25

Rob caminaba con lentitud por el jardín, de noche, con la copa de champán en la mano, en dirección a la playa. La música de La Traviata, que resonaba en él desde que salió de la ópera, se fue diluyendo en el rumor de las olas que se deslizaban como manos que acariciaban la arena mojada iluminada por la luz de la luna. Era arrebatador el estampido lejano que se acercaba susurrando para volcarse sobre la arena, con un silbido y destellando la luz de la luna.

Rob bebió un sorbo antes de dejar la copa en la arena para quitarse los zapatos y los calcetines y arremangarse los pantalones. Mientras caminaba por la playa con el agua de las olas en retroceso escurriéndose entre sus dedos los remolinos de arena y de conchas, deshizo el nudo de la corbata de su frac y se la guardó en el bolsillo.

Inspiró profundamente aquella brisa suave que le acariciaba ligeramente el rostro y disfrutó del cosquilleo del agua entre los dedos. Ahora, a finales de marzo, las noches en el mar eran embriagadoramente bellas. Vació su copa de champán y se la guardó en el bolsillo. Se volvió a mirar atrás. La casa estaba a oscuras, únicamente en el cuarto de Ronan estaba prendida una lamparita de noche.

Siguió caminando por entre el oleaje, solo, con una sensación de soledad. Se detuvo y miró mar adentro.

«¿Puedo cambiarme, puedo cambiar mi carácter, mis costumbres, mis debilidades y mis inclinaciones sexuales?», se preguntó. «¿Y si intento salvar lo que todavía puede salvarse?».

Volvió a mirar a la casa. Ya era mucho más de la medianoche. La caricia suave de la brisa en su piel y en su cabello desencadenó en él la melancolía.

En los últimos meses se había vuelto muy sentimental, pensó. En vida, Tom siempre se había burlado de sus arrebatos caprichosos. ¿Y ahora? ¿Qué había hecho Shannon de él en los pocos meses de su matrimonio? No, no se trataba de que hubiera dejado de ser la persona testaruda y vehemente que siempre había sido, sino de que ahora había momentos en los que se sentía profundamente conmovido. Shannon le había enseñado a prestar atención a las cosas, a estar entre las secuoyas y a mirar al cielo, a caminar mar adentro hasta que las olas lo volcaran y la corriente lo arrastrara consigo. Esos momentos significaban mucho más ahora que antes, cuando había buscado la aventura y el peligro en la naturaleza indómita y en la proximidad de la muerte. Shannon le había transformado. El día anterior tuvo palpitaciones porque Ronan, buscando protección, le había agarrado de la mano y le había puesto la cabeza en el hombro cuando lo llevó a pasear por la playa. Y esta noche… casi había podido sentir físicamente las miradas de Sissy de palco a palco. ¿Podría él cambiar algún día?

Rob se pasó la mano por la frente y respiró profundamente.

«Siempre he amado a mi esposa, y la amo más que nunca», pensó. ¡Qué de cosas no habían sufrido los dos juntos! La adicción de Skip, la intransigencia de Caitlin, la muerte de Tom y el nacimiento de Ronan. Y Sissy, una y otra vez Sissy. Las miradas que le dirigía ella, las manos que le tocaban disimuladamente, las palabras enamoradas que le susurraba, y los pensamientos de él que no podía prescindir de ella. El deseo por el amor de ella y sus ansias de sexo apasionado y desenfrenado.

En los turbulentos meses de su matrimonio no había dudado jamás de lo que sentía por Shannon. También había habido días en los que no se habían dirigido la palabra cenando los dos en la playa a la luz de las velas. Sin embargo, ninguno de los dos había cuestionado en serio su relación, su confianza mutua en el otro, su amistad sincera y su amor. Pero ¿y ahora? Lo que había dicho acerca de que Ronan no era su hijo había resultado imperdonable. «No», pensó él, «no es mi hijo, pero le quiero porque es el hijo de ella. Ya no me puedo imaginar una vida sin ese chiquillo gracioso. Soy tan sentimental como mi padre…».

A la luz de la luna apenas podía distinguir los números en la esfera de su reloj de bolsillo. ¿Va a dar la una? Rob se puso a caminar de vuelta a casa. En el jardín rumoreaban las hojas del eucaliptus, y las estrellas de cristal que había mandado colgar en las ramas hacía meses para acercarle a Shannon las estrellas del cielo oscilaban brillantes por la brisa.

Dejó la copa de champán en alguna parte de la sala de estar. Shannon había amueblado el salón que, lo mismo que las demás estancias, irradiaban elegancia y belleza. Esa casa era entretanto la más bonita de las mansiones de los Conroy: más imponente que la de Ciudad del Cabo, más impresionante que la de Sídney, más confortable que la de Hawái, una de las direcciones más codiciadas del mundo a la hora de recibir una invitación para cenar. ¡Quién no había estado ya en ella en ese tiempo! En un telegrama a Rob, Will Hearst había bromeado diciendo que el único que no había estado como invitado era el presidente de Estados Unidos. Lo que Will no sabía todavía era que McKinley vendría en mayo, en su visita a San Francisco con el séquito del senador Eoghan Tyrell.

El mayordomo le esperaba en la puerta de su cuarto de trabajo. Sobre una bandeja le ofreció un vaso de jugo de naranja. Rob bebió un sorbo.

—Gracias, señor Mulberry.

—¿Desea algo más, señor?

Él negó con la cabeza y se percató de que ya no se encontraba demasiado sobrio. Había tenido demasiados pensamientos, demasiados deseos, demasiado champán.

—¿Le ha echado usted un vistazo a Ronan?

—Sí, señor. El pequeño duerme como un tronco.

—Váyase a la cama, señor Mulberry. Ya es tarde.

El mayordomo sonrió con contención, conocía el ritual de él por las noches.

—Buenas noches, señor. Que duerma usted bien.

Rob cerró la puerta de su cuarto de trabajo, puso el vaso encima del escritorio y se sentó. Descolgó el auricular nada más sonar.

—¿Sissy?

—¡Rob! —Chisporroteó la línea.

—¿Estás ya en la cama?

—Sí.

Él se puso más cómodo.

—¿Qué ropa tienes puesta? ¿Las braguitas negras de satén que te he comprado? —Rob recordó cómo la había visto por detrás, con ellas puestas, en la cabina del probador de la tienda de lencería—. ¿Cómo te verías con ellas si las llevas debajo de tu vestido de boda?

—¡Qué chico tan malcriado! ¡Vaya fantasías eróticas que tienes! —le dijo ella, tomándole el pelo—. Oye, pues quizá me las ponga de verdad bajo mi vestido de novia cuando me case en junio con Lance.

—¡Las chicas decentes no hacen esas cosas!

—Tampoco hablan al teléfono con su amante por las noches.

Rob reposó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Sissy—. Tu voz suena triste.

—No quiero hablar ahora de Shannon.

Durante unos instantes hubo silencio en la línea.

—Te amo.

—Yo también te amo. Te extraño, no puedo decirte lo mucho que te extraño.

