—Sissy, estás un poco bebida —susurró Rob durante el baile agarrado en el salón de baile de Brandon Hall. Él la besó disimuladamente por debajo del velo. Su vestido de novia, de encaje francés con bordados de perlas, aparecería el día siguiente con toda seguridad en la portada del Examiner. La boda de Sissy y de Lance, celebrada en San Francisco y en Nueva York, fue el acontecimiento mediático del año 1901.
—Si me permites citar tus palabras, Rob: demasiados sentimientos, demasiados pensamientos, demasiado champán. Dame otro beso.
—No.
—Rob, por favor.
—Lance y Shannon están bailando juntos. ¿Los ves allí enfrente? Tu marido te está haciendo señas con la mano. ¿No deberías estar bailando con él? —Durante el baile lento, Sissy apoyó la frente en el hombro de él. La cercanía de ella, su calidez, su olor… Estaba excitado—. ¿Quieres que te lleve donde tu marido? —Ella lo rodeó con los brazos y se aferró a él. ¿Se había percatado así de su excitación?—. Sissy, ¡para, por favor! Shannon nos está mirando. Y unos setecientos invitados, aproximadamente.
—Debería ser el día más feliz de mi vida.
—¿Estás llorando? —Rob intentó mirarla a la cara, pero el velo se la cubría—. ¿Sissy?
Ella sacudió la cabeza y se llevó la mano a las mejillas. Las lágrimas de ella estaban humedeciendo su frac.
Él le pasó la mano suavemente por los hombros, mientras bailaban un baile agarrado.
—Lance es un marido maravilloso.
—Él no es tú, hombre de ensueño. —Ella suspiró, y sonó casi como un sollozo—. He estado a tu lado ante el altar, Rob. Solo que en el lado equivocado.
—Él te ama. Su discurso en la iglesia fue muy bonito.
Después de la ceremonia del casamiento y del intercambio de anillos, Lance había dado a conocer su amor por Sissy ante todos los invitados. Lance pronunció un discurso que hizo llorar a su mamá y a su papá, e incluso a Charlton. Mientras lo pronunciaba tenía a Sissy de la mano. Rob, de nuevo junto a su esposa y a su amigo en primera fila, había observado que los ojos de Shannon resplandecían. ¿Se había emocionado con la confesión de Lance dirigida a Sissy? ¿O sentía compasión de Lance, quien no sabía absolutamente nada del lío amoroso de Rob con Sissy, y eso había hecho asomar las lágrimas a sus ojos? Él le agarró una mano y se la puso en su regazo. Ella sonrió, y sus ojos brillaron:
—Si hoy volvieras a preguntarme otra vez si deseo ser tu esposa, diría «sí» de nuevo. Volvería a casarme contigo, Rob. —Él la besó con ternura.
—Y yo contigo, Shannon. ¿Lo hacemos? —Ella rio—. Te amo.
Se besaron ardientemente. Él y Shannon habían estado cogidos de la mano hasta la salida de la pareja de novios de la catedral con la lluvia de flashes ante el pórtico. Después de regresar a Brandon Hall, Sissy arrojó el ramo de novia. ¿Y quién lo cogió? ¡Shannon! Evander la abrazó:
—Rob y tú, ¿cuándo os casáis otra vez?
A Sissy no se le había escapado ese detalle, como es natural. La frente de ella seguía apoyada en el hombro de Rob.
—Te amo, Rob.
—Yo te amo también, Sissy.
En su discurso antes del banquete, él había confesado efectivamente sus sentimientos por Sissy. Se levantó de la mesa engalanada con solemnidad, y de inmediato se hizo el silencio en el pabellón del jardín. Recordó cómo se habían conocido Sissy y él, no había ocultado sus sentimientos fervorosos por ella. Sin embargo, él había decidido casarse con Shannon, a quien amaba de todo corazón y quien le había dado un lindo hijo del que estaba muy orgulloso. Ese amor, esa felicidad y esa satisfacción deseó a Sissy, que no era ciertamente su esposa pero sí se había convertido en su mejor amiga. En su discurso, Rob también había hablado de la carta que ella le había escrito hacía unos días. Una carta muy sentida dirigida al mejor amigo, al confidente, al padrino de bodas. Una carta de despedida, conmovedora, triste y bella. Iba acompañada de una caja con otras cincuenta postales, una para cada día de su viaje de luna de miel con Lance a Londres y París. Esas cartas demostraban, dijo él, lo maravillosa que era Sissy, cariñosa y calurosa. Y la confesión de Lance en la iglesia, que había hecho llorar a todos, le demostraba que ella estaría en las manos más cariñosas, en las de su marido. Alzó la copa, y todos los invitados alzaron las suyas. Cuando enmudeció el tintineo del cristal, Rob pronunció el brindis:
—Sissy… Lance… ¡Os deseo todo lo mejor a los dos! ¡Que se cumplan todos vuestros sueños! ¡Sed tan felices como lo somos Shannon y yo! —Lance se levantó y le abrazó, y también Sissy le dio las gracias por el discurso y le besó en los labios.
