La despertó el beso y la mano de él acariciándole el cabello. Profiriendo un suspiro, ella se cubrió los hombros con las sábanas y le agarró la mano. Mientras juntaban sus cuerpos acurrucándose bajo las sábanas, entrelazaron sus manos firmemente. Así hacían siempre al quedarse dormidos y al despertar. Ese gesto lleno de sentimiento, ese pequeño ritual, era muy importante para ellos.
Penetraba por las ventanas una brisa cálida que traía el aroma del mar y de las flores. Era una magnífica mañana de agosto.
Un beso más, apasionado y excitante.
—Buenos días… Y mis mejores deseos para este aniversario de bodas.
«¡Cuatro años casada con Rob!», pensó ella, abriendo los ojos.
—Para ti también, Rob. ¡Todo lo que desees!
—Te amo, Shannon.
—Yo también te amo. —«Mi beso tierno es una promesa», pensó ella, «igual que el entrelazamiento de nuestras manos. El deseo de un próximo aniversario de bodas. Y del siguiente año. Y del otro. Y el de después. Estaré siempre por ti mientras vivas».
—¿Desayunamos cómodamente en la cama?
—O sí, estaría muy bien.
Rob se dejó deslizar por la almohada y tanteó en busca del cordón del timbre eléctrico. Entró Mulberry, quien por lo visto estaba esperando ya la llamada. Les llegó a la cama el aroma del café.
—¿Señora? ¿Señor? Buenos días. Y mis felicitaciones más cordiales.
—Gracias, Mulberry —dijo Rob—. ¿Está ya listo el desayuno?
Poco después, Portman y Mulberry traían exquisiteces como salmón ahumado, volován de carne de caza con arándanos o blinis con nata agria y caviar, una botella de champán frío y un ramo de rosas rojas. Shannon las contó por diversión. Y había, en efecto, cuarenta y ocho rosas.
Aquel desayuno con champán fue un placer sensual. Shannon se apoyó en Rob, quien se había colocado algunos cojines en la espalda, y se rodeó ella misma con el brazo paralizado de él. Picaron del caviar, bebieron champán, se acariciaron y besaron con ternura y estuvieron tonteando.
Shannon disfrutaba del tiempo con Rob mientras fuera posible. No se hacía ninguna ilusión sobre su estado de salud. Sabía que la muerte se lo arrancaría de sus brazos en algún momento.
—Te has quedado muy seria de pronto… ¿Qué tienes?
Shannon se incorporó y se sirvió una taza de café.
Rob le acarició suavemente la espalda, y un dedo se coló por debajo del dobladillo de su camisón y resbaló por su piel.
—Mi amor, apenas has tenido tiempo para ti en estos últimos meses… Caitlin… Skip…
Unas carcajadas alegres penetraron a través de las ventanas abiertas. Skip alborotaba con Ronan en el jardín. Shannon dio un sorbo a su café y se puso a escuchar la risa jovial de Skip. Ella estaba muy contenta de que hubiera mejorado su estado desde que lo habían traído a casa hacía algunas semanas. Había estado tan débil y tan perturbado que ella llegó a temer que no sobreviviría.
Josh había conducido a Shannon al palacio. Charlton velaba junto a la cama de Caitlin, que estaba gravemente herida, pálida e inconsciente. Shannon se quedó profundamente horrorizada, no solo por el estado preocupante de Caitlin sino también por el gesto de amargura en el semblante de Charlton. Mientras ella se sentaba en el lecho de Caitlin para tomarle el pulso, Josh se acercó a Charlton y le puso la mano en el hombro. ¿Qué había sucedido?
Charlton rechinó con los dientes cuando informó que mientras Shannon y Josh estaban cenando en el hotel Palace, él recibió un telegrama conmovedor de Jake Fynn. Las banquisas del mar de Bering habían desmembrado el Gale Force en la primavera de 1902, y la goleta se había hundido bajo el hielo. El cuaderno de bitácora que no pudo salvarse se encontraba en un arca impermeable que fue arrastrada por las corrientes marinas hacia el norte, hacia la bahía de Norton, después del deshielo. Unos buscadores de oro la habían descubierto hacía algunos días en la playa de Nome. Una entrada en el cuaderno de bitácora, correspondiente al verano de 1901, dejaba entrever que Caitlin había pagado dinero de sangre para que el capitán reclutara violentamente a Josh en el puerto de San Francisco y se lo llevara consigo para la captura de focas en Japón y Rusia. El telegrama de Jake encolerizó a Charlton de tal manera que se fue en coche hasta el palacio Tyrell para pedirle cuentas a Caitlin. Shannon se quedó desconcertada al escuchar aquello y soltó de inmediato la mano de Caitlin, como si aquel roce le produjera dolores.