Hacía semanas que se había acostado con ella por última vez. Una noche había llegado tarde a casa después de una sesión de amor. Quiso meterse a hurtadillas en la cama con Shannon cuando se dio cuenta de que la almohada de ella estaba completamente mojada con sus lágrimas. ¡Había estado llorando porque sabía dónde estaba él! En sueños se desparramó en la cama, y él no se atrevió a acostarse a su lado. Pasó la noche en una de las habitaciones para los invitados, sin poder dormir a causa del arrepentimiento. Desde esa vez no había vuelto a encontrarse con Sissy. ¿Podía ser capaz él realmente de cambiar?

—¿Quieres que continúe hablando, que te susurre unas palabras de amor al teléfono que te sirvan de consuelo? En mi dormitorio huele a rosas.

—¿Te han gustado?

—Son maravillosas. Tu postal me ha emocionado mucho, Rob. Una rosa por cada mes que hace que nos conocemos.

—Vendrán muchas más. En mayo se completará la primera docena. ¿Llevas el perfume que te he regalado?

—Sí, mi queridísimo. Estoy echada en la cama, a oscuras. La luz de la luna brilla en mi piel. Desearía que estuvieras aquí.

—En mi pensamiento estoy contigo. —A Rob le gustaba que ella le sedujera. ¡Con qué gusto la abrazaría en estos instantes para sentir su calidez, escuchar el palpitar de su corazón, respirar su olor!

—Eres un buen chico.

—Sí, eso es cierto.

—Demasiado virtuoso. Y muy fiel.

—Amo a mi esposa.

—Y, no obstante, hablas por teléfono conmigo todas las noches. —Durante unos instantes se hizo el silencio en la línea—. Quiero verte más a menudo, Rob. No tengo suficiente con encontrarte en Cliff House o en el hotel Palace y estamparte un beso apasionado en la mejilla. O pasarme toda la velada mirándote fijamente en tu palco, mientras tú haces como que no lo notas, porque…

—Lo he notado, Sissy —dijo Rob, conduciendo la conversación al punto que él deseaba—. He notado tus miradas que me acariciaban.

—¿Lo ha notado ella?

—Claro que lo ha notado. Me agarró la mano.

—Y la rodeaste con tu brazo y la besaste.

—Estaba triste, Sissy.

—¿Porque no te acuestas con ella?

—Sí.

—¿Y por hablar por teléfono conmigo?

—Sí.

—Así que lo sabe.

—Nos tenemos confianza, Sissy. Sé lo mucho que la hiere. —Se escuchó un sollozo por la línea—. ¿Estás llorando? —preguntó él con cautela—. Mi amor, por favor…

Ella no respondió enseguida.

—No podría soportar que me dejaras, Rob.

—No voy a dejarte, Sissy. Te amo.

—Entonces ámame. Te extraño tanto.

—Yo también tengo ansias de ti.

—Lance está en Nueva York, no viene a San Francisco hasta mayo. Podríamos encontrarnos en la casa de Josh y…

—No.

Ella suspiró con resignación.

—¿Cuándo vamos a volver a vernos?

—Todavía no.

Ella emitió un quejido de hartazgo.

—Rob, hace tres meses que…

—Sissy, necesito tiempo. Quiero salvar mi matrimonio. Shannon no se encuentra bien. No puedo hacerle esto.

—¿Sigue teniendo dolores?

—Sí.

—Lo siento.

—Sissy, escapó de la muerte por muy poco. La fiebre de después de la operación de urgencia con las fuertes hemorragias y la infección de la herida estuvo a punto de acabar con su vida. Y la noticia de Alistair McKenzie de que no puede ni debe tener ningún hijo más ha sido sencillamente demasiado para ella.

Sin embargo, lo peor de todo para ella y para él fue que ella se encontraba tan mal que Alistair se vio obligado a suministrarle opio durante algunas semanas. Después de todo lo que había luchado por la vida de Skip, ella lo sintió como una grave derrota, como una imperdonable debilidad de una madre que tiene que estar fuerte para su hijo, para poder protegerlo.

Rob se acordaba todavía de cómo había reaccionado ella cuando Alistair le reveló que otro embarazo podía costarle la vida, eso en el caso de que pudiera quedarse embarazada, lo cual no estaba claro. En su rostro se dibujaron con claridad la conmoción, la tristeza y la decepción. ¡Nada de sexo en los próximos meses! ¡Nada de pasión! ¡Nada de placer! Él le vio en la cara el miedo que ella tenía de perderle si él buscaba su satisfacción con Sissy, quien todavía no estaba casada con Lance. Nunca en su vida olvidaría el grito de Shannon. Se retorció en la cama mientras daba de mamar a Ronan. En ese grito explosionó toda la desesperación que llevaba acumulada dentro, la tristeza por la muerte de Tom, la rabia por la pérdida de su libertad, la decepción de que Ronan sería el único hijo que podría tener, el miedo a perder a Rob porque ella no podría darle ningún heredero legítimo, las depresiones, la soledad. Ella expresó su dolor en ese grito, su vulnerabilidad, su impotencia. Tenía agarrado a Ronan fuertemente, como si se lo fueran a arrancar de los brazos también, y lloró a lágrima viva los sentimientos agitados de su interior.

Rob los había abrazado a los dos, pero transcurrió un buen rato hasta que ella volvió a sosegarse. Al final acabaron llorando los tres. E incluso hoy le escocían los ojos a Rob al recordar esos momentos difíciles de su matrimonio. En esos instantes habían sido padres de verdad por primera vez, habían sido el papá y la mamá de Ronan.

Un chisporroteo suave en la línea.

—¿Me llamarás mañana por la noche? —La voz de Sissy sonó forzada.

—Sí.

Ella habló en un tono de voz bajísimo.

—Me alegro.

Él tuvo que tragar saliva.

—Yo también.

—Te amo. —Ella colgó con tanta rapidez que él creyó que ella no podía contener por más tiempo las lágrimas.

Colgó el teléfono despacio. Durante un rato estuvo sentado, inmóvil, luego salió de su cuarto de trabajo. Caminó a tientas a través del pasillo a oscuras y subió las escaleras. En la habitación del crío pudo escuchar a Ronan gimoteando. Encendió la luz de la lamparita de noche y se acercó a la cuna. Allí estaba tumbado aquella monada de niño agitando los puñitos al aire, barboteó de felicidad al verle, y pataleó hasta sacarse la mantita de encima.

Cuando Rob lo levantó de la cuna, se le quedó mirando con sus ojazos negros, echó la cabeza para atrás y chilló de gusto. Rob se lo puso en un brazo, y el pequeño apoyó la cabeza en su hombro, mientras lo llevaba hasta la ventana. No había otra manera de que se quedara dormido. Y si no había que darle de mamar, Shannon podía dormir todavía un poco. Después de la cena en el hotel Palace y de la representación de La Traviata se había encontrado muy cansada y se fue directamente a la cama.

Ronan agarró el cuello de la camisa de su padre y se impulsó hacia arriba. De pronto puso una cara de muchísimo esfuerzo.

—¿Has acabado? —preguntó Rob.

El pequeño chillaba loco de alegría.