Sin embargo, ahora percibía que ella estaba comenzando a sollozar.
—Sissy…
Ella hizo un gesto negativo con la cabeza; su frente seguía apoyada en el hombro de él. Él se echó las manos atrás, agarró las manos de ella y se liberó de los brazos de ella, que lo tenían abrazado fuertemente. Ella se defendió, pero él la apartó de él de modo que ahora bailaban con algo de distancia. Finalmente, ella levantó la vista. ¡Esa mirada! Ella se sentía rechazada. Súbitamente se volvió y huyó corriendo de la sala.
Shannon, que seguía bailando con Lance, le dirigió la mirada. Con los labios formuló la pregunta: «¿Qué ha pasado?».
Rob se encogió de hombros y se abrió paso entre los danzantes en dirección al bar a pedir que le pusieran una copa de champán. Transcurrieron cinco minutos. Luego quiso ir a ver qué sucedía con ella.
—Póngame dos copas de whisky —pidió al camarero, que le quitó de la mano la copa vacía de champán. Con las copas se puso a buscarla. A la una y media, la fiesta estaba en pleno apogeo. Los invitados deambulaban por la casa y por los pabellones del jardín, el novio bailaba y flirteaba con su esposa, pero no se veía a la novia por ninguna parte.
Charlton, que estaba en su cuarto de trabajo fumando un puro habano y hablando con un hombre, no tenía ni idea de dónde estaba metida.
—¿No estará cambiándose quizás? En realidad quería llevar puesto el vestido de noche de seda azul.
—Voy a ver. —Fue arriba y llamó a la puerta con los nudillos.
A través de la puerta la oyó sollozar. Él entró y cerró la puerta. Sissy estaba echada en la cama. Tenía abierto por detrás el corpiño de su vestido de novia, el velo de encaje estaba tirado delante de la cama. Rob dejó las copas en la mesita de noche y le ofreció su pañuelo. Ella se lo quitó de la mano y se enjugó la cara con él.
—Dime, ¿cuánto champán has bebido?
—¡No el suficiente! —dijo ella, sorbiéndose los mocos—. Sigue doliendo —dijo, señalando a su corazón.
Él no supo qué replicar a eso. Ella prorrumpió en sollozos:
—¡Querría que Josh estuviera aquí en estos momentos!
—¿Por qué Josh? —preguntó él confuso.
—Quería llevarme él a la iglesia.
—Lo siento —murmuró él consternado—. No lo sabía.
—A Josh le hacía mucha ilusión llevarme al altar, pero hubo una tempestad en el mar de Bering. Ahora debe de estar en algún lugar entre Vancouver y San Francisco.
Él le quitó el pañuelo de la mano y le limpió la raya de la pintura de ojos, que se le había corrido.
—A lo mejor viene todavía. —Ella se dejó caer de nuevo en la cama y se quedó mirando al techo.
—¿Quieres que te ayude a quitarte el vestido de novia? —Al asentir ella con la cabeza, Rob le retiró la seda por encima de los brazos y le dio un beso en un hombro—. No estés triste. Es tu noche de bodas. Lance te ama.
Profiriendo un suspiro, ella encogió las piernas y abrió las rodillas.
—Preferiría pasar la noche contigo. ¿Te acuestas conmigo? ¡Rob, por favor!
Él se rio con sequedad para disimular sus sentimientos encontrados. Le gustaría mucho acostarse con ella, pero no precisamente en su noche de bodas. Estaba un poco perplejo que ella pretendiera seducirle en su propia cama.
—¡Significaría mucho para mí, Rob! Sería una bonita despedida de mi amante… ¡Oh, disculpa, por favor!… de mi mejor amigo.
—Sissy, definitivamente has bebido demasiado champán.
