dónde está Ronan?
—Evander lo está llevando ahora a casa de su padre. En los próximos días, Josh tendrá que ocuparse del pequeño.
Ella asintió con la cabeza. Evander informaría a Josh sobre lo sucedido.
—¿Lo presenció todo Ronan?
—No, estaba jugando en el jardín cuando sucedió.
Ella se dirigió a la cama. Rob estaba recostado en las almohadas, como si estuviera durmiendo tan solo, como si de un momento a otro fuera a abrir los ojos y a sonreírle. Se sentó a su lado y le tomó una mano. Fue entonces cuando vio la fotografía que estaba a su lado sobre la colcha de la cama. ¿Estaba contemplándola cuando sucedió? ¿La levantó el mayordomo y la colocó encima de la cama? Se acercó la fotografía en la que salían Rob y ella al final de su vals de la novia dándose un beso en un íntimo abrazo. Recordó que la foto apareció bajo el titular de APASIONADA BODA POR AMOR. En el pie de foto ponía: SHANNON O’HARA TYRELL Y ROB CONROY. UN AMOR TEMPERAMENTAL, UNA RELACIÓN SENTIMENTAL, UN MARAVILLOSO SUEÑO DE FELICIDAD A TRES.
«¡A tres!», pensó ella avergonzada. «Siempre hemos estado a tres. Estaba en brazos de Josh cuando Rob se debatía por su vida. No estaba junto a él».
Miró a Alistair, que se había quedado a su lado.
—¿Volverá a despertar?
El doctor titubeó unos instantes.
—Para ser sinceros, mi niña, no lo sé. —Respiró profundamente—. Tu marido es un luchador, pero si encuentra de nuevo el camino de vuelta a ti, ya nada será como antes.
Ella enarcó las cejas.
—Sería mejor que muriera —dijo Alistair en voz baja—. Para él, para ti. Disculpa, Shannon. Ya sabes lo que quiero decir.
Ella cerró los ojos y pugnó con las lágrimas.
—Alistair, quiero que Rob permanezca conmigo…
—Shannon, podrán cuidarle mejor en un hospital.
—… aquí, en esta cama en la que fuimos felices hace mucho tiempo. Y en la que nació nuestro hijo.
Él cedió, y ella comprendió que él ya no tenía ninguna esperanza de recuperación.
—Como quieras —dijo él en voz baja.
—El resto de su vida quiero que sea lo mejor posible.
Todo estaba en silencio a su alrededor. Solo la envolvían las estampidas del oleaje así como la niebla, que era tan densa que apenas podía reconocer el mástil de su embarcación. El mundo sin horizonte se componía únicamente de niebla y de mar. De silencio. Y de pena.
Shannon se recostó en el banco de remeros y apoyó las piernas en el timón. Percibía con los ojos cerrados cómo el velero se mecía, y escuchaba el rumor de las olas que morían murmurando en la playa. Los tablones crujían suavemente.
La carta yacía a su lado, encima del banco de remeros. SHANNON, MY LOVE, ponía en el sobre cerrado con la letra de Rob.
¿Era una carta de despedida? ¿Había presentido lo que iba a suceder? ¿Había sentido que se acercaba su final?
Los cinco años con Rob habían sido la parte más excitante de su vida, pero también la más dolorosa. Cuando miraba al pasado, recordaba muchas cosas que querría volver a experimentar. No porque quisiera hacerlas mejor, ni porque deseara soportar con una sonrisa en lugar de con lágrimas los reveses del destino, sino porque querría volver a vivir otra vez los sentimientos que conformaban su vida en común.
Pero sí había algo que ella querría hacer de otra manera. No volvería a dejar a Rob para irse con Josh a Carmel. Ya no volvería a dejarlo solo. Ella era su esposa, y él era su marido. Ella se había enamorado de él, y ese amor fue haciéndose cada vez más profundo en los años de su matrimonio. ¡Cuántas veces habían comenzado desde el principio! Complementados fuertemente como dos pequeñas piezas de un puzle que solo juntos dan lugar a una imagen.
Shannon, my love. La confesión del amor de Rob por ella le procuró una punzada en el corazón e hizo que asomaran las lágrimas a sus ojos. Debió de escribir la carta mientras estaban Josh y ella en Carmel.
«¿Es una despedida?», se preguntó. Le resultaba difícil confesarse a sí misma que también ella había comenzado desde hacía días a despedirse de Rob, que ciertamente estaba con vida, pero que ya no reaccionaba. Él ya no podía dedicarse a ella, ni hablar con ella, ni reír, ni llorar. Él ya no podía sostener con ternura la mano de ella, y no podía amarla con pasión. Sí, ya no iba a poder envejecer con ella.