—Bueno, vale, vamos a ver. —Llevó a Ronan a la cómoda para cambiarle los pañales y lo puso con todo cuidado encima de la base—. ¿Lo conseguiremos los dos? ¿Tu qué crees?

Ronan sonrió y babeó mientras Rob le quitaba el pantaloncito y toqueteaba el pañal. Al pequeño le pareció aquello tan genial que comenzó a patalear de pura alegría. Se retorcía entre las manos de Rob, se movía de un lado a otro, se le puso a mano un pañal plegado y tiró de él con fuerza. Rob se lo agarró.

—Anda, ¿ves? Funciona, chico. Los dos formamos un buen equipo.

Ronan rio y pataleó cuando le fue a poner el pañal.

—Sí, yo también te tengo mucho cariño. —«Aunque has puesto patas arriba mi vida entera», añadió en silencio. «Con tus gritos nos tienes a todos ocupados, sobre todo a tu mamita. Pero a pesar de todo me regalas una sensación de calidez y de seguridad que me hace olvidar la muerte de mi padre y la soledad sin él».

—«Guaguagua». —Ronan encogió de nuevo las piernas para volver a patalear. Rob le agarró de las piernas, le levantó y le deslizó el pañal plegado en triángulo por debajo de las nalgas. Tres maniobras, y el pañal quedó asegurado. Ronan miró a Rob con sus grandes ojos.

—Señor Ronan Conroy, si me lo permites. Tú estás cansado, y tu papi quiere ahora meterse en la cama.

El pequeño lloriqueó cuando Rob le levantó y lo llevó a su cuna. Nada más volver a tener la mantita encima, volvió a patalear y a levantar los puñitos en alto. Ronan apretó los ojos y torció la boca. La primera lagrimilla a punto de rodar se encontraba ya en sus pestañas cuando empezó a tomar aire para echarse a gritar a pleno pulmón. Si gritaba, despertaría a Shannon. Rob lo tomó en brazos. El pequeño lo miró con los ojos llorosos. Rob le hizo unas cosquillitas y enseguida se puso a reír. Mientras se dirigía a la habitación con él iba cantándole Twinkle, twinkle, little star. Tom se la había cantado a él cuando niño. Ronan puso la cabeza en el hombro de él y se pegó por completo a su padre. Rob abrió suavemente la puerta del dormitorio y siguió cantando entre susurros. Se sentó en la cama y puso a Ronan al lado de Shannon. Adormilada se volvió hasta quedar boca arriba.

—Eh.

—Eh. —Él se inclinó por encima de Ronan, que daba puñetazos de placer a diestro y siniestro, y la besó.

—Se te da bien hacer de papá. —En la oscuridad no pudo distinguir el rostro de ella, pero se figuró que estaba sonriendo—. Y no soy solo yo quien opina así.

—¿Puedo dormir esta noche aquí?

Shannon se desperezó.

—Ven a la cama.

Rob se desnudó y se tumbó a su lado. Ronan no paraba quieto entre ellos cuando él echó la colcha sobre ellos. Cuando la besó, ella ya se había quedado dormida de nuevo. Rob se acomodó la almohada, se puso boca arriba mirando la penumbra fijamente y se imaginó la sonrisa de ella. Con estos pensamientos se quedó pronto dormido también él.

DE: Evander Burton, Coordinador Jefe, Conroy Enterprises, oficina de Londres

A: Rob Conroy, Conroy Estates, San Francisco

Rob, saludos cordiales desde la llovizna londinense. Hoy se ha inaugurado la oficina de Londres de la Conroy Enterprises. Imagínate, Natty Rothschild se permitió el honor. Me ha invitado mañana a cenar. ¿Cómo es eso?, te preguntarás. Te lo digo: la reina Victoria murió en enero, pero su hijo Eduardo VII, un amigo de Natty, quiere recibirme. ¡Qué triunfo, Rob! Tom se habría alegrado muchísimo. ¡Qué pena que no podáis estar aquí! ¡Londres quedaría rendida a los pies de tu encantadora esposa! +++ Ayer compré la fábrica de papel de Canadá de la que hablamos antes de mi partida. También he firmado los contratos para los astilleros de Australia. En los próximos días te llegará el informe completo con los balances. +++ A finales de la semana que viene me voy de Londres y sigo mi viaje a París. Tenemos que hablar con mucha calma sobre la sorpresa para Shannon. Sigo sin saber qué regalarle. +++ Dale un beso de mi parte. Y también a mi ahijado, por supuesto. He comprado un caballito para Ronan. Le va a encantar, ya verás. ¡Cuando yo regrese, tendrá ya cinco meses! Os echo mucho de menos a todos. Evander.

Con Ronan en brazos, Shannon se dirigió al gramófono que estaba junto a su mesa de trabajo con la máquina de escribir, a la sombra del eucaliptus. Se sentó en la terraza y sacó el Sueño de amor, de Liszt, de la caja de sus recuerdos que había puesto ella debajo de la mesa porque la necesitaba para los artículos que escribía. Ronan la miró cuando ella extrajo el disco de la funda de cartón. Extendió la mano para tocar el disco de goma laca, que brillaba con la cálida luz del sol de abril. Con aire melancólico besó a Ronan, que emitió unos chillidos de placer, y leyó la carta de despedida de Jota.

Shania:

Me encuentro de camino a Alaska. En cuanto termine esta carta, bajaré al puerto para embarcarme hacia Valdez.

Cuando cierro los ojos, te veo caminando en nuestra primera tarde en la playa. El viento desmelenaba tu cabello, y tus ojos brillaban a la luz de la puesta de sol. Estabas tan increíblemente guapa… Este recuerdo de un tiempo libre de toda preocupación y lleno de amor y de felicidad me lo llevo conmigo a Alaska. Pensaré en ti en la soledad de la amplitud infinita bajo el sol de medianoche. Recordaré los momentos maravillosos que hemos vivido juntos, pero también soñaré con cosas que no hemos hecho nunca porque el tiempo de nuestro amor ha sido demasiado breve. No habría bastado una vida entera para ello.

Te amo, Shania. Amo tu belleza, tu alegría de vivir, tu pasión, tu valentía. Echaré de menos tu amor el resto de mi vida.

Espero que hayas encontrado al hombre que se haga merecedor de tu amor y que te ame tanto como yo. Te deseo que seas muy feliz… con él.

Ha terminado nuestro sueño de amor, y la hermosa melodía de nuestro amor se está extinguiendo en el silencio. Me alegraría que de vez en cuando pusieras este disco para acordarte de mí y del magnífico tiempo que hemos pasado juntos. Yo nunca lo olvidaré.

Pienso en ti, sueño contigo, y te extraño, Shania, cada día, cada hora.

Con amor, J.

Mantuvo la carta en la mano durante un buen rato con la cabeza llena de los recuerdos de una época maravillosa plena de un enamoramiento impetuoso. Puso el disco. Ronan apoyó la cabeza en el hombro de ella y escuchó frunciendo el ceño. Shannon comenzó a balancearse lentamente con la música y bailó con el hijo de Jota en su hombro el Sueño de amor que había bailado con su padre hacía un año. «¡Jota lleva ya casi un año en Alaska!», pensó. «¿Volveré a verlo alguna vez? ¿Llegará a enterarse algún día de que tiene un hijo de cuatro meses?».

