La brisa de mayo penetraba suavemente por las ventanas en el dormitorio de la casa de Josh acariciando sus cuerpos desnudos. El perfume de las veinticuatro rosas rojas era embriagador, una flor por cada mes de su amor. Junto al jarrón que estaba encima de la mesita de noche estaba la carta de amor que Rob había escrito a Sissy.
Ella se acurrucó en los brazos de él y agarró otra foto de la colcha de la cama.
—¡Parecéis tan felices! —dijo Sissy con tono de asombro, cuando contempló la foto de Shannon y Rob estrechamente abrazados delante del Taj Mahal.
—Somos felices.
Ella asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Rob sabía que ella no lo era, no lo era con Lance, ni estaba satisfecha con la empresa. Desde que Josh desapareció hacía once meses, cargaba sobre sus hombros con una responsabilidad demasiado pesada. Un día, cuando Charlton ya no viviera, ella tendría que dirigir Brandon Corporation. Ella no se lo tomó de una manera tan sosegada como Shannon, que en las últimas semanas se había integrado en la dirección de la Conroy Enterprises, después de visitar con Rob la mayoría de las empresas del grupo durante su viaje alrededor del mundo.
En Londres, París y Roma, Shannon y él habían preparado recepciones y cenas, y habían hecho negocios tomando una copa de champán. En las conversaciones de negocios, ella había estado sentada al lado de él, había hecho propuestas inteligentes, había llevado las negociaciones con su estilo encantador y había hechizado a sus interlocutores. Las mujeres eran una rareza en los puestos más altos del mundo de los negocios. Shannon se había mofado de la indulgencia con la que la trataban al principio cuando entraba con él a su lado en las salas de reuniones. Sin embargo, la arrogancia de sus interlocutores, que querían remitirla al papel que tenía asignado como mujer, se tornaba enseguida en respeto y admiración. Percibían que Shannon sabía lo que quería.
Luego tuvieron mucho tiempo para ellos, semanas enteras en su nido de amor en Cinque Terre. Hablaron de ellos y de su amor, de Sissy y de Josh, de su hijo, y volvieron a hacer el amor apasionadamente como no lo hacían desde el nacimiento de Ronan. El viaje debía ayudar a Shannon a superar la pérdida de Josh, y durante la travesía del desierto en Egipto y el safari en Sudáfrica, Rob abrigó esperanzas de que ella lo olvidaría en algún momento. Sin embargo, desde su regreso hacía algunas semanas, desde que ella había vuelto a leer las cartas de Josh después de la muerte de Eoghan, Rob supo que ella no renunciaría jamás a la esperanza de volver a verlo algún día. Él se hizo a la idea en algún momento, igual que Shannon había tenido que conformarse con el hecho de que él había vuelto a encontrarse con Sissy.
Sissy tiró la foto del Taj Mahal sobre la colcha de la cama, se inclinó hacia delante, tomó otra y volvió a apoyarse en Rob. Él la rodeó con el brazo y se le arrimó mientras ella contemplaba la foto.
—¿Dónde es esto?
—En Bangkok.
—¿Y este pueblito? —Ella le mostró una foto.
—Es una de las escuelas que ha fundado Shannon. ¿No te habló de eso anteayer durante la cena?
—Sí, lo hizo. Ha creado una fundación que mantiene escuelas para mujeres jóvenes. En la India, en Birmania y en Siam.
—Y en Etiopía. Le importan mucho sus proyectos humanitarios contra la opresión de las mujeres. Toda persona tiene derecho a la libertad, a la felicidad y a la dignidad humana. Shannon quiere proporcionar a las mujeres jóvenes el acceso libre a una amplia educación, al agua potable, a los cuidados médicos y a unas condiciones de vida dignas. Quiere enseñarles lo que significa la responsabilidad y la autonomía.
—La admiro por su compromiso.
—Yo también —confesó Rob.
—¿Y esto de aquí es Hong Kong?
Él frotó cariñosamente la nariz en la mejilla de ella.
—Es nuestra casa en la Cumbre Victoria.
Ella alzó la siguiente fotografía.
—¿Ronan buscando ópalos? ¡Con pantalones de peto, un cubo y una pala!
—Esto es en Lightning Ridge. Yo tenía la edad de Ronan cuando Tom me llevó por primera vez a la mina.
Ella le puso la mano encima de la rodilla.
