28

«Secuoyas, niebla y luz», pensó Shannon mientras tallaba con su machete en una raíz de secuoya al tiempo que escudriñaba el silencio más allá del rumor de Redwood Creek. Contempló las secuoyas, los helechos y el río, y absorbió ese ambiente en su interior. A última hora de la tarde, la niebla se había vuelto más densa. Por encima de ella gorjeaba un pájaro, tras ella, entre los arbustos, crujió algo, pero en conjunto todo se hallaba inmerso en el silencio. Ella pensó: «Aquí, en el bosque, puedo reencontrar mi serenidad interior. Aquí, donde comenzó todo, donde Rob y yo nos tendimos puentes bajo una manta y junto a una fogata, aquí es donde puedo despedirme».

Ronan, que gateaba junto a ella entre los helechos y el musgo, le agarró de una pierna y se impulsó en la bota de montar de ella para ponerse primero de rodillas y luego elevar el tronco.

—¡Eh, mira lo que tiene aquí mamá! —Shannon le mostró la madera de la raíz en la que ella acababa de tallar con su machete. Ronan extendió el brazo para tocar la madera oscura—. Durante mi viaje alrededor del mundo llevé siempre conmigo un trozo de madera como este. Debía recordarme de dónde era yo y adónde regresaría un día. ¿Qué dices, mi bebito, nos llevamos esta raíz con nosotros? Tiene una veta muy bonita.

—«Gauguauguauguauguau». —Ella se guardó la navaja, acercó las alforjas y sacó a Randy de ellas. Se lo puso encima de la rodilla para que Ronan pudiera alcanzarlo—. «¡Buff! ¡Buff!». —Ronan chilló fuerte—. «Guauguauguauguauguau». —¡Y entonces fue cuando sucedió! ¡Ronan se impulsó en la rodilla de ella y se puso de pie!

Ella se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla.

—¡Qué bien lo haces, Ronan! ¿Te lo ha enseñado papi?

Él la miró elevando la cabeza.

—Papa.

—¿Ha practicado papi contigo esto de andar?

—Papa. —Ronan se sujetó a ella muy fuerte mientras oscilaba. Se rio, se apretó a Randy contra él, se tambaleó y perdió la sujeción. Shannon lo agarró firmemente y le dejó caer con suavidad sobre el blando musgo.

Se estremeció al escuchar el crujido de una rama en las proximidades, y echó mano del Winchester, que estaba apoyado junto a ella en el tronco de un árbol. Quitó el seguro al arma y se puso a escuchar con atención si aquellos sonidos eran los que hacían los osos cuando caminaban por el bosque. No, aquellos crujidos y chasquidos en los matorrales se debían a un caballo.

—¿Skip? ¡Estoy aquí abajo! ¡En Redwood Creek! —Se acercaban los sonidos de herraduras—. ¡Skip!

—No puede venir —respondió Caitlin, que venía cabalgando hacia la orilla llevando al semental de las riendas—. Shannon.

Ella se levantó con el Winchester todavía en las manos.

—Señora.

Caitlin desmontó, tiesa y poco ágil, casi con una pizca de inseguridad, y Shannon se dio cuenta de que su abuela se estaba haciendo muy mayor. Podía dar las gracias si ella misma llegaba a los setenta y cinco en ese estado de forma.

—Tienes un aspecto horrible —dijo Caitlin.

—¿Cómo sabía que estaba aquí?

Caitlin estiró las piernas, que al parecer le dolían después de la cabalgada desde la cabaña hasta aquí.

—Charlton me ha llamado esta mañana. Está preocupado por ti. Me dijo que querías irte con Ronan a Alaska.

—¿Dónde está Skip? Le he enviado una carta.

—La entregaron, pero Skip no ha podido leerla.

—Pero la ha leído usted, ¿verdad? —preguntó Shannon en tono de reproche.

—¡No me condenes de esa manera tan ególatra, Shannon! —replicó Caitlin en el mismo tono agudo.

—¿Ególatra, yo?

—Skip está en coma.

—¿Qué? —exclamó Shannon con horror—. ¿Qué ha sucedido?

—Tu hermano salió anoche. Fue a una cena en el hotel Palace, y luego a la ópera. No sé dónde se metió después, pero poco después de las cuatro de la madrugada, Wilkinson recibió una llamada desde Chinatown.