Se sabía de memoria la última carta de él.

Sueño que te abrazo y te retengo conmigo, que nos amamos, delicada y apasionadamente, que nos quedamos abrazados, muy pegados uno al otro y que no volvemos a separarnos nunca más. Siempre anhelo esos instantes llenos de amor y de felicidad, pero cuando despierto, tú no estás y me pongo triste. Trato con desesperación de recordar todos los momentos contigo, tu risa y tu llanto, tu alegría de vivir, pero también tu tristeza cuando tu hermano se debatía entre la vida y la muerte… Esos momentos procuraron a nuestro amor una profundidad que yo no habría considerado posible. ¡Lo he perdido todo al dejarme tú! ¡Lo que destruí con mis palabras! ¡Me duele tanto! ¡Perdóname!

Espero que seas feliz. Yo no lo soy. Te extraño tanto… Te amo, Shania. Te amaré siempre.

J.

—No soy feliz, Jota, pero nuestro hijo es un gran consuelo para mí —murmuró ella con los labios encima del hombro de Ronan. La tristeza por la pérdida de un ser querido no era ningún estado de ánimo sino una sensación física, un dolor que no podía curarse, un vacío que solo podía llenarse mediante recuerdos bellos y consoladores—. Te amo, Jota. Te amaré siempre.

Con gesto soñador bailó con Ronan, que echó la cabeza hacia atrás con ímpetu, esbozó una sonrisa y babeó cuando escuchó el ruido de los cascos de un caballo que se acercaba a ellos al trote. Ella se volvió.

—¡Skip!

Su hermano saltó de la montura y condujo a Chevalier por las riendas por el jardín. Como siempre, había cabalgado a lo largo de la playa para ir a verlos.

—Shannon. —Skip le sopló un beso en la mejilla, le tomó con cuidado a Ronan, que extendió las dos manos con un entusiástico «guaguaguagua», y lo apretó contra él—. Ronny, mi lindo ratoncito. —Skip estampó un beso en la mejilla de su sobrino, y Ronan chocó su cabeza de pura alegría contra la barbilla de él.

El mayordomo, que había visto venir a Skip, tomó las riendas de Chevalier para conducirlo a la cuadra atravesando el jardín.

—Buenos días, señor.

Skip le saludó con un movimiento de la cabeza.

—Señor Portman.

—¿Quiere que mande desensillar a Chevalier, señor? ¿Se quedará usted a cenar?

Skip frotó la nariz en la mejilla de Ronan.

—¿Está Rob en casa?

Shannon negó con la cabeza.

—Está jugando al polo. Cenará en el club. Esta noche estoy sola.

Skip se volvió al mayordomo.

—Me quedo a cenar.

—Muy bien, señor. —El mayordomo de Shannon condujo al caballo de nuevo a la playa y desapareció entre los arbustos florecientes.

Skip la miró enarcando las cejas.

—¿Está con Sissy?

Ella asintió con la cabeza.

—Ella adora el polo. Su hermano es miembro del mismo club de polo que Rob. Ella le vitoreará desde el borde del terreno de juego.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Skip con cautela.

Rob tenía docenas de admiradoras en Sídney y en Ciudad del Cabo que se le echaban al cuello después de un partido de polo o de una carrera de caballos. No se trataba únicamente de su planta irresistible al ser atractivo, tener un aspecto atlético con los músculos marcados y tener la piel morena por el sol, sino que se trataba también de su carácter arrebatador. Rob era en todas partes el foco de atención, y las jovencitas lo idolatraban y revoloteaban a su alrededor, en el terreno de juego, en la playa, en el restaurante, en la ópera. Ahora era Sissy quien se abría paso con brío para colocarse en la primera línea de sus admiradoras. ¿Resultaba sorprendente que un hombre como Rob se volviera débil cuando se lo ponían tan a tiro? No obstante, era preferible que estuviera con Sissy, a quien él amaba de corazón y de quien Shannon lo sabía todo porque él se lo contaba, que tener sus amoríos con tres o cuatro amantes al mismo tiempo.

«Si lo nuestro va a fracasar», pensó ella, «que al menos sea por un gran amor a quien él no quiere ni puede renunciar, y no por un lío rápido, por una noche de sexo salvaje y apasionado y una despedida avergonzada a la mañana siguiente. Eso no podría soportarlo yo».

Ella suspiró.

—Me encuentro bien, Skip.

Su hermano expulsó lentamente el aire de sus pulmones.

—Te admiro por cómo eres capaz de mantener tu actitud y tu dignidad con todo esto.

Shannon rio.

—Simplemente se me han secado las lágrimas.

—¿Estás pensando en el divorcio? —Ella negó despacio con la cabeza—. ¿Y en la separación?

—Estoy pensando en dejarle.

—Oh, Shannon…

—Para Rob esta situación no es tampoco más fácil que para mí. Quiere a Sissy, aunque sabe el daño enorme que me hace con ello. Y yo amo a Jota aunque sé lo celoso que él se pone. No sé si nuestro matrimonio soportará todo esto, a pesar de que los dos nos estamos esforzando por salvarlo. —Suspiró—. Skip, no sé si lo soportaré durante mucho tiempo más.

—Rob quiere al pequeño Ronan.

—Sabe que no podemos tener ningún hijo más.

—Tú, no. Él, sí. ¿Qué ocurre si Sissy se queda embarazada? ¿Qué ocurrirá si ella le da el hijo y heredero que él sigue anhelando?

—Tengo miedo de eso, si bien el hijo de Rob con Sissy sería igual de ilegítimo que Ronan. Sin embargo, para Rob sería su hijo.

—¿Y si vuelve a acostarse con Sissy?

—Entonces haré las maletas y me iré.

—A Alaska —supuso él.

—Buscaré a Jota. Quiero decirle que tiene un hijo. Quiero recuperarlo. Y ser feliz con él.

Estuvieron oyendo durante un rato los chisporroteos y los crujidos del final de los surcos de Sueño de amor, luego el plato fue ralentizándose y acabó deteniéndose. Shannon se volvió y se fue a su mesa de trabajo.

Skip echó un vistazo a su máquina de escribir con el comienzo del artículo para la National Geographic titulado: «Un viaje al mundo en diez partes». Skip miró la caja con los recuerdos de ella debajo de su mesa de trabajo. Hacía casi un año que habían sacado juntos las cosas de las maletas de Shannon. Compartir con él los recuerdos de la época más hermosa de la vida de ella, contemplar juntos las fotos y sacar los recuerdos del equipaje había significado mucho para Shannon.

—¿Estás trabajando con tus apuntes?

Ella asintió con la cabeza.

—Viajo con el pensamiento.

Él prefirió no comentar nada al respecto.

—¿Dónde estás en estos momentos?

