22

No sabía lo que la había despertado, si el beso de él o la flor con la que estaba acariciándola. Era una de las flores que anoche, a su llegada a la casa de Hawái, estaban sobre las almohadas. Ella y Rob se habían amado la noche pasada entre esas flores. Shannon abrió los ojos y se lo quedó mirando.

—Aloha.

Él la besó, y ella le rodeó la nuca con los brazos y lo atrajo más cerca.

—¿Cómo te encuentras?

Mahalo —sonrió ella y se estiró desperezándose en las almohadas—. Me encuentro bien.

Fue inflamando el cuerpo de ella con sus labios, igual que la noche pasada. Ella se retorcía suspirando bajo sus caricias.

—¿Mi queridísimo?

—¿Eh?

—Date prisa, vamos —susurró ella en un tono conspiratorio—. Antes de que mi marido regrese a casa.

Rob rio alegremente.

—Yo soy tu marido. Estás teniendo un lío con tu marido. —Se lanzó con ímpetu a por ella, se colgó las piernas de ella por los hombros y comenzó a besarle la cara interna de los muslos mientras la acariciaba y excitaba con las manos.

Acostarse con él era excitante y una maravilla cada vez. Él era imaginativo y juguetón, delicado y cariñoso, y a continuación un torrente pleno de pasión. Le gustaba incluso que él, acuciado por la impaciencia, se volviera un tanto bruto con ella, pues tomaba conciencia entonces de lo mucho que la deseaba y amaba. Fuera cual fuese la manera de regalarse placer los dos, la última posición de ambos era siempre la misma: ella yacía encima, entre las piernas abiertas de él, que la tenía rodeada con sus brazos acariciándola, y los dos se besaban cariñosamente. Era un momento de una intimidad indescriptible. El deseo estaba saciado, sus cuerpos estaban relajados, y cada uno disfrutaba de la cercanía y de la calidez del otro. De todas formas, no podrían disfrutar de esa posición ya durante mucho tiempo, pues la barriga de Shannon se había redondeado visiblemente ahora, en agosto. Estaba en el quinto mes de embarazo.

¿Y qué ocurriría cuando estuviera en el octavo o en el noveno mes, o después del parto, cuando no pudiera acostarse con él durante algunas semanas? Ella sabía que él no le sería fiel. Tom se lo había advertido desde el principio. Rob se buscaría una amante, una joven atractiva como Sissy Brandon, con quien hacer todo eso que había hecho antes con ella. Shannon había detectado las miradas que él había dirigido una y otra vez a Sissy durante la ceremonia de la boda. Y Sissy había asistido al casamiento por él, no para desearle suerte y felicidad a ella. Iba del brazo de Lance Burnette, pero este no era para ella nada más que un accesorio que causaba sensación, igual que su caro bolso o su elegante sombrero. Ella solo había tenido ojos para el novio, quien estaba guapísimo con su frac blanco. Rob iría a comer con ella mientras daba de mamar al niño; se acostaría con ella mientras se quedaba en casa esperándole, torturada por los celos. En algún momento regresaría a casa. Olería a champán caro, al perfume de Sissy y a sexo apasionado. En su casa de San Francisco, junto al dormitorio y el vestidor había una habitación amplia con una cama. Allí dormiría él cuando regresara de estar con ella. Shannon podía figurarse la frustración que se introduciría furtivamente en su vida, pero así era el acuerdo al que habían llegado los dos en el Monte Tamalpais, y él lo había aceptado. ¿Cómo podía ni imaginarse siquiera que llegaría a amarle de esa manera?

Rob le pasó la mano por el pelo.

—Estás muy seria.

Ella le besó y sonrió.

—He estado pensando en nosotros dos. También he hablado con Tom y Evander. Durante el desayuno me gustaría comentarte algo.

—Vaya, ahora eres tú quien se pone serio.

—Es un asunto serio. —Él levantó la cabeza y le dio un beso—. Ven, vamos a levantarnos. Seguro que Tom y Evander ya están esparándonos.

Se ducharon juntos en el baño a cielo abierto que estaba separado del jardín tropical por una empalizada de bambú. Rob la secó con una toalla, le dio un beso fugaz en los labios y desapareció en el dormitorio para ponerse unos tejanos y una camisa.

Cuando ella llegó, él se había marchado ya. Encima de la cama estaba la caja de la tienda de lencería. Rob tenía un gusto exquisito. Las prendas íntimas que había elegido él bastarían para todas las semanas de luna de miel en Hawái. Eligió un conjunto blanco de satén y sacó de la maleta su ropa para el trópico. Iba a ser un día de mucho calor.