—¿Sí? ¿No? —preguntó ella. Su tono era desafiante.
—No.
Apretó los labios con gesto de decepción.
—Siempre estarás en mí, Rob. Lance no puede medirse con el hombre con quien comparo a todos los demás.
—Sissy…
—Lance lo sabe —le interrumpió ella—. Está un poco celoso de mi mejor amigo.
—No quiero hablar de Lance ahora.
—Yo, tampoco. —Ella se incorporó, se quitó el vestido de novia y tiró de Rob junto a ella en la cama. Llevaba el corpiño de brocado que le había comprado él. Estaba guapísima. Ella le pasó la mano por el frac que entretanto ya presentaba muchas arrugas—. Está completamente mojado de mis lágrimas. Toca.
—Tienes razón.
—Quítatelo, Rob. —Ella le deslizó el frac por encima de los hombros, tiró de las mangas por los puños, y lo arrojó encima de su vestido de novia frente a la cama. La música les llegaba en un volumen muy bajo desde el salón de baile. Sissy le rodeó la nuca con el brazo y lo atrajo más cerca. Levantó una pierna sobre la cadera de él y se pegó a él. Se besaron apasionadamente, se acariciaron y se acordaron de la época de su amor. Él creía que ya había pasado esa etapa y que no le afectaría no acostarse más con ella. Cuando él fue a apartarse, ella lo retuvo—. ¡Sigue, mi queridísimo!
Rob no pudo menos que pensar en Shannon, con quien había estado cogido de la mano en la iglesia.
—No.
—¡Rob, por favor!
Él resolló.
—Sissy…
—¡Te deseo! —Él sintió la mano de ella en su pantalón. Le abrió los botones de la bragueta y deslizó sus cálidos dedos en el interior. No tuvo que tantear mucho para encontrar lo que buscaba. Lo agarró con la mano—. Estás excitado. —Ella se lo acarició con suavidad. Él cerró los ojos e inspiró profundamente. Ella no lo soltó al desabrocharle un botón más y sacárselo con cuidado. Él le quitó un mechón de la frente.
—No quiero esto.
—Claro que lo quieres, Rob. Y no veas cómo lo quieres. —Ella le besó con ímpetu, y a él le resultó difícil contradecirla.
—Déjame, por favor.
Ella se lo agarró con más fuerza todavía y se lo frotó hasta que empezó a gemir de placer.
—Mira, ¿lo ves? ¡Estás gozando!
—Oh, no… no… no —dijo entre jadeos, intentando frenarle la mano. ¡Pero ya era demasiado tarde! ¡No podía contenerse más! Respirando con dificultad echó la cabeza atrás y ocultó la cara entre las manos, mientras ella saltaba de la cama y desaparecía en el baño. Él oyó correr el agua en el lavabo. Finalmente regresó ella con un trapo mojado, se echó a su lado y comenzó a limpiarle con cuidado. Luego le frotó el pantalón con el trapo. Él sintió cómo penetraba la humedad a través de la tela.
—¡Perdona! —murmuró ella llena de arrepentimiento. Él no respondió—. No puedes aparecer así ante Shannon —dijo ella avergonzada.
—¡Maldita sea! —exclamó él, dando un puñetazo en la colcha—. ¡Yo no quería esto! ¡Dije que no!
—Rob, lo siento.
—Esto no me lo perdonará ella nunca.
—¡Créeme, por favor, no fue esa mi intención!
—¿Puedo ducharme aquí? —preguntó él nervioso.
Ella se sentó e hizo una bola con el trapo.
—Sí, seguro. Te voy a lavar el pantalón. Ella pensará que te has volcado encima el whisky.
Él se levantó, arrojó sus cosas encima de la cama y se fue desnudo al baño.
—¿Estás furioso? —le preguntó ella, gritando.
Rob abrió la ducha a tope para que ella pudiera escuchar con el sonido del agua en la bañera lo furioso que estaba.
—El gran amor…
El resplandor de las luces, las flores, la música alegre y el burbujeo del champán… Desde los fuegos artificiales sobre la bahía, el ambiente se había animado mucho. Evander, que estaba conversando con un productor cinematográfico de Los Ángeles, la saludó con una mano. Shannon retiró una mano del hombro de Lance y le devolvió el saludo. Ella dejó vagar la vista por la sala. ¿Dónde se habían metido Sissy y Rob en realidad?
