Patinando por la frenada, el Buick se detuvo al lado del Duryea, que estaba aparcado en diagonal frente a la entrada para vehículos de la casa, seguramente debido a las prisas. Rob saltó de su automóvil y corrió hacia la casa. Mulberry le abrió la puerta. Pasó rápidamente por el lado del mayordomo, atravesó el vestíbulo con el árbol de Navidad y subió corriendo de dos en dos los peldaños de la escalera. Cuando llegó al dormitorio de Tom, Shannon estaba echada a su lado en la cama. Le tenía rodeado con el brazo. Tom tenía los ojos cerrados.
Evander se llegó hasta Rob y le abrazó.
—No he podido dar todavía con Alistair —dijo—, está haciendo las compras navideñas. Lo siento mucho, Rob. —Bajó la mirada—. Es el final.
Rob se pasó la mano por la cara y asintió con la cabeza en silencio. Luego se volvió y se dirigió al lecho. Shannon seguía rodeando a Tom con su brazo.
—Rob —dijo él con un hilo de voz.
—Tom. —Se sentó al otro lado y agarró la mano fría de su padre entre las suyas. ¡Qué pálido estaba! Los ojos se le llenaron de lágrimas por la angustia—. ¿Cómo te sientes?
Una leve sonrisa se dibujó en el semblante de Tom.
—Me he divertido muchísimo. —Al principio pensó Rob que se refería al tiro al pavo de Navidad con Shannon, cosa que llevaba días ilusionándole, pero luego siguió hablando con mucho esfuerzo—. Mi vida contigo y con Shannon… Ha sido tan grande la alegría… Tú me has regalado tantas cosas, Rob. Has hecho de mi vida algo muy hermoso. Cuando te encontré en aquel entonces delante de mi puerta, enseguida supe que tú… —Tom enmudeció porque se puso a llorar con convulsión de los hombros. Al mismo tiempo se atragantó. Pasó un buen rato hasta que se le calmó aquella tos fragorosa.
Rob le presionó la mano.
—Eres el mejor padre que uno puede desear, Tom. Me has perdonado siempre todo. Y me has enseñado tantas cosas. Sobre la vida. Y sobre el amor. Me apena no haber estado nunca lo suficiente por ti y de que nos hayan quedado tan pocos años. Y el poco tiempo que nos resta no alcanza ya para decirte lo que un hijo debería decirle a su padre, decirle que lo ama de corazón, que le echará de menos porque se le desgarra una parte de sí mismo, que estará solo sin él.
A Tom le corrían las lágrimas por la cara.
—Rob, mi querido hijo. —Luchó contra las ganas de toser—. ¡Cuánto he deseado estar presente cuando tengas a tus hijos! Cómo me habría gustado vivir para ver cómo les transmites lo que te he enseñado. Cómo he esperado verte en ellos… Y verme a mí.
Rob era incapaz de hablar. Sencillamente no podía imaginarse una vida sin Tom.
—Tengo miedo —confesó Tom en voz baja.
—Yo también. —La voz de Rob tembló, y quiso tomar a Tom en sus brazos igual que su padre le había tomado en brazos cuando él era un niño, para consolarle.
—Agárrame fuerte, Rob.
Shannon se incorporó y le dejó su sitio al lado de Tom. Rob pasó el brazo por debajo de la nuca de Tom y lo abrazó con firmeza.
—Te quiero, papá.
—Yo también te quiero —acertó a decir Tom con mucho esfuerzo. A pesar de estar tan cerca de él, Rob solo podía entenderle a duras penas—. Estoy muy orgulloso de ti… muy orgulloso.
Cuando Rob volvió a sentarse, el semblante de Tom dio una impresión más relajada, como si su angustia hubiera menguado un poco.
—Y ahora… Rob… Shannon… aferraos el uno al otro. —Tom agarró las manos de los dos y las unió—. Cuidad el uno del otro. Estad el uno por el otro. Ámala, Rob, y cuida de ella. No es fácil para ella mostrarse fuerte para tantas personas, para Skip, para Aidan, para ti. Yo ya no estaré aquí para ayudarla. Ámala como la he amado yo.
A Rob le escocieron los ojos cuando miró a Shannon. Ella le presionó la mano. Su cara pálida mostraba un gesto forzado, como si estuviera sufriendo fuertes dolores. ¡Qué dolor le había ocasionado engañándola con Sissy! Con los labios dibujó un «¡lo siento mucho!». Ella bajó la mirada y asintió en silencio con la cabeza. A continuación inspiró forzadamente y se llevó la mano al vientre.
—Así quiero recordaros a los dos —susurró Tom. Entonces cerró los ojos como si quisiera descansar y dormir un poco.