—Le echas de menos.
—Y no sabes cómo.
—¿Fue duro regresar a casa sin él?
—Sí, mucho. La casa está llena de recuerdos suyos. No pude hacer otra cosa que pensar continuamente en él. Le extraño mucho.
Ella se acurrucó en él y le enseñó otra foto.
—¡Mi dulce sobrinito con una cría de canguro en brazos!
—Ronan está acariciando un ualabí. Más tarde se lo llevó consigo a casa. Hasta se lo habría llevado a la cama. —Rob ocultó el rostro en el pelo de ella y aspiró profundamente su olor.
Sissy dejó la foto a un lado. Por lo visto ya no deseaba ver las fotos de Tahití. La felicidad de Rob y de Shannon en los mares del Sur era demasiado dolorosa para ella.
—¿Rob?
Él la besó.
—Sigues dando la impresión de estar triste —dijo ella en voz baja.
—La muerte de Eoghan me ha afectado mucho. —Rob volvió a sentir de pronto ese dolor de cabeza que venía sintiendo en los últimos días. Y volvía a estar mareado también. Alistair había atribuido sus achaques a la muerte de Eoghan.
Se llevó el dorso de la mano a la frente y se vio de nuevo en el campo de polo. Eoghan y Rob jugaban en equipos rivales, Rob como número 1, Eoghan frente a él como número 4, a quien tenía que cubrir.
En el tumulto de caballos y hombres, Eoghan había blandido su stick con fuerza y había hecho varias faltas a Rob. El partido se estaba volviendo cada vez más agitado. En el penúltimo tiempo del partido, el equipo de Eoghan se había adelantado en tantos y en faltas. En el último tiempo, Rob montó sobre Rocky, su caballo favorito. Los dos se conjuntaban muy bien, se coordinaban perfectamente y con concentración. Eoghan y Rob volvieron a tener otro encontronazo cuando el primo de Shannon intentó un disparo a puerta hacia atrás; sin embargo, no acertó a la bola y sí a Rocky con el palo. El semental se desplomó y arrastró consigo a Rob. Los dos cayeron envueltos en una nube de polvo. Rob se irguió entre jadeos. Los espectadores silbaron con enfado: ¡Falta! No olvidaría nunca el relincho de Rocky, cuando se arrodilló a su lado para acariciarle. Había resultado tan gravemente herido en la caída que Rob se vio obligado a matarlo de un disparo. Preso de la rabia montó en otro caballo. Cuando el partido prosiguió, Eoghan apareció de nuevo a su lado e intentó levantarle de su montura. Su semental estuvo a punto de caer a todo galope por esta razón. Entre un alud de maldiciones, Rob golpeó a Eoghan. ¿Es que estaba borracho? ¿Era esta la razón por la que actuaba de aquella manera tan desconsiderada?
¡El suelo se movía bajo ellos a toda velocidad! Rabioso por las faltas de Eoghan y por la muerte de Rocky, Rob golpeó con precisión la bola con todas sus fuerzas. La bola de corcho voló trazando un amplio arco hasta colarse entre los dos postes de la portería, y el stick de Rob acertó sin querer también en el rostro de Eoghan. La sangre brotó a borbotones y Eoghan cayó de su montura. Rob se volvió y regresó al trote donde estaba Eoghan, que yacía inmóvil sobre la arena con la cara bañada en sangre. Eoghan había muerto.
«¡Y yo lo he matado con mi golpe, por no poner atención y por la rabia por la pérdida de Rocky!», pensó Rob. «No me sobrepondré a eso. No volveré a jugar al polo nunca más».
El dolor de cabeza se hizo ahora aún más insoportable. Se llevó la mano a la frente con un gemido.
—Rob, ¿qué te ocurre? Estás muy pálido.
Él hizo un gesto negativo con las manos.
—¿Podemos hablar de nosotros?
Rob se irguió. Sissy tenía una mano sobre el vientre. En las últimas semanas había engordado un poco. Charlton solía llevarla a sus comidas de negocios.
—¿Sí? ¿No? —preguntó ella, y había algo en su voz que Rob no pudo interpretar, algo como una emoción.
