29

Las cortinas ondeaban con la suave brisa del mar, y parecía como si penetraran hasta el dormitorio los jirones de niebla. Al dormirse, Rob se había quedado acurrucado junto a ella. Shannon contempló sus rasgos distendidos, mientras el aliento de él le acariciaba la cara. No hacía otra cosa que tantear una y otra vez en busca del despertador que estaba encima de la mesita de noche. Eran casi las dos. Se incorporó.

Rob se despertó entonces.

—¿Qué ocurre? —gruñó medio adormilado.

Ella se inclinó sobre él y le pasó la mano por el cabello.

—No puedo dormir, todavía estoy demasiado agitada.

Ella le dio un beso como un soplo en los labios, se puso algo encima y salió de la habitación; cerró la puerta con suavidad y se dirigió a la habitación de Ronan. Cuando atracaron en el embarcadero hacía una hora y media, Ronan todavía estaba despierto. Le habían despertado los golpes de las olas contra la embarcación más allá del Golden Gate. Rob le había cantado una nana para que volviera a dormirse. El gracioso osito de peluche estaba junto a Ronan por debajo de la colcha. Mañana le quitaría al oso las vendas y el cabestrillo en torno al brazo. ¡El oso del corazón roto!

Bajó al cuarto de trabajo en donde estaba el paquetito de Josh encima del escritorio. Se sentó y se lo acercó. En el remite ponía Nome, Alaska, pero había sido matasellado en Alameda, California. ¿Había entregado Josh el paquetito al Explorer? Al regreso del buque rompehielos, alguien lo había llevado a la estafeta de Correos de Alameda en lugar de llevárselo a su casa.

«Pero ¿por qué me escribe a mí y no a Rob?», se preguntó. «Los dos eran muy buenos amigos. ¿Qué había en el paquete? ¿Un regalo para Ronan?».

Shannon revolvió en el cajón en busca de unas tijeras. Con ellas cortó la cinta que envolvía el paquetito. Luego rasgó el sobre que estaba pegado por la parte delantera, y lo dejó a un lado. Finalmente abrió el paquetito y miró lo que había dentro: una libreta y una pila de notas manuscritas. La letra le resultaba conocida. Desconcertada rasgó el sobre y desplegó la carta. Su mirada fue a parar a la primera línea. «Mi amada Shania». Se le cortó la respiración, y comenzó de pronto a temblar.

Mi amada Shania:

Por primera vez no sé cómo comenzar una carta dirigida a ti. Esta es la más difícil de todas porque podría ser la última. Sin embargo, también es la más sencilla porque espero que pronto volvamos a vernos.

¿Volver a ver a Jota? Su corazón se contrajo con dolor.

Ascienden en mi interior los pensamientos y los sentimientos, los recuerdos de la época más hermosa de mi vida, la que pasé contigo, Shannon. Sí, ahora sé quién eres. He visto las fotos de tu boda con Rob. Y también las de Ronan. ¡Un chiquillo monísimo!

Hoy ha muerto un sueño, Shannon, y con él Jota Chesterfield. Murió de un corazón roto porque Shania Ghirardelli le dejó con lágrimas en los ojos para casarse con otro y con quien va a pasar el resto de su vida y con quien ahora tiene un hijo. Yo no soy Jota, soy Josh Brandon.

—¡Josh! —Se llevó la mano a la boca. Algo como un dolor la atravesó: «Rob y Sissy, yo y Josh…».

Cuando leas esta carta, yo estaré ya de camino hacia ti. Quiero hablar contigo. Quiero hablarte de la herida que se me abrió dentro cuando me dejaste por Rob, pero también quiero decirte que sigo amándote. No han cambiado nada mis sentimientos por ti.

Antes de que yo tropezara contigo y tú conmigo, estaba buscando algo en mi vida. No sabía lo que era. ¿La libertad? Cuando di contigo, supe que lo había encontrado: el amor que todo lo transforma, la persona amada con quien pasar el resto de mi vida, la persona que me ama como soy, que me hace feliz. No debí haberte dejado marchar. Y no debería haberme ido. Ahora podrías ser mi esposa, y Ronan mi hijo.