—¡Oh, por Dios! ¡Otra vez, no!

—Primero intentó llamarte a ti por teléfono, pero según el señor Portman ya te habías ido de casa, y Rob no había regresado todavía. Entonces me despertó a mí. Yo llevé a Skip a casa. Alistair está velándole ahora junto a su cama. Se quedará a su lado hasta que sepamos si Skip… —No continuó hablando.

Shannon asintió con la cabeza en silencio.

—Así que tu hermano no puede navegar contigo hacia Alaska —dijo Caitlin con voz baja y penetrante. Luego suspiró—. Ven a casa, Shannon. Tu marido te necesita.

—¿La ha llamado a usted?

—Sí, y cuando le he dicho cómo estaban las cosas con Skip, ha venido a casa inmediatamente. Eran casi las cinco y media.

Shannon no dijo nada.

—¿Quieres el divorcio?

—Eso no lo voy a decidir ahora.

—¿Cuándo entonces? ¿Cuando hayas encontrado al papá de Ronan en Alaska y regreses con él a California? —Al no replicar nada Shannon, preguntó ella—: ¿Caminamos un poco?

Shannon puso la madera de raíz encima del tronco de una secuoya caída, le tendió a Caitlin el Winchester, se puso en brazos a Ronan y comenzó a caminar junto a su abuela por la orilla del río. Los caballos se quedaron atrás.

—Eres fuerte, Shannon —dijo Caitlin—. Aún más fuerte que yo. —Shannon la miró de costado, y Caitlin replicó tranquilamente a su mirada—. Te separas de tu marido, pero en lugar de pensar en ti misma, te vas en el velero hasta Alcatraz, para estar junto a Aidan en su hora más difícil.

Shannon se quedó asombrada.

—¿Cómo sabe usted eso?

—Tenías en realidad un permiso para verle por la tarde. Yo me imaginé que no te irías a Alaska sin despedirte antes de Aidan. Este último año os habéis acercado mucho el uno al otro, y pensé que cumplirías con tu deber frente a él como hermana. Por esa razón llamé al capitán Myles por teléfono. Él me dijo que fuiste a Alcatraz en tu velero al amanecer y que estuviste hablando media hora con Aidan.

—Le conté el terrible accidente de ferrocarril en Land’s End. Le dije que Claire había muerto.

Caitlin asintió con la cabeza con gesto serio.

—¿Cómo reaccionó?

—Lloró. —Shannon no pudo menos que tragar saliva al recordar lo desesperado que se mostró su hermano al conocer la noticia—. Le rogué al capitán Myles que le quitara las cadenas a Aidan y que llevara a Ronan al otro lado de las rejas. Aidan se sosegó un poco cuando tuvo en brazos al pequeño.

—¿Le has dicho que volviste a hablar con el presidente cuando estuvo en San Francisco en mayo?

—Sí, claro. Pero McKinley no me dio ninguna esperanza. Y Aidan se ha hecho ya a la idea de que se pasará el resto de su vida en el islote de Alcatraz.

Caitlin se agachó para pasar por debajo de un árbol que estaba torcido sobre Redwood Creek, y Shannon hizo lo mismo con Ronan en brazos.

—¿Cómo lo lleva? —preguntó Caitlin con cautela, y Shannon percibió en su voz algo así como un sentimiento apenas perceptible. Pero ¿de qué tipo? ¿Era compasión? ¿O arrepentimiento?

—Aidan me ha pedido que vaya a verle cuando regrese. Aparte de mí no tiene a nadie más.

«¡Mírala cómo traga saliva ahora!», pensó Shannon. «¡Como si le remordiera la conciencia! Pero ¿por qué?».

—Su familia le ha abandonado —dijo citando las palabras de su hermano.

Al cabo de un rato dijo Caitlin:

—Eres muy fuerte, Shannon. —Esperó en vano una réplica—. Tienes la resolución y el valor de ir a la naturaleza indómita de Alaska con un bebé. Pero también posees la fuerza de carácter para regresar con tu marido y perdonarle sus flaquezas. Y mantener unida a tu familia, que amenaza con romperse, con confianza y amor. —Shannon la miró de lado, pero Caitlin no replicó a su mirada—. Hace ahora un año me leíste la cartilla, Shannon. Dijiste que me resultaba difícil mostrar abiertamente mis sentimientos, y que la dignidad, la autoridad y la fuerza de voluntad no significaban reprimir todo lo que es bueno y bello. Dijiste que tu padre había muerto por esa razón. Eso me afectó profundamente.