—¿Shannon? —Ella volvió a mirar a Lance.
—¡Disculpa!
—Si no quieres bailar más conmigo…
—Sí, Lance, claro que quiero.
La música enmudeció, y ellos se detuvieron cogidos del brazo.
—Pensé que estarías cansada tal vez.
—No lo estoy.
Él prestó atención a los primeros compases del vals.
—¿Vamos?
—Por supuesto. —Lance la condujo en remolinos dinámicos por la sala.
—Después del parto de Ronan estás de nuevo en forma.
—Estoy entrenando mucho. Voy a caballo, hago surf y vela.
—Y haces carreras de automóviles por la playa.
—Eso es más excitante que empujar el cochecito para niños en el parque.
Él rio con alegría.
—Del todo cierto.
—¿Qué decías antes sobre el gran amor?
—¿Lo has experimentado alguna vez?
Shannon pensó en Jota y asintió con la cabeza como si estuviera en sueños.
—Yo también —confesó Lance.
—¿Con Sissy?
Él rio y la rodeó con mayor firmeza con su brazo mientras bailaba con ella por la sala.
—No. Bueno, yo la amo, pero no es el gran amor.
—¿Con Tess? —preguntó ella.
—Fue un lío amoroso en Nueva York.
—¿Shannon? —Él esbozó una sonrisa—. Una mujer estupenda. Estuve una vez prometido a ella.
«¡Cambio de tema, ya!».
—Bueno, entonces, ¿ese gran amor?
—La vi cuando vine el año pasado a San Francisco. Ya sabes, antes de que viajáramos juntos a Nueva York. ¿Conoces el ciprés que está cerca de Monterey?
—Mi velero lleva su nombre.
—¡Ah, sí! Lo había olvidado. Estuve pintando allí.
Shannon se lo quedó mirando fijamente.
—Estuviste…
Ella se acordó del beso ardiente que la despertó aquella tarde. Jota y ella habían echado el ancla en Pebble Beach e hicieron el amor apasionadamente en la cubierta del velero.
—… pintando. Pinto acuarelas. ¿No te he enseñado todavía cuadros míos?
Ella negó con la cabeza.
—No.
—En otoño expondré en Nueva York, en una galería de la Quinta Avenida. Tal vez venda algunos cuadros. —Esbozó una sonrisa—. Antes de que me lo preguntes, te diré que la galería no es mía y no pertenece tampoco a ningún amigo mío. Lo quiero conseguir yo solo. Sin la influencia de papá en Nueva York, sin el apellido Burnette, sin los millones.
—Bien, enhorabuena. ¿Y qué pintas?
—Ambientes, movimientos, sentimientos —replicó Lance—. La Gold Coast azotada por el Atlántico bajo un cielo tormentoso. Una salida del sol en el cañón Bryce, cuando las rocas parecen arder con las primeras luces. O esos vapores que ondean misteriosamente sobre el Gran Cañón del Colorado.
—Esos son motivos muy exigentes, Lance.
—Gracias.
—Y muy sentidos.
Él asintió con la cabeza.
—Quiero mover a Skip a pintar.
—¿Para expresar sus sentimientos? Es una buena idea.
—¿Te parece? Evander le ha traído pinturas y pinceles de París. Pero hasta el momento, Skip no se ha atrevido todavía a enfrentarse a un lienzo blanco. Dice que sigue buscando un motivo. Creo que le da miedo el lienzo vacío. No puede poner en él sus sentimientos con los colores sombríos que pudieran tener.
—¿Quieres que vaya a verle un día? ¿Que hable con él al respecto?
—¿Lo harías? —preguntó Shannon con un tono de agradecimiento.
—Sí, por supuesto. Me gusta Skip. Me apena que le vaya tan mal.
—¿Cuál es tu cuadro más bonito?
—El gran amor del que acabo de hablarte. El Ciprés solitario. ¿Has estado alguna vez allí?
—La primavera del año pasado.
—Yo también. En febrero. Ya hacía buen tiempo, estaba soleado. En la bahía había un velero anclado. Durante la tarde, los dos hicieron… bueno…
—¡Suéltalo de una vez, anda! Ya no tengo dieciséis añitos. Tengo marido y un hijo pequeño.
—… hicieron el amor en la cubierta. ¿Puedes imaginártelo, Shannon? ¿Estar echada en la cubierta de un velero en ese lugar romántico y hacer el amor con un hombre?