—Esta mañana he partido desde Constantinopla en dirección a Jerusalén. Al mediodía estaba en El Cairo y fui a ver las pirámides. Después atravesé el desierto árabe. Y en estos momentos estoy en Saná, en Yemen, una ciudad inolvidable. Antes de cenar conseguiré llegar a las iglesias talladas en las rocas en Lalibela, Etiopía.

—Fantástico. —Considerado y prudente como era su hermano, no le preguntó cómo se sentía al recordar la época de su libertad. Skip elevó a Ronan un poco más arriba en su brazo—. ¿Me permites que juegue con mi ahijado mientras tú andas dando vueltas por el mundo?

Shannon sabía lo mucho que significaba Ronan para su hermano. La criatura le había apartado de un suicidio. Skip adoraba a Ronan como si el pequeño fuera su hijo. Le hacía mimitos, jugaba con él, le compraba juguetes, le leía en voz alta y daba paseos con él por la playa. Ronan podía ayudar más a Skip a librarse de sus psicosis de lo que era capaz Alistair con todos sus medicamentos. Shannon no podía salvar a Skip, solo podía contemplar cómo se iba yendo lentamente a pique, solo podía conformarse con que una persona querida fuera muriéndose despacio. Podía obsequiarle amor, calidez, cercanía. Y podía confiarle a Ronan, con la esperanza de que su hermano se controlaría y no le pasaría nada a su hijo. El padrinazgo que había asumido Skip en su calidad de tío rayaba casi en lo trágico. Skip ya no estaba en disposición de cuidar de un niño.

—Claro que sí, Skip. —Ella besó a su hijo en la mejilla—. ¡Que lo paséis muy bien los dos! ¿Qué planes tenéis?

—Vamos a galopar a toda pastilla a lo largo de la playa, nos daremos un buen baño mar adentro y nos tumbaremos en la playa a ligar con algunas chicas guapas. —Skip esbozó una sonrisa picarona.

Shannon se rio, aunque no estaba segura de si hablaba en serio.

—Este pequeño rompecorazones se llevará seguramente de calle a más chicas que yo —dijo Skip con una sonrisa.

—Seguro que sí —sonrió Shannon y decidió confiar en su hermano.

Solo la confianza y el amor podían disuadirlo de un suicidio. El menosprecio con el que le recibían sus hermanos y primos, las humillaciones con las que Caitlin pretendía enderezarlo para que contraatacara, para que luchara contra ella, le resultaban muy difíciles de soportar. Quien, como Skip, había sido entregado de un padre adoptivo al siguiente, quien, como él, no había conocido la sensación de seguridad y confianza que da una familia, tampoco aprendería nunca desde el principio ni determinaría de nuevo su propio valor luchando. Lo que Caitlin había hecho con él no tenía ninguna enmienda. Shannon sabía que Caitlin acariciaba la idea de declarar a Skip como incapacitado mental, porque él no se defendía de ella. Alistair le había contado que Caitlin ya había estado buscando información sobre una clínica psiquiátrica para Skip. Ni siquiera él, el amigo íntimo y ex amante, podía hacer comprender a Caitlin que Skip ya no tenía fuerzas ni voluntad para luchar contra ella. Su coraje y su resolución alcanzaban si acaso para una última huida…

Skip estampó un beso en la mejilla de Ronan, y el pequeño dio unos grititos de satisfacción. El hermano de Shannon cogió del escritorio de ella el pequeño husky hecho con piel de lobo y se lo puso a Ronan en la mano. Colin había enviado el juguete en otoño con el último barco que partió de Nome. Lo había comprado en una misión situada a orillas del río Yukon, porque probablemente presintió que Shannon estaba ya embarazada. En la nota había escrito que el dibujo de la piel le recordaba el perro de un amigo, y que por eso había llamado Randy al husky. Randy, que varias veces tuvo que ser rescatado de su papilla de avena, era el juguete que más adoraba Ronan.

Mientras los dos desaparecían en la sombra del eucaliptus, Shannon volvió a sentarse frente a su máquina de escribir e intentó concentrarse en su artículo sobre Oriente. Sin embargo, no lo conseguió porque tenía un oído pendiente del farfulleo de Ronan. Skip explicaba algo al pequeño que este imitaba en el mismo tono con todo su entusiasmo. Skip decía: «I love you», y Ronan respondía alegremente: «Aguaguagua». Skip preguntaba: «Eh, sweetie. How are you?», y Ronan farfullaba con total entrega: «Jeyú-aa-ú», lo cual quería decir: «Estoy estupendamente. ¿Y tú?». O Skip jugaba al «Tris trás, ¿dónde estás?» ocultando el rostro con las manos, abría los dedos y miraba a Ronan a través de ellos haciéndole reír. ¡Solo las cosquillas eran mejores! ¡Y hacer aullar al pequeño husky! A Ronan se le ponían los ojos enormes y brillantes, sonreía de oreja a oreja, reía y chillaba, e intentaba quitarle a Skip de la mano el gracioso Randy que podía aullar tan maravillosamente.

Mientras ella escuchaba a los dos cómo jugaban, recordó cómo hacía ya casi un año había sacado sus cosas de las maletas con Skip. Ella le había querido demostrar así que su viaje alrededor del mundo había acabado. Ese gesto le había emocionado hasta hacerle derramar lágrimas, porque ella no había renunciado a su libertad por Jota o por Rob, sino por él.

Y por el mismo motivo no dejaba ella a Rob para irse a buscar a Jota. Ya no podía dejar solo a Skip.

Ella se estaba concentrando en el artículo cuando de pronto escuchó llorar a Ronan. Berreaba con desesperación, como si Skip le hubiera dejado caer al suelo. Ella se levantó con tanto ímpetu que tiró al suelo la mesita con la máquina de escribir.

—¿Skip? —Ronan berreó todavía más alto cuando oyó a su mamá—. Skip, ¿dónde estás?

Ella se temió lo peor. Siguió el sonido del llanto de Ronan y los encontró a los dos bajo una palmera con vistas al mar. Skip tenía la cabeza apoyada contra el tronco; Ronan estaba encima de su barriga, se enderezaba una y otra vez, dirigía la mirada a Skip, quien, sin embargo, no se movía, volvía a quedarse echado, pataleaba con tanta energía que estaba a punto de caer a tierra, y gritaba.

Ella cogió en brazos a Ronan, a quien le corrían las lágrimas por la cara, se sentó en la hierba y se inclinó sobre su hermano.

—¿Skip?

Los ojos de él estaban abiertos, los párpados se movían pero él no percibía la presencia de ella. Tenía un gesto de cansancio extremo, la piel la tenía tan pálida que parecía transparente, y tenía gotas de sudor en el rostro. «Se está muriendo», es lo primero que pensó ella.

Ronan berreaba ahora con la voz ronca.

—Está bien, mi pequeñín. —Shannon dio un beso a Ronan y se lo puso encima del hombro de modo que no viera a Skip—. ¡Skip! ¿Cómo te encuentras?

—Tengo… miedo…

—Yo también, Skip. Me has asustado.

—… Ronan…

—No te preocupes, no le ha pasado nada.

Skip cerró los ojos.

—… no se haga daño…

Shannon le pasó la mano a su hermano por el rostro empapado de sudor.