Rob esperó unos instantes, mantenía las esperanzas. Luego sollozó y las lágrimas acabaron deslizándose por su rostro.
Su padre había muerto.
—Adiós, Tom.
—Adiós —murmuró también Shannon.
Evander encendió la vela de la mesita de noche, mientras Rob se inclinaba sobre Tom y le cerraba suavemente los párpados.
«Siempre creí que mi padre me sobreviviría», pensó Rob. Siempre habían sido inseparables, tanto en las buenas como en las malas épocas. Era terrible la idea de seguir viviendo sin él, sin su apoyo, sin el compañero, sin el padre.
Shannon percibió lo que estaba sucediendo en el interior de Rob. Se inclinó hacia delante con esfuerzo y cogió una foto arrugada de la mesita de noche en la que estaban Tom y él en la mina de ópalos de Lightning Ridge. Tom le había rodeado con el brazo como si quisiera protegerle. Rob tenía siete u ocho años, era un pequeño mocoso con el pantalón de peto descosido. Esa foto mostraba la infancia de él, la amistad de los dos, la vida entera de Tom. Su papá y él. Inseparables.
—Él estará siempre para ti, Rob. No te ha abandonado. Estará siempre contigo en tu recuerdo.
Él asintió en silencio con la cabeza, y ella le abrazó. Tom tenía razón, ella era tan fuerte que podía recostarse en sus hombros para encontrar apoyo. ¿Cómo había sido capaz de hacerle tanto daño?
De repente sintió cómo se ponía ella tensa entre sus brazos. Se convulsionó como si estuviera sufriendo fuertes dolores. Él se incorporó.
—¿Shannon? ¿Qué ocurre?
Ella tenía los ojos abiertos como platos y una mano reposaba en su barriga.
—Me parece que… —Torció el gesto y se puso a respirar con sofoco—. Llévame a la cama, Rob. Ha llegado el momento.
Rob recorría una y otra vez con desasosiego el pasillo de delante del dormitorio y escuchaba los terribles gritos de Shannon. ¡Llevaba muchas horas empujando!
Mulberry se detuvo ante él con una taza y una tetera.
—¿Desea un té, señor? —preguntó en voz baja.
Rob negó con la cabeza.
—¿Qué hora es?
—Queda poco para la medianoche, señor.
Se sacó del bolsillo el reloj que se le había quedado parado, y Mulberry se dirigió a Evander, que estaba sentado, todo tenso, junto a la puerta del dormitorio de Tom. Sus miradas se encontraron. Su amigo tenía tanto miedo como él. Evander le había ayudado anteriormente a llevar a Shannon al dormitorio, antes de volver a llamar por teléfono a Alistair. El doctor estaba de camino. Cuando llegó, tomó el mando de la situación y sacó a todo el mundo de la habitación. Rob no había vuelto a verle desde entonces. Tan solo podía escuchar su voz de tanto en tanto a través de la puerta.
«¿Por qué está durando tanto este parto?», se preguntó trastornado. «¿Por qué estaba sufriendo ella de esa manera? ¿Y por qué no le decía Alistair lo que estaba sucediendo con ella?».
Portman sirvió un café a Skip, quien se estremecía con cada grito, como si fuera él quien sufría los dolores de su hermana.
Charlton salió de los aposentos de Tom y cerró la puerta tras él. Se había tomado su tiempo para despedirse, casi media hora había estado a solas con Tom. Cuando vio a Rob en el pasillo deambular de un lado a otro, se llegó a él y le puso una mano consoladora en el hombro. Y, súbitamente, Charlton le abrazó.
—Todo irá bien. Tu esposa es una luchadora.
—Gracias, Charlton. Gracias por venir.
—Si no tienes nada en contra, me gustaría quedarme hasta que nazca la criatura.
—Por supuesto, quédate, por favor. —Rob señaló hacia Skip con la barbilla—. Si prefieres esperar en el salón…
—No, Rob, no pasa nada, me quedo aquí. Ha sido Caitlin quien me ha disparado, no uno de sus chicos.
—Como quieras.
Portman se apresuró enseguida a servirle con una cafetera y una taza.
—¿Desea un café, señor?
—Con mucho gusto. —Charlton tomó la taza y la cafetera de manos del mayordomo de Tom sin mayores contemplaciones, se buscó una silla a algunos pasos de distancia y se sirvió un café. Portman le ofreció una botella de whisky, que Charlton también le quitó de las manos, y la colocó en el suelo al lado de su silla. Se preparaba al parecer para una noche muy larga.