El desayuno iba a servirse en la terraza con vistas al Pacífico. Mulberry la condujo a través de las estancias claras y aireadas que ahora, a primeras horas de la mañana, despedían todavía un magnífico frescor porque las paredes de bambú permitían que se colara por ellas la brisa del mar. Sus tres hombres estaban ya sentados a la mesa. Saludó a Tom y a Evander con un beso en la mejilla y se sentó al lado de Rob, que había pedido un café para ella.

Tom tenía el semblante pálido y trasnochado, como si hubiera vuelto a pasarse otra noche en blanco retorciéndose en la cama por los dolores. No obstante, su mirada era atenta y clara. Eso significaba que aquella mañana no había tomado morfina todavía.

Su estado había empeorado desde la boda, celebrada hacía una semana. Parecía como si el drama familiar de los Tyrell le hubiera consumido muchas energías. ¡Cómo había intervenido él en favor de ella! ¡Y cómo había hecho frente a Caitlin! ¡Eso no se le olvidaría a ella nunca!

Recordó cómo había bajado por las escaleras desde su habitación con su vestido de novia. Ya había llegado la carroza. Skip la esperaba al pie de las escaleras para acompañarla a la catedral como padrino de boda. En lugar de su padre, sería Skip quien la llevaría hasta Rob, que estaría esperándola delante del portal de la iglesia. Avanzarían hasta el altar cogidos de la mano, seguidos de Skip y Evander como padrinos de boda.

Caitlin había querido controlarlo todo, la ceremonia, la marcha nupcial, el vestido, el velo, las joyas, los zapatos, el ramo, los anillos, los vestidos de las damas de honor. Como es natural, había protestado enérgicamente en contra de que Rob y Shannon entraran juntos en la iglesia. Caitlin había propuesto que fuera su tío Réamon quien acompañara a la novia al altar, pero Shannon impuso su parecer. Al fin y al cabo era su boda.

Caitlin estaba fuera de sí. ¡No le dejaron escoger nada de nada! ¡Ni siquiera le pidieron consejo! Shannon se había decidido por el vestido de novia de seda, bordado de perlas, y el velo de su madre. Fue ella quien eligió las joyas que Rob le había hecho llegar la víspera de la boda: un fantástico collar de diamantes, zafiros y rubíes. Ella fue quien fijó el orden del menú para el desayuno con champán destinado a los quinientos invitados, de los cuales solo conocía a una minoría, y había cambiado el menú del banquete vespertino para otros setecientos invitados en el jardín del palacio; habían sido invitadas todas las personalidades, incluidos todos los miembros del selecto club de polo de Rob. Además, Shannon ignoró la propuesta de Caitlin de elegir a Eoghan como padrino de bodas. ¡Su boda no era ningún mitin electoral para el futuro senador de California, pese a que la inmensa cantidad de periodistas y la presencia tanto del gobernador Henry Tifft Gage como del presidente McKinley y del vicepresidente Roosevelt, amigo de partido de Eoghan, pudieran suscitar tal opinión!

El matrimonio por amor de un Conroy y una Tyrell, la unión de dos de las familias más ricas del planeta, fue el acontecimiento mediático del año, no solo en San Francisco, sino también en Nueva York. William Randolph Hearst y Caitlin O’Leary Tyrell se encargaron de que eso fuera así. Desde hacía años, Caitlin sobornaba a famosos periodistas con generosos regalos y buenos fajos de dólares. Mantenía incluso a un periodista de prensa amarilla en el Examiner de Will Hearst, para procurarle a Eoghan la necesaria atención en los medios de comunicación, lo cual podía serle de utilidad para su futura candidatura a la presidencia. Hasta el reportaje de la boda publicada en la revista Vogue con el dibujo del espectacular vestido de seda de Shannon que llevó durante el banquete vespertino, tuvo como única finalidad anunciar la boda de ensueño de Eoghan y Gwyn. Al igual que le ocurrió a Shannon, Gwyn no pudo disimular lo avanzado de su embarazo con vestidos amplios. Y Caitlin y Shannon volvieron a enzarzarse en una violenta discusión, debido a que Caitlin quiso montar una escena bien calculada en el momento en que Shannon arrojara el ramo de novia. Debía atraparlo Gwyn, pero no lo consiguió porque otra fue más rápida que ella.

Shannon debía esperar perfectamente que su abuela contraatacaría, molesta por su porfía y su obstinación. La ira de Caitlin la alcanzó cuando iba a dirigirse a la iglesia. Skip la abrazó y besó.

—Pareces tan dichosa. Y estás tan guapa. —En la sonrisa de él había ternura y orgullo por la hermana, pero también una rabia contenida—. Siento mucha pena, Shannon. Hoy debía ser el día más feliz de tu vida…

—¿Qué es lo que te apena, Skip?