—No, Skip, no le has hecho daño a Ronan. No le has dejado caer. Ronan solo se ha asustado terriblemente.

Skip asintió débilmente con la cabeza.

Portman, que había escuchado el ruido de la máquina de escribir y la caída de la mesa, apareció a su lado. Respiraba con dificultad porque había llegado corriendo.

—¿Puedo ayudarla, señora?

Shannon respiró profundamente.

—Llame usted al doctor McKenzie. Dígale que venga inmediatamente.

—Sí, señora.

—No quiero. —Skip comenzó a llorar y Ronan comenzó otra vez a berrear a pleno pulmón—. Shannon, por favor…

—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que no quieres, Skip? —preguntó con cautela al tiempo que estrechaba contra ella a Ronan.

—No… clínica… psiquiátrica, no.

—No, Skip —le tranquilizó ella—. El señor Portman no es ningún celador que venga a por ti para llevarte a la clínica psiquiátrica. Es mi mayordomo. Tú te acuerdas de él, ¿verdad, Skip? El señor Portman va a llamar ahora a Alistair para que te dé tus medicamentos. Entonces volverás a encontrarte mejor enseguida. Y el señor Portman va a preparar una de las habitaciones de invitados para ti, muy cerca de la habitación de Ronan para que puedas oírlo por la noche desde tu cama. Vas a quedarte esta noche en mi casa. Vamos a comer juntos, jugaremos un poco con Ronan, y si quieres, puedes darle incluso el biberón. —Hizo una pausa y le preguntó con dulzura—: ¿Me has oído, Skip?

Él estaba completamente trastornado, bajo una reacción de pánico.

—No… encerrar no… por favor… no… no me aten…

—No, Skip, claro que no. Yo me ocuparé de ti hasta que te encuentres mejor.

Él rompió a llorar.

—… todo mentira… —dijo sollozando. Shannon se sentó a su lado y le rodeó con el brazo. Ronan tocó los cabellos de él con las manitas extendidas. Él se sorbió los mocos—… quiéreme…

—Eso no es verdad, Skip. Yo te quiero. Y Rob te tiene también mucho cariño. Eres más que un cuñado para él. Y Ronan se pone siempre muy contento cuando te ve. Mírale ahora. Quiere tocarte.

—… estoy tan mal…

—Lo sé, Skip. Sé lo terrible que es para ti que tu cuerpo ya no reaccione como tú deseas. Sé lo desesperado que estás por ese motivo. —Le pasó la mano por la mejilla—. En algún momento te cruzarás con alguien que reconozca en ti la maravillosa persona que eres. Tan dulce, tan generoso y tan comprensivo. En algún lugar habrá alguien que te ame como eres, que te respete y te admire, que tenga ansias de ti, de tu amor y de tu gran corazón. Esa persona está buscándote, Skip. —Ella le abrazó—. Estaré siempre por ti hasta que encuentres a esa persona, hasta que quieras soltar mi mano para seguir por ti mismo tu camino.

Skip tanteó buscando la mano de Shannon y se agarró fuertemente a ella.

DE: Evander Burton, hotel Ritz, París.

A: Shannon Conroy, Conroy Estates, San Francisco.

Shannon, son las cuatro de la madrugada, y acabo de regresar al hotel: cena en el Ritz, ópera (André Chenier… ¡Dios mío, qué drama más increíble!), paseo a medianoche por Montmartre (¡las vistas sobre París son realmente espectaculares!), el resto de la noche en el Moulin Rouge. Shannon, ¡no tengo más remedio que decirlo! ¿Dónde te metías hasta altas horas de la mañana? ¡Te tenía por una chica decente! Te doy las gracias por el consejo; fue una noche maravillosa. ¿Me puedes hacer otro plan para mi estancia en Niza? Quiero ver la Costa Azul. Me hablaste con entusiasmo de una isla que tenía que recorrer en bicicleta, pero no puedo acordarme del nombre. Escríbeme pronto, por favor, pero no a París, sino a Niza. A partir de mañana estaré en el Grand hotel. +++ Volviendo al tema de los cinematógrafos que vi en Nueva York. Aquí en París tienen también esos aparatos. Las películas solo tienen un minuto o dos de duración, pero ¡qué sorprendentes son las imágenes en movimiento! Cuando regrese en mayo, tengo que hablar seriamente con Rob al respecto. Me parece que se puede ganar mucho dinero con esas películas. +++ Ya tengo desde ayer el regalo para Skip. Lienzos, pinturas, pinceles y paletas. Tienes razón, es lo correcto para él. Por favor, salúdale de mi parte y dile que le tengo en mis pensamientos. Espero que se recupere rápidamente de su crisis. +++ Os abrazo a los tres. Dale a Ronan un beso de mi parte. Evander.

—¡Colin ya está de vuelta! —exclamó Josh desde la puerta de la cabaña a Jake. Su amigo estaba ayudando a Sherrie a poner la mesa.

Jake trajo consigo afuera un olor a leña quemándose. Al parecer, Sherrie estaba calentando ya el horno para hacer el desayuno en cuanto llegara Colin con el trineo. Pensar en las patatas asadas, los huevos y el tocino le ocasionó a Josh unos dolorosos retortijones. ¡Tenía mucha hambre! Hacía dos días que no había comido nada.

Jake se apiñó junto a él y siguió la dirección de su mirada hacia la bahía helada de Norton, en la que había aparecido el buque rompehielos de una manera sorprendente cuando Colin, Jake y Josh estaban jugando al póquer a eso de la una y media de la madrugada en el Café Creamerie. El Nome News había otorgado a este restaurante elegante el título de mejor restaurante en toda Alaska: «Lo que es el Delmonico’s para Nueva York y el hotel Palace para San Francisco, lo es el Café Creamerie para Nome». Aquello no era de extrañar porque Nome se había convertido entretanto en una ciudad con el mayor crecimiento económico en Alaska. Y el Café Creamerie era la casa más soberbia en mitad de aquella gigantesca ciudad de tiendas de campaña que se extendía veinte millas por la playa dividida en miles de propiedades. ¡La búsqueda de oro no había sido nunca tan fácil como en Nome! Aquí, los buscadores no tenían que hacer volar el suelo helado con dinamita para tener acceso al oro, sino tan solo cavar en la playa. En los últimos meses se había cribado oro por valor de tres millones de dólares. Colin y Josh habían ganado una buena cantidad en aquella actividad. Y también Jake, quien seguía realizando sus propios negocios, era tan rico como nunca. Había comprado para su hermana en Montana la granja de la que les había hablado a Colin y a Josh junto al fuego.

Josh estaba jugando al póquer con sus amigos cuando de pronto se desencadenó una pelea brutal en el café atestado de gente porque se había acabado la última botella de whisky. ¡Estado de emergencia en Nome! Y no porque se hubieran acabado solamente los víveres, no, sino ¡porque ya no quedaba más alcohol! El largo invierno había consumido las existencias de whisky y cerveza que tenían los bares de Nome en sus almacenes. Hacía ya varias semanas que estaban adulterando con agua y salsa de tabasco el vodka que llegaba desde Siberia en transportes sobre el hielo. De pronto comenzaron a escucharse puñetazos, disparos, y cundió el caos en el lugar.