Shannon no oyó los pasos en el embarcadero hasta que Evander surgió de entre la niebla y se detuvo junto al velero. Llevaba puesto un elegante traje de negocios que se había traído de Italia.
—Ya me imaginé que estarías aquí.
Al enarcar ella las cejas con gesto inquisitivo, él le señaló el sobre que tenía a su lado.
—La carta de Rob te ha asustado antes bastante. —Él saltó a bordo, se sentó junto a ella en el banco de remeros y la rodeó con el brazo—. Josh acaba de llamar otra vez preguntando por Rob. Le he dicho que no ha cambiado su situación. Ronan echa de menos su bicicleta. Creo que se la voy a llevar. Tengo que pasarme de todas formas por el despacho.
—¿Cómo se encuentra Ronan?
—Josh dice que ha vuelto a preguntar por Rob. Extraña terriblemente a su papá. —Shannon se llevó la mano a la boca y pugnó con las lágrimas. Evander la besó con cuidado—. Luego te llamo por teléfono para preguntarte cómo te encuentras, ¿vale?
«La muerte de un ser querido es más fácil de soportar porque es definitiva», pensó ella. «Te duele, aprendes a vivir con esa pérdida, soportas la desesperación, el dolor, la soledad. Pero esto es mucho más difícil porque la persona querida no está ni muerta ni viva. Tus sentimientos oscilan entre la esperanza y la confianza de que todo volverá a estar bien, y la tristeza y el dolor de que ya nada es como fue en su día. No hay nada peor que tener a alguien y, no obstante, estar sola».
Shannon respiró profundamente, se guardó la carta y regresó a casa. Se fue al dormitorio de Rob con un ramo de flores frescas. Era un ramo de invierno, con flores blancas, verdes y rojas, que combinaban bien en las Navidades. Entre las flores introdujo, como hacía siempre, una postal. Era una carta de amor corta, que Evander leería después a su amigo en voz alta. Él le había dicho que Rob se ponía siempre muy contento así.
En las escaleras se encontró con Mulberry, que se dispuso a retirarle el jarrón de las flores. Ella le pasó la mano por el brazo.
—Señora —susurró él conmovido—. La cama está recién hecha. Y está prendido el fuego de la chimenea. Hacía un poco de fresco en la habitación, pero ahora está confortablemente cálida para el señor Conroy.
—Gracias, Mulberry.
—Señora. —El mayordomo titubeó—. Hay una cosa que he estado queriendo decirle en estos últimos días… ¡Le ruego que me disculpe! Me siento muy orgulloso de estar a su servicio, señora. El señor Portman piensa igual que yo, y también el personal restante de la casa. Les tenemos a usted y a su marido en nuestros pensamientos.
—Gracias, Mulberry.
Con las flores en los brazos, Shannon tomó el pasillo hacia abajo, hacia el dormitorio de Rob. La entrada fue un espanto, como siempre: un gotero intravenoso con una solución de glucosa, varios cables encima de la colcha de la cama, un aparato al lado de la cama que emitía unos pitidos. Se trataba del electrocardiograma que Conroy Electrics había sacado al mercado hacía unas pocas semanas y que medía la actividad cardíaca de Rob. Era el legado de Tom. Poco antes de morir había decidido invertir en tecnología médica para reconocer enfermedades y salvar vidas.
Rob yacía inmóvil entre almohadas. Su expresión era completamente plácida. No sonreía, pero respiraba tranquila y continuamente. Al principio ella siempre pensaba que en cualquier momento iba a despertarse. Sin embargo, los médicos le habían dado pocas esperanzas en esas últimas semanas de que él pudiera volver a hablar con ella alguna vez.
Ella forzó una sonrisa ante la visión de Rob.
Se aceleraron los pitidos del aparato. El corazón de Rob latía siempre a una mayor velocidad cuando ella entraba en la habitación durante el día o la noche. Él no necesitaba de ningún saludo, de ningún abrazo ni de ningún beso para saber que ella estaba allí. Se alegraba siempre que ella venía. Disfrutaba del cariño que ella le brindaba.
Shannon puso las flores encima de la mesita de noche y se echó a su lado encima de la cama. La piel de Rob estaba pálida y fría, y las arrugas finas en torno a los ojos y a la comisura de la boca se habían hecho más profundas. Ella deslizó una mano por debajo de la colcha y se la puso encima del pecho.