No pudo seguir leyendo.

—¡Oh, Josh, es tu hijo, sí! —Ocultó el rostro entre las manos, cerró por un momento los ojos y se puso a rastrear los agitados sentimientos en su interior.

Te escribo esta carta, que estará mucho tiempo de camino, para que no te sientas presionada por mí. Sé lo difícil que tiene que ser todo esto para ti por fuerza. Y sé que necesitas tiempo para reflexionar con calma todo lo que te he ido escribiendo estos últimos meses en más de cien cartas. Y para pensar lo que vas a hacer.

Se acercó el paquetito con las cartas y agarró un puñado. En efecto, eran cartas de Jota, como aquellas que Hamish le había entregado a su regreso de Alaska. «¿Quién era el amigo a quien Josh había confiado sus cartas dirigidas a ella? ¡No era Ian!». Se le cortó la respiración. «¡Fue Rob!».

Sea quien sea por quien te decidas, si por mí o por él, dame una oportunidad de verte. Tengo muchas cosas que decirte, cosas que no pude decir en las cartas. Ya no me apena lo que perdí, sino que siento ilusión por lo que tengo por delante. Te he reencontrado, como en aquel entonces, cuando ya nos habíamos perdido uno al otro.

Hablemos, por favor. En el hotel Palace, en el bar, tomando un capuchino con amaretto. Igual que cuando comenzó todo.

Recordó con melancolía su tropiezo enfrente del hotel Palace. La conversación en el bar. El beso de ella en el vestíbulo. La búsqueda mutua de uno al otro…

Te llamaré nada más llegar a San Francisco.

¡Un reencuentro con Josh! Entonces recordó la realidad. ¿Y Rob?

Traspasada por sus sentimientos revolvió en la pila de cartas largas y notas garabateadas que él le había escrito durante el año pasado, y sobrevoló con la vista una línea aquí, otra allá. Ese puñado de papeles era la vida de Josh, sus alegrías, sus tristezas, sus dolores. Su esperanza y su desesperación. Y en todas ellas aparecía el deseo de ella, el amor que él creía perdido para siempre.

Le escocían los ojos. No podía leer todo aquello ahora. No poseía las fuerzas para tal cosa… tenía que…

Sonó el teléfono, y ella se estremeció con una punzada de dolor. Se quedó mirando fijamente al teléfono que estaba encima de su escritorio, como si estuviera hechizada.

—¿Josh? —susurró sin apenas aliento.

«¡Vamos, ármate de valor! ¿De qué tienes miedo?».

Volvió a sonar. Su mano temblorosa palpó el auricular antes de que volviera a sonar.

—Aquí Shannon Conroy.

—¿Eres tú, Shannon?

—Sí.

—No te he reconocido la voz al principio. ¿Estás bien?

Ella respiró profundamente.

—Charlton, ¡son las dos y media! ¿Cómo es que llamas a estas horas? ¿Ha ocurrido algo?

—¡Josh regresa a casa! ¡Han avistado su barco en el Golden Gate! ¡Desembarcará en una hora! Voy a enviar a alguien al puerto que vaya a por él. ¡Josh… —Charlton se atragantó por la emoción—… regresa de nuevo a casa!

Ella no sabía qué decir.

—Shannon, ¿estás ahí todavía? Dime, ¿no vais a venir a saludarlo? Sissy y Lance partieron ayer de viaje a Nueva York, estoy completamente solo. ¡Vamos, subid al coche! ¡Se alegrará de veros, seguro!

—Es… —Ella tomó una buena bocanada de aire—… una idea muy buena, Charlton.

—¡A mí también me lo parece! ¡Voy a poner a enfriar el champán! Y… ¿Shannon?

—¿Sí?

—No soy capaz de expresarte lo feliz que soy de que hayas regresado con Rob. Seguro que estará muy feliz él.

—Lo está.

«¿Y yo?», se preguntó ella. «¿Qué es lo que yo siento en realidad?».