«¡Oh, sí, Lance!», pensó ella, «¡me lo puedo imaginar! ¡Incluso me acuerdo a menudo de eso! Lance ¿había sido él el pintor que estaba en el acantilado? ¿Nos observó a Jota y a mí?».
—¡Increíble! —profirió ella.
—Sí, ¿verdad? ¡Un gran amor como ese!
Ella enarcó las cejas.
—¿Cómo llegas a esa conclusión?
—Lo percibí así, Shannon. Los dos se amaban mucho. Me conmovió tanto que les pinté.
Ella no tuvo que simular su sorpresa. Su «¡oh!» sonó casi como un gemido de espanto.
—¡Parece que te fascina esta historia! ¿Quieres ver el cuadro? ¡Es muy romántico! El ciprés solitario, las rocas escarpadas en el Pacífico agitado, el velero y los dos amantes. Parecía como si fueran inseparables.
—Sí, me gustaría mucho verlo, de verdad.
«Ese fue el motivo por el que Jota y yo subimos por las rocas del acantilado», pensó ella. «Queríamos ver el cuadro. Habría sido un recuerdo de aquel fin de semana de ensueño».
—¿Ahora mismo?
—¿Por qué no? Me has picado la curiosidad. Tal como lo has explicado parece ser un cuadro maravilloso. Quizá te lo compre…
Lance le ofreció su brazo con galantería y la condujo entre los danzantes hacia las escaleras.
—Pero únicamente si te gusta de verdad, Shannon. Y no para hacerme un favor. Está colgado en nuestro dormitorio.
Lance iba detrás de ella subiendo las escaleras, a continuación se le adelantó a ella para abrirle la puerta del dormitorio. De pronto se quedó parado en la puerta, con la mano todavía en el pomo. Por encima de los hombros de él, Shannon pudo ver la acuarela del Ciprés solitario colgado en la pared de enfrente. ¡Ahí estaba su velero! ¡Y ahí estaban Jota y ella en la cubierta! Se disponía a entrar en la habitación, pero él no se movía del sitio.
—¿Lance? ¿Qué ocurre?
Él se volvió despacio hacia ella. Estaba pálido. Y temblaba.
—Shannon… Lo siento mucho.
—¿El qué? —Ella se hizo un hueco para pasar y echó un vistazo al dormitorio.
Frente a la cama revuelta reconoció el vestido de novia y el velo. Al lado estaban tirados el frac de Rob, sus pantalones, su camisa y su corbata de seda. Sintió la mano de Lance sujetándola porque se tambaleaba. Fue en ese momento cuando escuchó el sonido del agua en la ducha. Sissy preguntó algo que no pudo entender, y Rob le respondió.
Se volvió a mirar a Lance. Estaba tan sorprendido como ella.
—Vámonos —le pidió Lance en voz baja.
En ese momento se cortaba el agua de la ducha. Se escuchó el goteo. ¿Quién estaba secando ahora a quién? Shannon empujó a Lance fuera del dormitorio y cerró la puerta. Ella se fue corriendo a las escaleras.
Lance iba detrás de ella.
—¿Qué vas a hacer?
—Me voy.
Él descendía junto a ella los escalones a toda velocidad.
—¿Dejas la fiesta? ¿Quieres que te lleva a casa en coche?
Shannon le miró de lado.
—No solo dejo la fiesta, Lance. Lo dejo a él.
De camino a la puerta se cruzó Charlton con ella en el vestíbulo.
—¿Ya te vas?
—Sí.
—Me prometiste un baile, ¿lo has olvidado?
—Lo siento.
Charlton frunció la frente.
—¿Qué ha sucedido? —Al no responder ella enseguida, preguntó él—: ¿Dónde está Rob?
Ella se lo dijo.
A él se le cayó el puro habano por la sorpresa. La ceniza se desparramó por el mármol reluciente del vestíbulo.
—Shannon, no sé decirte lo mucho que lo siento —dijo él en un tono sincero. Ella asintió con la cabeza en silencio—. Estoy viendo ahora a Caitlin ante mí. El día aquel en que me dejó. De eso hace ahora cincuenta años, pero recuerdo muy bien cómo fulguraban sus ojos.
Shannon rio con sequedad.
—Yo estoy aún mucho más furiosa que ella.
—Pues pareces muy sosegada.
—Las apariencias engañan. Estoy temblando de ira y de decepción.