—Hola, queridísimo mío. Puedo oír lo que quieres decirme. —Le estampó un beso suave en los labios, le cogió una mano y se la llevó a su propio pecho—. ¿Lo sientes? Mi corazón late también más rápidamente, igual que el tuyo. Te amo, Rob.
Ella entrelazó las manos de los dos, como habían hecho siempre en los últimos años cuando se sentían especialmente próximos el uno del otro.
—He encotrado tu carta. Shannon, my love. Me ha emocionado mucho. No sabía si debía leerla enseguida o… —Titubeó—… más tarde.
Ella esperó a que él presionara su mano o le dirigiera una sonrisa. Pero no reaccionó. Se limitó a seguir respirando. El dolor la atenazó. Así le ocurría siempre, desde hacía algunas semanas. Shannon se incorporó.
—¿Tienes hambre, Rob? ¿Quieres un poco de caldo de carne? —¿Eran más rápidos los pitidos? ¿Sí? ¿No?—. Como quieras. Quizá te apetezca algo después para cenar. Puedo cocinarte cualquier cosa con mucho gusto.
Ella se interrumpió.
—Evander se ha ido al despacho, ¿te lo ha dicho él antes? De camino para allá va a llevarle la bicicleta a Ronan. Ayer destrozó el coche de la caja de quesos que Josh le había construido, porque se estrelló contra un árbol del jardín. Por suerte no le sucedió nada a Ronan.
Se llenó los pulmones de aire.
—Nuestro pequeñín está bastante triste. Pregunta una y otra vez por ti. Te extraña mucho. Dentro de unos pocos días será el cumpleaños de Ronan. ¿Sabes lo que más desea para entonces? Que su papá vuelva a estar bien. No pude menos que echarme a llorar cuando me lo dijo esta mañana por teléfono.
—Mamá, quiero que vuelva a despertar —había dicho Ronan entre sollozos. A ella se le había hecho un nudo en la garganta, y no fue capaz de pronunciar apenas una frase.
—Lo sé, mi vida, lo sé. Yo también quiero que ocurra eso.
El corazón de Rob latía ahora con mayor rapidez. Él estaba tan emocionado como ella.
Y de nuevo fue consciente ella, dolorosamente consciente, de que todo lo que ella había poseído en su momento, la felicidad, la alegría, el amor, lo había perdido quizá para siempre. Y de que Rob, quizá, ya no estaría mucho tiempo más con ella.
—¿Te he contado que ha llamado Colin? Imagínate, Sherrie está embarazada. Mi hermano me lo contó inmediatamente, como es natural. Ya le conoces. Le hace mucha ilusión que Jason tenga un hermanito o una hermanita. Está que no cabe en sí.
Ella cogió la mano de Rob y se la presionó.
—Sissy ha enviado un telegrama desde Nueva York. Ha preguntado por ti. ¿Quieres que le envíe saludos de tu parte? —Ella se puso a escuchar los pitidos—. Lo haré, Rob. Tyson se encuentra bien, dice ella en su nota.
Ella trataba de que su voz sonara despreocupada, pero le resultaba muy difícil. Sissy había prometido en su telegrama que enviaría una foto de Tyson. Rob no sabía que el pequeño era hijo suyo. Era clavado a él. Y también se parecía un poco a Tom.
—Por lo demás no hay muchas más novedades. —Le dio un beso cariñoso—. Eh, ¿tienes ganas de mirar fotos conmigo? ¿Fotos nuestras y de Ronan?
Las fotos le emocionaban siempre tanto que ella creía que iba a sonreír. Ella le describía lo que veía, de modo que así podían contemplar juntos las imágenes. Y ella le contaba acerca de lo que se acordaba de aquellas tomas. Rob y ella frente al Taj Mahal. Rob en la caza del león en Sudáfrica. Ella buceando en la Gran Barrera de Coral. Ronan en una canoa en la laguna de Tahití.
«¡La de cosas que hemos perdido!», pensó ella. «En algunas fotografías me pongo tan triste que no puedo ni mirarlas. Me resulta difícil compartir con Rob los bellos recuerdos de una época despreocupada. ¿Le consuelan los recuerdos? ¿O le ponen tan triste como a mí?
»Lo peor de todo son las fotografías de las Navidades. Las tomas de Rob decorando el árbol de Navidad. De Ronan, destrozando el papel de regalo para sacar sus juguetes. La decoración de la Navidad, el árbol, los dulces, las galletas… todo eso me recuerda una época llena de dolor. Mi padre murió en unas Navidades. Y Tom.