—Bien, ¿lo ves? —exclamó Charlton con entusiasmo—. ¡Vamos, venga, venid para acá! ¡Tenemos cosas que celebrar! ¡Tu reconciliación con Rob y el regreso a casa de Josh!

La sirena de niebla volvió a atronar en la noche. Alguien hizo sonar una campana en el barco rompiendo el silencio que reinaba en él. La máquina de vapor atravesaba pesadamente la bahía.

Josh, con la foto de Shannon y su hijo, se encontraba con Randy en la proa. Ninguna luz penetraba a través de la niebla, pero el puerto ya no quedaba muy lejos. Pasó un dedo suavemente por la cara de Shannon, que apenas podía reconocerse con la luz de las luces de posición.

Aquella noche en Nome, cuando le pidió a Jake que se hiciera cargo de su trabajo, le enseñó esa foto. Jake se la quedó mirando un buen rato.

—Te ha amado, sí —le dijo a Josh, devolviéndole la fotografía—. Pero ¿saldrá algo bueno de eso?

—¿Qué quieres decir? Yo la amo.

—¿Y Rob? —le preguntó Jake—. Está casada. Tiene un hijo. —Se inclinó hacia delante poniendo las dos manos encima de la mesa—. Su marido es un buen amigo tuyo.

—Voy a verla de nuevo.

—¿Y luego?

La campana volvió a repicar. ¡Aparecieron las primeras luces por entre la niebla! ¡Eran los muelles! ¡Y allá los rascacielos del Distrito Financiero!

—¡Randy, estamos en casa!

Nada más atracar el vapor, saltó a tierra con su saco y el Winchester echado al hombro. Randy se puso a trotar a su lado mientras recorría los muelles a paso rápido. Era demasiado tarde para llamar ahora a casa de Shannon. Buscaría un carruaje que lo llevara a casa. O un tranvía. Seguro que no iba a ir nadie a buscarle en mitad de la noche.

Muelle 22, muelle 20, muelle 18. No le quedaba muy lejos Embarcadero, en donde había una parada del tranvía de la línea California Street. De pronto escuchó un ruido a sus espaldas. Él tensó los hombros. La zona del puerto de San Francisco tenía muy mala fama por los atracos armados a los buscadores de oro que regresaban de Alaska y también por el reclutamiento violento de marineros. En la bahía solía haber buques que carecían de suficientes tripulantes. Por la noche deambulaban por el puerto hombres armados que sometían a la fuerza a otros o los emborrachaban en un bar con mucho whisky y luego se los llevaban por la fuerza a bordo de barcos que zarpaban de inmediato. Ese reclutamiento violento de marineros era el negocio más lucrativo que existía en el puerto; los métodos eran arriesgados y peligrosos. No en vano se llamaba precio de sangre al dinero que los capitanes pagaban por nuevos miembros de la tripulación.

¡Pasos detrás de él! Miró atrás por encima de los hombros. Le seguían tres hombres. Llevaban algo en las manos que no pudo reconocer en aquella penumbra neblinosa. Podían ser unos punzones de hierro con un pomo en un extremo que eran empleados como herramientas para aparejar las embarcaciones, y que a menudo formaban parte de un canivete o navaja de marinero multiusos con una hoja muy afilada. Josh tenía un arma así en su embarcación.

Aceleró el paso. Con la mano derecha palpó el Colt, con la izquierda buscó en sus tejanos algunos centavos para el billete del tranvía que estaba encarando la recta al Ferry Building para girar allí. Josh tomó aire. Con ese tranvía llegaba hasta Nob Hill sin hacer transbordo. Media hora, y en casa.

Frente a la oficina de la Pacific Seafarers Union se apilaban cajas y toneles. Algunos pasos más allá había un chiringuito chino abandonado. De allí le salieron al paso, tambaleándose y cogidos del brazo, tres marineros borrachos.

Tres por delante y tres por detrás.

La mano de Josh se aferró a la empuñadura de su Colt.

Los tres borrachos venían hacia él tropezando y berreando.