—Lo sé.

—Dijiste que también Skip acabaría arruinado y que no podías asumir por mucho más tiempo la responsabilidad sobre él. Me pediste que te quitara algo de esa carga. —Caitlin inspiró profundamente—. Hace un mes que he dejado el comercio del opio. ¡Pero ha sido demasiado tarde! Ya no puedo salvar a Skip…

El tono de su voz sonaba a arrepentimiento y vergüenza, y Shannon dejó que siguiera hablando. A pesar de haber alcanzado lo que quería, no sintió aquello como un triunfo. Esa victoria era en realidad una derrota con graves pérdidas, y la víctima era Skip.

—Dijiste que éramos una familia, y que debíamos procurar comportarnos como una familia, porque de lo contrario iríamos todos a la ruina. —La abuela miró a Shannon y le puso la mano en el brazo como si quisiera establecer una conexión con su nieta que parecía rota definitivamente desde hacía meses—. Nuestra familia se descompone, Shannon. Tu tío Réamon estaba todas las noches borracho antes de morir hace un mes. Se ha matado con la bebida.

—Temía morirse como sus hermanos Kevin y Sean. —Shannon lo pronunció con valentía—. La temía a usted, señora.

—Tú, no.

—No.

Caitlin asintió con la cabeza con aire meditabundo.

—Esa casa grande es terriblemente fría y está vacía. Colin está en Nome y se niega a volver a casa. No responde a ninguno de mis telegramas. Sé por Charlton que Colin será padre dentro de poco. ¡Por Charlton, que le ha enviado a Nome un regalo para el bebé! ¡No por Colin! —Sacudió lentamente la cabeza—. Aidan está preso en Alcatraz. Condenado a cadena perpetua. Y Eoghan está en Washington y no llama nunca por teléfono. Sabe que condeno que pegue a Gwyn. ¿Os he educado yo así? ¿Con esa testarudez, con esa obstinación, con esa tozudez? —Expulsó despacio el aire de sus pulmones—. Y Skip… —Bajó la cabeza.

—¿Sigue pensando en encerrarle en una clínica psiquiátrica?

Caitlin asintió con la cabeza.

—Está perdiendo poco a poco el entendimiento. Está tan débil…

—Señora, lo importante no es estar fuerte, sino sentirse fuerte. Y eso no va a conseguirlo Skip. Al menos no mientras usted le vaya recordando una y otra vez su debilidad. Si sigue usted tomando en consideración la posibilidad de declarar a mi hermano incapacitado mental, yo solicitaré su tutela.

Caitlin sonrió con suavidad, como si ya hubiera contado con aquello.

—Tú asumes la responsabilidad, Shannon.

—Skip es mi hermano —se limitó a decir ella.

«Me doy perfecta cuenta de que quiere disuadirme de ir a Alaska en el velero», pensó Shannon. «Quiere que la ayude a mantener unida a la familia. Soy la única que es tan fuerte como ella. La que nunca arroja la toalla».

—Y Rob es tu marido —dijo Caitlin.

—No voy a hablar ahora de Rob.

Caitlin se detuvo. La expresión de sus ojos no cambió, pero Shannon percibió que su abuela estaba tensa. Solo que no sabía cómo mostrar sus sentimientos.

—Rob te ha decepcionado muchísimo —dijo Caitlin con un tono de voz igual de comedido, sin demasiada calidez, ni demasiada comprensión, ni tampoco consuelo, pero muy sentido de todas formas. También Caitlin había dejado a su marido, Charlton. También ella se había quedado embarazada del hombre equivocado, de Geoffrey.

Era algo desacostumbrado para Shannon el hecho de que Caitlin mostrara sentimientos. La conmovió y tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.

—Sí, me ha decepcionado mucho.

—Y eso que Tom te advirtió desde un principio que no te sería fiel.

Ella asintió con la cabeza.

—Tú le amas. Por eso te duele tanto.