»Esta Navidad será triste y solitaria. Ronan la celebrará en casa de Josh. Su papá le llevará al tiro al pavo, y probablemente le dejará conducir el coche a Ronan en la entrada a la casa. Decorará el árbol y cantará villancicos con él. Desenvolverán juntos los regalos y Josh se pondrá contento con la sonrisa radiante del pequeño. Yo me pasaré la Nochebuena junto a la cama de Rob, manteniendo su mano entre las mías. Hablaré con él y no obtendré ninguna respuesta. Estaré escuchando atentamente su respiración y sus latidos. Y los pitidos del aparato. Las Navidades me producen un miedo atroz. Temo llorar mientras duermo. Tengo miedo del dolor, de la tristeza, del morirse».
Tenía tal miedo que le entró un ataque de pánico. Su corazón iba a toda velocidad, y ella pugnaba continuamente con las lágrimas. Respiró profundamente y tragó saliva en seco para que Rob no le notara en la voz lo mucho que le afectaba a ella todo aquello.
Puso las fotografías a un lado.
—Eh, es la hora de tus ejercicios.
Encontraba agradable tocar a Rob, mover los dedos de sus pies, masajearle suavemente los pies y las piernas contra la cadera de ella para entrenarle los músculos y las articulaciones.
—¿Cómo sientes el masaje?
Como era de esperar, él no respondió, pero ella sabía que él disfrutaba mucho con esos tocamientos porque sus latidos se sosegaban y su respiración se volvía más honda.
Shannon volvió a taparle y le cogió el brazo izquierdo. Le masajeó cada dedo y jugó con el anillo de matrimonio de él. Luego le masajeó el brazo sin tocar la cánula para el gotero intravenoso.
—Te extraño mucho.
Yo te echo también de menos. No soy capaz de decirte cuánto.
Él no dijo eso, por supuesto, pero ella deseó que él sonriera.
—Te amo, Rob.
Yo también a ti, Shannon.
Se aceleraron los pitidos. Su corazón latía a mayor velocidad.
—Por favor, regresa a mí.
Lo intento.
En un primer momento, Shannon creyó que la mano de él se había movido. Esperó con mucha atención, pero no pasó nada más. Él estaba inmóvil. Ella deseaba que él la tocara, que le acariciara la cara, que la tomara en brazos y la besara, que le dijera lo que pasaba por su interior.
—No arrojes la toalla, queridísimo mío.
Ella se inclinó sobre él y le dio un beso. Al ponerse derecha vio que él había abierto los ojos. El electrocardiograma pitaba ahora agitadamente. Rob la estaba mirando. Ella apenas podía creérselo. ¿Estaba despierto de verdad?
—¡Rob!
¡Shannon!
Las lágrimas se asomaban a los ojos de él, y su respiración se volvió de pronto muy pesada.
—¿Puedes verme u oírme? ¡Si es así, parpadea!
Los ojos de él estaban completamente abiertos, y su mirada estaba dirigida a ella. Los pitidos iban incrementándose. El pulso le iba ahora muy aceleradamente.
—Yo también me alegro mucho. —Estuvo a punto de soltar un gallo de lo emocionada que se sentía. Mantenía sujeta la mano de él con el anillo de bodas—. Te amo, Rob. Te amo muchísimo.
En ese instante cesaron abruptamente los pitidos, y se hizo el silencio en la habitación. El rostro de Rob se relajó, y sus ojos adoptaron un brillo apagado.
Shannon contuvo la respiración para no echarse a sollozar desesperadamente. Cada latido de su corazón era más doloroso que el anterior. La pena le desgarraba el corazón, y le temblaba todo el cuerpo. Las manos de ella, que mantenían sujetas las de él, tenían un tacto frío y entumecido.
¿Había escuchado Rob lo que ella le había dicho? ¿Se había llevado él consigo lo único que le había seguido quedando al final de sus días?
El amor de ella hasta la muerte.
Shannon estaba sentada sola en la playa y miraba fijamente al mar.
Con la manta de lana en un brazo y una taza de café en la mano, Josh se abrió paso hacia ella a través de la arena fina. Cuando estuvo más cerca vio lo que ella estaba mirando fijamente con los brazos en torno a las rodillas levantadas: el embarcadero se adentraba en la espesa niebla, no llegaba a distinguirse la parte final. Ni llegaba siquiera a presentirse el velero de ella al final de la pasarela.