Por fin se abrió la puerta del dormitorio y apareció Alistair en bata de médico. Llevaba colgado del cuello un estetoscopio.
—¿Rob? Le necesito.
Rob estuvo al lado de Alistair en tres zancadas.
—¿Qué ocurre?
El doctor tenía aspecto de estar muy cansado.
—Rob, no van bien las cosas.
—¿Qué significa eso?
—La criatura está del revés. Shannon no lo consigue. Tiene unos dolores terribles y cada vez está más débil. Está completamente exhausta. Tenemos que tomar una decisión.
—¿Una decisión? —preguntó con un hilo de voz.
—Shannon o el niño. Shannon se está debatiendo con la muerte. Y los latidos de Ronan son cada vez más débiles.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Skip, que lo había escuchado todo. Ocultó su semblante pálido entre las manos.
La desesperación de Skip conmovió en lo más íntimo a Rob. El síndrome de abstinencia le estaba haciendo polvo, no solo física sino también mentalmente. El abuso continuado de opio y láudano había dañado su cerebro. Su personalidad se estaba descomponiendo lentamente, como un puzle que se deshace. Pieza tras pieza iban desapareciendo sus cualidades extravagantes, sus recuerdos, sus esperanzas, sus sueños, todo aquello que le había distinguido alguna vez como individuo. A Shannon le resultaba muy angustiosa la progresión lenta de la enfermedad de Skip. ¡Cuántas veces había tratado de salvarle!
Alistair dirigió a Rob una mirada que acertó de pleno en su corazón.
—Le necesito, mi niño.
Rob respiró profundamente y entró en el dormitorio pasando al lado de Alistair. El doctor le siguió y cerró la puerta tras él.
Shannon yacía en la cama. Estaba apoyada en una pila de almohadas. Tenía una manta enrollada por debajo de las rodillas dobladas en ángulo. Se retorcía de un lado a otro gritando de dolor, cuando una nueva contracción amenazó con desgarrarla.
Rob se sentó a su lado encima de la cama y acarició su rostro sudoroso. Estaba tan embriagada por la morfina que apenas se apercibió de su presencia.
—¡Shannon! Estoy aquí ahora.
Ella respiraba a sacudidas y jadeaba por el agotamiento:
—Rob.
—Todo saldrá bien, Shannon.
Ella cerró los ojos a la espera de la siguiente contracción.
Él la besó y se acercó a Alistair. El doctor le puso la mano en el hombro.
—Voy a ser breve, Rob, pero de todas formas va a ser igual de doloroso.
Rob asintió en silencio con la cabeza.
—El niño está del revés. Ronan está atascado.
—¿No le podemos dar la vuelta?
—No, lo hemos intentado varias veces. Me temo que en esos intentos se le ha enrollado el cordón umbilical en el cuello.
Rob respiró profundamente.
—¿Y una cesárea?
Alistair negó con la cabeza.
—Shannon está muy débil. Si no hacemos que cesen las contracciones, podría morir. En estas últimas semanas ha cargado con demasiadas responsabilidades. La campaña electoral de Eoghan. La abstinencia de Skip. La enfermedad de Tom. Y… por favor, discúlpeme usted que le hable con tanta franqueza… Su lío con Sissy le ha producido bastante irritación. Shannon estuvo llorando antes al contarme que usted y Sissy… Bueno, ella sabe que ustedes dos se quieren. —Meditó sobre el punto de partida de la conversación, y lo recordó—. Voy a ser sincero, Rob: no sé si Shannon posee todavía las fuerzas necesarias para sobrevivir a una cesárea. La muerte de Tom le ha afectado muchísimo, de ahí las contracciones repentinas. Está exhausta, los dolores son insoportables, y está a muy poquito de arrojar la toalla. Esa operación es muy peligrosa porque un dormitorio no es una sala de operaciones esterilizada. Sin embargo, no tenemos ya tiempo de enviarla a una clínica para una operación de urgencia.
—Entiendo. —El tono de voz de Rob era tan bajo que lo ahogó el grito de dolor de Shannon. El grito se convirtió en un sollozo sofocado, en un débil gemido. El corazón de él se contrajo abruptamente.
—Rob, para salvar a Shannon, tenemos que matar a Ronan —dijo Alistair despacio, para que se le entendiera todo perfectamente—. Los latidos de su corazón son irregulares y cada vez más débiles. El niño no soportará mucho tiempo más esos esfuerzos. Pero si matamos a Ronan, para salvar a Shannon, eso sería homicidio desde el punto de vista de la Iglesia. —Se interrumpió unos instantes, y a continuación dijo en voz baja y en un tono insistente—. Hay que salvar al niño. Tengo que hacer la cesárea.