—Sissy, no voy a dejar a Shannon, y ella no va a dejarme otra vez plantado. —¿Por qué articulaba de pronto tan mal al hablar? Ella se incorporó de golpe—. Te amo, Sissy —dijo él, intentando consolarla. En los últimos tiempos solía prorrumpir en sollozos cuando estaban juntos—. Mi amor, nos… estamos viendo… todas las semanas —balbució él aturdido. El dolor de cabeza se hizo más intenso. Y el pitido en sus oídos era cada vez más ruidoso.
—¡Rob, eso no me basta!
Él sacudió la cabeza, se irguió pesadamente, resbaló de la cama y se puso en pie tambaleándose.
—¿Rob? —La voz Sissy sonó preocupada.
Un zumbido, como si un tren pasara a su lado con estruendo lo impulsaba hacia delante a pesar de los dolores. Luchando en contra del pánico creciente, se dirigió tambaleante al baño. Cerró los ojos, pero el mareo seguía. No se sentía la comisura izquierda de los labios, pero percibía cómo la saliva le resbalaba por la barbilla. Le hormigueaba la mano izquierda, y un dolor intenso iba ascendiendo por su brazo. Entonces dejó de sentir de pronto toda la parte izquierda de su cuerpo. Y un segundo después, todo a su alrededor dejó de tener un contorno definido, y el mareo se intensificó aún más.
—¡Rob! ¿Qué te ocurre? —exclamó Sissy en el dormitorio.
Él no pudo responder porque no le salían las palabras, sino tan solo un gemido ronco. Tanteó en busca del borde de la bañera, no lo encontró, se tambaleó y cayó sobre las baldosas que estaban todavía mojadas del baño de antes con Sissy.
Lo último que oyó antes de que se volviera todo oscuro y frío a su alrededor fue el grito de Sissy. Sin embargo, su último pensamiento no estuvo dirigido a ella, a la amante, sino a Shannon, su esposa.
Sissy saltó de la cama y se dirigió corriendo al baño. Rob yacía boca abajo sobre las baldosas mojadas. ¿Había resbalado y se había caído? ¡Tenía sangre en la frente! ¡Se había golpeado en la cabeza! Sissy se arrodilló a su lado y le giró boca arriba.
—¿Rob? —Ningún gemido, ningún jadeo, nada—. ¡Por amor de Dios, Rob! —Ella le agitó y la cabeza de él se movió de un lado a otro sin control—. ¡Rob!
Él no reaccionaba. El pánico se apoderó de Sissy, que regresó corriendo al dormitorio y se tumbó en la cama. Con la mano se acarició inconscientemente el vientre abultado.
—¡Tengo una buena noticia para usted, señora Burnette! —le había dicho el día anterior su médico—. Está esperando un hijo.
Ella se quedó desconcertada. ¡Estaba embarazada! Su médico interpretó errónamente su desconcierto:
—¡Llame por teléfono a su marido en Nueva York, señora Burnette! ¡Todo marcha bien! ¡Háblele de su hijo!
«¡Nada marcha bien!», pensó ahora Sissy. «¡Absolutamente nada!».
—¡Se alegrará de convertirse por fin en padre!
«¡No, Lance no se pondrá contento!», pensó ella. Y Rob…
Sissy se armó de valor y agarró el auricular del teléfono. Casi se le fue la voz cuando oyó que descolgaban del otro lado.
—¡Con Shannon Conroy, por favor! ¡Y rápido, es una urgencia!
DE: Josh Brandon, Brandon Corporation, Valdez.
A: Shannon Conroy, Conroy Estates, San Francisco.
Shannon, después de meses de andar vagando errante, he llegado hoy a Valdez. El siguiente barco a San Francisco me lleva de vuelta a ti. Te llamaré en cuanto esté en casa. Quizá sea demasiado tarde, pero espero que volvamos a encontrarnos, y esta vez para siempre. Te amo, Josh.
Shannon bajó la mano que sostenía el telegrama que Portman le acababa de traer. Le temblaba la mano.
Josh vivía. Regresaba a casa. Ella iba a volver a verle.
Entretanto había oscurecido casi por completo en su cuarto de trabajo. Solo un brillo débil iluminaba la habitación. Tenía a Ronan en brazos, y este se inclinó hacia delante y agarró el papel con el recado de su papá. Shannon se lo quitó de la mano, le dio un beso y lo dejó en el suelo.
Con los brazos extendidos corrió en dirección a Skip, que estaba sentado en el sofá con Randy en el regazo y cantando una nana. El husky lo acompañó con un aullido. Ronan chilló de satisfacción y se arrojó con ímpetu en los brazos de su tío, que vivía en la casa desde hacía algunas semanas.