Josh se acercó despacio a ella y le tendió la taza de café. Ella llevaba puestos unos tejanos y un jersey, y se estaba quedando helada con toda seguridad con aquella brisa fría de diciembre. Josh la envolvió con la manta y se sentó a su lado sobre la arena.
Entre las piernas encogidas de ella había un cajón lleno de recuerdos. Fotos, cartas y souvenirs de sus viajes con Rob. Shannon lo acababa de revisar todo.
Junto a ella, encima de la arena, había una carta. Shannon, my love. ¿Le había escrito Rob una carta de despedida?
Los movimientos de Shannon eran lentos y mesurados. Encogió la rodilla y bebió un sorbo de café.
—Gracias. —Su voz era apenas más elevada que un susurro ronco. Tenía los ojos enrojecidos, y corrida la raya del lápiz de ojos. Se había pasado la noche junto a la cama de Rob. Eso es lo que le había contado antes Evander. Ella no había dormido desde entonces y ahora estaba completamente agotada. Y completamente tensa porque intentaba dominar sus sentimientos para no desmoronarse.
«¡Cuánto me gustaría abrazarla para darle calor y consolarla!», pensó Josh con tristeza. «Para darle ánimos. Para darle esperanzas».
Pero contrajo de nuevo la mano tendida porque temía que el menor gesto y el menor roce pudieran herirla. Pero no tocarla le ocasionaba también dolores físicos.
Al alzar ella la taza, la manta se deslizó de sus hombros y cayó en la arena. Él se la volvió a poner de nuevo por encima.
—¿Has estado ya con Rob?
Él asintió con la cabeza. Shannon había retirado los cables y los tubos. Rob parecía que solo estaba durmiendo.
—Josh, no debimos haber viajado a Carmel. No debí dejarlo solo.
El corazón de él se contrajo dolorosamente. Recordó las lágrimas de ella cuando estaba en sus brazos en el islote rocoso. De pronto sintió la angustia terrible de perderla a ella también además de a Rob.
La culpa y el arrepentimiento brillaban en los ojos de ella entre las lágrimas, y Josh se sentía como si se estuviera mirando en un espejo. Si no hubiera viajado ella con él a Carmel. Si se hubiera quedado ella con Rob. Si… Sí, había tantos «si»…
—Cinco años hemos estado luchando el uno por el otro, Josh. Con esperanza y amor. Y ahora… —Ella ocultó el rostro entre las manos y respiró profundamente—. Rob era mi vida. Lo hicimos todo juntos. Rob era tan… —No pudo continuar hablando y se limitó a agitar la cabeza.
—Es tan difícil encontrar las palabras…
Ella asintió con la cabeza en silencio. Él tanteó buscando la mano de ella, que revolvía incansable la arena junto a la carta de Rob. En un gesto de desamparo dejó que la arena se deslizara entre sus dedos.
—Tengo la sensación de no poder ser feliz nunca más.
«Quiero pronunciar lo correcto, pero ¿qué es lo correcto?», pensó Josh. «No puedo decirle que prometí a Rob cuidarla cuando muriera él. Amarla, hacerla feliz, casarme con ella».
Él presionó suavamente la mano de ella.
—Yo siempre cuidaré de ti.
—Gracias, Josh.
—E intentaré darte fuerzas para sobrellevar esta mala época.
«Ella ha comenzado ya a entregarse a los recuerdos rebuscando en el cajón con las fotos y las cartas», pensó él. «En los próximos días irá de habitación en habitación ordenando las cosas de Rob. Hojeará en los libros que él leyó. Abrirá el armario, deslizará la mano por sus camisas y ocultará el rostro en los jerséis que todavía olerán un poco a él. Ella cerrará los ojos y se imaginará que él sigue estando allí. Intentará estar tan cerca de él como le sea posible. De esta manera expiará la culpa de haber estado conmigo cuando sucedió, y de haberle dejado a solas».
Ella le miró.
—¿Te has traído a Ronan?
—No. Cuando me has llamado antes estabas llorando. No quería que Ronan viera a su mamá así.
—¿Le has contado que se ha muerto su papá? —Ella se interrumpió al acordarse—. Disculpa, Josh. No quería herirte.
—No pasa nada. Rob era su papá tanto como lo soy yo. Él le dio de comer y le puso los pañales, y le llevó a dormir mucho antes de que yo supiera que tenía un hijo —dijo él con cautela—. No le he dicho a Ronan por qué he venido a tu casa. Se pondrá muy triste. Pensé que era mejor que le dijéramos los dos juntos que ahora… solo estamos nosotros tres.