Charlton y Caitlin discutieron acaloradamente cuando de pronto apareció Skip en la puerta con el Colt de Aidan. Charlton pensó al principio que iba a por él porque estaba amenazando a Caitlin, pero entonces Skip le disparó a ella. A continuación se derrumbó entre llantos. Después de llevar a Caitlin a la cama, Charlton llamó por teléfono al doctor McKenzie. Alistair curó las heridas de Caitlin y le puso una inyección a Skip para que se calmara. Él se quedó a su lado esperando a los celadores del sanatorio. Shannon se dirigió consternada a ver a Skip. Tenía a su hermano bajo su tutela, ella era la responsable de sus actos. Sentía en su conciencia el tormento de los sentimientos de culpabilidad porque durante semanas ella se había ocupado de Rob para devolverle a la vida, pero había descuidado entonces a Aidan y a Skip, que la necesitaban igual que Rob. Y ahora Aidan estaba muerto, Caitlin luchaba por su vida, y a Skip lo encerraban en un centro psiquiátrico.
«¡Estás enfermo!», le había gritado Caitlin cuando Skip fue a pedirle cuentas por el suicidio de Aidan. «¡No eres ya una persona! ¡Tan solo eres un lastre para todo el mundo! ¡Ya no hay quien te salve, ni siquiera tu hermana!». Shannon se había quedado completamente consternada cuando Skip, con lágrimas en los ojos, le había confesado que subió atropelladamente y fuera de sí a la habitación de Aidan para buscar el Colt. Cuando regresó al salón se encontró de repente ante él a Charlton discutiendo airadamente con Caitlin. ¡Por Josh, a quien Shannon quiere tanto! ¡Cuánto sufrimiento había provocado Caitlin! ¡Cuánta culpa cargaba encima! Completamente fuera de sí le había disparado hasta que ella quedó tendida en el suelo.
Shannon había abrazado entonces a Skip. La cabeza de él reposaba sobre el hombro de ella, y él sollozó y se puso a temblar de miedo. Los rasgos de su personalidad se habían ido disolviendo lentamente en los últimos meses. Todos aquellos aspectos que le caracterizaban como persona, su encantadora extravagancia, su sensibilidad, su tacto, habían desaparecido. Había sido terrible para Shannon presenciar la progresión de su enfermedad, de su adicción y de su psicosis. La habían asustado horriblemente los cuadros que había pintado él en colores siniestros. No obstante, ni se le había pasado por la cabeza que pudiera estar tan mal.
Los celadores le arrancaron a Skip de sus brazos, lo ataron a una camilla y lo condujeron al sanatorio psiquiátrico. ¡Cómo se había defendido él y cómo había luchado por su libertad! ¡Qué gritos llegó a dar! ¡Qué sollozos!
—¡Shannon, te destruirá a ti también! —La mascarilla de éter, que a ella le recordó un bozal para perros rabiosos, ahogó sus gritos desesperados. Skip quedó anestesiado con los ojos en blanco.
Shannon regresó entonces a su habitación. Josh la abrazó fuertemente y la consoló. ¡Él, a quien tanto daño le habían ocasionado, él que estuvo a punto de morir en Alaska! Él fue quien estuvo a su lado y le dio las fuerzas que ella necesitaba para tomar importantes responsabilidades al final de aquel día. Caitlin se debatía con la muerte. Con carácter resolutivo, Shannon se hizo cargo de la dirección de Tyrell & Sons a pesar de que ella ya no era una Tyrell, pero Colin se encontraba en Fairbanks, la nueva ciudad de crecimiento espectacular a orillas del río Tanana, en donde se había encontrado oro hacía unas pocas semanas.
Shannon había ordenado a su hermano que regresara de Alaska:
—¡Ven inmediatamente a casa! Hay muchas cosas por hacer. Te necesito aquí. —A comienzos de febrero de 1904, Colin llegó con Sherrie y su hijito a San Francisco, para tomar las riendas de Tyrell & Sons, mientras Caitlin se recuperaba muy lentamente de sus graves heridas. Ella no había hablado con Shannon. No lo hizo cuando despertó y encontró a Shannon junto a su cama, ni tampoco cuando Shannon dirigió su empresa. Caitlin y Shannon no tenían nada que decirse. Una palabra amable o un gesto conciliador habría sido pura mofa para las dos.