Shannon le dio un beso a Ronan para no mostrar a Caitlin lo emocionada que estaba. El pequeño le puso a Randy enfrente para que la consolara, y le plantó el husky contra la nariz.

Caitlin le puso a Shannon la mano en el hombro para sosegarla.

—Él te ama también, Shannon —dijo en un tono sorprendentemente dulce. Al parecer quería salvar lo que todavía podía salvarse—. Rob quiere hablar contigo. Se ha acabado su lío con Sissy. Quiere pedirte perdón. Quiere venir a buscaros para llevaros a casa a ti y a Ronan.

Shannon se llevó la mano a la cara.

—¿Está él aquí?

—Está esperándote en la cabaña.

Josh acarició a Randy en la nuca cuando por fin divisaron Punta Reyes por la proa del buque. La densa niebla que se deslizaba por la costa californiana no había alcanzado todavía el cabo.

—Ya no queda mucho, Randy, tan solo unas pocas horas y veremos entonces la luz del faro de Golden Gate. Y entonces estaremos ya pronto en casa.

Randy, con las dos patas sobre la borda, le miró hacia arriba. Josh le dio unos golpecitos en el costado, y el husky, agitado, meneó el peludo rabo.

—Y nada más saltar a tierra, la llamaré por teléfono. Le diré lo mucho que me arrepiento de haberla dejado, y le pediré perdón. Le diré lo mucho que la amo. Y que quiero volver a verla.

Pese a la brisa ligera, el anochecer en el mar estaba alcanzando una temperatura veraniega, y Randy jadeaba con la lengua fuera. Parecía como si estuviera riendo de satisfacción.

Cuando Shannon entró en la casa de campo con Ronan en brazos después de despedirse de Caitlin, Rob estaba junto a la ventana del salón mirando el velero de ella tras cuya silueta destellaba la bahía a la luz del crepúsculo. Él se volvió hacia ella.

—Eh.

—Eh. —Shannon se detuvo a algunos pasos frente a él. Encima de la mesa estaba el paquetito de Josh procedente de Nome. Lo había traído Rob. Al parecer pensó que ella se lo había olvidado y quería llevárselo tal vez a Alaska consigo. Rob se acercó a ellos con un ramo de rosas blancas y un osito de peluche. No actuaba con seguridad, parecía temer que ella le rechazaría. En sus brazos, Ronan se pegó a ella y extendió la mano hacia él—. Papa.

—Sí, mi niño, tu papi está aquí. —Shannon frotó su nariz en la mejilla del pequeño—. ¿Le decimos a papi lo que has hecho? ¿Le decimos que te has impulsado en mi pierna y te has puesto en pie, y eso porque papi ha practicado contigo eso de andar?

A Rob le asomaron las lágrimas a los ojos.

—¿Se ha puesto en pie? ¡Qué bueno! Me habría gustado estar presente.

Shannon asintió con la cabeza. Rob les tendió los regalos con una sonrisa agarrotada: a Ronan, el ramo de rosas; a ella, el osito de peluche.

—¡Qué mono! —exclamó ella riendo. El gracioso osito llevaba una venda gruesa en torno a la cabeza, y su brazo vendado colgaba de un cabestrillo que Rob había fabricado con una venda de gasa. Rob fingió no darse cuenta de su error hasta ese momento. Le tendió a ella el ramo de rosas y le dio el osito de peluche a Ronan. El hijo de ella chilló cuando él lo apretó contra su cuerpo. Shannon miró a Rob—. El oso está herido. ¿Qué le duele?

—Bueno, se vio arrastrado por las circunstancias. Tiene el corazón roto. Se siente solo. Y está triste.

A pesar de estar pugnando con las lágrimas, ella no pudo menos que reír.

Rob le quitó a Ronan de los brazos para que pudiera contemplar las rosas y dio un beso cariñoso a Ronan.

—Eh, ¿qué te parece el oso?

Ronan le palmoteó en la cara.

—Papa.

—Yo también te quiero. —Rob ocultó el rostro en el hombro de Ronan. ¿Estaría llorando?

Shannon olió las rosas y tocó suavemente las flores con la punta de los dedos para darle tiempo a que se recompusiera.

—¡Las rosas son maravillosas, Rob! ¡Y cómo huelen!