Él alisó con la palma de la mano la arena que ella había revuelto. Con unas conchas pequeñas formó un corazón. Lo que él deseaba decirle, no lo podía formular con palabras.
Shannon, que le estaba observando, pugnaba con sus sentimientos.
—¿Puedes quedarte a Ronan estas Navidades?
El corazón le dio una punzada. No quería perderla. Quería estar a su lado, estar con ella.
—¿Y tú? —preguntó él desalentado. Ella permaneció en silencio—. Está bien —dijo él con la voz rota—. ¿Quieres que me lleve sus regalos a mi casa? —Ella apretó los labios con fuerza, dirigió la vista al mar y asintió lentamente con la cabeza—. Lo haré. —Josh esperaba que ella dijera algo más, pero permaneció callada. Quería estar sola ahora. Él la comprendió.
Antes de irse escribió algo en la arena con el dedo. Con el corazón hecho con las conchas, aquellos signos componían una frase.
I you
—Mi testamento —murmuró Caitlin, mientras ponía por escrito unas palabras con los dedos contraídos. Las palabras no le salían fácilmente de la mano, pero ella había tomado una decisión.
Yo, Caitlin O’Leary Brandon Tyrell, nacida el 17 de abril de 1826 en Connemara, Irlanda, consigno mi última voluntad. Con excepción del legado especificado aparte, doy en herencia mi empresa y toda mi fortuna a…
Antes de escribir el nombre del heredero, Caitlin retiró la pluma y se puso a escuchar unas alegres carcajadas. Colin estaba alborotando con su hijo en el jardín, y el pequeño Jason chillaba de felicidad. Sherrie, embarazada de nuevo, estaba con ellos.
Volvió a poner atención a lo que estaba haciendo y escribió el nombre. Su mano tembló al hacerlo, y le dolieron los dedos. Le resultaba difícil soltar lo que había montado ella con sus propias manos durante medio siglo. Y todavía le resultaría más difícil anunciar su decisión el día de su octogésimo aniversario y retirarse de las actividades empresariales igual que iba a hacer Charlton. En unos pocos días le cedería todo a Josh.
Pierden su validez, con efecto inmediato, todos los testamentos redactados con anterioridad a esta fecha.
San Francisco, 25 de diciembre de 1905. Caitlin Tyrell.
Dejó a un lado la pluma y cogió la foto de familia enmarcada en oro. ¡El poder, el éxito y la suerte de los Tyrell! ¡Triunfo y tragedia! Rory había caído como héroe de guerra. Eoghan se había caído del caballo jugando al polo. Aidan se había suicidado. Skip había arruinado su vida él mismo. ¿Quién quedaba al final? Colin. Y Shannon…
Sumida en sus pensamientos, Caitlin pasó las puntas de los dedos por el rostro de Shannon.
—Perdóname —susurró y pidió disculpas en silencio por todos los años en los que ella no fue capaz de aceptar que no había sido ella quien había mantenido unida a la familia con su voluntad de poder, sino que había sido Shannon con su empatía y con su amor.
Caitlin agarró el auricular del teléfono.
—¿Señora? —escuchó decir a su secretario.
—Antes de que usted y Wilkinson testifiquen mi testamento, póngame, por favor, con Charlton Brandon.
—Y si él… Disculpe usted, señora… ¿Y si él no quiere hablar con usted?
—Querrá saber lo que tengo que decirle…
En su cuarto de trabajo leyó ella el telegrama de Evander comunicándole que el día anterior se había inaugurado otra oficina comercial de la Conroy Enterprises en París. Shannon escuchó de pronto el ronroneo de un motor que le resultaba familiar. ¿Estaba subiendo Josh por la rampa para vehículos?
Ronan echó a correr a toda prisa por la puerta abierta en dirección a la puerta de la casa.
—¡Mamá! ¡Papá está aquí!
Ella dejó encima de su escritorio el telegrama de Evander junto a la invitación de Caitlin, se plisó el vestido negro de seda y siguió a Ronan hasta la puerta de la casa. Cuando la abrió, Josh estaba sacando en ese instante del automóvil una caja grande, puso encima un sobre y un ramo de rosas blancas y se dirigió a ella cargando con todo.
Ronan daba brincos de alegría alrededor de ella.
—¡Hola, papá!
Josh se inclinó sobre él, le revolvió el pelo y le dio un beso.
—¡Hola, hombrecito! ¿Cómo estás?
Ronan entrelazó las manos.
—Estupendamente.
El modo en que se miraron los dos hizo suponer a Shannon que padre e hijo se llevaban algo entre manos. ¿Para qué el regalo? ¿Y las rosas?