—Caitlin no deja que mamá vaya a la iglesia. Acaba de llamar por teléfono. Imagínate. No ha ido nadie a por ella. En lugar de esto, la vieja ha enviado a alguien a que impida a mamá que salga de su suite del hotel Palace.

—¿Impedir con violencia que la madre de la novia asista a la boda de su hija? ¡Ella no puede hacer eso!

—Mamá quiere asistir a pesar de todo. Te ruega que te ocupes de que pueda estar en su sitio en la iglesia.

Shannon valoró muchísimo que Tom se pasara a buscar a su madre y que la acompañara a la iglesia a través de las llamaradas de los flashes. Su madre estaba visiblemente orgullosa de su obstinada hija, que se enfrentaba a Caitlin con energía y segura de sí misma. Dijo que Shannon había cambiado desde que se había marchado hacía cuatro años. Se había vuelto más resuelta, formulaba exigencias, su tono de voz era intransigente… ¡y tenía éxito! Su abuela veía en ella una fuerte competidora por el poder, una rival perseverante por el predominio en la familia que poco a poco se iba arremolinando a su alrededor. Ella le estaría agradecida para siempre a Tom por la sonrisa radiante de su madre ese día. A él, en cambio, no dejaron de deslizársele las lágrimas por las mejillas durante la ceremonia. Evander, quien como padrino de bodas de Rob se había sentado junto a ellos, no dejaba de volverse hacia él con cara de preocupación…

—Disculpe, señora, aquí tiene su café —dijo Mulberry arrancándola de sus recuerdos y del turbulento día de su boda. El mayordomo le colocó la taza delante—. ¿Desea usted una tostada con mermelada o con miel? ¿O prefiere usted alguna fruta fresca? —Le presentó un plato de frutas aderezadas.

—Tomaré piña. Huele que es una delicia.

—Muy bien, señora. —El mayordomo de Rob le puso algunas rodajas en el plato del desayuno—. ¿Desea alguna cosa más, señora?

—No, gracias, señor Mulberry.

Evander puso algunos papeles encima de la mesa, se recostó en la silla y se cruzó de piernas.

—Telegrama de San Francisco. Sissy Brandon y Lance Burnette dan a conocer su compromiso matrimonial.

Rob presionó los labios de mala gana y ocultó sus sentimientos en su taza de café, que vació de un trago. Dejó que Mulberry se la volviera a llenar inmediatamente y se quedó mirando fijamente al Pacífico. Esquivó la mirada de Shannon.

«Una combinación interesante», pensó Shannon. «Mi antiguo prometido se casa con la futura amante de mi marido».

Sissy se había hecho con su ramo de novia. Estaba completamente decidida a ser la siguiente novia en el altar. Shannon supuso que estaba decepcionada por la boda de Rob con ella y había exigido de Charlton que aceptara a Lance finalmente como yerno. Shannon sabía por Lance que los dos se tenían mucho cariño. Se lo había confiado él en el viaje en tren a Nueva York.

¿Entablarían relaciones sociales en un futuro los Tyrell-Conroy y los Brandon-Burnette? Shannon era capaz de imaginarse cómo podría transcurrir una velada de esas. Ella estaría sentada con Lance en el sofá y se esforzaría por mantener una conversación sobre las obras de Walt Whitman o las pinturas de John William Waterhouse, mientras Rob y Sissy bailaban alegremente, cuchicheando y besándose furtivamente. ¿Sabía algo Lance en realidad de los sentimientos de su pareja? ¿Se había percatado de las miradas que Rob dirigió a Sissy durante la boda? ¿Había visto las lágrimas en los ojos de Sissy, cuando Rob y ella se dieron aquel beso al final del vals de la novia que provocó una ovación sonora con aplausos entre los invitados y cuya foto aparecería impresa a la mañana siguiente en la portada del Examiner con el titular APASIONANTE BODA POR AMOR? No, probablemente no.

«Lance es un bobo, simpático pero bastante cándido», pensó ella. «Me da pena. Se llevará un buen disgusto cuando descubra que su esposa se va a la cama con mi marido. Solo espero que Lance no me venga un día quejándose de su pena para que yo le consuele. Su hermana seguirá a Eoghan a Washington después de la boda, y entonces solo me tendrá a mí para desfogarse…».

Evander se percató de la reacción de Rob sobre el compromiso matrimonial de Sissy y cambió de tema de manera abrupta.

—Charlton Brandon agradece los buenos deseos por su pronto restablecimiento. Ha contestado al telegrama de anoche de Rob y Shannon. Se encuentra mucho mejor. También el segundo asalto ha sido para Caitlin. Dice en su escrito: «un claro triunfo por K. O.», pero que ya está en forma de nuevo para la siguiente ronda del combate.