Cuando Colin se hizo cargo de la dirección de Tyrell & Sons, Caitlin se rebeló airadamente y discutió con él. Colin le hizo frente con un amargo enfrentamiento verbal. Rechazó divorciarse de Sherrie. Se negó a mandar a paseo a su esposa con una indemnización y a casarse con otra de su rango social. Colin había renunciado a su vida en Alaska, a su autonomía y a su libertad, pero no quería sacrificar sus esperanzas ni sus sueños, en esto coincidía con Shannon.
El día después de esa discusión, Sherrie buscó refugio en Shannon. Caitlin le había ofrecido diez millones de dólares si dejaba a Colin y entregaba a su hijo Jason. Lo mismo que con Alannah y Sean, recordó Shannon, pero en el caso de su madre y de su padre, Caitlin había logrado imponer el divorcio. Alannah O’Hara renunció al apellido Tyrell y huyó a Nueva York. Sherrie Levine Lamont conservaría el apellido Tyrell por puro despecho y permanecería al lado de su marido y de su hijito. Sin embargo, la lucha contra Caitlin le costaba muchas de sus fuerzas. En los últimos meses, desde que Caitlin retomó la dirección de la empresa, Colin y Sherrie habían estado a menudo en casa de Shannon y Rob como invitados. Jason y Ronan se habían hecho muy buenos amigos, hacían el loco en el jardín, cabalgaban en sus ponis por la playa y jugaban en el velero de Shannon, que estaba anclado en el embarcadero, y…
—¿Shannon? —Rob se incorporó en la cama y la besó en la nuca—. ¿Qué te ocurre? Estás muy callada.
Ella se llenó los pulmones y escuchó con atención las alegres carcajadas procedentes del jardín.
—¿Qué piensas? —preguntó Rob.
—Estoy pensando en Skip. Estoy muy contenta de que se encuentre mejor.
—Yo también. —Rob le dio un beso en el hombro—. Hoy volverá a pintarnos un cuadro del mar, ya verás.
Skip pintaba únicamente el mar. Las olas azotadas por el viento que rompían con crestas elevadas en las rocas del Golden Gate. Olas veteadas con corona de espuma blanca en caída que resplandecían a la luz del sol. Oleaje bajo amenazadoras nubes de tormenta en todos los matices del azul y con un relámpago chillón en el horizonte lejano. Un cuadro que le cortó a Shannon la respiración la primera vez que lo vio mostraba un mar tempestuoso ante una raya plateada de esperanza en el horizonte. Por encima se abovedaba un infierno negro de nubes arremolinadas, lluvia y tempestad. Lo que la había asustado tanto era el infinito agujero negro en mitad de las nubes despedazadas.
En el sanatorio, Skip había pintado también con los colores claros, soleados, que le llevó Shannon. Sin embargo, los cuadros no tenían la expresión de los de tema marino, pues en aquel tiempo estaba narcotizado con los fuertes medicamentos que debían tranquilizarle.
Eso no había asustado a Shannon menos que la opinión del director del centro psiquiátrico de que Skip era un peligro para los demás y para sí mismo, que solo con esos medicamentos podía reencontrar él su sosiego y su paz interior. Lo mejor para él eran buenas comidas, aire fresco, el trabajo en un ambiente agradable y la pintura para expresarse y procurar alivio a su alma atormentada. De las cartas del médico podía deducirse en efecto que Skip iba encontrándose cada vez mejor. A pesar del ambiente opresivo del sanatorio, él hacía bromas y se reía, y los colores de sus cuadros eran armoniosos, fascinantes e intensos. Las psicosis y los accesos de pánico fueron haciéndose menos frecuentes, y Skip no se mostraba violento. Ya no se encontraban en sus cuadros los símbolos del anhelo de la muerte.