—¡Papá está de nuevo aquí! —exclamó Ronan radiante de alegría colgándose del brazo de Josh.
Este se incorporó y la miró a ella.
—Eh.
—Eh. —Shannon enarcó las cejas—. No sabía que ibas a venir esta tarde.
En las últimas semanas, desde que Shannon estaba de luto por Rob, Josh y ella habían hablado casi todos los días por teléfono, pero solo se habían visto en raras ocasiones. Ronan extrañaba a su papá, y ella sabía lo que significaba crecer con un padre que no estaba allí para su hijo. Ronan necesitaba a Josh. Le quería por encima de todo. El pequeño le preguntó una noche por qué no vivían juntos mamá y papá en realidad, como una familia. La pregunta de Ronan le procuró una punzada en el corazón. Al verla a ella pugnar con sus sentimientos, él también empezó a sollozar.
Tras la muerte de Rob se le desmoronó a Shannon la vida. Cuando ella contemplaba la fotografía que tenía al lado de la cama, rompía a llorar. Cuando por las noches abrazaba la almohada a su lado, le echaba tanto de menos que le dolía todo el cuerpo.
Evander había regresado de Nueva Zelanda para consolarla. Cuando le vio a la puerta de su casa con la camisa abierta y unos pantalones polvorientos, ella le abrazó con ímpetu. Ella había sentido latirle el corazón y percibió cómo él mismo pugnaba con las lágrimas. Evander había estado a su lado en esos tiempos difíciles. Se había apenado con ella por la pérdida. Había estado con ella siempre que ella se había sentido sola. Le había dado nuevas esperanzas. Y él le había regalado esos pequeños instantes de felicidad que tanto necesitaba ella. Tonteaba con Ronan, nadaba con él en el mar y cabalgaba con él por las dunas. Evander sabía hacer reír al pequeño de tal forma que acababa siempre sintiendo punzadas en el costado. Era un amigo maravilloso. Antes de irse de viaje a París, le había dado a ella las fuerzas para superar la paralización en que la tenía sumida la pena.
Josh, que la estaba observando, la besó en los labios y le dio las rosas. Eran maravillosas y cómo olían…
—Ronan me ha llamado esta mañana —dijo él—. Me ha pedido consejo.
—¿Qué quería saber pues?
—Cómo se te puede hacer feliz.
Estas palabras le procuraron una punzada en el corazón, y de pronto sintió que le escocían los ojos de lo emocionada que estaba.
—Ronan dijo que estabas muy triste y que solo te ponías ropa de color negro. —Josh sonrió con gesto apagado—. Él ha estado hojeando en una antigua edición de la revista Vogue y le parece que su mamá es la mujer más hermosa del mundo. Desea que vuelva a parecerse a una princesa. Con un vestido que realce su belleza, y con joyas destellantes que hagan iluminar sus ojos. Desea muchísimo que vuelva a sonreír de felicidad.
No pudo menos que sonreír involuntariamente.
—¡Qué bonito de su parte!
—Ronan quiere que los dos salgamos juntos. —Josh le tendió la caja.
Shannon levantó la tapa. ¡Un elegante vestido de noche de seda de color azul oscuro con zapatos y guantes a juego! ¡Y un abanico de encaje! ¡Y un frasco de perfume! ¡Qué lindo detalle de sus dos chicos!
En ese momento fue cuando Shannon descubrió la tableta de chocolate Ghirardelli que asomaba por debajo del vestido de noche. El papel parecía estar desgarrado. ¿Una romántica carta de amor? En el interior de ella se alborotaron los sentimientos. Él deseaba regalarle una bella velada. Deseaba hacerla feliz. Shannon le miró a la cara.
—¿Qué planes tienes?
Él se abanicó desenfadadamente con el sobre.
—Tengo dos entradas para Carmen. Enrico Caruso canta la semana que viene en la ópera. El 17 de abril.
Ese día era el octogésimo cumpleaños de Caitlin. En el escritorio de ella estaba la invitación a la fiesta en el Garden Court del hotel Palace con la nota manuscrita de Caitlin.
«Shannon, ven, por favor. Tenemos que hablar de algunas cosas».
«¿Qué debo decir?», se preguntó ella. «Sí, Josh, quiero. Te extraño tanto, te necesito. No, Josh, no puedo. Estoy todavía de luto por la muerte de Rob».
—¿Shannon? —preguntó Josh. Percibió la reserva de ella.
Ronan daba brincos a su alrededor.