Rob dejó su taza en la mesa y rio alegremente.

Shannon estaba contenta de que Charlton le hubiera perdonado cuando fue a verlo al hospital, pues en realidad ella tenía la culpa de que él tuviera que pasar unos días en el hospital.

A su regreso de Alaska, Shannon envió un telegrama muy largo a Will Hearst en Nueva York. Hacía ya meses que había exigido a Caitlin que cesara las importaciones ilegales de opio, que iban a costarles la vida a Skip y a muchos otros. Caitlin se había puesto hecha una furia y le prohibió a Shannon que se inmiscuyera en sus prácticas comerciales. Consternada por el estado crítico de Skip y furiosa por la actitud intransigente de Caitlin, pidió un favor a Will, con quien se tuteaba desde entonces. Él le había respondido que ella utilizaba a la prensa con menos escrúpulos todavía que Caitlin, pero finalmente cedió y envió a uno de sus reporteros sensacionalistas a los muelles. Will envió varios telegramas a la aduana californiana y a la policía de San Francisco, y Caitlin perdió el cargamento de un barco valorado en varios centenares de miles de dólares. Shannon disfrutó de su triunfo, Caitlin recibió un serio aviso, y Will se benefició de los titulares y de grandes tiradas. Shannon no se habría imaginado que ese tiro tan bien dirigido acabaría saliendo al final por la culata. Sin embargo, la bala no le acertó a ella, sino a Charlton.

Caitlin supuso que él estaba detrás del golpe contra sus intereses. Y cuando Charlton apareció sin invitación en el palacio después del vals de la novia, para entregarles a Rob y a Shannon su regalo, Caitlin perdió el control. Le dio un puñetazo a Charlton en la cara y lo echó de allí. Mientras Rob y Shannon acompañaban a Charlton a su carroza, para que consiguiera llegar a casa ileso, Caitlin se fue hasta su dormitorio, cogió su Colt cargado y se fue a por él en coche.

Los dos se encontraron en la biblioteca de Brandon Hall, en donde Charlton acababa de servirse un whisky para tranquilizarse. Caitlin estaba tan harta de las supuestas intrigas de Charlton contra ella, que le disparó. Charlton tuvo la suficiente presencia de ánimo como para esquivar el disparo, de modo que la bala solo le alcanzó en un hombro. Mientras Caitlin regresaba al palacio con el Colt todavía humeante, Sissy llevaba a su abuelo al hospital. Desde allí llamó por teléfono a Rob y a Shannon.

A la mañana siguiente fueron a verlo, lo cual lo alegró mucho. Shannon le explicó que, en el fondo, ella era la culpable de aquel atentado. Le pidió perdón con arrepentimiento, pero él hizo un gesto negativo con la mano restando importancia a aquella situación.

—No con estas formalidades, Shannon. ¿Por qué no me llama simplemente Charlton?

Tom dejó su taza encima de la mesa, que tableteó y la arrancó de sus pensamientos.

—Shannon, nos gustaría hablar contigo sobre algunos negocios…

Ella dejó su tenedor a un lado.

—Sí, está bien.

Él señaló con la barbilla a Evander, que agitó un telegrama en la mano con desenvoltura.

—Nos han telegrafiado nuestros abogados de San Francisco —dijo Evander—. Caitlin ha transferido ya tu dote. Han abonado en tu cuenta los veinte millones de tu parte en Tyrell & Sons. Como contrapartida quedas obligada a renunciar a todo derecho hereditario sobre la empresa así como a la fortuna de tu padre. Caitlin insiste en que solo puede haber un heredero. Te ha borrado de su testamento. La sentencia es ahora firme: ya no eres ninguna Tyrell, sino una Conroy.

Ella inspiró profundamente. Rob le agarró una mano y la sujetó firmemente.

Tom se irguió en su silla de ruedas.

—Según el derecho californiano, ese dinero es tuyo, Shannon, no de Rob. Quiero que tengas esto en cuenta a la hora de decidirte. Y es que queremos hacerte una propuesta.

—¿Una propuesta?

—Conroy Enterprises posee en Nueva Gales del Sur uno de los yacimientos de cobre más grandes del mundo. Rob y yo hablamos ya hace algunos meses de fundar una nueva empresa que produzca aparatos eléctricos. Me he decidido a invertir en tecnología para la medicina. Mi objetivo es diagnosticar y curar enfermedades y, por consiguiente, salvar vidas. Evander ha encargado a nuestros abogados de San Francisco la fundación de la Conroy Electrics Company. Ahora hay que registrar la empresa, y los abogados preguntan por el nombre del gerente.