Shannon recordó la cena que tuvo lugar solo unos pocos días después de la muerte de Eoghan. Caitlin había reunido a la familia. El retrato al óleo del senador Tyrell estaba colgado en la pared, frente a la chimenea: Eoghan con los brazos cruzados en actitud resuelta, con la cabeza inclinada con gesto reflexivo y la vista dirigida hacia arriba, como si no perdiera nunca de vista su objetivo en la vida, la Casa Blanca. Caitlin se había quedado mirando fijamente el retratro de su nieto muerto, seguramente reflexionando acerca de cómo se crea la figura de un mito. El triunfo y la tragedia de los Tyrell. Tras su muerte, no quedaba ya nadie que pudiera sucederle en la familia. Eoghan Tyrell había sido el futuro de Estados Unidos. Él había sido los Estados Unidos de América. El sueño de poder de Caitlin había muerto con él.
¿Cuánto éxito era capaz de soportar una familia antes de desmembrarse? ¿Cuántos triunfos y tragedias, cuánta publicidad, cuántos líos y penalidades? ¿Cuánta violencia, cuántas humillaciones y cuánto sufrimiento era capaz de soportar una persona delicada como Gwyn Burnette Tyrell antes de irse a pique? Después de la cena, en la que se siguió echando en falta a Skip, que llevaba desaparecido algunos días, la hermana de Lance le había pedido una conversación confidencial a Shannon. Se dirigieron a la biblioteca; Gwyn iba con su hijo, que tan solo era unas pocas semanas más joven que Ronan.
Gwyn le contó que Eoghan le pegaba con frecuencia, cuando estaba borracho, que había tenido innumerables líos amorosos y que por mor de la publicidad le gustaba dejarse sorprender en la habitación del hotel en Washington. Gwyn pretendía librarse del apellido Tyrell y regresar a la casa de sus padres, pero Caitlin insistió en que el hijo de Eoghan permaneciera en San Francisco. La familia se descomponía, y Caitlin quería salvar lo que todavía podía salvarse. Quería darle una educación. Colin tenía también un hijo, el pequeño Jason, pero él no iba a consentirle jamás que se ocupara de él.
—¡Shannon, por favor, ayúdame! —le suplicó Gwyn—. ¡Ella no tiene ningún derecho a quitarme a mi hijo!
En ese instante llamó a la puerta Wilkinson, el mayordomo, para entregarle a Shannon una carta.
—Disculpe usted, señora. Acaban de traer esta nota para usted.
Shannon:
He encontrado por fin a Skip. Está muy enfermo. Su estado ha empeorado considerablemente desde su precipitada huida. La muerte de Eoghan le ha afectado muchísimo. Dice que ha sido Caitlin quien lo ha matado, no Rob. De vez en cuando recupera la lucidez y entonces no para de hablar de ti. ¡Ven enseguida, por favor, antes de que sea demasiado tarde! En el dorso está la dirección en Noe Valley.
Alistair
Shannon y Rob se quedaron horrorizados. Skip habría podido elegir un apartamento caro en el centro o una suite de lujo en el hotel Palace. Pero no lo hizo así sino que se buscó un agujero inmundo. En la cocina no había nevera ni fogones para cocinar. El baño no disponía de bañera, el retrete no tenía tapa para sentarse, el espejo por encima del lavabo, en el que se apilaba la vajilla sin lavar, estaba roto. Los únicos seres que se sentían a gusto allí eran las cucarachas en la cocina y los ratones que dejaban un olor apestoso debajo de la cama.
Se quedaron muy asustados al ver a Skip envuelto en un montón de harapos sucios sobre un colchón muy usado, demasiado débil como para levantarse. Sus cuadros estaban apoyados en las paredes sin enlucir, junto a la cama. Se trataba de visiones horribles en tonos negros sombríos y rojos de sangre, testimonios de sus torturas internas. Entre ellos había también un retrato de Caitlin que inspiraba horror; Skip lo había destrozado con la aguja de la jeringuilla de sus inyecciones de morfina.