—¡Mamá, por favor, di que sí! ¡Papá se alegraría mucho!
«¡Así que mis chicos han estado maquinando algo juntos!», pensó ella y no pudo menos que echarse a reír.
—¿Y tú, cielo?
—Yo también. —Ronan esbozó una amplia sonrisa, y sus ojos fulgieron. Entonces se echó en brazos de su madre—. Gracias, mamá, gracias… Te quiero, mamá…
—Yo también te quiero, vida mía —susurró ella con emoción.
Ronan se pegó por completo a ella y la miró hacia arriba.
—¿Y papá? Él ha dicho que te quiere mucho, mucho…
—Mamá —murmuró Ronan en la almohada—. ¿Volverá papá otra vez mañana?
Shannon le tapó y aseguró la manta con el colchón para que no se destapara.
—¿Tú quieres?
Él asintió con la cabeza adormilado. Estaba tan cansado que se le cerraban continuamente los ojos. Josh acababa de marcharse a casa después de pasar una noche muy agradable a tres.
—Luego le llamaré, mi vida, y se lo diré.
Ronan bostezó.
—Gracias, mamá.
Shannon le dio un beso.
—Buenas noches. Que duermas bien.
—Tú también.
Apagó la luz, entornó la puerta y se dirigió a su dormitorio. Encima de la cama estaba la caja con el vestido de noche. Se desnudó y se lo puso por encima para verse en el espejo. Aquella seda azul de medianoche con las estrellitas brillantes bordadas acariciaba su piel y le procuraba un brillo rosado, distinto del negro sobrio que la empalidecía. ¡Cuánto le gustaría ponerse ese vestido!
Profiriendo un suspiro, volvió a ponerlo en la caja, aspiró profundamente el aroma del perfume que Josh había elegido para ella, luego se metió en la cama bajo la manta y se acurrucó en la almohada. Estuvo un rato echada así soñando con una velada romántica con Josh. Después se incorporó, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó la carta de Rob. Shannon, my love. Por fin tenía ánimos para leer los últimos pensamientos de Rob.
Respiró con dificultad y los dedos le temblaron al rasgar Shannon el sobre y extraer el breve escrito. Recordó las horas que había pasado con él, todos los bellos momentos que se habían regalado mutuamente, toda la felicidad que habían compartido, pero también todo el sufrimiento que los había separado al final.
Shannon:
Eres el amor de mi vida. Con tu cariño y con tu amor has enriquecido mi vida. La has hecho valiosa y enormemente bonita. ¡Qué maravilloso regalo eres! Después de todos estos años sigues llenándome de veneración por tu fortaleza, con alegría y con felicidad.
Las lágrimas se derramaron por sus ojos, y la caligrafía de él se desdibujó al seguir leyendo ella despacio aquellas líneas.
Soy feliz, Shannon. Y desearía que tú también volvieras a serlo por fin. Te mereces un marido que te ame de corazón, que te tenga en el pensamiento cada minuto, que te ayude a realizar tus sueños, y que te haga feliz. Josh me ha prometido que se casará contigo cuando yo ya no esté. Él te ama mucho, como yo te he amado. No te apenes por mí, Shannon, tenme solo en tu memoria. A menudo pienso cómo será cuando estéis de nuevo juntos, a tres. Hazme vivir con vosotros, hazme estar en vuestros corazones. Te amo. Os deseo a ti y a Josh toda la felicidad del mundo.
Rob
Shannon sollozó y se oprimió la carta contra el pecho, como si esa fuera la única manera de estar cerca de él. Durante un rato estuvo entregada a sus sentimientos, se acurrucó entre las almohadas y la manta. Finalmente volvió a leer de nuevo la carta de Rob. Después la plegó con cuidado y la metió de nuevo en el sobre, que dejó apoyado en la lámpara de la mesita de noche. De esta manera sería lo último que viera antes de quedarse dormida.
Se acercó la caja con las entradas para la ópera y sacó la chocolatina. Josh había envuelto la tableta de nuevo con el papel. Ella lo desplegó.
«Llámame. Josh».
Shannon se inclinó hacia delante y agarró el auricular del teléfono.
No sonó mucho antes de oírse el chasquido al otro lado de la línea.
—¿Shannon?
—¡Josh!
—Acabo de llegar a casa. —Estaba jadeante como si hubiera tenido que correr hasta alcanzar el teléfono—. He estado esperando todo este tiempo a que me llamaras.
Ella respiró profundamente.
—Josh…
Él esperó a ver si ella continuaba hablando.
—¿Sí?
—He tomado una decisión…