Pero entonces, contra todo pronóstico, Skip volvió a sufrir una recaída. Mientras estaba pintando en el jardín sufrió una crisis, se puso a sollozar y no había manera de que se relajara. Cuando le intentaron calmar con palabras dulces, comenzó a gritar, y cuando lo llevaron a su habitación, fue dando golpes a diestro y siniestro. Se revolcó como un loco por los suelos, empezó a dar patadas a los celadores, se soltó de ellos cuando se le echaron encima y les golpeó con todas sus fuerzas. En esos golpes hirió a una enfermera. Lo condujeron con violencia a una celda, lo ataron a una cama y le dejaron encerrado. Diagnóstico: Skip era violento y peligroso. Terapia: electrochoques en el cerebro. El director del centro se temía que sin esas medidas Skip mataría a cualquiera que se le acercara.
—Incluso a usted, señora Conroy.
Shannon se quedó consternada. ¿De quién le estaban hablando, del dulce y cariñoso Skip o de un loco?
—¿No existe otro tratamiento posible que esos electrochoques?
—No, señora. A su hermano le están administrando medicamentos fuertes. En cuanto afloja su efecto, él se vuelve una persona psicótica.
Shannon pidió que le explicaran este nuevo procedimiento experimental. Los electrochoques en el cerebro provocaban un ataque epiléptico severo, que menguaba los trastornos psíquicos pero que conducía a una pérdida de la memoria. Ella miró con cara de preocupación al médico que le estaba enseñando los electrodos, observó el aparato, la camilla, las correas de sujeción para las manos y los pies, y agitó desesperadamente la cabeza.
—No, no quiero eso. Es mi hermano. Me lo llevaré a casa y cuidaré de él.
El director del centro psiquiátrico la miró con gesto perplejo.
—Señora, eso es…
—… Esa es la decisión que yo tomo —le interrumpió ella con resolución—. Y, por supuesto, es la decisión de mi hermano. Le preguntaré qué quiere hacer él.
Como es natural, Skip decidió que quería ir a casa para hablar con Rob, para jugar con Ronan y cantarle canciones y leerle historias, pintar en la playa el agitado mar que reflejaba sus estados anímicos.
El estado de Skip fue mejorando de día en día. Las fases depresivas se hicieron cada vez más cortas, y daba la impresión de estar tranquilo y sereno. Y los cuadros que pintaba eran impresionantes. Cuando Rob propuso que Skip los expusiera, se llenó de entusiasmo.
—¿Shannon? —Rob pasó la mano con ternura por la espalda de ella y se detuvo en el dobladillo del camisón—. ¿Estás soñando?
Ella dejó la taza y se volvió a mirarle. Se besaron. A continuación se dejó caer él de nuevo en los cojines y tiró de la cuerda del llamador.
—Tengo un regalo para ti… No te habrás creído que las rosas eran todo lo que tenía para ti, ¿verdad?
Mulberry entró.
—¿Señor?
—El regalo… Querría entregarlo ahora.
—Muy bien, señor. —El mayordomo regresó con una maleta que depositó a los pies de la cama. Rob se incorporó y le dio un beso.
—¡Mis mejores deseos para el aniversario de bodas! ¡Abre tu regalo!
—¿La maleta?
—Eso es. —Se rio al ver la cara de perplejidad de ella—. ¿Qué regala un marido a su esposa que ya lo tiene todo? Pues todo, excepto tiempo para ella misma.
—Rob…
—Felicidad… Alegría… Amor.
Shannon enarcó las cejas.
—¿Amor?
—Le pedí consejo a Josh y me dijo que era una buena idea. Estaba completamente entusiasmado.
¡Ahora sí le entró la curiosidad! Shannon se arrastró por la cama para abrir la maleta. Estaba hecha ya para un viaje. Ella miró a Rob con gesto inquisitivo.
—¿Cosas de baño?
Él esbozó una sonrisa.
—No necesitarás muchas más cosas para ese viaje.
—¿Adónde voy?
—Mira los libros y los mapas.
Shannon los sacó de la maleta y los miró. Eran guías turísticas de las islas de ensueño de los mares del Sur: Hawái, Bora Bora, Tahití, Moorea, isla de Pascua, Rarotonga, Samoa. Lagunas azules, playas de arena blanca, peces de colores de los arrecifes coralinos, cascadas en montañas de color verde esmeralda, puestas de sol de ensueño bajo las palmeras…
—Nuestro yate está preparado, Shannon. La partida puede ser mañana mismo. Evander se hace cargo de la Conroy Enterprises mientras tú descansas del trabajo de estos últimos meses, y yo le apoyaré en la medida de mis fuerzas. Disfruta de este viaje, cielo mío.