—Eh, tío, ¿llegas ahora de Alaska? —dijo uno chillando.

—Así es.

Josh iba a pasar, pero ellos se interpusieron en su camino.

—¿Encontraste oro?

—Sí, claro.

—¡Oooh! ¿Y cuánto?

—Lo justo para el billete de vuelta a casa. —Josh se hizo a un lado para esquivar a los borrachos, pero estos reaccionaron enseguida. Un rápido vistazo hacia atrás: ¡tenía a los otros tres ya muy cerca!

Un hombre dio una palmada fuerte a Josh en un hombro.

—¡Eh, vente con nosotros! Te pagamos una ronda.

—No, gracias. —Con una mano en el Colt, Josh pasó a su lado con la intención de alcanzar el tranvía que en breves momentos regresaría por Market Street. De pronto comenzó Randy a ladrar como un loco. Josh sacó su Colt, se arremolinó y se enfrentó a los atacantes con el revólver en mano. Los seis hombres se le acercaron rápidamente con los punzones. Tenía perfectamente claro lo que querían: su oro. Y a él. Disparó una bala al aire como aviso, que resonó en el silencio de la noche.

Uno de los hombres levantó la mano con los cinco dedos separados.

—¡Tiene cinco tiros todavía! ¡Nosotros somos seis!

Josh apuntó.

—¿A quién primero?

Randy estaba agachado a su lado y no paraba de ladrar. Josh oyó demasiado tarde los pasos tras él.

Recibió un golpe fuerte en la cabeza. Se volvió tambaleándose y disparó. Acertó en el hombro de uno de los dos atacantes, el otro se abalanzó sobre él con su punzón. Josh le empujó con tanto ímpetu que se tambaleó y cayó al suelo de espaldas.

Se escuchó un vocerío de ira tras él.

—¡Este tío es peligroso! —Los hombres se iban acercando cada vez más, cerrando el círculo. Lo vencerían en cuanto estuvieran hombro con hombro—. ¡Agarradlo! ¡Vamos! ¿A qué estáis esperando? ¡Solo le quedan cuatro balas en el Colt!

Él giró la cabeza, corrió dos, tres, cuatro pasos hacia delante, se abalanzó con toda su rabia contra el herido que se tambaleaba profiriendo gritos de dolor y cayó al suelo.

Los atacantes se le echaron encima. Uno de los hombres lo agarró del hombro y lo zarandeó. Había brazos agarrándole, pegándole, quitándole el Colt de la mano. Se le escapó un tiro. Randy aulló estridentemente. ¿Le había dado a él? ¿O alguno de los hombres lo había herido con la navaja porque el husky le había atacado?

Josh se defendía desesperadamente contra aquella superioridad numérica, se soltó un brazo, comenzó a dar puñetazos acertando en narices, labios, ojos, se hirió contra la hoja afilada de una navaja y resolló por el dolor. Le agarraron el brazo de nuevo y se lo inmovilizaron hacia atrás dolorosamente.

Pudo soltar el brazo una vez más y se tanteó el cinturón en busca de su machete. Lo sacó de la funda. El corazón le iba a toda velocidad, respiraba en sacudidas, tenía los músculos agarrotados y temblaba de ira.

—¡Randy! —vociferó con desesperación.

Escuchó un aullido estridente detrás de él. ¿Estaba el husky herido de gravedad? ¿Se estaba desangrando?

Un golpe acertó a Josh en la cabeza y le dejó atontado. Vio chispas en los ojos. Uno de los hombres le quitó el machete y se lo puso a él en la garganta. La hoja afilada le cortó la piel, y él percibió cómo le manaba la sangre del cuello.

—¡No queremos hacerte daño!

«¡Y yo no quiero que me secuestréis para ir a Shanghái o a Valparaíso!», pensó Josh. «¡O a la caza de focas en el mar de Bering!».

Josh se colgó de los hombres que lo tenían sujeto, dobló las rodillas y golpeó con todas las fuerzas de sus piernas. El hombre que lo amenazaba se tambaleó hacia atrás profiriendo un grito.