Él asintió con la cabeza, emocionado, y parpadeó.

—Shannon, he venido a disculparme. Anoche te hice mucho daño. —Ella asintió con la cabeza en silencio—. No me acosté con ella.

—No quiero hablar de eso, Rob. —La voz de ella no sonó tan firme como debía sonar.

Él resopló.

—Durante estas últimas horas he tenido mucho tiempo para reflexionar. Sería muy fácil pedirte simplemente perdón ahora para volver a herirte dentro de algunas semanas. Tú confiaste en mí, y yo he defraudado tu confianza… —Él se puso a buscar algo en el bolsillo de sus tejanos—. Pero ¿dónde demonios está la nota que me ha escrito Evander para no equivocarme en nada? ¡Ah, aquí está!

Shannon le quitó sencillamente la nota de la mano y la desdobló. No era de Evander, por supuesto, sino de Rob. Era una carta de amor que hizo que ascendieran a sus ojos las lágrimas de la emoción y que su corazón se contrajera, era una confesión de sus sentimientos, un ruego sincero de perdón, una promesa.

Rob estaba tan agitado como Shannon, y ella creyó que él estaba feliz por haber expresado en una carta de amor lo que quería decirle.

Fuera, el sol se estaba sumergiendo por detrás de la niebla. El cielo ardía en colores fogosos que envolvieron la cabaña en una luz mágica.

—¿Me perdonas? —preguntó él en voz baja.

—Sí.

Él tragó saliva.

—Ayer, en la iglesia, me cogiste de la mano y me dijiste que volverías a casarte conmigo. ¿Sigues manteniendo eso?

—Sí.

—¿Cuándo? —preguntó él al instante.

Shannon no pudo menos que echarse a reír, y él la abrazó y la sujetó con firmeza.

—Te amo —susurró él y la besó con ternura.

—Yo también te amo.

—¿En julio? —preguntó él—. ¿En una iglesia pequeña de un pueblo en Italia?

Ella sonrió con gesto satisfecho.

—¡Qué romántico!

—Y las semanas de luna de miel las pasaremos en nuestra casa junto al mar. Solos tú y yo y Ronan. —Él la soltó y fue a buscar un sobre que estaba encima de la mesa—. No te habrás pensado que las rosas y la carta de amor eran todo, ¿verdad?

Ella abrió el sobre con curiosidad y extrajo de él una pila de fotografías. La primera fotografía mostraba un pueblo costero de ensueño, con un puerto lleno de barquitos de pesca y un peñasco con un castillo en ruinas. Al fondo podía verse la costa con acantilados escarpados.

—¿Es Cinque Terre?

—El puerto de Vernazza —dijo él asintiendo con la cabeza, y sus ojos resplandecían por la agitación—. La foto está sacada desde la terraza de nuestra casa.

—¿Evander?

—Por supuesto.

Ella contempló la siguiente foto con cara de asombro. Al fondo se extendían los tejados de Vernazza ondulando en cuesta hasta el peñasco escarpado; por detrás estaba la amplia bahía con las montañas que sobresalían del mar. Allí estaban las casas blancas de Monterosso.

—¡Una preciosidad!

—¿Ves ese velero que está anclado allá abajo, en la bahía? Es tuyo. Podremos navegar en él durante nuestras semanas de luna de miel y visitar los cinco lugares de Cinque Terre.

La siguiente fotografía mostraba la pequeña localidad de Castello. Se veían en ella las casitas pintadas de colores, los diminutos callejones, el pequeño puerto, el valle profundo y las rocas escarpadas formando terrazas, sobre las cuales, muy en lo alto, había una casa blanca con vistas fantásticas sobre la bahía.

—Y esa es nuestra casa. —Rob le acarició los hombros—. Ahí es donde quiero pasar contigo nuestra segunda semana de luna de miel, sin teléfono, ni telégrafo, y el correo solo llega una vez a la semana, y en burro por las montañas. Compraremos pescado fresco en el puerto que asaremos en nuestra terraza. Haremos excursiones por las montañas. Navegaremos por la bahía y a lo largo de la costa hasta Roma, y tú me enseñarás aquel restaurante de la Piazza Navona, donde hacen esa pasta con trufas de la que me hablaste con tanto entusiasmo. Y si así lo quieres, podemos proseguir el viaje hasta Nápoles para ir a la ópera a oír cantar a Caruso. Tendremos mucho tiempo para nosotros. Y para nuestro hijo. —La besó con un beso tierno—. ¿Qué me dices?