Skip no estaba en condiciones de hablar. No reaccionó siquiera ante la presencia de Shannon, pero lloró como un niño pequeño cuando Rob le alzó finalmente del camastro para llevarlo a su automóvil. Se lo llevaron a su casa. Cuando se recuperó un poco, Shannon le aseguró que a partir de entonces viviría siempre con ella y con Rob, si él lo deseaba así, y que ella solicitaría la tutela sobre él. Él le dijo sollozando:
—¡No permitas, por favor, que Caitlin me encierre en una clínica psiquiátrica!
Ronan le devolvió la vida. Skip se pasaba las horas jugando con el pequeño; le montó el tren eléctrico y paseaba con él alegremente por la playa. Recuperó una parte de su alegría de vivir.
Cuando Shannon se hundió en la silla de su escritorio con el telegrama procedente de Valdez en la mano, él preguntó asustado:
—¿Shannon? ¿Qué pasa?
—Josh regresa a casa.
Él no supo qué decir. Estaba tan consternado y perplejo como ella. Con aire distraído sujetó al hijo de Josh, que se estaba subiendo a su regazo entre gritos de alegría.
Sonó el teléfono, y Shannon se estremeció. Dejó el telegrama de Josh encima del escritorio que estaba lleno a rebosar de documentos comerciales que Evander le había enviado durante su viaje de negocios por Australia y Nueva Zelanda, y descolgó el auricular.
—¡Señora!
—¿Señor Portman?
—Una llamada urgente, señora. La señora Burnette desea hablar con usted. Está muy nerviosa.
—¡Páseme la llamada!
—Ahora mismo, señora. —Hubo un crujido en la línea.
—¡Shannon! —exclamó Sissy entre sollozos de desesperación. Parecía aterrorizada.
—¿Sissy? —Shannon se esforzó por mantener la serenidad—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras?
—Rob y yo estamos en la casa de Josh. Él se ha desmayado. Creo que le ha dado un ataque de apoplejía. Tengo muchísimo miedo de que se muera. No sé qué hacer. —Sissy se sorbió los mocos—. ¡Ven enseguida, por favor!
Cuando media hora después llegó con Alistair a Lombard Street, Sissy no se había calmado todavía. Les abrió la puerta con los ojos llorosos y los condujo al dormitorio. La cama estaba revuelta, había fotos dispersas entre las sábanas. Sissy señaló la puerta del baño con la cara pálida. Shannon pasó a su lado y se detuvo frente a Rob, que yacía encima de las baldosas. Sissy le había puesto una toalla debajo de la cabeza y le había extendido una colcha por encima. Luego le había limpiado la sangre del rostro. Ver a Rob en ese estado le produjo a Shannon una punzada dolorosa.
—¡No sabía qué hacer! —dijo Sissy en voz baja.
Alistair se abrió paso entre las dos y se arrodilló al lado de Rob para examinarlo.
—Rob, ¿puede usted oírme? —Se inclinó sobre él—. ¡Si puede oírme, haga usted un gesto con la cabeza! ¡Y si no puede moverse, entonces parpadee! ¿Rob? —Le tocó con suavidad—. ¡Rob!
Shannon pasó el brazo a Sissy por los hombros y la condujo de vuelta al dormitorio. Se dejó caer encima de la cama con las rodillas temblorosas y contempló la foto de ella que estaba en el suelo. En ella salían Rob y ella, abrazados frente al Taj Mahal. Fue el día más bonito de su viaje. Fueron muy felices ese día. ¿Y él le había enseñado a Sissy precisamente esa foto? ¿Había compartido con ella sus sentimientos, su alegría, su felicidad conjunta?
Sissy se sentó a su lado.
—¡Lo siento mucho! —dijo en voz baja.
Shannon no supo qué decir. En situaciones como aquella en que la esposa y la amante sentían el mismo dolor y el mismo miedo, ¿existían acaso las palabras apropiadas?
Alistair entró, descolgó el auricular del teléfono y pidió que le pusieran con el hospital.
—Aquí el doctor McKenzie. Un ataque agudo de apoplejía. Caída con herida en la cabeza, quizás un derrame cerebral. No hay reacciones… No, no puedo moverlo, necesito un equipo en Lombard Street, Russian Hill. ¡Vengan inmediatamente! ¡La situación es de extrema gravedad! Gracias. Adiós. —Colgó. Se apoyó en la cómoda con los brazos cruzados.
Shannon le miró.
—¿Va a… morir?
Alistair expulsó el aire.