—¡Sujetadlo bien fuerte!

Una docena de manos inmovilizaron a Josh contra el suelo. Se llevó un golpe duro en la cabeza. Una patada brutal de una bota contra su pecho le cortó la respiración.

—¡Vamos, rápido! ¡Viene alguien!

Le pusieron una botella descorchada en los labios. El whisky corrió por su garganta. Josh se atragantó y comenzó a toser.

—¡Sujetadlo! ¡Y procurad que no lo vomite todo!

Josh se desvaneció aturdido. ¡El whisky contenía droga!

—¿Randy? —masculló entre dientes, pero el husky no le respondió. El último pensamiento de Josh estuvo dirigido a él.

Rob echó un vistazo por la ventana de la biblioteca de Brandon Hall. Una luz tenue que iba haciéndose minuto a minuto cada vez más intensa envolvía el Belle of the Bay. La niebla sobre la bahía sumergía la luz del amanecer en un azul profundo, intenso, haciendo todos los honores al nombre del Golden Gate. Se giró y volvió a colocar en la repisa de la chimenea la foto de Sissy que acababa de contemplar con melancolía.

Shannon seguía sentada en el sofá de piel con la vista clavada en las fotografías de Josh del álbum de fotos que tenía sobre las rodillas y que Charlton le había puesto en sus manos. Eran fotos antiguas: Josh jugando al polo, en carreras de caballos, haciendo vela, en la caza del oso en el valle de Yosemite. Tocaba cada una de las fotografías con las puntas de los dedos, como si rastreara los sentimientos que habían estado unidos a esos recuerdos: la calidez, la alegría, la sensibilidad.

Los hombres que Charlton había enviado al puerto para ir a buscar a Josh informaron de un breve tiroteo en algún lugar en los muelles 18 o 20, tres disparos, probablemente de un Colt, pero que cuando llegaron allí no vieron a nadie. Rob regresó con ellos hasta Embarcadero para encontrar a Josh.

El Fortune había atracado en el muelle 28, y el capitán confirmó que Josh iba a bordo. Sí, desembarcó con su husky, luego se perdió su rastro, y sí, el capitán oyó los disparos, pero que no se preocupó porque en el puerto de San Francisco había disparos todas las noches.

Rob había recorrido uno por uno todos los bares del puerto, pero nadie le había visto. ¿Y en el hotel Palace? Quizás había ido Josh allí para mandar a buscar su automóvil. Cuando Rob regresó finalmente a Brandon Hall, Shannon le informó que Charlton se había dirigido hacía unos minutos a la comisaría de policía para denunciar la desaparición de Josh.

Ella dejó el álbum de fotos a un lado, sobre el sofá, y se levantó.

—Voy a llamar otra vez a casa. —Él asintió con la cabeza, y ella desapareció en el cuarto de trabajo de Charlton. Él podía oírla telefonear a través de la puerta abierta—. ¿Señor Mulberry? Soy yo. ¿Ha llamado Josh Brandon?… Entiendo. No, nos quedamos aquí todavía un rato. Si Ronan no se calma, tráigalo aquí, con el pequeño husky… Se lo agradezco. Hasta más tarde. —Shannon colgó y regresó a la biblioteca. Sacudió la cabeza.

«¿Por qué iba Josh a llamar a nuestra casa?», se preguntó él. «Por otro lado… Shannon abrió durante la noche el paquetito que él le había enviado desde Nome. Estaba trastornada, agitada y confusa. Pero quizá se debía a la llamada emocionada de Charlton en mitad de la noche comunicando que regresaba Josh…».

Shannon tenía un aspecto de estar tan perdida, que Rob la abrazó firmemente. Ella le rodeó con los brazos y apoyó la cabeza en el hombro de él. En voz baja confesó:

—¡Tengo un miedo tremendo!

Rob la besó consolándola.

—Yo, también.

En ese instante se oyeron ruidos de pasos acercándose a la biblioteca, y la puerta se abrió con violencia. Shannon soltó a Rob.

—¡Charlton!