Shannon se quedó esperando con tensión a que continuara hablando.

—Rob ha propuesto que dirijas tú con éxito la Conroy Electrics. Me haría ilusión que estuvieras de acuerdo.

—¿Yo?

—Tus veinte millones permanecerán intactos, por supuesto. La Conroy Electrics pertenece a la Conroy Enterprises, pero tú dirigirás la empresa bajo tu entera responsabilidad. Ni Rob ni yo nos inmiscuiremos en tu manera de dirigir la empresa. Como es natural, Evander, al igual que Rob y que yo, estaremos a tu lado para ayudarte con consejos y con acciones.

Rob acarició con ternura la mano de ella para estrecharla finalmente entre las suyas.

—A la hora de decidirte tienes que sopesar que, como gerente de la Conroy Electrics, estarás abocada a una lucha comercial implacable con Caitlin, la competencia. Teniendo el mayor yacimiento de cobre del planeta en los Montes Chugach, ella fundará también una empresa dedicada a la producción de aparatos eléctricos. Te ha borrado de su testamento. Por consiguiente, solo están como posibles herederos Colin y Eoghan. Tu primo es candidato para el Senado y dentro de algunos años lo será para la Casa Blanca. No podrá dirigir entonces la Tyrell & Sons. Así que solo queda Colin. Él será quien dirija el consorcio. Tu hermano y tú seríais entonces competidores.

Shannon asintió con la cabeza.

—No sé qué decir…

—¿Qué tal si dijeras: «¡Estupendo, Tom, qué buena idea! ¡Acepto con mucho gusto!»? —Al no responder ella inmediatamente, Tom dijo—: Shannon, no sé cuánto tiempo más tendré la cabeza clara antes de que la morfina me deje fuera de combate. Rob no puede dirigir él solo el consorcio internacional que está creciendo rápidamente. Te necesita como socia con los mismos derechos. La Conroy Electrics sería un primer paso en este sentido. Le seguirán otros más. —No pudo evitar toser y se llevó el pañuelo a los labios—. ¿Necesitas un tiempo para pensártelo? —se esforzó en decir con un jadeo de sofoco—. Podríamos…

—No, Tom. —Shannon se volvió a mirar a Evander, que se estaba abanicando con el telegrama—. ¿Harías el favor de telegrafiar a nuestros abogados para decirles que voy a dirigir la Conroy Electrics?

—Ahora mismo —asintió él con la cabeza—. Una cosa más: después de desayunar voy a ir a hacer surf. Voy en coche a la costa del norte, a Waimea. Son unas cuatro horas en coche por las montañas y a lo largo de la costa. Ya tengo en el maletero la tabla de surf y el cesto del picnic. ¿Os apetece venir conmigo? ¿Rob? ¿Shannon?

Tras el largo viaje en coche de los tres, Shannon se sentía agotada. Se quedó de pie sobre la arena para desentumecer los miembros y dejó vagar la mirada por la bahía de Waimea.

—Una belleza de ensueño.

Rob estaba a su lado con la tabla de surf bajo el brazo. Llevaba el bañador puesto igual que Shannon y Evander, que caminaba dando traspiés delante de ellos con su tabla de surf y el cesto con el picnic. Su traje de baño oscuro realzaba su figura delgada y musculosa.

—¿Te gusta? —preguntó él—. La última vez que estuve aquí fue hace dos años.

—¿Dónde has aprendido a hacer surf?

—En Nueva Zelanda. Me enseñó Evander.

Sintió un suave movimiento en su interior. Se llevó la mano al vientre que ya llamaba la atención, sobre todo con un traje de baño ceñido.

—¿Qué ocurre? —preguntó Rob preocupado—. ¿El niño?

Ella asintió con la cabeza en silencio y se acarició la barriga.

—El viaje de los tres en el automóvil, encajonada entre Evander y tú, ha sido un poco agotador para los dos.

Rob dejó resbalar la tabla hasta la arena, la abrazó cariñosamente por detrás, le dio un beso en la nuca y puso las dos manos en la barriga de ella.

—Lo puedo sentir, con mucha suavidad.

—Ahora se vuelven más fuertes sus movimientos —susurró ella con emoción—. Siente que su papá está aquí.

—¿Tú crees?

—Sí, estoy completamente segura. Reacciona con mayor frecuencia y patalea. Cuando hicimos el amor antes, él estaba haciendo sus travesuras alegremente.

Rob se echó a reír.

—Ya no estaremos solos mucho más tiempo.

Shannon no pudo menos que volver a pensar en Sissy.

—No —dijo ella con un deje repentino de melancolía.

Él la besó con dulzura.