En ese momento se precipitó en el interior del restaurante el jefe de la policía, disparó al aire para acabar con la pelea, y vociferó que se habían divisado en el horizonte las luces de posición de un buque rompehielos. Eso era mucho antes de lo esperado. El primer barco procedente de San Francisco no llegaba por lo general sino hasta mediados de junio, cuando se derretía el hielo del mar de Bering. ¡El primer contacto con el mundo exterior desde su llegada a Nome en otoño! Cientos de buscadores de oro fueron corriendo por encima de la bahía helada de Norton hasta el barco que se aproximaba con mucha rapidez. Pero Colin fue el más rápido porque había dejado su trineo delante del café. En un instante estuvo frente al buque rompehielos y fue el primero en escalar a bordo para vaciar el carguero.

Sobre la superficie de hielo, la aurora boreal se mecía a través del cielo nocturno sumergiendo aquel paisaje nevado en una incandescencia irreal. El buque, probablemente procedente de San Francisco, quedaba bastante lejos, en donde el hielo estaba quebrado ya. Josh solo podía distinguir las luces de posicionamiento en aquel aire gélido, y eso se debía a que el buque estaba rodeado por una enorme multitud de personas que estaban celebrándolo por todo lo alto sobre la bahía helada. Estalló el júbilo con las verduras frescas, las frutas maduras, la carne de ternera, las patatas, los huevos, el café y el whisky. ¡Y con las noticias de su tierra! ¿Traería el correo aquel buque rompehielos? ¿Los paquetitos de la esposa y los hijos? ¿Los pasteles y las galletas, las cartas, las fotos, los garabatos de los niños, alguna prueba de que no se les había olvidado?

—¿Dónde está Colin? —preguntó Jake—. No le veo.

Josh señaló hacia la brillante superficie helada.

—¿Ves a la multitud apiñada en torno al barco?

—¿Te refieres a la horda de cheechakos alocados que van pegando tiros con sus Colt por todas partes? —Las tripas de Jake protestaron. Hacía dos días se había repartido la última lata de judías heladas con salsa de tomate y pimientos.

—Allí a la izquierda. —Miró a Jake de costado, luego volvió a dirigir la mirada al hielo—. Más a la izquierda, Jake. Allí enfrente, ¿lo ves? Está dando un buen rodeo con el trineo, seguramente porque se teme que le atraquen y le quiten todo.

—Ahora lo veo. Lleva cargadísimo el trineo.

Sherrie se apiñó a su lado y miró al frente en dirección a su marido, que se acercaba a gran velocidad. Aunque llevaba una parka ancha forrada de piel, se le marcaba claramente la tripita. Estaba en el séptimo mes.

—Entrad en la cabaña, chicos. Afuera hace frío.

Ni Jake ni Josh se movieron de la puerta.

Sherrie entró en la cabaña profiriendo un suspiro y regresó con dos tazas de café que puso en manos de Jake y de él. Josh bebió un sorbo.

—Gracias.

—El último café —dijo ella—. Ayuda contra la sensación de hambre.

—¿Queda alguna taza para Colin?

Ella asintió con la cabeza.

—En la cafetera que está encima de la cocina.

—¿Y para ti?

Ella no respondió. Josh bebió otro sorbo y luego le puso la taza a ella en las manos. Ella le sonrió y le dio una palmadita en el hombro.

—Gracias, Josh.

—Quédate dentro, Sherrie. Hace demasiado frío para vosotros dos.

Ella volvió a entrar para atizar el fuego de los fogones para un desayuno a las dos de la madrugada. Josh anticipó el disfrute de la comida. Sherrie era una cocinera estupenda. Él se acordaba todavía del delicioso jamón de oso que les puso delante a Colin, Jake y a él por Navidad, después de haberse dado los regalos unos a otros. O de la sabrosa sopa de pescado en la Nochevieja antes de salir de la cabaña ya bastante ebrios y cogidos del brazo vociferando a pleno pulmón la canción Auld Lang Syne y disparando sus Colt para organizar unos ruidosos fuegos artificiales. En enero ya comenzaron a escasear las provisiones, en febrero siguieron los caribús su ruta migratoria, en marzo se alimentaron con las focas que abatían los inuit en los agujeros que hacían en el hielo de la bahía, en abril comenzó el hambre, ¡y el primer barco procedente de California no llegaría hasta mediados de junio! ¿Habían tenido entonces algún efecto los telegramas desesperados que enviaron a San Francisco? ¡Claro que sí! Caitlin y Charlton telegrafiaron a Washington. El seco comentario de Colin:

—Resulta realmente muy práctico tener a un primo en el Congreso que cena en la Casa Blanca. —Tres días después partía el buque rompehielos. ¡Eso había sido hacía casi cuatro semanas! Al parecer, amplias zonas del mar de Bering seguían estando heladas. Quizá se había quedado atascado en alguna tormenta de nieve.

Colin acababa de alcanzar la playa nevada. Detuvo el trineo, saltó de él, levantó el pesado vehículo con ímpetu y plegó hacia abajo con el pie el bastidor en el que había estado trabajando durante el último otoño y que había sido objeto de muchas burlas. Ahora, en el mes de mayo, ya no había suficiente nieve para los patines de acero, pero el trineo de Colin tenía ruedas. Había desmontado dos bicicletas hasta el último tornillo, y durante dos meses estuvo soldando, serrando, atornillando, martilleando y reparando. ¡Y funcionaba!

Los huskys se iban acercando entre jadeos. Colin hacía gestos con una mano. Jake bebió un sorbo de su café y le pasó la taza a Josh.

—¿Qué lleva en la mano?

—Parece una revista. —Después de beber del café, devolvió la taza a Jake.

Colin se detuvo delante de la cabaña.

¡Boaa! —Saltó y les hizo señas para que se acercaran—. ¡Ayudadme!

Josh siguió a Jake hasta el trineo y levantó con él una caja de madera que llevaron los dos a la cabaña y que depositaron encima de la mesa. Colin arrojó una pila de periódicos y revistas encima de una silla. Sherrie cerró la puerta y se fue hasta Colin, que la rodeó con el brazo y le dio un beso. Entretanto, Jake y él hacían palanca con sus machetes para hacer saltar la tapa de la caja de madera.

—¡Una carta! —Josh tendió el sobre a Colin y buscó patatas entre las frutas y las verduras heladas. Sherrie se le acercó con una olla que sacó del fogón. Josh arrojó dentro un buen puñado para que ella las cociera al fuego.

—¡Patatas asadas con jamón y huevos! —dijo Jake suspirando y hurgando con las dos manos en la caja llena de alimentos—. ¡Y después, naranjas de California! ¡Y chocolate! ¡Hoy es el día más hermoso del año!

Mientras Sherrie ponía las patatas sobre el fogón, Colin rasgó el sobre y extrajo la carta.

—Es de Caitlin. —Se sentó y pasó la vista por las primeras líneas—. Quiero a esa anciana. —Frunció los labios—. Bueno, eso cuando no la detesto.