El abuelo de Josh se hizo a un lado para dejar sitio a un sirviente que llevaba en brazos un bulto envuelto en mantas.

—Póngalo sobre el sofá de piel. Ahí estará más cómodo.

—Sí, señor. —El joven depositó con todo cuidado el pesado bulto y se irguió—. Voy a llamar a un veterinario.

Charlton asintió con la cabeza, hizo una seña impaciente al sirviente para que saliera de la habitación y cerró la puerta tras él. Luego se dirigió al sofá y descorrió la manta. ¡Un husky!

Rob corrió al sofá. Charlton le miró con gesto serio.

—Rob, ¿es Randy?

Él asintió con la cabeza. Se arrodilló junto al husky gravemente herido y lo acarició con cuidado.

—¡Eh, Randy!

El perro yacía de costado con las patas encogidas y no emitía ningún sonido. Sus ojos azules eran dos rayas finas, tenía el morro cerrado, y al parecer estaba sufriendo grandes dolores. Sangraba de dos heridas y respiraba agónicamente. Le temblaban los costados, y el rabo peludo, que siempre estaba en movimiento, yacía desfallecido encima del sofá.

Rob acarició la gruesa piel del husky por detrás de las orejas para animarle.

—¡Eh, Randy! Voy a ocuparme de ti, chico. Tus dolores van a cesar pronto. Y se van a curar tus heridas.

Randy levantó las orejas y gimió agudamente. ¿Le había reconocido? ¿Se acordaba de que era amigo de Josh? Randy levantó la cabeza con debilidad y se dejó acariciar por Rob, luego volvió a su posición plana.

Charlton se acercó.

—Al parecer, a Randy le han herido en una refriega. Un periodista del Examiner anda investigando por los muelles desde hace algunas noches en busca de noticias para un reportaje. Por lo visto han vuelto a reclutar violentamente a varios hombres durante la madrugada. Ha sido ese periodista quien ha enviado a Randy en su automóvil a la comisaría.

—¿Y qué hay de Josh? —preguntó Rob.

Charlton hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Nada. Randy tiene una herida por arma blanca y otra por disparos. Quizás hayan secuestrado a Josh para que forme parte de alguna tripulación, pero quizás esté también muerto.

Shannon sollozó detrás de ellos. Con la mano ante la boca se volvió y se dirigió al cuarto de trabajo. Se la oyó llorar a través de la puerta abierta.

Charlton miró a Rob.

—Idos a casa. Yo me quedo con Randy.

Rob siguió a su esposa al cuarto de al lado. Shannon estaba sentada al escritorio de Charlton con la cabeza apoyada en los brazos cruzados, bajo los cuales sobresalían algunas notas manuscritas que al parecer había sacado de su bolso de mano. Lloraba con convulsiones en los hombros.

Rob se sentó a su lado y la abrazó.

—¡Chsss! —Ella sollozó de una manera aún más desesperada entonces. Él se inclinó sobre ella y acercó su cabeza hasta tocar la de ella en un gesto consolador—. Shannon, mi amor…

Su mirada fue a parar a una de las notas arrugadas que tenía bajo los brazos. Era una carta. Casi se le paró el corazón. La soltó y se quedó mirando fijamente las cartas.

Mi amada Shania:

Me encuentro ahora de camino hacia el norte, hacia la naturaleza indómita. No me queda ya ninguna esperanza de volver a verte. Pero esta no es ninguna carta de despedida, sino que no quiero que pienses que te he olvidado. Te escribiré todavía muchas cartas, como he hecho en estos últimos seis días, pero no llegarán a tus manos y no las leerás jamás.

Esa carta se la había dado al anunciante callejero delante del hotel Palace a su regreso de Alaska. Shannon se irguió y lo miró con los ojos arrasados en lágrimas y los labios prietos. ¡Él no olvidaría en la vida esa mirada!

Le escocían los ojos, y sintió un nudo en la garganta.

«Ella seguía amando a Jota… a Josh…».

«Más que a él».