—Gracias por haber accedido a dirigir Conroy Electrics cumpliendo el deseo de Tom. Significa mucho para él. Quiere salvar vidas. Ese será su legado.

—Y yo lo conservaré.

—Eso lo sabe él, Shannon. Está muy orgulloso de ti. —Esbozó una sonrisa de muchacho—. Y yo estoy bastante enamorado de mi esposa bella, inteligente y segura de sí misma.

Rob agarró su tabla de surf, y Shannon lo siguió hasta el campamento hecho de mantas y cojines que Evander había montado en la playa. Montado en su tabla ya estaba remando él con los brazos en dirección a las olas que eran realmente impresionantes en aquel paraje.

Shannon se desperezó entre los cojines, cogió un sándwich y una botella de ginger ale Schweppes del cesto del picnic y observó a Rob, que seguía a Evander con todo su ímpetu hacia las olas. Estuvo un rato disfrutando de la brisa tórrida sobre su piel y observando cómo los dos amigos se desfogaban. Tan pronto como el uno montaba sobre una gran ola deslizándose a toda velocidad por la cresta hasta llegar a la playa, ya el otro remaba con los brazos para capturar la siguiente ola bajo su tabla. De vez en cuando la brisa traía sus exclamaciones y sus risas alegres hasta ella. Los dos se pasaron media tarde en su propio mundo de olas rugientes y aguas salpicantes. El color del Pacífico estaba cambiando de un azul profundo a un amarillo destellante cuando Evander se le acercó, dejó su tabla en la arena y se dejó caer junto a ella en las mantas entre jadeos de cansancio extremo. Rob volvía de nuevo a remar hacia las olas.

—¿Un ginger ale? —Ella tendió a Evander una botella abierta que él vació de un trago. Mientras bebía, ella contempló los tatuajes de él. Evander se había hecho tatuar ambos brazos desde los hombros hasta las muñecas. Ella no había visto nunca esos tatuajes, pues normalmente la camisa le tapaba esos ornamentos arañados y raspados en la piel y que formaban un entramado de finas cicatrices.

Evander se quitó la sal del rostro con el dorso de la mano. Tenía el pelo mojado y en desorden.

Ella se incorporó, rodeó las rodillas con los brazos y le ocultó su vientre abovedado.

—¿Buenas olas las de hoy?

—Perfectas.

—Me alegro de haber venido.

—Y yo que me había temido que te aburrirías mientras Rob y yo nos pasábamos las horas en las olas.

—Me gusta veros. —Señaló con el dedo la novela de Jane Austen que tenía abierta a su lado encima de la manta—. Es más emocionante que Sentido y sensibilidad.

Él esbozó una sonrisa insolente.

—¿No es de tu gusto el guaperas de Willoughby?

Shannon puso los ojos en blanco.

—No, prefiero a tíos duros como Rob o como tú.

—¿Como yo?

—Me gustas mucho.

—Y tú a mí también.

—Evander, ¿puedo hacerte una pregunta muy personal?

—Por supuesto.

—Tus tatuajes… —Pasó la punta de los dedos con suavidad sobre los ornamentos de sus brazos.

—¿Te gustan?

—Sí, son extraordinarios. Son maoríes, ¿verdad?

Él la miró con toda franqueza.

—¿Por qué no me preguntas lo que quieres saber en realidad?

—Bueno, vale. ¿Por qué los llevas? Estás orgulloso de ellos. Disfrutas de las miradas que te dirijo.

—¿Soy tan transparente de verdad? —dijo él en tono burlón.

Ella dibujó con el dedo una de las marcas del hombro de él.

—¿Qué secretos ocultas al mundo?

Él sonrió.

—¿No los adivinas por ti misma?

—Eres maorí, ¿verdad? Pero tu nombre…

—Mi padre se llama Alexander Burton. Es de Gales. Tuvo un lío con una maorí, mi madre Ataahua. Su nombre significa «la guapa». Y lo sigue siendo, ¡es guapísima! Alexander se enamoró de ella. Yo soy un hijo del amor. De un amor que yo no he conocido, a pesar de todo. La familia de mi madre me llama inglés por mi nombre y mis estudios, y la familia de mi padre me desprecia por mi ascendencia maorí.

—¿Te reconoció Alexander Burton como a su hijo?

—Cuando cumplí los veintiún años llamé a su puerta. Hasta entonces había vivido como maorí, de ahí los tatuajes. Pero yo quería una educación inglesa. Quería estudiar.

—¿Estudiaste?

—En Oxford. Trinity College. Ciencias económicas y dirección de empresas.

—¿Recibiste las órdenes «mayores»? ¿Fuiste miembro del Boat Club?

—Remé por Oxford.