—No puedo decirlo con seguridad. Existe el peligro de un derrame cerebral. Hay que llevarlo lo más rápidamente posible al hospital. Si comienza el tratamiento enseguida, hay posibilidades de que sobreviva.
—¿Se quedará paralítico? —preguntó Sissy con voz apagada.
—Sí, señora. —Alistair se apoyó con los dos brazos en la cómoda—. Si sobrevive, tendrá que estar bajo continua vigilancia médica. Rob necesitará una silla de ruedas, igual que su padre. No sé decir si aprenderá de nuevo a hablar.
La punzada de dolor en el pecho de Shannon se hizo insoportable, y de pronto sintió que no podía respirar bien. Sissy le puso el brazo sobre los hombros para consolarla.
«En lo más profundo de mí sabía que no estaban bien las cosas con él», pensó Shannon con desesperación. «Los dolores de cabeza, los mareos, el agotamiento que sentía desde la muerte de Eoghan…».
—La convalecencia puede durar mucho tiempo —dijo Alistair, cruzando de nuevo los brazos en un gesto de desvalimiento—. Meses. O incluso años. En un sanatorio podrá…
—No.
—Shannon, él tendrá que comenzar todo desde el principio.
—Rob vivirá en casa. Conmigo y con Ronan.
—Shannon, eso es… —Alistair sacudió la cabeza. Su gesto era de preocupación—. Rob te necesitará día y noche, te someterá a un esfuerzo muchísimo mayor que Skip. Rob no podrá moverse. No podrá hablar. Quizá ni pueda entender lo que le digas. O quizá ni se acuerde de ti… —Dirigió la vista a Sissy—… de vosotras dos…
Shannon asintió con la cabeza.
—Yo estaré a su lado, como Rob estuvo a mi lado después del nacimiento de Ronan.
Sissy le presionó la mano.
—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó Sissy, llevándose la otra mano al vientre.
«¿Está embarazada Sissy?», pensó Shannon consternada. «¡Pero no puede ser de Lance, que lleva meses en Nueva York!».
—¿Quieres que vaya contigo, Shannon? Solo tienes que decirlo.
Ella asintió con la cabeza débilmente.
—Sí, Sissy, ven conmigo al hospital, por favor. No quiero estar sola en estos momentos.
Shannon estaba sentada sola en el embarcadero mirando el mar y el cielo estrellado. Escuchaba con atención el rumor del oleaje y disfrutaba de la brisa cálida en el rostro. A su lado, el velero golpeaba suavemente contra la pasarela. Los cabos y los tablones de madera crujían. Era más de medianoche. Una cena a la luz de las velas junto al mar. Unas antorchas iluminaban el embarcadero. Una carpa daba cobijo a una mesa con dos cubiertos. La silla de enfrente de ella estaba vacía.
«¿Qué significa amar de verdad a una persona?», se preguntó ella. «¿Estar solos, tristes, a pesar de estar juntos el resto de sus vidas? ¿Perder los sueños, la ternura, la cercanía íntima, la esperanza de felicidad?». Dos años atrás supo lo que significaba. Había amado a Josh para siempre, para toda la vida. Él iba a llamarla al día siguiente…
Mientras reflexionaba, fue contemplando las fotos de su época con Rob y dejó que la transportaran los recuerdos. Esos recuerdos eran quizá lo único que le quedaba.
Dos fotos las llevaba muy dentro del corazón.
La primera mostraba a Rob con su hijo. Estaba tumbado con él sobre las sábanas revueltas de la cama, con la cabeza apoyada sobre el brazo doblado y protegiendo la cabecita de Ronan con una mano. El pequeño tenía tres meses. Conmovía profundamente a Shannon la manera en la que se miraban los dos en la foto, y eso le recordó una escena de hacía unos pocos días. Ronan se había subido a la silla de ruedas de Rob, se había sentado en su regazo y le había abrazado. Y Rob se echó a reír a pesar de no haber pronunciado ni una palabra desde que había regresado a casa. ¡Se echó a reír! ¡Qué maravilloso fue ese instante! Shannon se quedó parada en la puerta mirándolos a los dos. La risa de Rob le devolvió la esperanza. No se engañaba a sí misma; sabía que sería muy difícil la recuperación, pero Rob era su marido, y juntos lo iban a conseguir. Emocionada enrolló la fotografía, la introdujo en la bola de cristal y la cerró.