—¡Pero Rob, no voy a viajar yo sola a los mares del Sur!
—Claro que no. He encontrado un acompañante para ti.
—¿Quién?
—Josh. Ha sido él quien te ha preparado la maleta, Shannon. También ha elegido la lencería para ti. Hay algunas cositas realmente monas, en la parte de abajo de la maleta. Josh no solo tiene corazón y cabeza sino también un gusto exquisito.
—¡No, Rob! —le contradijo ella en tono resolutivo.
—¡Claro que sí, Shannon! —insistió él con la misma energía—. ¡Eh, vamos! A él le hace mucha ilusión este viaje. Ahora debe de estar metiendo sus cosas en la maleta. Os iréis mañana mismo.
—Rob…
—Este viaje es un regalo que te hago de todo corazón. Y los regalos no se rechazan… —Le cogió una mano. La suya temblaba ligeramente—. Quiero que viajes, Shannon… Quiero que seas feliz… Con Josh.
En estos últimos tiempos, Shannon había visto a Josh tan solo en raras ocasiones. A ninguno de los dos les quedaba demasiado tiempo libre. Skip la necesitaba a todas horas del día. Y a Rob le dedicaba todo el tiempo que le era posible. En estos últimos meses habían estado Josh y ella separados más que nunca. Se encontraban muy de tanto en tanto en casa de Ian. ¡Y eso que él se esforzaba de lo lindo! Entonces él cocinaba siempre para ella y decoraba la casa como aquel fin de semana cuando le hizo la proposición de matrimonio: pétalos de rosas, velas, fotografías románticas de los viajes de los dos juntos a Monterey y a Yosemite, bellos recuerdos de la felicidad que habían compartido, conmovedoras cartas de amor. La bola de nieve que ella le había regalado a su regreso de Alaska seguía estando en la estantería: Shania y Jota bailando su Sueño de amor. Pero ya no era como en aquel otro tiempo. Y quizá no volvería a serlo nunca, al menos de aquella manera tan ensoñadora y bella. Y es que ellos ya no eran los mismos. A pesar de todo, ella disfrutaba de esos instantes poco frecuentes y preciosos con él.
Shannon respiró profundamente.
—Gracias, Rob —dijo ella y sus palabras surgieron de lo más profundo de su corazón—. No sé…
Un grito penetrante la interrumpió. ¿Era Ronan?
Rob y ella se miraron desconcertados.
«¡Ronan!», pensó ella. «¿Le ha sucedido algo? ¿Está herido?».
Por su cabeza se dispararon todas las imágenes horribles imaginables. De pronto sintió pánico. Saltó rápidamente de la cama. En un instante echó a correr escaleras abajo, pasó a la carrera por el salón y abrió los postigos de las ventanas de par en par.
—¿Ronan? —Un llanto desesperado le señaló el camino a través de los arbustos—. ¡Skip! ¿Dónde estás? ¿Estás con Ronan?
Él solía pintar allá enfrente, detrás de la buganvilla. Era de allí de donde procedían los desesperados sollozos.
—¡Maaaammiii!
—¡Ronan! ¡Ya voy!
Él se puso a chillar más alto cuando la oyó acercarse; se puso en pie de un salto, y le salió al encuentro tambaleándose y sollozando desconsoladamente. Shannon le abrazó y le besó en la cara llorosa.
—¿Qué ocurre, vida mía? ¿Dónde está Skip?
—Solo estábamos jugando en la playa, mami.
Un dolor la atravesó igual que un mal presentimiento. «¡No, eso no! ¡Por el amor de Dios!». Echó a correr con Ronan en brazos, se abrió paso a través de la buganvilla y llegó a la playa. Skip yacía boca abajo a merced del oleaje. Ronan se agarró firmemente a ella, encajó el rostro empapado de lágrimas en el camisón de ella y berreó con voz ronca. Shannon le dejó en la arena mojada y se arrodilló al lado de Skip. El agua en retroceso le movió. Ella abrazó a su hermano.
Una ola le regó el rostro. Se le quedó arena pegada en los cabellos, y la sal en la piel.
La sonrisa de sus labios la conmovió profundamente y le procuró una punzada en el corazón. No pudo contener más las lágrimas y lloró con Ronan. Skip ya no volvería a responder, ni a reír, ni a llorar.
Su hermano estaba muerto.
Y ella no había estado a su lado cuando murió.