—Seguramente no te resultó nada fácil.

—¿Por mis tä moko, mis tatuajes? No, no me fue fácil, la verdad. Tuve que luchar para que me aceptaran. Toda mi vida he tenido que bregar para conseguir lo que quería: reconocimiento, respeto y amor.

—Tom te quiere como a un hijo.

—Y yo a él como a un padre. No hace distinciones entre mí y Rob. Soy un Conroy, aunque no lleve el apellido. Tom ha hecho mucho más por mí que el hombre de quien adopté el apellido.

Él besó las puntas de los dedos de ella en su hombro, y ella retiró la mano.

—¿Quieres un sándwich?

—Sí, con mucho gusto.

—¿De atún? ¿De pollo?

—Me da lo mismo.

Sacó un sándwich del cesto y se lo dio.

—Gracias. —Quitó el envoltorio y dio un buen mordisco.

—¿Cómo te llamas en realidad?

—Moana.

—¿Qué significa ese nombre?

—Amplio como el mar.

—El nombre encaja muy bien contigo —dijo ella—. Ahora entiendo cómo te gusta hacer surf con tanta pasión.

—Es que soy un maorí. Lo llevo en la sangre. Forma parte de mi cultura. —La miró a los ojos—. ¿Quieres aprender? Podría enseñártelo. ¿Te gustaría?

—Sí, mucho.

—Bueno, ¡pues ven!

Evander dejó a un lado su sándwich y arrastró de nuevo su tabla al oleaje. Shannon le seguía. Él fijó la correa de sujeción al tobillo de ella. Cuando volvió a erguirse, su mirada recayó en la barriga de ella.

—Yo te llevo la tabla al agua. —Shannon le siguió caminando hasta que él se detuvo, depositó la tabla de surf en el agua y la sujetó—. ¿Podrás subirte a la tabla?

Ella lo intentó, pero resbaló.

—Espera, te ayudaré. —Evander la agarró y la levantó sin esfuerzo, de modo que ella pudo montarse y arrastrarse sobre la tabla vacilante. Se tumbó y resbaló hacia delante.

—¿Está bien así?

—Un poco más.

Ella avanzó un poco más hacia delante.

—¿Bien así?

—Así, justo, muy bien. Ahora puedes remar. —Ella se puso a remar con fuerza alternando ambos brazos como remos a través del oleaje—. Arriba los hombros. Vas a ponerte de pie. Entonces se levantará la tabla del agua por delante. —Él iba a su lado con el agua cubriéndole ya—. Lo estás haciendo estupendamente. Se nota que no le tienes miedo al agua.

—Hago vela desde que cumplí los ocho años. Mis hermanos y primos me tiraron bastantes veces por la borda a empujones.

Evander le explicó cómo podía levantarse sin caerse. Ella se puso en pie con vacilación. A él le resultaba a todas luces difícil no fijar la vista en la barriga de ella, así que deslizó su mirada por las largas piernas.

Rob se acercó a ellos montado en una ola.

—¿Eh, qué tal vosotros dos? ¿Os estáis divirtiendo?

En ese instante perdió Shannon el equilibrio y cayó al agua. Salió nuevamente resoplando. Rob estaba a su lado y la sujetó.

—¿Te has hecho daño?

—Estoy perfectamente.

—Ven, te ayudaré. —La alzó con brío, de modo que ella pudo arrastrarse de nuevo sobre la tabla—. Por ahí enfrente viene una ola. ¿Te atreves?

—Por supuesto. —Ella comenzó a remar con los brazos, se levantó, mantuvo el equilibrio y se dejó llevar por la ola de vuelta a la playa. Saltó de la tabla, se volvió y regresó donde Evander y Rob—. ¿Qué tal?

—¡No ha estado nada mal! —dijo Rob, esbozando una sonrisa de orgullo.

—¡Bastante bien incluso! —opinó Evander con gesto de reconocimiento—. Vamos, otra vez. ¡Por ahí viene la siguiente ola!

Mientras Rob seguía cabalgando más adentro las olas grandes, Shannon estuvo practicando con Evander durante casi dos horas a controlar la tabla, a dominar la velocidad de deslizamiento en la inclinación de la ola para no caer en pleno viaje. Una vez consiguió ir a toda velocidad sobre una ola y llegar hasta la orilla deslizándose. Al cabo de poco tiempo se atrevió con las olas más grandes de mar adentro. Evander nadaba con ella y permanecía a su lado hasta que se ponía a remar con los brazos. Le gritaba instrucciones que ella, sin embargo, no podía entender con el bramar de las olas, así que confiaba en su propio instinto.