—¿Y Shannon? —preguntó Rob absorto y paralizado por el miedo.
Alistair sacudió la cabeza con tristeza.
«¿Ya se ha hecho este a la idea de su muerte?», pensó con horror. «¡Yo, no!».
Rob percibió la ira ascendiendo en su interior.
—Ella es mi esposa, señor. No consentiré que la deje morir para salvar al niño. Sé que se encuentra usted ante un dilema terrible porque usted fue quien trajo a Shannon al mundo. Y ahora al hijo de ella.
El doctor luchaba contra su propia conciencia, eso podía leerlo Rob en su rostro. Y él temía que el sentimiento religioso del deber en él fuera más fuerte que el sentimiento de la responsabilidad por Shannon.
—Lo siento, Rob.
—¿El qué, Alistair? ¿Siente que ella muera? —le increpó él sin poderse contener—. ¿O siente dejarme a solas con un hijo que no es mío?
«Ahora ya ha quedado dicho», pensó Rob consternado. «Y no puedo dar marcha atrás, por mucho que lo desee, porque me temo que Shannon ha oído lo que acabo de decir». Se sentía avergonzado en lo más profundo.
Alistair bajó la mirada.
—Rob, no puedo hacer otra cosa como católico que soy. —Agarró el escalpelo—. ¡Decídase usted! ¡No permita que Shannon y Ronan sigan sufriendo por más tiempo! —dijo con voz temblorosa.
¡Qué elección más atroz! En el fondo comprendía Rob su decisión. Matar al niño era homicidio, sí, pero ¿qué era dejarla morir a ella a cambio?
Alistair miró a Rob. Este asintió débilmente con la cabeza, y el doctor le puso la mano en el hombro y le señaló la puerta.
—Le prometo que intentaré salvarla.
—Quiero permanecer al lado de ella.
El anciano doctor McKenzie frunció la frente, luego asintió lentamente con la cabeza.
—Como usted desee. Túmbese a su lado en la cama, y sujétela con el brazo. Hable con ella. Infúndale valor. Va a ser terrible para ella.
Shannon jadeó de dolor cuando Rob la abrazó, le apartó del rostro el cabello mojado de sudor y la besó con suavidad. Estaba ardiendo de fiebre. Las largas horas con las contracciones la habían dejado completamente exhausta.
—Todo saldrá bien, mi amor —le susurró.
Ella no emitió ningún sonido y se limitó a asentir débilmente con la cabeza.
—¡Vamos allá! —exclamó Alistair, a quien asistía una comadrona—. No mire usted, Rob. No será agradable de ver. Y sujétela firmemente. Ya no puedo darle más morfina para mitigar sus dolores. No la dañaría solamente a ella, sino también al niño.
Rob rodeó a Shannon con los brazos y habló con ella, mientras Alistair aplicaba el escalpelo. Shannon se arrojó en sus brazos moviéndose de un lado a otro mientras convertía en gritos la tortura que sufría.
—¡Enseguida estará! ¡Ya no queda mucho más! ¡Aguanta, Shannon, aguanta! ¡Pronto habrá acabado todo!
¡Al cabo de cinco minutos llegó por fin el momento! Alistair levantó con todo cuidado al niño del vientre, arrugado y sanguinolento. El doctor desenrolló el cordón umbilical de su cuello y lo cortó.
¡Había nacido Ronan!
—¡Ya está! —susurró Rob y acarició a Shannon dulcemente con sus labios. Ella yacía en silencio y no se movía—. Nuestro hijo ya está aquí.
Ella no dijo nada.
—Siento mucho lo que he dicho antes. ¡Perdóname!
Ella asintió débilmente con la cabeza, pero no dijo nada. No tenía siquiera fuerzas para llorar.
Entonces se oyó el primer grito que más bien pareció un suspiro profundo. ¡Ronan estaba con vida!
La comadrona le quitó el niño al doctor y se lo llevó para lavarle. Alistair volvió al lecho, se sentó al lado de Shannon y se inclinó sobre ella.
—¿Mi niña?
—¿Cómo está Ronan? —La voz de ella era tan solo un hálito.
—Tiene todo lo que distingue a un chico. Una criatura encantadora. ¡Buena horma para el pequeñajo! —Le exploró los latidos del corazón con el estetoscopio y levantó la vista con expresión de alarma—. Está muy débil. No sé si lo conseguirá.
Cuando Rob la soltó y se levantó, se sintió como si le hubieran arrancado el corazón en vida.
¡Shannon no podía morir!
Alistair tenía lágrimas en los ojos.
—Lo siento, Rob. Me apena terriblemente…