—¿Puedo hacer algo por ti? —preguntó él lleno de compasión.
—Necesito una hora de ventaja. No necesito más para hacer las maletas e ir a buscar a mi hijo. Me llevo el Buick de Rob. ¿Puedes encargarte de que no me siga con el Duryea de Sissy?
—Te acompaño afuera y voy a por la manivela.
—Gracias, Charlton.
—¿Quieres que le deje algún recado a Rob?
—¿Lo preguntas en serio?
—Disculpa. —Charlton hizo el gesto de quien recuerda algo—. ¿Y Evander?
—Dile que le eche una mano a Rob. Ahora necesitará un amigo, el mejor que pueda encontrar.
Ella no sabía si podría perdonarle algún día lo que había sucedido esa noche. Ya no le quedaban más fuerzas para pensar. Se iría sin despedirse.
—¿Adónde vas a ir?
—A Alaska.
—¿Con el niño?
—Voy a ir a buscar al padre de Ronan.
Él no pudo menos que tragar saliva.
—¿Cuándo regresarás?
—Cuando lo haya encontrado.
Presa de la furia tiró de la palanca del gas y aceleró el Buick por la cuesta de Nob Hill abajo a la máxima velocidad. Shannon no se preocupaba de los baches en la calle vacía mientras avanzaba a todo gas. Tenía tan firmemente sujeta la palanca de la dirección que se le veían blancos los nudillos.
«Nos hemos amado», pensó ella. «Éramos felices. ¿Por qué, Rob? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué destruyes todo lo que habíamos construido en estos últimos meses? Nuestro matrimonio… nuestro amor… nuestra amistad…».
¿Y Ronan?
Shannon pugnaba con las lágrimas cuando, con el motor rugiente, el chasis traqueteante y los neumáticos rechinantes, dobló en segunda por el adoquinado de Market Street en dirección a Twin Peaks para acelerar de nuevo a continuación. Tenía ante ella la calle solitaria y en silencio. En unas pocas horas traquetearían por allí los tranvías, los escaparates resplandecerían, los músicos callejeros tocarían para ganarse un puñado de monedas. Sin embargo, ahora, de madrugada, reinaba el silencio.
No sabía si podría perdonarle alguna vez a Rob lo que había sucedido esa noche. Ya no le quedaban más fuerzas para pensar en ello. Se marcharía sin despedirse.
El mayordomo de Rob escuchó el Buick en la entrada de la casa. Le abrió la puerta.
—Buenos días, señora.
—Buenos días, señor Mulberry.
Él vio en la cara de ella lo que había sucedido, y bajó la mirada para no quedarse mirando el rostro de ella mojado por las lágrimas.
—Lo siento, señora. —Le tendió un pañuelo.
—Gracias. —Se enjugó las lágrimas de los ojos y se limpió la nariz.
—¿Puedo hacer algo por usted, señora? —preguntó él en voz baja.
—¿Está el señor Portman despierto todavía?
—Sí, señora. Está en la biblioteca leyendo.
—Por favor, envíemelo. Tiene que ayudarme a hacer las maletas.
Él expulsó despacio el aire de sus pulmones.
—Comprendo.
—¿De verdad?
—Sí, señora, de todo corazón. La admiro a usted cómo es capaz de… —Titubeó—. ¡Disculpe, por favor!… cómo es capaz usted de mantener la compostura y la dignidad a pesar de saber… que él… —No continuó hablando.
—¿Que él ha estado hablando por teléfono con ella todas estas noches? —Shannon le puso la mano en el hombro.
Él bajó unos instantes la vista, luego tensó los hombros.
—Voy a decírselo ahora al señor Portman. A continuación prepararé a Ronan para el viaje. Meteré todo en las maletas, las cosas del niño y los juguetes. Echaría de menos al pequeño husky, con toda seguridad. ¿Va usted a conducir en automóvil?
—No, en el velero.
—Entonces puede llevarse usted consigo la cunita del niño. Voy a ordenar que saquen todo afuera, al embarcadero.
Shannon subió al dormitorio, abrió los armarios y comenzó a lanzar tejanos y jerséis encima de la cama, su equipamiento para hacer vela y la chaqueta de borlas que había llevado en Alaska.
El mayordomo de ella entró en el dormitorio sin hacer ruido. Llevaba en la mano un paquetito atado con una cuerda. La saludó con un gesto de la cabeza.
—Señora.