¡Fue entonces cuando sucedió! Una ola se levantó más vertical de lo que ella había calculado en un principio. Su tabla penetró en la concavidad de la ola, el agua fluyó por encima de la tabla y sumergió la punta, de modo que ella perdió el equilibrio. No consiguió dejarse caer al agua por el lateral, sino que cayó de bruces sobre la tabla.

El batacazo le quitó el aliento, y tragó agua. Ella se enroscó intuitivamente, contrajo las piernas para proteger la barriga, y se desenroscó de nuevo para caer al agua. La ola la atravesó y la arrastró consigo en un remolino. Tanteó en busca de la correa de su tobillo y subió a la superficie resoplando. Justo a tiempo soltó la tabla, que la siguiente ola arrastró consigo, y se sumergió bajo las aguas arremolinantes. Cuando regresó a la superficie vio que Evander venía hacia ella nadando a crol.

—¿Estás herida?

—Me encuentro perfectamente. —En ese momento sintió un dolor fuerte en el bajo vientre. Jadeando se aferró a la tabla.

—¿Tienes dolores? —preguntó Evander con preocupación—. ¿El niño?

Ella asintió con la cabeza.

Evander reaccionó de inmediato.

—¡Rob! —vociferó haciendo gestos con las manos—. Shannon, ahora voy a subirte a la tabla para que puedas tumbarte en ella. Yo te llevo a la playa.

—Está bien —dijo ella, apretando los dientes. Un nuevo espasmo se extendió por su abdomen. «¡Ojalá no sean las contracciones!».

Evander liberó la correa de su tobillo, se la rodeó en el brazo y tiró de la tabla con briosas brazadas hasta la orilla. Con todo cuidado la llevó hasta el campamento y la depositó sobre las mantas. Le puso la mano en la barriga.

—Lo puedo sentir. El niño se mueve. Todo saldrá bien. —Un nuevo espasmo le hizo rechinar los dientes—. No estás en el tercer mes, ¿verdad? Mi hermana Kiri estaba de cinco meses cuando visité a mi familia hace poco. Tenía ese mismo brillo radiante en los ojos como tú. Estás estupenda, Shannon.

Ella jadeaba haciendo esfuerzos por respirar.

—Rob no es el padre de tu hijo. Es del otro, del que estuviste buscando en Alaska.

Ella se quedó tan sorprendida que por un instante se olvidó incluso de sus dolores y de su miedo a un parto prematuro.

—¿Lo sabes?

—El señor Mulberry reconoció tu velero cuando lo amarraron frente a la casa en el embarcadero. Lo había visto en el puerto de Valdez, mientras Rob estaba de excursión con Colin.

Ella respiraba con sacudidas.

—¿Sabe Rob que estuve allí?

Evander asintió con la cabeza.

—Te admira por la valentía que tienes. Está muy orgulloso de ti.

—¿Y Tom?

—No sabe nada de nada.

Se dejó caer sobre los cojines profiriendo un suspiro.

Evander le pasó la mano por la barriga con cuidado para que ella se relajara y cesaran los dolores.

—¿Le contarás a Tom en algún momento que la criatura no es su nieto?

Ella titubeó.

—No lo sé. Le haría muchísimo daño.

—Le quitaría la alegría de vivir que le has regalado en estos últimos meses. Él ha cambiado. No le reconozco desde que te ha encontrado a ti. ¿Me permites un consejo como amigo? No se lo digas. Está muy feliz de que Rob se haya enamorado de ti y de que estés embarazada. Déjale que crea que es el hijo de Rob.

—No sé cuánto tiempo podré seguir ocultando mi estado bajo ropas amplias. Vivimos en la misma casa.

Evander tragó saliva.

—Tom necesitará pronto inyecciones de morfina. —Se mordió los labios, y Shannon adivinó lo mucho que le afectaría la muerte de Tom—. Su entendimiento tan lúcido pronto será… —Enmudeció y dirigió la vista al mar.

Rob sacó las tablas de surf del agua y se fue corriendo hacia ellos.

—¡Shannon, por Dios! ¿Te encuentras bien?

—Los dolores ya van menguando —dijo ella tranquilizándole.

—Ha tenido contracciones prematuras —explicó Evander—. Pero ahora todo vuelve a estar normal. El niño está bien.

Durante la tarde, Shannon disfrutó de las atenciones con que Rob y Evander la cuidaron conmovedoramente. No regresaron en coche a Honolulú. Evander apiló leña y encendió un fuego mientras Rob hacía saltar el corcho de una botella de champán. Ya relajados, estuvieron escuchando el rumor de las olas y el crepitar de la leña en el fuego, vaciaron la cesta del picnic y, pese a la agitación anterior, acabaron pasando una noche inolvidablemente bella y romántica a la orilla del mar.