La segundo foto mostraba a Rob y a Ronan en una playa de Australia. Shannon recordó que el papá y su hijito estaban caminando entre las olas de la orilla. Cuando llegó una ola más grande, Rob agarró al pequeño y lo impulsó hacia el cielo para que la corriente no le arrastrara. Shannon apretó el disparador justo en el momento en que Ronan chillaba de satisfacción flotando por los aires por encima de la ola y Rob extendía los brazos hacia él para atraparle de nuevo. Esa fotografía mostraba lo que habían perdido hacía once días: la pura alegría de vivir. Rob no podría moverse nunca más así. No volvería a cabalgar, ni a nadar, ni a hacer surf, ni a navegar. Nunca más. Tampoco podría moverse nunca más de manera autónoma en su silla de ruedas como había hecho su padre. Tenía todo el lado izquierdo paralizado.
Rob permaneció inconsciente durante días, y no reconoció a Shannon en los instantes de vigilia cuando ella estuvo sentada junto a su cama de enfermo. Alistair, que no se separaba de su lado, estaba intranquilo. Una y otra vez habló con los médicos que lo trataban. La expresión de su rostro era grave cuando regresó después a hablar con ella en la habitación del hospital.
—Shannon, no tiene muy buena pinta. Rob ha sobrevivido, pero…
Shannon no quería pensar en ese «pero», quería luchar contra todos los peros. Deseaba sentir las caricias tiernas de Rob, escuchar su voz, ver su sonrisa. Ya en el hospital había comenzado a trabajar con él. Le había tomado de la mano y se la había presionado para darle ánimos, no la mano derecha, sino la izquierda, la que tenía paralizada. Él debía sentirla. Ella se quedó decepcionada porque él no reaccionó. Se le había contraído la cara bonita que siempre había irradiado una sonrisa encantadora, y ahora le chorreaba la baba por los labios. Con treinta y dos años, Rob se había convertido de la noche al día en un anciano.
Cuando le dieron el alta y regresaron a casa, ella le llevó al jardín para que pudiera disfrutar de la brisa del mar. Permanecía sentada a su lado durante horas, trabajando. Evander estaba en Australia y Nueva Zelanda, y tenía que ocuparse ella sola de la Conroy Enterprises. Hablaba con Rob sin que se le notara lo difícil que era para ella que él no le contestara. ¿La entendía siquiera cuando le hablaba? Ella no arrojaba la toalla. Miraba junto a él las fotos de tiempos más felices. Una sonrisa apenas perceptible de Rob le devolvió la esperanza y se le ocurrió colgar en el eucaliptus sus deseos, esperanzas y anhelos. Escribió cartas de amor, metió pequeños regalos y fotografías en las bolas de cristal que colgaban de las ramas desde aquella cena romántica de los dos, cuando él le preguntó si deseaba pasar el resto de su vida con él. Deseaba que Rob volviera a recuperarse para poder abrir los dos juntos las bolas.
Shannon respiró profundamente. Enrolló la fotografía, la metió en la segunda bola de cristal y la cerró. Tras una mirada al mar regresó de nuevo al jardín. Colgó en el eucaliptus esas dos bolas de los deseos. A continuación se dirigió a la casa. Cuando pisó el vestíbulo se puso a escuchar lo que creyó un sollozo sofocado, pero todo estaba en silencio. La primera noche, Rob lloró. Ella se sentó en la cama junto a él y le consoló. A pesar de que ella le tenía agarrada la mano, no reaccionó a su mirada.
Ella hablaba con él y le narraba sus aventuras conjuntas, le leía en voz alta, le acariciaba con ternura, y con él quitaba el envoltorio de algunos pequeños regalos que ella había ido a buscar al eucaliptus. Rob tuvo que aprender a moverse y a alegrarse, a reír y en algún momento también a hablar. Poco a poco, él fue olvidando su miedo cuando ella le leía en voz alta las pequeñas cartas de amor encerradas en las bolas de cristal. Los recuerdos conjuntos que emanaban de las fotografías los volvieron a reunir. Y los pequeños regalos le ayudaron a aprender de nuevo el lenguaje.