—Señor Portman, ¿ha visto usted mi Winchester?
—Lo voy a buscar ahora mismo, señora.
—Y el Colt. Y la munición. —Arrojó las botas monteras sobre la cama—. ¿Ha hablado Mulberry con usted?
—Sí, señora. Voy a ayudarla a hacer las maletas. —Él le mostró el paquetito—. Han traído esto antes para usted. Del señor Brandon. Desde Alaska.
—Déjelo sobre el escritorio del señor Conroy.
—Está dirigido a usted, señora.
Ella se fue hasta él y le quitó el paquetito de la mano. En el sobre que estaba pegado al paquetito ponía su nombre: Shannon Conroy. Descifró quién era el remitente: Josh Brandon, Nome, Alaska. Sin embargo, en el matasellos figuraba Alameda, California. Alameda quedaba al sur de Oakland, al otro lado de la bahía. ¡Qué extraño! ¿No le había comentado Charlton lo decepcionada que estaba Sissy porque Josh no había conseguido llegar a su boda y conducirla al altar? Charlton le suponía en algún lugar entre Vancouver y San Francisco…
Devolvió el paquetito al mayordomo.
—Josh es amigo de Rob. Y el hermano de su amante. —Respiró profundamente para calmarse—. Él se alegrará de recibirlo. Lléveselo a su cuarto de trabajo. Y venga después a ayudarme a hacer las maletas.
—Como usted desee, señora.
—Quiero estar en media hora sobre el Pacífico, con las velas desplegadas al viento, rumbo al norte.
Con un patuco de Ronan que encontró bajo la cómoda para cambiar los pañales, Rob se dirigió a su cuarto de trabajo, en donde le esperaba Evander cruzado de piernas, sentado en un sillón y bebiendo whisky. Rob dejó el patuco de punto encima de la mesa y echó un vistazo al paquetito. Lo había enviado Josh desde Nome. Dirigido a Shannon.
—¿Has encontrado alguna carta de despedida?
Evander negó despacio con la cabeza.
Rob colgó su frac en el respaldo de la silla, se sentó en ella, se desató el nudo de la corbata de seda y puso los pies encima de la mesa.
—¡Di algo!
Su amigo apuró su whisky. A continuación se levantó, estampó una copa encima del escritorio ruidosamente, la llenó hasta arriba y desplazó la copa rebosante por encima de la mesa.
—Te va a doler.
—¡Desembucha antes de que te ahogues con ello!
—¡Eres un pendejo! Dime, ¿estás mal de la cabeza? —le espetó Evander a la cara, apoyándose con ambos puños en el escritorio—. ¿Cómo has podido darle ese disgusto a Shannon? ¡Después de las interminables charlas al teléfono durante las últimas noches, Sissy ya no tenía ninguna esperanza contigo! ¿Cómo has podido follarte a Sissy en su noche de bodas?
Rob bebió un sorbo.
—No me la he follado.
—¿Y a quién le interesa eso? Bueno, quizá sí a Lance. —Rob resopló—. Shannon te ha dejado. ¡Eso es lo peor que podía sucederte! —dijo Evander con tristeza—. ¿Sabes realmente lo que acabas de perder además de a tu esposa y a tu hijo? ¿Sabes que has perdido al único heredero legítimo que podrás tener nunca?
Se le hizo un nudo en la garganta y tragó saliva.
—Lo sé.
—Estás como nunca quisiste estar, Rob. Estás solo. Tom tenía a Shannon, que estuvo por él, que le consoló cuando estaba enfermo, que estuvo a su lado ayudándole hasta que expiró el último aliento. Tú no tendrás a nadie al final.
—Dime qué debo hacer.
En tres zancadas se puso Evander a su lado, tiró de un cajón y soltó con fuerza encima de la mesa el sobre con las fotos de la casa en Cinque Terre. La mirada de Rob fue a parar a la fotografía que Evander había hecho del puerto y del peñasco de Vernazza. Seguramente había sacado la foto desde la terraza de la casa con la que Rob había pretendido sorprender a Shannon: ¡un romántico nido de amor en Cinque Terre! Rob quería haber ido con Shannon a Italia para darle pruebas de su amor y de que él era merecedor de su confianza, y de que el lío con Sissy se había acabado definitivamente.
—¿Rob? ¿Para qué tienes uno de los yates más rápidos del mundo? ¡Ve en su búsqueda, y traétela contigo!