—No sé qué decir —confesó ella con emoción.

—Entonces di simplemente: «Sí, quiero».

Cuando Caitlin entró en su despacho de la Torre Tyrell, un hombre se levantó del sillón que estaba enfrente de su escritorio y la saludó con un gesto de la cabeza.

—Señora.

—Capitán Gale. ¡Siéntese, por favor! —Caitlin volvió a su escritorio, abrió un cajón y sacó un recorte doblado de periódico que había permanecido allí durante un año—. ¿Ha hablado mi secretario con usted?

—Sí, señora. —El capitán sacó el sobre abultado con un buen fajo de dólares que había recibido antes, y se lo volvió a meter en el bolsillo de la chaqueta—. Siempre es un placer hacer negocios con usted.

Ella esbozó una débil sonrisa.

—¿Adónde se dirige usted?

—A Yokohama, señora. Allí subiremos provisiones a bordo. Navegaremos a lo largo de las islas Kuriles hacia el norte hasta llegar a Kamtchatka. Desde allí pasaremos al mar de Bering para la caza de la foca.

—¿Cuándo zarpará?

—En cuanto haya reunido a mi tripulación.

Caitlin le tendió el recorte del periódico por encima de la mesa.

—Tengo a alguien más como miembro de su tripulación. Viene a bordo del Fortune. Muelle 28.

—¿Esta noche?

—Todavía no ha sido avistado el barco, pero esté usted preparado.

El capitán Gale leyó el pie de la fotografía. «Brandon & Tyrell: adversarios hasta en la pista de polo. Tras acabar empatados al término del tiempo regular de juego, fue Josh Brandon quien pudo marcar el tanto decisivo en la prórroga. Su equipo se abrazó estando todavía sobre sus monturas y celebró la victoria con una ducha burbujeante de champán». Esbozó una amplia sonrisa.

—Calculo que este partido lo va a perder.

—¿Le basta con esta foto?

El capitán asintió con la cabeza.

—Sí, señora. Lo reconoceré. ¿Cuánto tiempo tiene que estar él sin pisar San Francisco?

Caitlin tamborileó con los dedos sobre el escritorio sin responder.

—¡Ah, vale, mucho tiempo! —dijo él en tono sarcástico—. ¿Y si huye del barco?

—¡Entonces dispárele!

Después de la cena en la terraza con vistas a la bahía, Rob llevó a su hijo a la cuna. Ronan había estado sobre su regazo y él le había dado de comer. Cuando entraron sus dos chicos en la casa, Shannon se puso cómoda entre los cojines del columpio del porche y se puso a escuchar los sonidos que procedían de las ventanas.

Rob le estaba cantando a Ronan Hush, little baby. La voz de él era cálida, y seguía estando un poco emocionado de no haberla perdido a ella, y con ella a Ronan. Shannon se imaginó cómo se inclinaba sobre la cunita y le pasaba cariñosamente la mano por la cabeza al hijo de ella. E imaginó también cómo Ronan se acurrucaba con el osito, pataleando y chillando.

«Soy muy feliz de haber tomado la decisión correcta», pensó ella. «Rob y yo somos los mejores amigos. Nos queremos. Nos hemos reencontrado. ¿Qué podría volver a separarnos ahora?».

Rob salió a la terraza y se sentó a su lado en el columpio, que comenzó a oscilar de nuevo.

—¡Qué noche más increíble! —susurró, atrayéndola hacia él.

Ella se recostó en el hombro de él profiriendo un suspiro, le puso una mano en la rodilla y disfrutó de las tiernas caricias de él.

—Muy romántico. —Ella le agarró la mano y se la llevó a su regazo—. ¿Qué diría Tom en estos momentos?

Él se puso a imitar a su padre entre risas.

—Bien hecho, hijo mío. Y ahora haz bien lo que debes.

—¿El qué? —preguntó ella con un hilo de voz.

Él la rodeó con el brazo y la acarició suavemente.

—Amarte. —La besó—. Quiero amarte, Shannon, y no volver a decepcionarte nunca más.