Ella no se hacía ilusiones. Aquello iba a resultar muy difícil tanto para él como para ella, pero ella no arrojaría la toalla. La risa de él cuando Ronan se le subió a la silla de ruedas para jugar con él le dio ánimos. Los mayordomos no hablaban con él. Y por desgracia, los pocos invitados que aceptaban cenar con ellos tampoco se comportaban de una manera diferente. Algunos hacían incluso como si él no estuviera presente. Su manera de hablar, mascullando, y su debilidad les resultaban demasiado penosas por lo visto. Aquella era una carga igual de grande para él que para Shannon. Los dos se quedaron solos con sus problemas. Con excepción de Charlton, que animaba sin descanso a Shannon, y de Sissy, que se ocupaba de Rob con todo su cariño, dejaron finalmente de recibir visitas.
La relación de Shannon con Sissy había cambiado en los últimos días desde el ataque de apoplejía. Veía lo mucho que sufría Sissy. Se daba cuenta de que quería hablar con ella, pero cada vez que Sissy lo intentaba se echaba atrás y no le confiaba eso que quería decirle. Presentía por qué a ella le resultaba tan difícil sincerarse: Sissy estaba embarazada. De Rob.
El trabajo con él requería muchas horas al día. Tenía que recuperar las habilidades perdidas. Shannon le llevaba al jardín o se sentaba con él en el embarcadero y practicaba con él el lenguaje y la lectura, y también jugaba con Ronan. Atrapar al pequeño cuando pasaba a toda mecha y riendo junto a la silla de ruedas, y arrojarle la pelota, les divertía a los dos mucho, y la movilidad de Rob fue mejorando día a día. Disfrutaba al sentarse al sol en el velero con ella.
Finalmente comenzó a trabajar el lado afectado por la parálisis. A partir de entonces, el vaso de agua estuvo siempre del lado paralizado. Las flores y las fotos de ellos quedaban en la mesita de noche a la izquierda de él, de modo que tenía que girarse en la cama para contemplarlas. Sin embargo, ella no pretendía que el tiempo que pasaban juntos estuviera determinado únicamente por la tortura. Por esta razón emprendía muchas cosas con él, como en otro tiempo había hecho con el padre de él. La primera excursión a las cuadras le dejó el ánimo triste porque ya no podía cabalgar y porque además le vino a la memoria la muerte de Eoghan y la de Rocky. La segunda excursión ya le gustó más. Disfrutaron de las fantásticas vistas de Twin Peaks por encima de la bahía neblinosa, y la cena de después en Cliff House fue una verdadera recompensa para los dos: ¡Rob bebió y comió él solo, sin ayuda! Shannon solamente le cortó en pedazos su bistec, y él consiguió comérselos con la cuchara. ¡Cómo disfrutó de su Guinness! Sus ojos brillaban, y tenía todo el aspecto de ser feliz. No obstante, Shannon sabía que él se había dado cuenta de las miradas disimuladas y de los cuchicheos de los demás referidos a ellos. Él no quería mostrarle a ella lo mucho que le había herido el tono despectivo de los demás. Esa tarde, tan íntima y tan sentida, en la que los dos se cogieron de la mano por encima de la mesa, los había unido indisolublemente.
Shannon atravesó el vestíbulo y subió las escaleras hacia el dormitorio. Abrió las cortinas para que la luz de la luna iluminara la habitación. Luego se sentó en el borde de la cama junto a Rob. Le tocó la cara con la punta de los dedos, le pasó la mano por el pelo y estaba a punto de darle un beso suave en los labios, cuando él abrió los ojos de golpe.
—Eh.
—Eh —murmuró él todavía adormilado.
Ella le besó con suavidad, y él le devolvió el beso.
—Te amo —dijo él con un hilo de voz.
La emoción le hizo un nudo en la garganta a ella. En las palabras de él se percibían unos sentimientos que antes no habían estado presentes. Amor, ternura, calidez de corazón, eso mismo que ella sentía por él.
—Yo también te amo, Rob. —Ella agarró la mano de él y la mantuvo entre las suyas. Después le acarició con mucha suavidad. Al notar ella la torpeza de la mano de él intentando meterse por debajo de su jersey, se desnudó rápidamente y se metió desnuda bajo la manta, y se arrimó a él. Él la rodeó con el brazo, y los dos se besaron y se obsequiaron con un sentimiento de calidez y de seguridad. Ella le acarició con ternura—. En nuestra boda te prometí amarte siempre, en la salud y en la enfermedad, en la dicha y en la desdicha. ¡Quiero jurarte algo más, Rob! ¡No te abandonaré nunca!
Esto sí es amar de verdad.