Josh despertó al derramarse sobre él un chorro de agua de mar. El agua se le metió por la boca y la nariz y le provocó la tos. Abrió los ojos parpadeando. Un hombre estaba arrodillado junto a él apoyado en un cubo y le miraba escrutadoramente a la cara. Melena rubia, barba rubia rojiza, ojos de un azul pálido, jersey de cuello de cisne de color claro, unos tejanos desgastados, desteñidos.

—¿Estás bien? —preguntó con un acento que Josh no pudo clasificar de inmediato. ¿Era noruego? ¿O sueco?

Alzó la cabeza, gimió de dolor y se dejó caer sobre la maroma enrollada.

—¡Espera que te ayudo! —El otro le alzó con cuidado hasta dejarle en posición sedente—. ¿Cómo te llamas?

—Jota —dijo Josh gruñendo y llevándose la mano a la cabeza. Percibió sangre seca en el pelo. Estaba mareado, y le dolía todo el cuerpo. Miró a su alrededor. Estaba en la cubierta de una goleta de dos mástiles con todas las velas al viento, fuerte mar de fondo, a toda marcha presumiblemente hacia el oeste. La tripulación que trabajaba en cubierta se quedó mirándole con atención.

—Mucho gusto, Jota. Yo soy Leif Larsson.

Josh ignoró la mano extendida.

—¿Eres el capitán?

—No, me han reclutado esta noche a la fuerza, igual que a otros cuatro que están con el capitán Gale por debajo de la cubierta. Uno de ellos es un farmacéutico de Boston, otro es médico, no sé de dónde. Con los otros no he hablado todavía.

—¿Dónde estamos?

—A bordo del Gale Force.

«Así que la embarcación se llama ‘viento huracanado’», pensó Josh. «Puede que se llame así por el temperamento y la brutalidad de su capitán».

—¿Una goleta para la caza de la foca?

—De camino hacia la costa japonesa. He hablado antes con el capitán. Estamos navegando rumbo a Yokohama. Luego nos dirigiremos a la península de Kamtchatka, y de allí al mar de Bering.

—¿A las islas Pribilof?

—¿Adónde si no? Los japoneses y los rusos disparan a todo aquel que caza focas en sus aguas territoriales. ¡Así que solo queda el mar de Bering!

Josh renegó.

—De ahí vengo ahora, justamente.

—¿Dónde estuviste?

—En Nome, Alaska.

—Mala suerte. —Leif Larsson esbozó una sonrisa amargada—. Ahí quería ir yo.

—¿Y de dónde eres?

—De Gotemburgo.

—¿En Nebraska?

Él rio con sequedad.

—No, en Suecia.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Ni idea. A mí también me dieron algo antes de subirme a bordo.

—¿Qué hora es?

—Calculo que deben de ser cerca de las diez.

—¿Y cuándo zarpamos?

—Ni idea. A las cinco o las seis.

—Tengo que hablar ahora mismo con el capitán.

—Quieres pagarte el rescate, ¿no? —supuso Leif.

—Eso es. ¡Ayúdame a levantarme, por favor!

—¡Olvídalo, Jota! No puedes darle nada que no tenga ya. Te han registrado la bolsa, y te han robado el Winchester, el Colt y el oro. Él te quiere a ti para la caza de la foca.

—¡Maldita sea! —Josh dio un puñetazo a la cubierta. ¡Medio año en alta mar! Un año si se quedaban detenidos por el hielo en el mar de Bering, ¡quizás incluso dos años! ¡Y era del todo impensable una fuga!

Se irguió a duras penas y miró hacia popa desde la borda. La niebla flotaba sobre el mar y no había rastro de tierra a la vista. San Francisco quedaba a varias horas de distancia. Con las manos temblorosas se palpó la foto y la extrajo del bolsillo de los tejanos.

Leif dobló una esquina de la foto arrugada para poder echar un vistazo.

—¿Son tu esposa y tu hijo?

De pronto pugnó Josh con las lágrimas. Primero asintió con la cabeza en silencio. Luego negó desesperadamente agitando la cabeza.

Leif le puso la mano en el hombro en un gesto consolador.

—Volverás a verla.