Jake intentó pelar un plátano con su machete pero no lo consiguió. Con ímpetu empezó a serrar aquella piel dura como si el plátano fuera un tronco arrastrado por la corriente que hubiera encontrado en la playa.

—«Colin, el Explorer lleva a bordo una tonelada de alimentos para ti —dijo Colin leyendo en voz alta la carta de Caitlin—. Charlton también ha mandado otra tonelada para Josh… Eoghan en el Congreso… Operación de socorro para Nome… El presidente McKinley, que llegará la semana que viene a San Francisco, ha reaccionado inmediatamente y ha enviado un buque rompehielos del ejército de Estados Unidos… —Giró la carta y siguió leyendo—. Me gustaría que te decidieras a venir a casa para el próximo invierno, como hizo Josh el año pasado. Ya va siendo hora de que te cases y te procures un heredero». —Colin rio con sequedad.

Sherrie estaba manejando los fogones y se le quedó mirando con la mano sobre la abultada barriga.

—¿Cuándo vas a decirle que estamos casados y que esperamos un hijo?

—Cuando le quite el seguro a su Colt y me apunte. —Jake soltó una carcajada y se golpeó los muslos.

Colin y Sherrie se habían casado poco antes de las Navidades. Ella había llegado a Alaska a buscar oro tras la muerte de su marido en Arizona ocurrida hacía tres años. Hacía un año la había conocido Colin jugando al póquer. Él le había quitado todo lo que ella había encontrado, y la consoló a continuación con gran entrega. En Nome se habían echado el uno encima del otro, y su relación continuó siendo así de impetuosa como en sus comienzos. Colin y Sherrie se enamoraron. Su relación era apasionada. Y la proposición de boda de Colin en el Café Creamerie, que sorprendió por completo a Sherrie, hizo llorar a todos los presentes. Ante doscientos huéspedes a quienes había invitado él sin que Sherrie supiera nada, dio a conocer a todo el mundo su amor y le preguntó a ella si quería casarse con él. El griterío alegre y el tiroteo casi ahogaron el emocionado «¡sí, quiero!» de ella. ¡Los dos eran muy felices!

—Tú eres el heredero, Colin —recordó Josh con gesto serio—. Aidan lleva años en Alcatraz, Eoghan está en Washington, y Shannon no cuenta porque ya no es una Tyrell. Ella ya no puede heredar.

Colin resopló y un vaho blanco le rodeó. Pese al fuego seguía haciendo mucho frío dentro de la cabaña.

—Josh, mi casamiento con Sherrie no es lo que Caitlin entiende por una boda conforme al rango social. No le presentaré a Sherrie hasta que regrese a San Francisco dentro de algunos años. Quiero mantener a mi esposa y a mi hijo lo más lejos posible de la línea de tiro. La anciana se pondrá muy furiosa cuando se entere.

Siguió leyendo:

—«… te he enviado un montón de periódicos y de revistas con la boda de Shannon con Rob. No están todos los artículos que se han publicado sobre ellos, pero sí los más importantes. Shannon lleva una vida glamurosa. Y causa furor: sus veladas son famosas, todo el mundo codicia sus invitaciones. Mira en las secciones de sociedad de los periódicos de San Francisco y de Nueva York. Te he marcado los artículos. Los vestidos y las joyas que lleva son elegantes en extremo. Hay un artículo en Vogue, que la ha elegido como la mujer mejor vestida de Estados Unidos. Su mansión en San Francisco es espectacular. Hay un reportaje fotográfico en el The Ladies Home Journal de Filadelfia. Con su marido dirige con extraordinario éxito la Conroy Enterprises. Lee el artículo en el Examiner sobre la Conroy Electrics; en el Chronicle, sobre las inversiones en Australia y Canadá, así como en el Wall Street Journal, sobre la batalla por la hegemonía en el comercio internacional de diamantes. Y tiene a Rob. Él y su padre, que murió en Navidades, es lo mejor que podía sucederle a tu hermana». —Colin bajó la carta—. ¡No conocía de sus labios semejantes laudatorias! —dijo con gesto sorprendido—. ¿Le han puesto acaso anticongelantes en la comida? ¡La anciana está orgullosa de verdad de Shannon!

—Es evidente lo que Caitlin quiere decirte —señaló Josh.

—¡Cásate! —replicó Colin con sequedad.

Él esbozó una sonrisa apagada.

—¡Y con varios signos de admiración!

Jake, que había estado hojeando algunas de las publicaciones, le tendió la revista Vogue por encima de la mesa. Estaba abierta por el artículo sobre el banquete de bodas de Shannon y de Rob. Josh se puso a hojearla. El vestido de noche de Shannon era verdaderamente espectacular. El dibujo estilizado y dinámico en Vogue no era tan claro como lo habría sido una fotografía, pero a cambio era en color. La seda brillaba tenuamente, el valioso brocado destellaba, el color acariciaba la piel de ella y su pelo. Josh se quedó boquiabierto. Su cara… su pelo…

¡No, no podía ser! ¿O sí? Él sabía lo sedoso que era su cabello, cómo olía. Sabía lo que se sentía al abrazar y besar a esa mujer, hacer el amor con ella, desearla, reír y llorar con ella, consolarla…

—¿Josh? —preguntó Jake con cara de preocupación—. ¿Qué te ocurre?

—¿Hay también una foto de Shannon y Rob?

—Sí, por supuesto. —Jake se puso a rebuscar en el montón de periódicos y sacó un Examiner—. En la portada.

Josh extendió el periódico encima de la mesa con las manos temblorosas. Por debajo del titular APASIONADA BODA POR AMOR de la portada, había un largo artículo sobre la boda. A un lado estaba la fotografía de Shannon y Rob, que al final del vals de la novia se daban un beso que parecía desatar una verdadera oleada de aplausos en el trasfondo. Josh reconoció a Sissy enjugándose una lágrima. Leyó el pie de foto: SHANNON O’HARA TYRELL Y ROB CONROY. UN AMOR TEMPERAMENTAL, UNA RELACIÓN SENTIMENTAL, UN MARAVILLOSO SUEÑO DE FELICIDAD A TRES.

La mirada de Josh se dirigió de nuevo a Shannon en brazos de Rob dándole un beso, radiante, enamorada. Su vestido de noche no podía ocultar que estaba embarazada. De él.

Sintió una punzada en el corazón.

Colin le puso la mano en el hombro y le dio una palmadita suave.

—Eh, Josh, ¿qué tienes? ¿Te gusta mi hermanita? Creo que tiene un aspecto estupendo. Está deslumbrante.

Josh señaló con el dedo a Shannon besando a Rob. Involuntariamente se llevó la mano al bolsillo en el que llevaba la carta que siempre llevaba consigo, la libreta llena de sueños, esperanza y anhelos. Casi le falló la voz cuando trató de dar salida a sus sentimientos agitados:

—Esta es… Shania.

Jake comenzó a reír desaforadamente, casi con desesperación, pero al mirar a Colin y a Josh, se calló inmediatamente.

—Oh, Josh, lo siento mucho.